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El viraje
Como se ha señalado, es un hecho que cuando llegó al poder, Prado optó por la política de borrón y cuenta nueva, en relación con las numerosas acusaciones que existían contra odría y sus secuaces. En esta política fue secundado activamente por el Apra y por los amigos del partido que habían llegado al Parlamento con su apoyo, a pesar de que durante los ocho años anteriores sus militantes fueron las principales víctimas de la represión odriísta, que encarceló, masacró, torturó, desterró y asesinó a los apristas1 .
el viraje
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La alianza del Apra con la oligarquía provocó la indignación de muchos militantes y la salida de un nuevo contingente de apristas, que abandonaron el partido denunciando la claudicación que representaba este acuerdo. sin embargo, el grueso de la militancia aprista aceptó las explicaciones de la dirección, que justificaba estos virajes como una necesidad dictada por la táctica política. Buena parte de las bases populares del Apra habían sido captadas por el lenguaje radical, antioligárquico y antiimperialista de una organización que prometía la revolución. Ricardo Tello, un militante captado a inicios de los cuarenta, narra una historia que coincide con la de miles de apristas que se incorporaron al partido y por él, y por lo que representaba «la causa», soportaron la clandestinidad y sus sufrimientos:
Yo era obrero de una fábrica de madera aquí en Lima, había un compañero aprista que siempre me llevaba La Tribuna y volantes del Partido. Como yo era muy pobre, el periódico me lo obsequiaba. Era el año 40. De esa forma él comenzó a hacer captación conmigo. Lentamente me fue captando. A mí me impactaban grandemente las Tribunas pues hacía críticas bien fuertes al gobierno de Prado, que era el gobierno de los ricos. El lenguaje era entendible. Hablaba de la miseria, de la explotación, de las dictaduras, de las traiciones contra los trabajadores y el pueblo en general. Como era joven me sentí ganado por ese deseo de hacer justicia. Y eso me da razón y claridad para pelear por la revolución social (Cristóbal 1985: 42-43).
Los militantes de base albergaban la ardiente ilusión de que una vez que el partido estuviera en el poder realizaría las transformaciones revolucionarias por
1 Lo que no impedía que Haya, al declarar a una revista aprista sobre los problemas del Perú durante la convivencia, se quejara de: «El descenso, en ciertas clases, de sus normas de moralidad, una desaprensión peligrosa que se refleja, por ejemplo, en la falta de reacción ante las grandes inmoralidades administrativas cometidas bajo la dictadura». Pero se congratulaba de la honradez del pueblo: «lo que hay de auténtico en el pueblo, su sentido de justicia, su honradez, su espíritu de sacrificio, se ha salvado y esa es la esperanza que nos queda» (Presente 1958).
las cuales ellos habían sacrificado tanto. Los sostenía la fe, posiblemente tanto como el temor de que todos los sacrificios que habían realizado hubieran sido en vano.
La alianza con Prado —y, peor aún, la que se hizo con el general Manuel A. odría en 1963—, debió exceder la capacidad de comprensión de muchos apristas. En este caso, el nuevo socio político no solo era un representante de la oligarquía, contra la que se suponía luchaba el partido, sino que se trataba del tirano que pocos años antes había sido el verdugo de los apristas. La represión que sufrieron durante el primer gobierno de Prado había sido también despiadada.
Aceptar una decisión de esta naturaleza demandaba un juego de racionalizaciones que están más allá de la fría razón. En estas jugó un papel muy importante la religiosidad asociada a la vivencia del aprismo popular (Vega-Centeno 1991).
A pesar de la inmensa fe profesada por los apristas, fue necesario realizar un gran esfuerzo de racionalización para que semejante viraje ideológico fuera aceptado. Los artistas apristas se esforzaron por presentar la nueva línea como una decisión correcta, subrayando que estaba en juego la soberanía del partido, para adoptar la línea que aseguraría la felicidad de los peruanos, como lo plantea la marcha «Convivencia», de otoniel Díaz Barraza:
Convivencia, convivencia convivencia soberana es el grito que lanzamos fuerte al aire los peruanos. Convivencia, convivencia soberana ley humana democracia también, también también libertad. Convivencia la palabra que unifica corazones rompe negras tradiciones mezquindades y pasiones Es el lema inmaculado de un partido soberano que señala a los peruanos ¡Igualdad!2
Hernando Aguirre Gamio, uno de los jóvenes apristas que abandonaron el partido, llama la atención sobre el hecho de que hasta entonces nunca la
2 Cancionero popular aprista. Citado por Vega-Centeno (1985: 79).
dirección del Apra había dado, en su política de alianzas, el apoyo abierto a una candidatura de la oligarquía: «En 1956 lo hizo sucesivamente con Lavalle y Prado. Confirmó así la liquidación histórica del aprismo, es decir como instrumento de transformación nacional» (Aguirre Gamio 1974: 29).
