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Cynthia Vich
el trasfondo mayormente positivo y ante todo optimista de su propuesta, así como su eficacia política (a corto plazo) como discurso fundacional del período presidencial de Alejandro Toledo. Quisiera comenzar analizando cómo se construye el espectáculo para los propios peruanos, es decir, como ejercicio político interno. En este sentido me interesa plantear a “Perú 2001” como una performance concebida y realizada para reavivar, desde el paradigma postmoderno, el frustrado proyecto indigenista del discurso político-cultural de las décadas de 1920 y 1930. El carácter de celebración ritual de “Perú 2001” puede así ser leído como la creación de un momento de triunfo en la historia del indigenismo peruano, triunfo que se celebra —esta vez desde el centro del poder nacional— con la utilización del gesto autoritario del indigenismo clásico: imponer la identidad andina como la manera “auténtica” de ser peruano. En otras palabras, lograr la andinización del Perú en el campo del discurso autorreflexivo. Para el país que comenzaba a gobernar Toledo, el desahogo social generado por el desempolvamiento de la vieja utopía del nacionalismo cultural centrado en lo andino era simplemente urgente. La todavía demasiado reciente experiencia traumática de la guerra civil y la debacle económica de la década de 1980, seguida por el legado fujimorista de la destrucción de la institucionalidad, la degradación de la moral pública y la agudización de la crónica crisis económica, habían hecho añicos la autoestima nacional y la misma viabilidad del Perú como realidad posible. Frente a este contexto, era absolutamente necesario, por lo menos en el nivel de lo simbólico, cristalizar los nunca alcanzados ideales de integración socio-cultural y desafiar la desesperación económica con estrategias de reactivación que combinaran el contexto nacional y el global. Pensar, narrar al Perú en términos de futuro, como potencialidad y no como continuo fracaso, era psicológicamente imperioso. De ahí que recurrir al mito del desarrollo a través del turismo (el aspecto central del discurso de Toledo) resultase una alternativa efectiva y rentable tanto en el nivel interno como externo. La primera promesa cumplida de Alejandro Toledo al ser elegido presidente fue, como lo mencionó la prensa, “instalarse simbólicamente en las ruinas de Machu Picchu como respeto a los dioses de nuestros antepasados” (El Comercio, 28 de julio de 2001, A23). “Perú 2001” se inició así con con la cual Kirshenblatt-Gimblett, hilando y reformulando los planteamientos de varios estudiosos de la cultura, se aproxima a la museología y al proceso de creación de patrimonios culturales.