23 minute read

MURCIA EN RECUERDO 75 VECES INMORTAL DE ‘MANOLETE’

Next Article
LA MOJIGANGA

LA MOJIGANGA

# Juan Antonio De Heras y Tudela

Manolete en La Condomina. Foto Juan López. Archivo Municipal de Murcia.

Advertisement

Linares, 28 de agosto de 1947. Se han cumplido este verano tres cuartos de siglo de una fecha grabada a sangre. Una tarde maldita que acabó con el hombre, no así con su leyenda, glosada desde entonces en tertulias infinitas, libros enteros, páginas de imprentas agotadas de tanto proclamar que Manolete es, y será, eterno.

Quizá fuera más gesta vivir como lo hizo, desde su melancolía aparente. Porque Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, cuyo apodo heredó de su padre, también torero, sabía de siempre que la existencia se reviste de pitones y que estos, tarde o temprano, encuentran la manera de burlar el engaño y apuntar al triángulo de Scarpa. Siendo tal el destino, queda entre tanto la determinación de afrontarlo con la dignidad intacta y sin rendirse.

Nada de lo anterior estaba escrito, no obstante, el día en que el libro número 28 de Bautismos de la Iglesia Parroquial de San Miguel, de Córdoba, inscribió el de un niño nacido a la una y media de la madrugada del día 4 de julio de 1917, en la casa número 2-A de la calle Torres Cabrera. Su madre, doña Angustias, ya había aprendido a vestir de negro cuando la enfermedad le arrebató a ‘Lagartijo Chico’ –su primer marido–. De negro contrajo segundas nupcias y de negro maldijo su suerte y hasta la profecía de su propio nombre, cuando la enfermedad la dejó de nuevo viuda con cinco hijas –dos del primer matrimonio– y con el pequeño Manuel como único varón.

Quedar huérfano de padre con tan solo cinco años, en el seno de la dificultad de una familia numerosa que debía salir adelante, hizo a Manuel crecer deprisa en sus intenciones. Su tío, al que en vida llamaron ‘Bebé Chico’, había sido también un matador valiente y, según le contaban, habilidoso. Una dolencia le retiró de los ruedos sin amasar fortuna. Falleció un año antes que su progenitor, por lo que pocos recuerdos le quedaban de él, salvo lo que se hablaba en casa. En ese hogar, pues ciertamente lo era, nada podía comprenderse sin la tauromaquia. El abuelo Manuel, el primer ‘Manolete’, llegó a ser banderillero; el hermano de este, el tío abuelo José, había sido nada menos que ‘Pepete’, el matador que se grabó en la historia al recibir, en una tarde madrileña de toros, la primera cornada mortal de un Miura. Con él empezaría la maldición, a todos los efectos.

Con esos recuerdos y con esas ausencias que lo llenaban todo –menos la exigua despensa– Manuel, que se hizo hombre siendo niño, cogió los primeros trapos que su imaginación transformó

Una de las escasas fotografías de Manolete con sus padres, doña Angustias y Manuel Rodríguez. Manolete a la edad de 12 años.

en capotes y muletas hasta que, con doce años, el sueño heredado le llevó a la cordobesa finca ‘Lobatón’ y lo situó delante de sus primeras becerras. Destacó ahí y en la Escuela Taurina de Montilla. Pronto vendrían los festivales y un año después, en 1930, el esperado vestido de luces estrenado en Arles (Francia) con el espectáculo itinerante de toreo Los Califas. El 16 de abril de 1933, Domingo de Resurrección, la plaza de Cabra vio su debut como novillero, y el 1 de mayo de 1935 le llegó la oportunidad con picadores en la Plaza de Tetuán de las Victorias, en Madrid.

Tal vez habría se habría doctorado antes, de no estallar la Guerra Civil. Por su edad y residencia, quedó alistado como soldado raso en el Regimiento de Artillería número 1, asentado en Córdoba, en la zona nacional. Tanto en esta, como en la republicana, los toros se abrían paso entre las bombas, pues la afición no entendía de ideologías ni de bandos y allá donde surgía una oportunidad, se organizaba una corrida o un festival benéfico. En 26 ocasiones, toreó el prometedor novillero hasta el fin de la contienda.

