10 minute read

Haya de la Torre y la oligarquía

Next Article
bibliografía

bibliografía

la alianza del aPra con la oligarquía

Haya de la torre y la oligarquía

Advertisement

La alianza que el Apra realizó con los representantes de la oligarquía a mediados de los cincuenta constituyó un sorprendente viraje y un radical cambio de ubicación en el espectro político peruano. supuso, asimismo, un cambio de frente fundamental en la concepción de Haya de la Torre sobre el Perú, sus problemas y la forma de encararlos.

En los textos fundacionales del Apra la oligarquía es señalada, junto con su socio el imperialismo, como una enemiga fundamental del pueblo peruano y una traba decisiva para cualquier intento de construir un orden justo, moderno y democrático. En El antimperialismo y el Apra Haya de la Torre sostiene que la condición del triunfo revolucionario contra el imperialismo —yanqui, según lo precisa el mismo Haya— tiene como condición la unidad de los pueblos de América Latina, la lucha contra «las clases gobernantes» y la toma del poder por los trabajadores:

[...] el Estado, instrumento de opresión de una clase sobre otra, deviene arma de nuestras clases gobernantes nacionales y arma del imperialismo, para explotar a nuestras clases productoras y mantener divididos a nuestros pueblos. Consecuentemente, la lucha contra nuestras clases gobernantes es indispensable; el poder político debe ser capturado por los productores; la producción debe socializarse y América Latina debe constituir una Federación de Estados (VRHT 1936: 37).

A inicios de los años cuarenta, cuando gobernaba Manuel Prado Ugarteche en su primer periodo y el Apra estaba en la clandestinidad, la posición del partido sobre el imperialismo había cambiado, pero Haya de la Torre seguía considerando a la oligarquía como su enemigo irreconciliable. Este sentimiento

era ampliamente correspondido: «Ellos no nos perdonarán nunca», le escribía a Luis Alberto sánchez, en una carta enviada el 29 de marzo de 1943:

su instinto más que conciencia, de casta, más que de clase, es la más acusada característica de la oligarquía [...] Así como los franquistas no perdonarán nunca a los republicanos el haber triunfado como han triunfado, llevando sobre la frente el estigma de su barbarie y de su traición, éstos, aun en el poder —Benavides fue también así—, no nos perdonan que estén donde están sin que el poder deje de ser para ellos como una picota. De allí que su odio sea incontenible v aunque jesuitamente disimulado en algunos, en ninguno puede contenerse (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 423).

El odio de la oligarquía hacia el Apra se basaba en su convicción de que eran comunistas. Aunque una y otra vez Haya rechazó esta acusación y, por el contrario, acusaba al comunismo como su enemigo principal, el hecho de que se definiera al Apra como un movimiento marxista, y que en su programa figuraran la nacionalización de tierras e industrias y la reforma agraria, era suficiente para que los sectores oligárquicos lo vieran como una amenaza. Por otra parte, la prensa enemiga del partido, en especial «El Comercio», con el que existía una enemistad histórica, se encargaban de presentarlo como comunista, propaganda que prendía en los sectores populares y, aún más importante, entre los militares1 . Esto, paradójicamente, brindó a los apristas algunas ventajas impensadas durante la segunda Guerra Mundial, cuando terminaron cosechando el prestigio ganado por el Ejército Rojo en los campos de batalla de Europa:

Tú creías [escribía Haya a Luis Alberto sánchez, en marzo de 1943], según recuerdo, que con los triunfos rusos aumentaría aquí el Comunismo, y este error, entre muchos, indica cuán lejos estás de darte cuenta de nuestro clima político. Aquí, por obra de la propaganda civilista, la izquierda somos nosotros y el Comunismo somos nosotros, aun ante los ojos de las grandes masas. Los triunfos rusos solo nos benefician a nosotros. Diez años de campaña periodística oficial nos ha identificado ante el país con los “rojos”, con los “marxistas”. Curioso es, y ese ha sido el efecto que al producirse la bonanza bélica en Rusia hasta los militares se inclinaran hacia nosotros. No hacia el Comunismo sin cabezas, sin moral y sin masa. En el sur, justamente ayudado por el curso de la Guerra, es el Aprismo el que se ha robustecido hasta alcanzar una organización admirable (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 426).