François Bourricaud analiza agudamente los problemas que se planteaban para el Apra en el «nuevo registro» en que debía moverse después de que en 1956 se incorporó a la legalidad a través de su alianza con la oligarquía:
Hasta aquí hemos reconocido dos estilos apristas; un estilo heroico de movimiento, que corresponde al avance de los años 1930-33, y un estilo estoico de resistencia, de defensa de las posiciones, que corresponde a los dos períodos de clandestinidad. Pero lo negativo de esos dos estilos se acumula, se torna terriblemente abrumador cuando a partir de 1956 Víctor Raúl debe tocar en otro registro y ejercitarse en lo que llamaré estilo de maniobras. En efecto, en lo sucesivo el Apra goza de un “reconocimiento”, que no le será retirado, o por lo menos que no le será ya francamente discutido. Por lo demás, el partido no se ve ya implicado en ninguna acción violenta [...] Pero no basta que los apristas tomen y den todas las garantías para asegurarse la victoria: antes deben ganar la elección. El partido, seguro desde 1931 de identificarse con las “mayorías nacionales”, no parece preocuparse mucho al principio por esa condición. sin embargo, se aplica a ampliar su influencia, a tomar contactos que le aseguren el apoyo de sectores “independientes”. Pero la “leyenda negra” que incansablemente ha ido tejiéndose en torno del Apra y de su jefe —las acusaciones de terrorismo, de totalitarismo, las maledicencias o calumnias de que Víctor Raúl es regularmente víctima— no puede dejar de reducir la eficacia de este intento (Bourricaud 1989: 206).
La «leyenda negra» y «las maledicencias o calumnias» contra Haya existieron desde los inicios del Apra, pero no mellaron significativamente su imagen, ni la del partido. Es más, al reforzar la imagen de un Haya víctima de una sañuda persecución, estas “calumnias” pudieron ser capitalizadas políticamente. De allí la orgullosa consigna: «A más calumnias, más aprismo». El fracaso en la conquista de nuevos electores luego de 1956 debería explicarse, más que como resultado de las habladurías, como una reacción de los votantes al viraje programático del Apra consagrado en su alianza con la oligarquía. Esto fue facilitado debido a que, a diferencia de lo que acontecía durante las épocas anteriores, el partido de Haya ya no corría solo: el electorado al que había cortejado tradicionalmente —las clases medias— tenía ahora múltiples alternativas programáticas para canalizar su demanda de transformaciones sociales, desde las prudentes reformas hasta los programas revolucionarios. Basta mencionar a Acción Popular, la Democracia Cristiana y el Movimiento social Progresista, solo para citar a
aquellos que más influencia ejercieron en el periodo, para ver hasta qué punto los márgenes de los cuales había dispuesto Haya para maniobrar, y operar sus acrobacias programáticas, se habían reducido radicalmente. Y en los sesenta se añadiría la oferta de los partidos de izquierda revolucionaria que reivindicaban la tradición insurreccional que el Apra había dejado atrás. El resultado fue que, en las elecciones de 1962, Haya no logró alcanzar ni siquiera el tercio electoral que requería para ser proclamado presidente —ganó a Belaunde por apenas trece mil votos, sobre un total de cerca de dos millones de electores—, y fue derrotado sin atenuantes por Belaunde —a quien Bourricaud incluye entre los «recién llegados»—, un año después.
En un sentido, Haya no había cambiado en un punto: en su concepción de cómo hacer los cambios que el Perú necesitaba. En la carta enviada en febrero de 1930 a la célula de militantes del Cusco, les explicaba cómo se debía hacer la revolución, desde arriba, desde el Estado: «Táctica y estrategia primero, para conseguir el poder, después para mantener la revolución en el poder y hacer la revolución desde el poder» (VRHT 1976-1977: vol. 5, 261).