Alternativa con la Asociación de la Prensa

El primero de abril de 1939, el parte firmado por Franco daba paso al inicio de la posguerra. Apenas dos meses bastarían para que ‘Manolete’, por fin, alcanzara el grado máximo en su profesión. Fue ‘Chicuelo’ el encargado de pasarle los trastos, con ‘Gitanillo de Triana’ como testigo.

Aquella tarde del 2 de julio, la Maestranza de Sevilla lució un aspecto espléndido. La Corrida había sido organizada por la Asociación de la Prensa. De nuevo, los periodistas a través de su organización profesional, como sucedió en Murcia en 1914 cuando Belmonte se presentó en la Condomina en la primera Corrida de la Prensa, habían sido los encargados de configurar el cartel, negociar con la ganadería de Don Clemente Tassara (antes de Parladé) y dar salida a un taquillaje que respondió con entusiasmo al acontecimiento. Además, los periodistas donaron dos mil pesetas de las doce mil que cobraría el torero cordobés, cerrándose el acuerdo de honorarios con su apoderado José Flores González ‘Camará’ en el Bar Jerezano, que regentaba el padre del torero Juan Luis de la Rosa.

Muchas son las anécdotas que se vivieron ese día. ‘Manolete’ vistió de heliotropo y oro, cosido en la hispalense sastrería Manfredi. El morlaco con el que iba a doctorarse cambió de nombre. El inicial no pareció apropiado y razones no faltaban, pues no era otro que ‘Comunista’. Con acierto salió de toriles rebautizado como ‘Mirador’. A la postre lo fue, un mirador privilegiado desde el que asomarse al comienzo de una trayectoria inconmensurable que, en ese toro, se premió con dos orejas. Tanto el traje de luces iniciático como la cabeza del astado, feliz y recientemente restaurada por el ayuntamiento de Córdoba, pueden contemplarse hoy en el museo taurino de esa ciudad.

Tras el éxito de la alternativa, y otras muchas tardes de estatuarios y ‘manoletinas’, de pases de tanto riesgo como belleza, de magnetismo y naturalidad, la confirmación no se haría esperar. Llegaría de manos de Marcial Lalanda en la Corrida de la Beneficencia, celebrada en Madrid el día de la Hispanidad de 1939.

Primer paseíllo de Manolete, en su debut como novillero y junto a Juanita Cruz. Plaza de Toros de Cabra, 16 de abril de 1933. Pepe Luis Vazquez y Manolete en la penúltima novillada del diestro, el día de San Juan de 1939, en Cabra. Manolete recibió la alternativa de manos de Chicuelo, en La Maestranza.

La huella murciana

Su particular y personalísimo estilo, su valor cada vez más admirado por el respetable, le llevó a torear más de 50 festejos por año en los siguientes. El 18 de julio de 1940 se anunció en Murcia, en un mano a mano con Domigo Ortega y toros de la vacada de Terrones, de Salamanca. Era su presentación en La Condomina y el reclamo consiguió llenar la sombra, porque el sol de julio no animó a mayor asistencia. De los tres toros caídos en suerte, el segundo le permitió una faena memorable. “Solo en medio del ruedo, a los sones de la música, entre olés y palmas, recetando una serie inmensa de pases de asombrosa factura, metido en los terrenos del rival. Cuando se hartó de torear muy bien, entrando como manda el toreo digno, cobró una estocada superiosísima, que mató sin puntilla”, rezaba la crónica publicada en el diario Línea1, destacando que dicha faena se había saldado con dos orejas, rabo y vuelta, con salida a los medios. La crítica del diario La Verdad fue más parca en alabanzas: “A ‘Manolete’ le ocurre con el toro como al baturro con el tren: se pone en su camino y no se aparta. Si el toro pasa lejos, lejos se queda. Pero si le roza la faja, no se mueve. Esto no deja de tener sus entusiastas aficionados. Pero a nosotros nos parece que no es suficiente para considerarse figura cumbre” –escribía el cronista quien, en cualquier caso y a pesar de ello hubo de reconocer que “en Murcia se ha ganado un cartel y las corridas de feria”2 .

Y así fue, pues hasta doce paseíllos realizaría ‘Manolete’ en el coso de la capital del Segura. Murcia quería a ‘Manolete’ y ‘Manolete’ quería agradar en Murcia. Con especial ganas lo deseaba hacer cuando regresó en 1941, tal vez empujado por el recorte de prensa de aquellas palabras que se convertían en un desafío: llegar a ser considerado una figura cumbre. Sin embargo, en la primera corrida septembrina no tuvo suerte. Había formado parte de la terna del domingo 7 junto a Juan Belmonte y Pepe Luis Vázquez. La tarde de expectación hizo válido el dicho, acabando en tarde de decepción. La de ‘Manolete’ fue máxima, por cuanto siendo una de sus virtudes la de ser muy hábil con el estoque, en su segundo y quinto de la tarde llegó a precisar ocho descabellos, lo que le valió un aviso y los pitos de la afición.

Como si de una segunda parte se tratara, el lunes 8 de septiembre se repetía el cartel, al que se sumaba el caravaqueño Pedro Barrera, que había tomado la alternativa el 25 de julio en Valencia. Este era, sin duda, el día grande de la Feria y el de más tradición taurina, por coincidir con la festividad de la Natividad de la Virgen que, en Murcia, se celebraba por todo lo alto. El ambiente en la ciudad era bullicioso y alegre. Se habían desplazado miles de visitantes, unos conduciendo sus propios vehículos y muchos en las líneas de transporte público, pese a que el tiempo andaba revuelto y la lluvia decidió a hacer acto de presencia hasta poco después de iniciarse el festejo.

1 Diario Línea (19/07/1940) (pág. 2). 2 La Verdad de Murcia (19/07/1940) (pág. 2).

Manolete y su cuadrilla en la Condomina. Colección Fotos Juan López. Archivo Municipal de Murcia. Cornada que sufrió Manolete en Murcia. Foto Juan López.

Manolete con Lupe Sino en Fuentelencina (Guadalajara) - Verano de 1946. Fotografía publicada en el semanario El Ruedo, 30 de Agosto de 1962. Manolete y Lupe Sino en la finca de Fuentelencina, con Luchy Bronchalo y su marido Juan Padilla, matrimonio al que Manolete apadrinó en la ceremonia - Verano de 1946, Fotografía publicada en el semanario El Ruedo, 11 de Septiembre de 1947.

Empezó este puntual, a las cuatro y media de la tarde, con la banda de música de la Casa de la Misericordia, institución señera que en el mes de marzo había comenzado a ser administrada por mi tío abuelo, Julián Tudela Martínez. Tras ella desfilaron los matadores. Todos fueron recibidos con una ovación; la más intensa se le ofreció a Pedro Barrera, tanto por el paisanaje como por tratarse de su presentación en la plaza. La presidencia la ocupaba el inspector de policía García Díaz y en los palcos, cuajados de autoridades, sobresalía la presencia del almirante Bastarreche, jefe del Departamento Marítimo de Cartagena. Los tendidos estaban llenos –como tradicionalmente sucedía en esta fecha– y las barreras habían sido salpicadas por el colorido de los mantones de Manila.

Había en el respetable muchas ganas de disfrutar, más aún después del sabor agridulce del domingo. Los toros de Concha y Sierra dieron juego desigual, pero sirvieron. Belmonte logró cortar dos orejas y rabo; Vázquez se llevó ovación, al fallar con la espada; Barrera lo hizo bien y el público se lo agradeció con tres orejas y rabo, siendo el triunfador de la tarde. El percance y el susto, vino con ‘Manolete’.