1 La importancia de esta propaganda sobre los miembros de la fuerza armada ha sido penetrantemente analizada por el mayor Víctor Villanueva, quien insiste en la importancia de los factores psicológicos en la animadversión histórica de los militares contra el Apra, que cerró por décadas a Haya el camino hacia el poder. Véase especialmente Villanueva 1975: 25-37.

Para fines de 1943 la coyuntura política en el Perú iba siendo crecientemente marcada por las elecciones generales que debían realizarse a inicios de 1945. Los distintos movimientos políticos empezaban a hacer sondeos y Luis Alberto sánchez, en una carta fechada el 14 de noviembre, recogía críticas contra Haya —que circulaban dentro y fuera del Apra— por bloquear las negociaciones al no aceptar otro candidato que no fuera él mismo: «se deja entrever la creciente creencia de que hay alguien —tú— que no tolera ningún candidato. Esta impresión la hay también en otros círculos, inclusive gobierno y partido» (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 444-445).

La situación cambió en 1945, cuando terminaba el primer gobierno de Prado y se tenía que organizar la sucesión presidencial. Haya deseaba ser candidato, y hasta impulsó una intentona revolucionaria en la base naval de Ancón para conseguir la postergación de las elecciones y crear las condiciones para su candidatura (V del C 1973b: 246-247). sin embargo, la férrea oposición del Ejército seguía cerrándole las puertas a la presidencia. Todos reconocían que no habría una salida estable si no se incorporaba de alguna manera al Apra al sistema político, lo cual suponía levantar su proscripción y permitir que saliera de la clandestinidad. Fue así que se lanzó la candidatura de José Luis Bustamante y Rivero, quien presidía el Frente Democrático Nacional. El 15 de mayo el Jurado Nacional de Elecciones aceptó la inscripción electoral del Apra bajo el nombre de Partido del Pueblo, y este convocó a un mitin para una semana después. Existía una gran expectativa por saber qué diría Haya de la Torre, luego de trece años de persecución y clandestinidad.

Haya pronunció su esperado discurso ante una gran multitud el 20 de mayo en la Plaza san Martín, desde un balcón cercano al Club Nacional, donde lo escuchaban atentamente los representantes de la oligarquía contra la cual había insurgido el Apra dos décadas atrás. Fue a ellos que dirigió su mensaje central: «No deseamos quitar la riqueza a los que la tienen sino crearla para quienes no la tienen».

Esta declaración representaba la renuncia a la reforma agraria y a la nacionalización de tierras e industrias, las reformas fundamentales que había propuesto el Apra2. Esta línea se mantendría invariable en adelante.

A pesar de eso, en 1956, en vísperas de su alianza con la oligarquía, en su libro Treinta años de aprismo, Haya afirmaba imperturbable: «A lo largo de 25 años, el movimiento aprista ha debido arrostrar a tres poderosos adversarios: el feudalismo plutocrático en el campo nacional y el imperialismo y el comunismo en el internacional; en el Perú, la amalgama de los tres ha formado un empedernido frente reaccionario

2 Dos años antes, en una carta enviada a Luis Alberto sánchez, Haya sostenía aún la necesidad de «cambiar la organización feudal social y política del país» (VRHT y LAs 1982: vol. 1, 428).

contra el cual los apristas hemos luchado y luchamos» (VRHT 1956: 20). El comunismo, que no era considerado su enemigo hasta los años cuarenta3, se convertiría en adelante en su único adversario, mientras que la actitud beligerante contra el imperialismo y «el feudalismo plutocrático» cedería el paso a la alianza con ambos.

Haya subraya en Treinta años de aprismo que nunca fue adversario de los Estados Unidos, «sino del imperialismo político norteamericano» (VRHT 1956: 191). Era necesario conciliar el discurso radical de otros tiempos con la política de componendas de los años cincuenta y lo hizo sosteniendo que en los Estados Unidos existían «dos fuertes y prolongadas corrientes de opinión pública: la de los imperialistas y la de los antimperialistas4 […] Fue esta tendencia antimperialista del Partido Demócrata la triunfante desde 1932 con la elección del insigne presidente Franklin D. Roosevelt, el leal “buen vecino” de Indoamérica» (VRHT 1956: 42; el énfasis es original del autor). Como vimos, este afortunado viraje de los EE.UU. le permitió abandonar las tesis antiimperialistas originarias y reemplazarlas por el «interamericanismo democrático sin imperio».

