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LA MOJIGANGA

# Miriam Salinas Guirao

Función de mojiganga de Goya. Museo del Prado. La Paz de Murcia, 5 de octubre de 1879.

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el espectáculo, forjando a valientes expuestos a los visitantes, del dominio de la fina atención del público, de personas, ataviadas de sueños, en el ruedo, interpretando la mojiganga.

Nacida como una obra teatral muy breve, de carácter cómico, la mojiganga se encumbró como fiesta popular en la que se utilizaban disfraces estrafalarios y permitía a los participantes realizar números ecuestres, acrobáticos o de interpretación. ¿Dónde se celebraban las representaciones? Como sucedía con las novilladas o los números circenses, los artífices del espectáculo igualmente solicitaban permisos para realizar la función en plazas de toros, como autorizaciones para crear circos1 .

La mojiganga, de origen español, aunque nacida en siglos anteriores, tomó forma a finales del siglo dieciocho. De la pose carnavalesca, a los bailes con disfraces, pasando a sumar connotaciones religiosas y festejos taurinos. Espacio distendido en la forma, pero preparadísimo en su concepción, que permitió a picadores y novilleros, sin renombre, ganarse unos duros.

Quedan en las hemerotecas recuerdos de aquellos espectáculos en la Región de Murcia. En La Paz de Murcia (5 de octubre de 1879) se daba noticia del “noble y extraordinario espectáculo” elaborado por “la acreditada y muy aplaudida compañía acróbata que dirigen los ‘Sres. Teresa y Velázquez’, compuesto de variados ejercicios gimnásticos, acrobáticos, pantomímicos, mojiganga y lidia de dos bravos novillos”. La compañía de los ‘Sres. Teresa y Velázquez’ actuó también el 21 de septiembre en la Plaza de Toros de Murcia con un completo programa que incluía las habilidades del “doble de Washington”, el “tonel ondulante”, “los recreos orientales” o “la gran rotación de la bola esférica”.

En El Eco de Cartagena (10 de febrero de 1896) relataban la “fiesta taurina” celebrada en el barrio de Peral: “La mojiganga que preparó la empresa de la plaza de toros resultó entretenida e hizo reír al público, porque los torillos pegaban y las suertes de caída se hacían con extremada limpieza”. Mención destacada, aunque no para bien, hacía este relato de las mujeres en la mojiganga. No hay que pasar por alto que este tipo de espectáculos fue un espacio de trabajo incuestionable para muchas personas que podían acceder con mayor facilidad a un oficio, dada la apertura creativa de las funciones. Continuando con la crónica de El Eco de Cartagena: “A las picadoras se les acababa el burro a cada momento, quedándose de a pie. Y a propósito de toreros hembras: suprímalas la empresa de la plaza de toros en las fiestas sucesivas, porque el espectáculo de esas ‘desgraciadas olvidadas’ de todo, no es muy edificante. Ayer se quedó una de ellas poco menos que desnuda”, clamaba el periódico ensuciando la labor de decenas de participantes que solo trataban de ganarse el pan.

Pasados unos años, la mojiganga en Murcia gozaba de una amplia afición, tanto es así que los padres jesuitas tuvieron que mover la procesión celebrada en junio de 1911 para que “el público pudiera asistir a las dos cosas”, (El Liberal de Murcia, 19 de junio).

La mojiganga persiste en nuestro siglo con connotaciones más carnavalescas y teatrales que antaño, formando parte de la idiosincrasia de muchos pueblos que en sus fiestas recogen la tradición de aquellos que, ataviados con más ganas y hambre que cualquier otra cosa, recorrían los ruedos.

1 Información extraída de Plaza de intercambios. Elementos para una historia interconectada de la tauromaquia y otros espectáculos en España (siglos XVIII y XIX), de Mauricio Sánchez Menchero

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