Había entendido muy bien el diestro cordobés la embestida de su primer toro. Con los pies clavados en la arena inició una faena de escalofrío. Los pases se alternaban por la derecha y la izquierda, a cual más ceñido. Decidió entonces ir a por todas y se lo llevó a los medios. Lo citaba haciendo el estatuario, enardeciendo al tendido. Al salir de un pase por alto, el delgadísimo cuerpo del torero acabó siendo derribado, sin nadie cerca para que le asistiera. Cuando el quite llegó, ‘Manolete’ ya sangraba

Cantinflas fue gran admirador de Manolete. En Méjico con frecuencia ejercía de anfitrión organizando veladas en su casa. Manolete y Lupe en La Alcarria.

Matías Prats le hace a Manolete la última entrevista de radio antes de su muerte.

profusamente por la mejilla derecha, que había sido desgarrada por un pitón que, por fortuna, se conformó con dejar impreso su recuerdo en forma de hendidura, momento que inmortalizó el fotógrafo Juan López.

Evacuado a la enfermería, el doctor Emilio Sánchez-Parra apreció la gravedad suficiente como para impedirle volver al ruedo. No era nada de lo que no se pudiera reponer en cuestión de días, pero no convenía jugársela. En esos terrenos, la prohibición facultativa es la que manda. Así pues, de su paso por la feria de septiembre de 1941 no habría de llevarse ‘Manolete’ otra cosa que una pronunciada cicatriz. Cada vez que se afeitaba, cada vez que miraba su reflejo, cada fotografía desde entonces, le devolvía el recuerdo de su percance en Murcia. Un año más tarde, el 16 de agosto de 1942, a la huella murciana le apareció una rival, esta vez en el lado izquierdo de la cara, esta vez con firma de un toro de Saltillo lidiado en San Sebastián.

Malos augurios

Ni estos ni otros dolorosos gajes del oficio, cambiaron en ‘Manolete’ su forma de concebir el arte de Cúchares. Seguía enamorado de su profesión, como lo estuvo, perdidamente, de la actriz Lupe Sino o más bien de quien, bajo ese nombre artístico, seguía siendo Antonia Bronchalo, la mujer que fue capaz de hacerle sonreír. Con ella vivió años felices, en un noviazgo que el entorno del torero rechazaba sin disimulo. Sostenían que tal oposición era para protegerlo, juzgando la relación como poco apropiada y cargando contra la fama y las intenciones de quien llegaron a apodar ‘La serpiente’.

Decidido a seguir sus propios pasos, pocas cosas se volvieron más apetecibles para aislarse que el sosiego estival de Fuentelencina, un pequeño pueblo de Guadalajara. Allí compartieron veranos enteros no siendo el mito, sino tan solo Manuel Laureano, el hombre cuya sonrisa franca asomaba entre sus gemelas cicatrices en las noches estrelladas de La Alcarria, en el paraíso de las conversaciones intrascendentes, de las partidas de cartas sin mayores pretensiones y de los baños refrescantes junto a Antonia en las pozas del arroyo de Valdefuentes.

Un remanso oculto y a salvo de la presión creciente, porque de ‘Manolete’ ya no se esperaba más que la perfección y el sacrificio extremo. Se le exigía con una vara muy dura de medir. Y el torero se vaciaba, no por temor a ser juzgado, sino porque quería y porque se respetaba más que nadie. Así las cosas, en su mente, la idea de retirarse empezaba a cobrar sentido.

Tras de sí, la leyenda había crecido a base de proezas. En el 43 ya se había ganado el título de ‘IV Califa del Toreo Cordobés’ y el apelativo de ‘Monstruo’, que le otorga el crítico taurino jienense Ricardo García, más conocido por ‘K-Hito’. En 1944 había toreado en 92 ocasiones, entre ellas en Las Ventas el 6 julio, en la Corrida de la Prensa. Ahí apareció el toro soñado, del hierro portugués de Pinto Barreiros. Era un sobrero, de nombre ‘Ratón’, con el que firmó la faena más completa de su carrera, cortando dos orejas y saliendo por la Puerta Grande.