Haya planteaba distinguir el imperialismo económico del imperialismo político. Este último quedaba superado gracias al triunfo de la corriente «antiimperialista» en el gobierno norteamericano —a partir de la elección de F. D. Roosevelt—. Mientras tanto, el primero era necesario para nuestro desarrollo:

Nuestro caso es […] el de una zona económica infra-desarrollada que debe industrializarse para progresar y cuya industrialización depende del sistema capitalista cuyo desplazamiento hacia los países industrializados tiene el carácter de imperialismo. Por consecuencia —escribí en mi libro de 1928 [se refiere a El antimperialismo y el Apra, N.M.]—: La lucha contra el imperialismo en Indoamérica […] es, ante todo, una lucha política, económica […] Y el antimperialismo es ante todo un gran impulso constructivo (VRHT 1956: 56-57; las cursivas son originales del autor).

La lucha contra el feudalismo ya no era más, para el Haya de los años cincuenta, parte del enfrentamiento a muerte contra el imperialismo, como lo planteaba El antimperialismo y el Apra. Más bien el imperialismo era ahora una fuerza antifeudal que se debería apoyar y cultivar:

“El contenido de la lucha antimperialista en Indoamérica es anti-feudal”, según queda dicho. Pero la desfeudalización de nuestros países lleva implícita su industrialización […] Ahora bien, si desfeudalizar significa progresar, y si

3 A la Unión soviética le dedica párrafos cargados de esperanza en El antimperialismo y el Apra (1936). 4 Haya identifica la primera con el Partido Republicano y la segunda con William J. Bryan, cuatro veces candidato derrotado del Partido Demócrata a la presidencia, a fines del siglo XIX (VRHT 1956).

la etapa económica subsiguiente de la feudal es la industrialización, y si ésta solo puede cumplirse en Indoamérica dentro del sistema capitalista, o imperialista, es inobjetable una deducción obvia: el imperialismo es un fenómeno económico de acción ambivalente; comporta peligro pero también trae progreso para los países de economía retardada. Así se explica que el antimperialismo sea para el Apra “un gran impulso constructivo”; es decir, no un simplismo demagógico, nihilista, que pretende una falaz liberación económica de nuestros pueblos retrogradándolos a la primitividad, sino que aboga por su industrialización civilizadora (VRHT 1956: 59-60; las cursivas son originales del autor).

En relación a la «feudalidad» —la categoría usada también en Treinta años de aprismo—, Haya pone el acento unilateralmente en la fragmentación política que esta propicia y no aborda la significación del régimen de producción que sostiene al gamonalismo, basado en la servidumbre de la población indígena, como lo ilustra con esta cita que él mismo toma de El antimperialismo y el Apra:

resultado paradojal de la Revolución emancipadora indoamericana fueron sus regímenes políticos nominalmente democráticos —correspondientes a una etapa económico-social posterior, burguesa o capitalista— en contradicción con la organización feudal de la producción imperante en nuestros pueblos. Porque la Independencia no destruyó el latifundio; lo afirmó […] No obstante el grito inicial de emancipación, la esclavitud del indio continúa. El aislamiento, caro al terrateniente —única clase triunfante de la Revolución de la Independencia— determina la división y la subdivisión de los antiguos virreinatos españoles en muchas repúblicas. Todo esto sucede porque las bases económicas sobre las que descansa la sociedad son feudales (VRHT 1956: 62-63; las cursivas son originales del autor).

De este análisis no se desprende ninguna tarea para combatir al gamonalismo y «el anti-feudalismo aprista» —ese es el título del capítulo de Treinta años de aprismo que aborda el tema— termina limitado a vagas proclamas sobre la unidad de América Latina, condición para construir «el interamericanismo democrático sin imperio». Esta deliberada imprecisión ideológica serviría al Apra como coartada para aliarse con la oligarquía.

Treinta años de aprismo fue publicado en México en 1956 y luego sufrió el mismo destino que El antimperialismo y el Apra, publicado en santiago de Chile en 1936. Haya se opuso permanentemente a la reedición de ambos libros y solo autorizó su edición —las primeras desde su edición original— recién durante la década del setenta, obligado porque la revolución militar de Juan Velasco Alvarado venía realizando las reformas que el Apra ofreció y había ido abandonando a lo largo de su azarosa historia.

This article is from: