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Entre la insurrección y la conjura militar
o’Donovan y a la toma de la ciudad. se trató de un movimiento que ni Haya ni la dirección del Apra esperaban. Para Víctor Villanueva, la idea de Haya era llegar al gobierno por medios pacíficos, de acuerdo con las prescripciones constitucionales, «por los cauces burgueses que no lo enemisten con los Estados Unidos ni con la burguesía nacional. Pero las bases del norte, educadas en la violencia anarquista, no quieren entender y dan un golpe tras otro, fracasando en todos, inclusive en la revolución de Trujillo en que, desde el punto de vista militar, llegaron a triunfar» (Davies y Villanueva 1978: 10-11, Davies 1989: 73).
entre la insurrección y la conjura militar
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La derrota del alzamiento de La Libertad, con su secuela de la masacre de un grupo de oficiales y soldados por los revolucionarios en el cuartel o’Donovan y el fusilamiento de centenares o miles de apristas en Chan Chan, en represalia, alimentaría un gran encono en los militares, que cerrarían al Apra el camino al poder durante décadas. La división del país provocó una polarización que desencadenó el asesinato del comandante sánchez Cerro por un militante aprista, el ascenso al poder del general Óscar R. Benavides, una breve legalización del Apra en 1934 y luego su proscripción y persecución, que se extendería hasta 1945.
Esta situación llevó a Haya a formular una nueva estrategia, que sería dominante durante las dos décadas siguientes: «propiciar un golpe militar que, una vez triunfante, convoque a elecciones y entregue el poder al vencedor, que en esa época no podía ser otro que el partido aprista» (Davies y Villanueva 1978: 11). Ese patrón estuvo detrás del alzamiento del comandante Gustavo Jiménez en 1933, que terminó con su suicidio, tras ser derrotado por las tropas gobiernistas.
En 1935 el Apra demandó ayuda económica y militar al gobierno de Bolivia, para impulsar preparativos insurreccionales bajo el comando de Julio Cárdenas, el «Negus», y el coronel César Enrique Pardo53 .
En 1936 Haya estaba impedido de presentar su candidatura debido al dispositivo legal promulgado por el gobierno del mariscal Benavides, que ponía al Apra fuera de la ley por tratarse de un partido internacional. Haya alentaba otra vez preparativos insurreccionales, al mismo tiempo que respaldaba la candidatura de José Luis Eguiguren, afirmando que su objetivo era «poner biombo [...] empujando a Eguiguren a fin de cerrar a Jorge Prado todo camino». Nuevamente afirmaba que su objetivo fundamental era el movimiento insurreccional, y sugería «una guerra-relámpago, golpes de mano en todas partes una vez que se introdujeran las armas bolivianas en el Perú. Al mismo tiempo ofrecía
53 Ambos renunciaron al Apra luego del desastre de octubre de 1948, responsabilizando a la dirección por la derrota.
movimientos populares en el Cusco y en el norte del país para inmovilizar las fuerzas del gobierno [...] [y] sugería la necesidad de contar con “algún elemento militar”» (Eguiguren 1978: 13-14). A la conjura se incorporó el coronel Julio César Guerrero, ex secretario personal del mariscal Andrés Avelino Cáceres, que estaba radicado en Bolivia y tenía excelentes contactos para conseguir el apoyo en dinero y armas para la revolución. sin embargo, sus andanzas conspirativas fueron descubiertas por los aparatos de inteligencia del gobierno de Benavides y este presionó exitosamente al gobierno boliviano para que desactivara los preparativos insurreccionales.
Durante los años siguientes, Haya continuó alentando varias conspiraciones, al mismo tiempo que buscaba simultáneamente una salida electoral. En una reseña de los movimientos revolucionarios, golpes de estado y complots militares y civiles del siglo XX, Víctor Villanueva presenta la siguiente lista de acciones realizadas o inspiradas por el Apra: - 26 de junio de 1931. Insurrección militar en Cusco y Puno de civiles y policías. Reprimido. - 7 de mayo de 1932. Motín naval de la marinería de la Escuadra en el Callao. Debelado con el saldo de ocho marineros fusilados. - 6 de julio de 1932. Intento de sublevación militar en Las Palmas, bajo la dirección del comandante o’Connor. Probablemente conectada con el alzamiento de Trujillo. Abortó. - 7 de julio de 1932. Revolución de Trujillo, dirigida por el «búfalo» Barreto. Aplastada, con el saldo de decenas de soldados y oficiales masacrados en el cuartel o’Donovan y miles de apristas fusilados en Chan Chan. - 13 de julio de 1932. sublevación de civiles y sesenta policías en Huaraz, bajo la dirección del mayor López Mindreau. Debelada. - 14 de julio de 1932. sublevación civil en Huari. Debelada. - 11 de marzo de 1933. Levantamiento militar del Batallón de Infantería Nº 11 bajo la dirección del teniente coronel Gustavo Jiménez. Debelado. - 6 de enero de 1934. Complot civil-militar en Lima: «la conspiración de los sargentos», posiblemente dirigido por el coronel Pardo. Fue provocado por la cancelación de las elecciones parlamentarias que habían sido convocadas por el gobierno de Benavides. Abortó. - 25 de noviembre de 1934. Complot civil en Lima, dirigido por el capitán A. Pachas, debido a la cancelación de las elecciones parlamentarias. Abortó.