Aquel año, a la postre, sería

Manolete, Luis Miguel Dominguín y Gitanillo de Triana antes de comenzar la corrida en Linares en la que murió Manolete.

Fotografía de Canito que inmortalizó el momento en que Manolete es llevado a la enfermería tras ser corneado por Islero. Cartel inicial de la feria de septiembre de Murcia - Anuncio publicado en Linea el 28 de agosto de 1947, el mismo día en que Islero cogería a Manolete en Linares.

recordado también como el de los malos augurios. Como siempre, había acudido a Linares a la Feria de San Agustín. A la salida del hotel Cervantes, el gentío se agolpaba delante del coche de la cuadrilla. El vehículo no pudo esquivar a una niña, llamada Anita, que se cruzó en el camino. Cuando terminó el festejo, ‘Manolete’ acudió al hospital de los Marqueses de Linares a interesarse por la pequeña, que en el atropello se había fracturado el fémur. Tras ser informado, apreciando la calidad de las instalaciones y tal vez empujado por la alegría de que la salud de la chiquilla no corriera peligro, exclamó: “Este hospital es estupendo, entran ganas de morirse en él…”. La frase se convirtió en un maleficio.

Islero, Murcia y el destino

Si los retiros estivales habían instalado en ‘Manolete’ la certeza de que la felicidad era posible, incluso para un cuerpo maltrecho como el suyo, aquejado de dolencias gástricas y cada vez más delgado, el paso por América –especialmente sus estancias en Méjico, donde se presentó el 9 de diciembre de 1945– no hizo sino confirmar que, lejos de la presión de haberse convertido en España en un “héroe nacional” todo resultaba más apacible, ello pese a que en su presentación mejicana el segundo toro le propinó una importante cornada.

Allí, al otro lado del Atlántico, se atrevía incluso a cantar fandangos con Lupe, que quedaron grabados en discos de pizarra que no hace mucho –tras su digitalización– se han conocido. Nada que ver con el personaje tímido, serio y encorsetado que tantas veces se veía obligado a representar por estas latitudes. Tal vez por eso en el 46 solo regresó para torear la corrida de la Beneficencia. En el 47 no quiso comprometerse salvo unos escasos meses, los justos para pasar por los cosos más emblemáticos e importantes para él, entre ellos ‘El Chofre’, la recordada plaza de San Sebastián que años más tarde sería demolida por motivos urbanísticos. Fue en ese ruedo, en uno de sus burladeros, donde concedió su última entrevista en directo a un joven locutor de Radio Nacional, Matías Prats, que retransmitía la lidia. Era el 16 de agosto y las cosas no estaban saliendo bien. “Me piden más de lo que puedo dar. Sólo he de decir que tengo muchas ganas de que llegue el mes de octubre”, confesó el diestro en un ejercicio de sinceridad.

Murcia también se encontraba entre los carteles escogidos. No deseaba faltar a la feria de septiembre, ni tampoco ausentarse de la lorquina plaza de Sutullena. Parece contrastado que ‘Manolete’ solo iba a intervenir en una de las dos tardes que se iban a programar en La Condomina. Fue ahí cuando Camará, su apoderado, entró en acción. Puesto en contacto con los empresarios Alegre, Puchades y Barceló, les pidió que cedieran los Miura que habían sido reseñados para Murcia, para que pudieran ser lidiados en Linares. A cambio, se comprometía a que el ‘Monstruo’ toreara las dos tardes de feria, tanto la del día 7, frente a toros de Alipio Pérez Tabernero y con Luis Miguel Domínguín y ‘Parrita’; como la del 8 de septiembre, con toros de Galacha y compartiendo el festejo con Luis Miguel y Paquito Muñoz.

Junto a este trueque –ganadería a cambio de una segunda tarde en Murcia–, el destino tenía aún guardadas otras cartas, marcadas todas ellas con tintes de

Lupe Sino solo pudo entrar a la habitación una vez certificada la muerte de Manolete, momento que recogió la cámara de Canito, también presente.