Manuel seoane, la cabeza visible de la posición que cuestionó el entreguismo de la dirección partidaria hasta la reunión de Montevideo de julio de 1954, tuvo que pasar por las horcas caudinas y fue el encargado de consagrar el viraje partidario en el III Congreso del PAP, en 1957. En su rol de presidente de la Comisión Política, leyó un informe que justificaba la alianza con los grupos agroexportadores a los cuales representaba el gobierno de Manuel Prado. según seoane, los agroexportadores empezaban a invertir en la industria «los rebases de las utilidades agrícolas». Eran nuevos capitalistas que aún conservaban su perfil oligárquico, pero estaban en un proceso que los convertiría en burgueses de pleno derecho: «Tienen un pie en el potrero y otro pie en la fábrica. Todavía les gusta blandir el látigo para pagar al cholo bajos salarios pero, por otro lado, ya conocen que hay que invertir gruesas cantidades en máquinas costosas y que, para manejarlas, hay que confiar en obreros bien pagados y cultos. Por consiguiente, se está operando una revolución, a la cual nosotros no debemos ser indiferentes» (seoane 2003: 480). El resultado de este proceso sería la constitución de una clase capitalista nacional, la liquidación de la feudalidad y la emancipación del país de la dominación imperialista; la realización de los objetivos históricos del partido:
Los intereses industriales locales comienzan a enfrentarse a la alianza del capital imperialista y el feudal [...] El acrecentamiento del mercado del capitalismo nacional es, por lo tanto, un factor “sine qua non” del triunfo de las fuerzas nacionalistas sobre el imperialismo por un lado y de su aliado, el feudalismo, por el otro [...] Apoyando los intereses del capitalismo nacional y orientándolos hacia la integración internacional indoamericana,
se promueve el primigenio ideal aprista de la integración indoamericana, se desfeudaliza la región, se le resta fuerza al imperialismo, se eleva la tasa de formación de capitales [...] y, finalmente, se acrecienta el nivel de vida de la población (seoane 2003: 482-483).
No hubo tal clase capitalista nacional y las reformas antiimperialistas desarrolladas por el régimen militar de Juan Velasco Alvarado, a partir de 1968, lo convirtieron en la «bestia negra» de aquellos que seoane caracterizaba como capitalistas que empezaban a enfrentarse con el imperialismo. seoane justificó también el viraje aprista recurriendo a la revolución científico tecnológica desencadenada por el descubrimiento de la energía atómica, que, según él, pronto haría innecesaria esa revolución social para cuya realización se había formado el Apra:
Dentro de unos años [...] la luz puede ser gratis, por ejemplo. Una pila pequeña de energía atómica podrá iluminar una ciudad de 200.000 habitantes durante 10 años [...] La nueva cantidad de energía, y los avances científicos van a transformar las relaciones sociales [...] sobre estas bases nuevas, sobre esta posibilidad de crear riquezas mayores, se viene a cumplir la profecía que Víctor Raúl lanzó en 1945: No se trata de quitar la riqueza a quien la tiene, sino de crearla para quien no la tiene. sobre estos lineamientos [...] entrevemos la posibilidad de incorporar nuevas técnicas científicas que eliminen los caminos riesgosos de la lucha mezquina por la pobre riqueza creada hasta hoy (seoane 2003: 483-484).
Las grandes transformaciones —en la naturaleza de la oligarquía y en la ciencia y la tecnología, que seoane proclamaba— representaban para él la justificación final de la alianza con Manuel Prado: «[Queremos] decirle al capitalismo nacional: Hay posibilidades de crear un país distinto en la medida en que ustedes colaboren a que la democracia abra los caminos de la ciencia [...] Para todo esto invitamos al capitalismo nacional. ¡Esas son las bases económicas que explican la convivencia y que nos pueden dar personalidad y frutos positivos y constructores!» (seoane 2003: 484-485).
El Manuel seoane de 1957 había renunciado completamente a sus posiciones radicales de 1954 y se había alineado incondicionalmente con Haya de la Torre; sus planteamientos son simples glosas a las nuevas posiciones que ahora sostenía el jefe del aprismo, como aparecen expresadas en Mensaje de Europa Nórdica, donde Haya anuncia que la revolución tecnológica sustituirá a la revolución social y que la revolución de los técnicos y no la de los explotados redimirá a la humanidad. En 1960 Haya decía sobre el mismo tema: «La sociedad sin clase tampoco será el desenlace precedido de su odiosa lucha sino la imposición
pacífica de la incruenta revolución que conducen sabios, tecnólogos expertos, los cuales cada vez más serán legión».
Para el III Congreso Nacional del PAP ya nada quedaba de las críticas formuladas tres años atrás por seoane y Barrios a Haya de la Torre en Montevideo, cuando le enrostraron haber renunciado al horizonte socialista y declarar a la revista Life que el capitalismo ofrecía la solución más segura a los problemas del Perú.