- 26 de noviembre de 1934. Complot civil en Ayacucho, dirigido por
Julio Cárdenas, debido a la cancelación de las elecciones parlamentarias.
Abortó. - 26 de noviembre de 1934. Complot civil en Huancayo, dirigido por
León Gamboa, debido a la cancelación de las elecciones parlamentarias.
Debelado. - 27 de noviembre de 1934. Complot civil en Huancavelica, dirigido por
Cirilo Cornejo, debido a la cancelación de las elecciones parlamentarias.
Debelado. - 6 de enero de 1935. Complot civil en Cajamarca, dirigido por Ricardo
Revilla. Debelado, no se conoce la motivación precisa. - octubre de 1938. Intento de sublevación militar en san Pedro del
Regimiento de Caballería Nº 3, de inspiración aprista, sin dirigente conocido. Abortó. - 19 de febrero de 1939. Intento de sublevación militar de oficiales del
Ejército y la Guardia Republicana en Lima, dirigido por el general Antonio
Rodríguez. Tomaron Palacio, pero el alzamiento fracasó cuando Rodríguez fue muerto por un policía54 . - 17 de marzo de 1945. Levantamiento civico-militar en Ancón para oponerse a la proclamación de Bustamante y Rivero55 como presidente de la
República. Abortó. - Marzo de 1945. Intento de levantamiento militar en Lima de sargentos y civiles, para oponerse a la proclamación de Bustamante y Rivero como presidente de la República. Abortó. - 3 de octubre de 1948. Levantamiento civil-militar en el Callao de oficiales y civiles del ala radical del Apra, dirigido por el comandante Águila Pardo.
Debelada, con el saldo de varios oficiales muertos, incluido Águila Pardo (Villanueva 1973b: 412).
54 se trata de uno de los alzamientos más sorprendentes. Guillermo Thorndike ofrece una colorida versión del mismo en su novela Las rayas de tigre (1973). Rodríguez fue convencido de dar el golpe contra Benavides aprovechando su fe en el espiritismo, que permitió convencerlo, a través de un médium, que quien le demandaba proceder era el general simón Bolívar. 55 Lo extraordinario de este alzamiento era que Bustamante y Rivero era apoyado por el Apra, pero, según el mayor Villanueva, Haya trataba de bloquear su ascenso al poder para ver si era posible abrir el camino a nuevas elecciones en las que él fuera candidato (Villanueva 1973b: 246). Guillermo Carnero Hoke, responsable del Comando Civil, brinda una buena narración de los acontecimientos (Cristóbal 1985: 75).
La lista de las conspiraciones realizadas, inspiradas o promovidas por el Apra entre junio de 1931 y octubre de 1948 incluye una veintena de alzamientos, algunos debelados y otros abortados; todos derrotados. En cuanto a su composición, diez alzamientos fueron militares o civil-militares y ocho civiles. según el mayor Villanueva, fueron muchas más las conspiraciones que fueron descubiertas a tiempo que las que no fueron detectadas. El año con la mayor cantidad de alzamientos fue 1934; los cinco alzamientos que entonces se produjeron tuvieron como razón la negativa de Óscar R. Benavides a convocar a elecciones complementarias para completar las Cámaras del Congreso, que permanecían incompletas después del desafuero —durante el gobierno de sánchez Cerro— de los representantes apristas electos (Villanueva 1973b: 412).
Llama la atención el respaldo que tenía el Apra en integrantes de las Fuerzas Armadas, a pesar del antiaprismo institucional del sector castrense. Este fue el resultado de una política consciente y sistemática de infiltración en los institutos armados, que se estableció tras el fracaso de la sublevación de la marinería, el 7 de mayo de 1932, el primer intento golpista promovido por el Apra en las Fuerzas Armadas. «Desde ese momento el Apra comienza la captación de jefes, oficiales y soldados, proponiéndoles la captura del poder, la constitución de una Junta de gobierno, la legalización del partido aprista y la convocatoria a elecciones libres, en las que, dada la correlación de fuerzas políticas de la época, el partido habría salido fácilmente triunfante» (Villanueva 1973b: 228).