Manolete con su gran amor, Lupe Sino. Esquela de Manolete publicada en los periódicos de Murcia.

fatalidad. Llegada la fecha para la corrida jienense, tras confeccionar los lotes y realizar el sorteo, los apoderados de ‘Gitanillo de Triana’ y de ‘Manolete’, de manera amistosa, convinieron intercambiarse los lotes. Fue así como, ese 28 de agosto de 1947, unos toros que no estaban destinados a Linares y un lote que no le había correspondido, colocaron al torero sin remedio delante de ‘Islero’.

“No es bueno. Échale la muleta abajo y procura dominarlo”, le advirtió ‘Camará’ cuando apreció que aquel toro huesudo, largo, negro y algo bragado, llevaba 495 kilos de veneno en canal. Ramón Atienza, el picador de la cuadrilla, dándose también cuenta, lo había intentado castigar, restándole fuerza para la muleta –lo llegaron a multar por exceso de celo–. ‘Manolete’, cosa rara en él, no había pedido el cambio de tercio, probablemente convencido de que nada bueno traía aquel manso consigo. No obstante, lo toreó sacando, del quinto de la tarde, pases meritorios por la derecha y ajustadas ‘manoletinas’, entre los olés del público. Tal vez para que no se distrajera, quiso culminar a la suerte contraria. Lo hizo al volapié, muy despacio, pero Islero arrancó en ese momento, clavándole el asta derecha en la pierna que había quedado al alcance del pitón. Aún ensartado se lo llevó arriba, le dio la vuelta y lo tiró al suelo, antes de pasarle por encima e irse a doblar a las tablas. Antonio Labrador ‘Pinturas’, el gran subalterno aragonés, corrió cuanto pudo hasta el maestro para hacer el quite tras la cornada. “Observé extrañado que se quejaba, cosa que nunca había hecho”, recordaría tiempo después, como también que ‘Manolete’ preguntó si le habían concedido la oreja. “Las dos y el rabo”, le contestó el ex-matador y compañero en la cuadrilla ‘Carnicerito de Málaga’, que fue también el encargado de llevárselas.

El fatídico instante en el que ‘Islero’ atravesaba el alma de los presentes, con la plaza enmudecida porque todo apuntaba a gravedad extrema, fue únicamente fotografiado por Canito. Cumplió el gráfico con su misión, con la angustia de quien, antes que otra cosa, era amigo personal de Manuel Laureano ‘Manolete’. Ese día había pasado por su habitación mientras el torero se vestía y, tras apretar el disparador que capturó la foto más citada de su carrera –por la que nunca cobró nada–, fue el primero en correr hacia la enfermería. “Estuve, más que profesionalmente, para poder ayudar en lo que hiciera falta al maestro, pero allí había un lío de gente de mucho cuidado. Basta decir que la primera vez que le dejaron sobre la cama se cayó al suelo porque el lecho no tenía el fleje preparado y le tuvieron que trasladar a otro» recordaría en una entrevista concedida al periódico El Norte de Castilla”.3

El destrozo en la femoral había provocado una tremenda hemorragia, hasta tal punto que la sangre traspasaba el colchón y caía, gota a gota, hasta una cuña situada bajo la cama que, en cada impacto, sonaba a tañido fúnebre. Trasladado al Hospital de los Marqueses de Linares –seguro que sin ganas de morirse en él–, fue intervenido por el doctor Fernando Garrido y se le practicaron diversas transfusiones. Pareció con ellas recuperar-

3 Entrevista de Javier Fernández a Canito. El Norte de Castilla, 17 de noviembre de 2007.

se algo. Tuvo ocasión de confesar, de preguntar cómo había ido la corrida e incluso de pegarle tres caladas, con pulso tembloroso, a un cigarro que le facilitó su primo hermano y banderillero más antiguo de la cuadrilla Rafael Saco ‘Cantimplas’. Fue entonces cuando llegó desde Madrid el doctor Giménez Guinea, en quien ‘Manolete’ confiaba ciegamente. Había salido a su encuentro Gitanillo de Triana, que lo esperó en Manzanares, porque su coche era mucho más rápido que el del médico. Siguiendo sus indicaciones, las transfusiones fueron suspendidas para aplicarle en su lugar plasma noruego, del que se disponía porque la detonación de un polvorín en Cádiz había motivado que se importaran partidas para atender a los más de 5.000 heridos que, con todo, tuvieron mejor suerte que las 150 personas que habían perdido la vida en la brutal deflagración.

