Memoria y violencia. La nación y el silencio Nelson Manrique
Memoria, discurso y silencio La construcción de la memoria, personal y social, suele ser vista como una operación simple y natural. En el primer caso, nuestro cerebro elige los hechos dignos de ser recordados y, luego de un proceso de decantación, los imprime químicamente en los circuitos neuronales de nuestro cerebro.1 En el segundo caso, se supone que algo similar hacen las sociedades, inscribiendo sus hechos memorables en soportes nemotécnicos que van desde la palabra hablada hasta los modernos soportes electrónicos de almacenamiento de información. Pero esa apariencia de naturalidad de la construcción de la memoria suele encubrir operaciones sumamente complejas, que básicamente tienen como objetivo seleccionar tanto aquello que va a ser retenido y preservado cuanto aquello que va a ser desechado. Una memoria, personal o social, se construye de recuerdos, pero también de supresiones. Y al indagar sobre la naturaleza de los hechos importa tanto meditar sobre aquello que la memoria recuerda, cuanto aquello que se “olvida”. El verdadero historiador tiene que prestar atención no solo a los discursos y los hechos historizados sino también a los silencios y supresiones, que con frecuencia dicen más sobre una sociedad y sus problemas que las proclamas solemnes del poder de turno. En la construcción de la memoria personal, el psicoanálisis ha señalado con vigor la función cumplida por el “olvido” de los eventos traumáticos y de su relegamiento al territorio ignoto del inconsciente. En la construcción de la memoria social se opera también una selección de lo que va a ser recordado y de lo que va a ser olvidado. La historia nacional, decía Renan, está hecha de grandes recuerdos, pero también de grandes olvidos. O, podríamos añadir, de grandes silencios. 1. La palabra memoria, conviene recordarlo, designa tanto al repositorio, el “lugar” donde el recuerdo va a ser depositado, cuanto al contenido de aquello que va a ser conservado.