La infiltración aprista en las Fuerzas Armadas permitió captar a generales y almirantes, oficiales, sargentos y soldados de todos los institutos armados.
A los últimos se les convencía hablándoles de la justicia social, esclareciendo las causas de los desniveles económicos de la sociedad, de la situación paupérrima de los sectores de donde proceden. A los generales se les hablaba en términos conservadores, garantizándoles el apoyo popular para el golpe, endulzándolos con la gloria que podían alcanzar al restablecer la democracia y el imperio de la Constitución [...] A los oficiales jóvenes se les conmovía con las grandes transformaciones que precisa el país, se exaltaba su obligación de destruir a la oligarquía. se les habla de patria, no de partido; de pueblo, no de aprismo. Los líderes apristas sabían, sin duda alguna, manipular las fibras más sensibles del soldado (Villanueva 1973b: 228-229).
Gustavo Valcárcel sostiene en su testimonio que en determinados casos los altos oficiales actuaban motivados por consideraciones más pragmáticas que altruistas:
sabíamos que para la toma del Poder era importante la conquista o la división de las Fuerzas Armadas y para llegar a esto el camino era múltiple.
Desde dentro, desde fuera, a tres manos: en realidad, había muchas formas de influenciar y acercarse a los militares. Pero así como nosotros nos acercábamos ellos también se acercaban, lo cual facilitaba la tarea, porque sabían que el Apra era un Partido que podía ofrecerles garantías de todo tipo. sé y he visto a jefes militares pedir garantías económicas para su familia en caso de ser —ellos— desaparecidos. Para estos jefes militares el Apra era un seguro de vida. Esta ayuda consistía en 100 mil soles como mínimo y llegaba hasta 800 mil soles, todo dependía del grado e influencia militar. Me consta que algunos militares de gran prestigio “aumentaron su cuota de sacrificio”, para tener más status económico. El Apra para poder cumplir nos mandaba comprometer a los amigos, generalmente los capitalistas, para que nos entreguen alguna “ayudita económica” para las insurrecciones que después Haya traicionaba. La única respuesta de los capitalistas respecto a la “ayudita económica” era una risa sardónica y la siguiente frase que se me clavó como clavo encendido en la memoria: “Algún día Haya tendrá que pagarnos todo esto’. Y tú ves, al final fue así: Haya tuvo que pagar los favores, como en el vals. El Partido (Haya) tanto pidió que al final terminó endeudándose a los capitalistas, y por otro lado, enriqueciendo a los militares que habían encontrado, de esta forma, la mejor manera de hacerse pasar por “revolucionarios”. Y a ellos sí Haya les creía. Pero a las bases [...] (Cristóbal 1985: 164-165).
si en la primera etapa se promovía alzamientos de militares en colaboración con milicianos del partido, luego se prefirieron los levantamientos exclusivamente militares, debido a la preocupación que provocaban las bases apristas radicalizadas que, convencidas del carácter revolucionario del partido, estaban decididas a ir más allá de lo que la dirección del Apra podía consentir.
Hacia el término de la segunda Guerra Mundial, la coyuntura empujaba hacia la democratización en América Latina. Luego de once años de clandestinidad, el Apra tuvo la oportunidad de volver a la legalidad. Haya de la Torre no podía ser candidato debido al veto militar y apoyó a un candidato independiente. El Apra llevó a la presidencia a José Luis Bustamante y Rivero con sus votos en 1945 y logró el control del Parlamento. Consiguió después contar con tres ministros apristas en el Gabinete y ejerció un efectivo cogobierno. se dio una amplia ley de amnistía y el partido empezó a disfrutar de las ventajas de estar en el poder:
[...] la Casa del Pueblo, local político del partido aprista, empezaba a llenarse de uniformes militares. Nunca se pensó que Haya de la Torre tuviera tantos generales que habían estudiado con él en el seminario de Trujillo, ni la cantidad de coroneles que fueron sus amigos en Europa, ni la de tantos otros oficiales que “siempre” simpatizaron con el aprismo. se inició la luna de miel entre
apristas y militares. olvidada quedó la masacre de Trujillo, echado al olvido el antiguo antimilitarismo de Haya [...] El partido, después de veinticinco años de lucha llegaba al poder reconciliándose con sus antiguos adversarios. Poco había de durar el maridaje con el sector castrense (Villanueva 1973b: 248)56 .
A partir de la insurrección aprista de Trujillo de julio de 1932 el Apra y el ejército desarrollaron una relación de amor-odio marcada por un profundo resentimiento de los militares que la oligarquía se encargaba de cultivar. Este resentimiento no dejaba de incorporar una secreta admiración por el enemigo: «El soldado de oficio no deja de admirar en su fuero interno el espíritu de sacrificio, la disciplina y cohesión, el sentido de organización que animaban a las antiguas masas apristas, “virtudes militares” todas ellas, calificadas como producto del fanatismo aprista que los militares censuran en el Apra considerándola una organización vertical y autoritaria, sin poner mientes en que su propia institución es igualmente autoritaria y vertical» (Villanueva 1973b: 214).
