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LA MARTINA

# Mª Adela Díaz Párraga

La Martina en el centro en una instantánea junto a sus compañeras.

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ues sepan ustedes que, allá por el siglo XVII, apareció en España un fenómeno, que en aquella época era impensable. Las mujeres toreras, que con más valor del que hace falta para enfrentarse a un miura, hicieron frente al cliché de que el lugar de la mujer era la cocina y la alcoba. Hubo muchas, aunque por desgracia no se ha guardado memoria de todas. De entonces a aquí, muchas mujeres han luchado, algunas han muerto por defender el derecho a la igualdad. Imagínense ustedes un tiempo en que no podían ni siquiera abrir una cuenta en el banco, en la que el marido pasaba a ser dueño de los caudales de su esposa, incluso herencias, y de un plumazo, podía dejarla arruinada. La prohibición de torear no estaba legalizada, pero se consideraba ‘indecoroso’ que una mujer toreara; unas veces, admitiéndolo, y otras, poniendo trabas. Llegó por fin una Real Orden del ministro Juan de la Cierva, el 2 de mayo de 1908, prohibiendo legalmente el toreo a pie femenino. En el año 1974 se levantó en España este veto, gracias a los esfuerzos de una mujer, la torera Ángela Hernández, pero su interesante historia será para otro día.

Hoy les quiero contar algo sobre una mujer que, en pleno siglo XIX, toreó más de cincuenta corridas. Se llamaba Martina García y se la conocía como ‘La Martina’, también como ‘La Intrépida Martina’ y la ‘Lagartijo mujeril’. Para muchos era ‘La Maestra’. Nació Martina un 25 de julio de 1814, ¿dónde? hablando taurinamente, hay división de opiniones. Mientras unos dicen que en Colmenar de la Oreja, otros aseguran que fue en la sevillana Guillena y los hay que afirman que fue en Cienpozuelos. En fin, el lugar es lo de menos. El caso es que fue una figura indiscutible del siglo XIX, una pionera, porque según dicen, fue la primera mujer que toreó reses bravas.

Martina se quedó huérfana a los siete años, nadie sabe cómo pudo salir adelante con tan poca edad, pero a los catorce tomó el camino de Madrid, dispuesta a ganarse la vida. Primero, trabajó como niñera y, más tarde, entró como cocinera en un bar de la calle Hortaleza. Sus mejores parroquianos eran los empleados de la plaza de toros de la Puerta de Alcalá, con los que pronto hizo Martina gran amistad. A ellos les hacía gracia la afición de la chica por los toros y entre bromas y veras, acabaron convenciéndola para que toreara, aunque de primeras lo hizo dentro del toreo cómico, que tenía mucha aceptación.

Por fin, el 15 de enero de 1837,

Mujeres vestidas de luces en el siglo XIX. Cartel del 16 de agosto de 1874.

debutó como banderillera, vestida de manola, actuación que repitió, con las picadoras Magdalena y Antonia Garcia. El 18 de febrero, toreó por primera vez como matadora en una mojiganga, una novillada festiva de carácter carnavalesco, que tenía sus orígenes en el siglo XVI. Se hacían antes de las corridas y tenían un público incondicional. Martina llevaba su propia cuadrilla, toda de mujeres, y dicen que cobró doscientos reales, que en aquellos tiempos era un dineral. En estas mojigangas participó en varias ocasiones. En enero de 1845, compartió cartel con Teresa y Magdalena Garcia, y como banderilleras en cestos, Rosa Inard y Manuela Renaud. Y por fin, en febrero de 1849, actuó en Madrid vestida de luces, compartiendo cartel con María ‘La Gitana Cantarina’, su gran rival en los ruedos. En diciembre de 1873, actuó en la última mojiganga como espada, con picadoras sobre burros.

Nunca tuvo un apoderado, era ella misma quien gestionaba sus actuaciones Y toreó bastante: novillos, toros embolados, en puntas… Y los críticos se hacían lenguas de su coraje y de lo serena e intrépida, de ahí le vino uno de sus apodos, que se la veía impasible ante el toro. No todo fueron flores: también tuvo sus detractores, que la calificaban de “infortunada matadora anciana”. Mucho valor, decían, pero poco arte, aunque cobraba un dineral, tanto como las figuras de la época. Benito Pérez Galdós afirmaba que llegó a cobrar catorce duros por actuación. El propio Curro Cuchares, con el que llegó a actuar en algunas corridas, decía de ella que “tenía un gran atrevimiento, pero mucho desconocimiento en la técnica del toro”.

Y una de las veces que actuaron juntos, se acercó y le dijo al oído: “Martina, si lo que te sobra de valentía, lo tuvieras de conocimiento, serías tanto como yo”.

Y era verdad. Triunfaba porque ofrecía esa mezcla de emoción, valentía y arrojo ante el peligro, esa falta de miedo. Por su habilidad la comparaban con ‘Lagartijo’, de ahí lo de ‘Lagartijo mujeril’, y por su trayectoria y lo largo de su carrera, con Pedro Romero.

En agosto de 1874, alternando con José Giraldez Jaqueta, toreó en el último festejo que se celebró en la Plaza de la Puerta de Alcalá, que derribaron al día siguiente. Se retiró ese mismo año, en un festejo en el que tuvo como picadoras montadas en burro a Tomasa Prieto y Juana López, aunque volvió a las plazas tres años después. Su última aparición fue en la plaza de la Carretera de Aragón en 1880, ¡tenía 66 años!.

El 27 de julio de 1882 murió en Madrid, la que fue una adelantada en la defensa de algunos derechos de la mujer.

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