Tras la rendición de seoane, los elementos radicales del partido quedaron sin juego: renunciaron unos, fueron expulsados otros, trataron de coordinar, no siempre con fortuna, otros más, intentando generar nuevas alternativas políticas. Manuel seoane fue nombrado poco después embajador del régimen pradista en Holanda y Luis Barrios partió como embajador a Costa Rica; era una opción inteligente enviarlos a un exilio dorado mientras se hacía la purga destinada a liquidar lo que quedaba de influencia radical en el Apra. seoane fue reclutado luego como funcionario de la organización de Estados Americanos, actuando como embajador itinerante de la Alianza para el Progreso, la iniciativa lanzada por los EE.UU. en 1961 para tratar de contrarrestar la influencia de la revolución cubana en América Latina. Aunque durante la crisis política de 1962 se mostró partidario de una alianza con Fernando Belaunde Terry —en contradicción con Haya de la Torre, que promovió la alianza con la oligarquía— se cuidó de volver a enfrentarse con el «jefe». Rechazó formar parte de la plancha presidencial aprista en 1963 y se apartó silenciosamente de la actividad partidaria. Murió un año después en Washington, de un ataque al corazón. Luis Alberto sánchez, que durante la década anterior había sido su gran adversario, pidiendo en múltiples ocasiones a Haya sanciones contra el «Cachorro», lloró su muerte. Había habido un cierto acercamiento a raíz de que, a la muerte de la hija de seoane, Nora seoane, sánchez le escribió dándole el pésame. «Manolo había aceptado [dice sánchez], desde hacía un año, la embajada del Perú en Holanda. su respuesta reanudó nuestra antigua fraternidad, muy mellada y casi rota por la interferencia mendaz de gentes ruines y ambiciosas que usaron la arrogancia congénita de Manolo como su propio cilicio y hasta para su hara-kiri» (LAs 1987: 84). En su testimonio sánchez consignó un balance de lo que había sido su amistad:
Con Manolo habíamos compartido tantos días, tantas aventuras, habíamos cooperado en empresas comunes como La Tribuna y la revista Ercilla; estuvimos presos juntos, discutimos y discrepamos tanto como coincidimos. Por eso, siempre que evoco la figura inolvidable del ‘cachorro’, maldigo al dictador Perón, que creó o acentuó las diferencias entre nosotros, que emborrachó de falaces ambiciones la mente de seoane, que le empujó a un extremismo inútil (LAs 1987: 190).
Manuel seoane no volvió a recuperar el sitial que había tenido en el Apra ni aún después de su muerte. Luis Barrios, ya apartado del Apra, llegaría a ser embajador del gobierno de Juan Velasco Alvarado en Venezuela. Ese fue el final de la disidencia aprista de Montevideo, de mediados de los años cincuenta.
Haya regresó al Perú en julio de 1957. En esta oportunidad se produjo su reconciliación con Eudocio Ravines, gracias a su compartido anticomunismo. Ravines le hizo un reportaje que salió publicado en la revista Vanguardia. A la pregunta sobre la posición del Apra frente a Prado, Haya respondió: «el Presidente es un hombre comprensivo, deseoso de mantener el régimen de libertad de que disfrutamos y de emprender obras de beneficio general. Es necesario una política sindical sagaz que nos lleve al entendimiento entre empresarios y trabajadores, dentro de la mejor armonía y del mutuo respeto de los intereses de unos y otros» (Vanguardia 1957: 15-18).
En un discurso pronunciado en la plaza san Martín, a su retorno a Lima, el 25 de julio de 1957, Haya ratificó su respaldo a la colaboración con Prado: «El único precio de esta convivencia es que nosotros no perdamos nuestra misión y nuestra función de convivientes activos. Vamos a convivir pero cooperando, ayudando, demandando planes y presentando planes» (VRHT 1976-1977: vol. 1, 362). Un año después, Ramiro Prialé reafirmaba el afecto del partido por Manuel Prado: «tengo la evidencia de que él está animado siempre de un propósito patriótico, que quisiera que su gobierno haga realmente historia [...] Hay que reconocerlo y cuando tomamos en cuenta el acierto de los ministros, debemos también considerar la sagacidad y sensibilidad política del Primer Mandatario» (Prialé 1960: 78).
El Apra trataba de ser aceptado como un socio confiable por sus antiguos enemigos. Trató de dar satisfacciones públicas a algunas instituciones con las cuales tuvo enfrentamientos durante su etapa juvenil. Es el caso de la Iglesia, contra la que Haya de la Torre organizó en 1923 el acto público que lo lanzó como dirigente político y a la que, luego de renunciar a su aparatoso anticlericalismo, cortejó a lo largo de los años treinta, hasta el punto de declarar la neutralidad del aprismo con relación al enfrentamiento entre Francisco Franco y la República durante la Guerra Civil española (Davies 1989: 82). Al conmemorarse el 23 de mayo de 1958, el 50º aniversario de la movilización popular contra la consagración del Perú al Corazón de Jesús, el Apra realizó un acto público en el que Prialé se deshizo en excusas a la religión de todos los peruanos. La movilización de 1923 quedó reducida a «la gallarda insurgencia de estudiantes y obreros contra la dictadura de entonces, pero de ninguna manera rechazó ni agravió a la Religión ni a la Iglesia»3 .
3 Discurso del 23 de mayo de 1958, en conmemoración de la jornada de 1923 (Prialé 1960: 54).