La infiltración aprista en los cuarteles relajó la disciplina militar y provocó la ruptura de la estructura jerárquica de comando. Produjo en reciprocidad el mismo efecto en las estructuras partidarias del Apra, lo que culminó con la sublevación de las bases apristas radicalizadas contra los dirigentes de su partido, el 3 de octubre de 1948. El fracaso de esta sublevación cerró el ciclo de las conspiraciones promovidas por Haya de la Torre. El saldo de este complejo proceso de mutuas influencias tendría una gran importancia para el derrotero que seguiría algunas décadas después la sociedad peruana:
[...] si la infiltración aprista en los cuarteles fracasó en el ámbito golpista, tuvo éxito como irónica contrapartida en el campo ideológico. Las ideas elaboradas por el Apra en su época inicial, sus concepciones reformistas demagógicamente calificadas de revolucionarias, su anti-imperialismo primigenio, penetraron en la mente militar, precisamente en el momento en que tales ideas son abandonadas por el Apra que se entrega al servicio de la clase dominante (Villanueva 1973b: 230).
La interactuación entre institutos militares y el Apra, las dos instituciones que más contribuyeron a modelar el sistema político peruano del siglo XX, sentaría las bases para esa gran paradoja de la historia política peruana que se produjo a mediados del siglo pasado: que quienes por su pasado estaban destinados a enterrar
56 Varios de los cuadros apristas que rompieron con el partido tras la insurrección del 3 de octubre de 1948, lo señalan como causa de la derrota el acomodamiento de los dirigentes en posiciones de poder, que los volvió crecientemente hostiles con relación a las tradiciones insurreccionales del partido.
a la oligarquía terminaran convirtiéndose en sus aliados, prolongándole la vida, y que los llamados a defenderla terminaran haciendo esa revolución antioligárquica que virtualmente toda la sociedad peruana demandaba.
Posiblemente, Armando Villanueva del Campo sea uno de los pocos líderes históricos del Apra que ha reflexionado sobre el porqué de las reiteradas derrotas militares de su partido. A la luz de la experiencia revolucionaria latinoamericana, posterior al triunfo de la revolución cubana, Villanueva atribuye dichas derrotas a no haber prestado atención al campo y a dedicarse a los complots urbanos, bajo la influencia ideológica de Curzio Malaparte:
Todas nuestras revoluciones se propusieron la captura de ciudades: Trujillo, Huaraz, Cajamarca. En el año 34, Lima, Palacio de Gobierno, Huancavelica, Ayacucho, Huancayo y otra vez Cajamarca. La metodología que preponderó en quienes dirigían nuestras revoluciones era la de un libro que causó mucho daño, que se llama “Técnica del golpe de Estado” del italiano Curzio Malaparte, que se publicó en Argentina en los años treinta [...]
No lo censuro porque fue producto de su tiempo, pero ocurrían cosas graciosas [...] En el drama hay un poco de comedia. Conocí a Malaparte en el destierro, allá por 1954 durante un congreso de periodistas en santiago de Chile. Lo invitó a almorzar Manuel seoane. Yo le dije: “Usted nos hizo un gran daño. su técnica del golpe de Estado ha sido un desastre aplicada al Perú”. Me contestó: “La culpa no es mía sino de ustedes, que no aplicaron el Espacio Tiempo Histórico [...]” (V del C 2004: 28-30, 322).
Tal vez el dirigente que más pronto formuló objeciones abiertas a la tradición insurreccional del aprismo fue Luis Alberto sánchez. En una carta dirigida a Haya de la Torre el 22 de diciembre de 1939, sánchez fue categórico en su rechazo a la posibilidad de una aventura insurreccional, ya fuera realizada por el partido o por militares cercanos al Apra. sánchez sostenía que los apristas debieran resignarse a reorganizarse y «desestimar por lo menos por un tiempo toda tentación de insurrección, sobre todo, de tipo militar. salvo que se presenten circunstancias extraordinarias, ellas serán nuevos motivos de desencanto. Los cc. sonríen irónicamente cuando se alude a una posible revuelta militar para nosotros» (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 391). Aparentemente, su posición era acorde con una directiva partidaria en marcha: «La Nota Reservada ha caído por eso también con felicidad en lo tocante al punto insurreccional, al declarar que el partido sabe de conatos de ciertos jefes, pero que declina pronunciarse sobre su éxito» (1982: vol. 1, 391).
Haya de la Torre no compartía este punto de vista y a lo largo de la década del cuarenta continuó alentando la organización de fuerzas militares al interior