Fue el hijo del doctor Garrido quien, en 1997, contó que la cogida podría no haber sido letal ya que, tras recibir el plasma, es cuando apareció la muerte. Afuera, aguardaba Lupe Sino, que había viajado a la carrera desde Lanjarón, donde le sorprendió la noticia. Ni el apoderado ni parte de la cuadrilla le permitieron entrar en la habitación. Alegaron que el médico había recomendado descanso. Se ha publicado que la razón pudo ser el temor a que se casaran in articulo mortis. Lo cierto es que, ni tan siquiera en esto, Manuel tuvo el derecho de ser libre. A las cinco y siete minutos de la madrugada, pronunció sus últimas palabras: “¡No veo nada!”. Expiró el hombre y se agrandó el mito, el ídolo, la leyenda de quien cambió el rumbo de la historia taurina, mas no pudo escapar a su destino. Solo entonces Lupe pudo entrar a despedirse. También lo hizo Canito.

“Lloré más su muerte que la de mi propio padre” me llegó a decirme el veterano fotógrafo, cuando en alguna ocasión tuve oportunidad de preguntarle, al coincidir con él en el callejón de la Condomina, por el que se siguió paseando, con su cámara colgada del cuello y su gorra blanca, en la que añadía, tras la fecha escrita de su nacimiento, unos puntos suspensivos que se mantuvieron así hasta 2016.

Y es que a ‘Manolete’ se le lloró, y mucho, desde entonces. Murcia lo hizo tan pronto conoció la desgracia. Fue la pizarra del diario Línea, como un precoz Twitter del pasado siglo, quien escribió con tiza el titular, antes de llevarse a rotativa: “‘Manolete’ ha muerto”. Los telegramas de pésame se prodigaron. Lo expresó la propiedad de la plaza de toros de Mur-

cia, la Asociación de la Prensa y hasta el Almirante Bastarreche. El 8 de septiembre, a iniciativa del Sindicato Provincial del Espectáculo, la empresa de la Plaza de Toros y el Real Club Taurino de Murcia, se celebró un funeral por el eterno descanso de su alma en la Iglesia de San Juan Bautista. Llegó septiembre. Luis Miguel Domingín había resultado herido el día 6 en la corrida inaugural de la nueva plaza de toros de Melilla –en la que había entrado en sustitución de ‘Manolete’–, por lo que los carteles se recompusieron del todo. Bienvenida, Escudero, el Niño del Barrio y Parrita torearon la primera de feria y en la segunda lo hicieron Estadística publicada por La Verdad el 2 de septiembre de 1947. los dos últimos junto a Paquito Muñoz y el rejoneador Duque de Pinohermoso. En la Condomina, todos ellos lucieron crespones negros. En Murcia entera, en España y el mundo, más allá del taurino, junto al luto, quedó patente la dimensión de la pérdida, esa que solo se nota cuando ya es demasiado tarde. Han pasado 75 años desde entonces y la huella inmortal de ‘Manolete’, sigue viva. Aún hoy hay quien, aún sin haberlo conocido, lo sigue juzgando con ligereza. Se han llevado al cine versiones de su vida construidas con ficción y mal gusto. Vanos intentos, pues el pueblo es sabio, aunque no siempre sea justo. ¿Quién mató a ‘Manolete’? La respuesta es sencilla: da lo mismo. Lo importante es saber y querer respetar su memoria; en esto no cabe escurrir el bulto, ni faenas de aliño. Sirvan estas líneas, en lo que valgan, para ese intento. Sin mayor pretensión y sin menor compromiso.

This article is from: