![](https://static.isu.pub/fe/default-story-images/news.jpg?width=720&quality=85%2C50)
15 minute read
El fantasma de la revolución
mujer; sólo el general posa para el fotógrafo en compañía de su digna esposa, en su casa familiar de la calle Vargas Machuca (Bourricaud 1989: 321).
el fantasma de la revolución
Advertisement
El 1 de enero de 1959 triunfó la revolución cubana y bajo su estela surgieron durante los años siguientes guerrillas en varios países de América Latina. El Perú vivió una fugaz experiencia guerrillera en 1963, con el levantamiento del alférez Vallejos en Jauja, muerto el mismo día de su alzamiento10, y otras dos experiencias guerrilleras de mayor duración e impacto en 1965: la del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), que abrió frentes guerrilleros en la selva central y en la región amazónica cusqueña, en el sur; y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN), que operó en las provincias ayacuchanas de Cangallo y Víctor Fajardo.
La transformación del Apra, de enemiga a defensora de la oligarquía, le dio a esta una década más de vida. Asimismo, empujó a sectores de la clase media a un proceso de radicalización política, que en el límite, dieron lugar a la formación de nuevos partidos. A mediados de los sesenta, estas nuevas agrupaciones se preparaban ya a hacer la revolución por la vía armada. Esta situación, aunada al fracaso del reformismo de Acción Popular para hacer las reformas sociales y económicas que eran impostergables, allanó el camino al golpe militar del general Juan Velasco Alvarado, el 3 de octubre de 1968, que fue explícitamente justificado aludiendo a la incapacidad de los civiles para acabar con la oligarquía e impulsar el desarrollo nacional.
Hacia 1962, al finalizar el gobierno de Manuel Prado, la situación en América Latina era hondamente preocupante para el gobierno norteamericano. sorprende ver la atención con que era seguida la evolución de los acontecimientos en países que, como el Perú, habitualmente habían estado al margen de la atención de la gran potencia del norte. Los documentos desclasificados del gobierno de EE.UU., como los del Departamento de Estado, la CIA y el Departamento de Defensa, muestran que entre 1961 y 1963 era habitual que en las reuniones para evaluar la situación del Perú participara hasta el presidente Kennedy y sus asesores. La razón es simple: luego del fracaso de la invasión de Bahía de Cochinos, el enfrentamiento con Fidel Castro se había convertido para Kennedy en una obsesión y, al mismo tiempo que estaba en marcha la «operación Mangosta» —que combinaba el sabotaje económico contra Cuba, la quema de campos de caña, la infiltración de guerrilleros contrarrevolucionarios procedentes de Miami,
10 Mario Vargas Llosa ha tratado literariamente este alzamiento en Historia de Mayta (1984).
los intentos de asesinar a Castro, en cooperación con la Mafia—, era necesario prevenir la declarada intención del gobierno cubano de «exportar» su revolución hacia otros países latinoamericanos. Los acontecimientos internos del Perú se entretejían entonces con las vicisitudes de la Guerra Fría, redefiniéndose la naturaleza de los enfrentamientos locales, que para los estrategas norteamericanos terminaban insertándose dentro de un campo de fuerzas continental, donde se jugaba la correlación planetaria entre el «totalitarismo» y la «democracia».
Las elecciones generales de junio de 1962 constituían una especie de test para la relación entre las dos fuerzas que habían modelado la política peruana durante las tres décadas anteriores: el Apra y las Fuerzas Armadas. Un conjunto de comunicaciones cursadas por el secretario de Estado de los Estados Unidos, Dean Rusk, a la embajada norteamericana en el Perú, en torno a las elecciones, aporta información interesante para conocer los límites y posibilidades de la influencia que el gobierno norteamericano podía ejercer sobre las estructuras de poder en el Perú.
La embajada norteamericana temía que se produjera un golpe militar si triunfaba el Apra en las elecciones. En una reunión realizada en Washington entre el presidente Kennedy y el embajador norteamericano en el Perú, el señor Loeb, en marzo de 1962, este planteó que una victoria de Apra era posible y que «los militares peruanos habían afirmado que no aceptarían tal victoria y podrían intentar impedir que el Apra tomara el poder a través de la fuerza militar». No estaba en el interés de Estados Unidos tener un conflicto con las Fuerzas Armadas del Perú y Kennedy se mostró de acuerdo con que el embajador informara a los miembros del comando militar peruano que ellos apreciaban la tradicional amistad de las Fuerzas Armadas peruanas con los Estados Unidos y «respetaban su vigoroso y vigente anticomunismo». sin embargo, ellos tenían que entender que los Estados Unidos estaban comprometidos con su propio pueblo, y con el Congreso, a apoyar gobiernos constitucionales no comunistas en todo el hemisferio. Para Kennedy, el grado en que los EE.UU. podrían ser presionados en esas circunstancias dependería completamente de la discreción de su embajador. Le autorizó a ir tan lejos como para advertir a los militares peruanos que podría ser «imposible» reconocer un gobierno de facto o continuar su programa de ayuda con tal gobierno. Le autorizó también a hacer referencia al hecho de que había hablado de estos temas con el Presidente y los otros altos funcionarios del gobierno norteamericano (EE.UU.. Departamento de Estado 1962a).
El 25 de mayo la CIA puso en circulación un documento reservado que resumía su evaluación de la situación del Perú en vísperas de las elecciones (CIA 1962b)11 .
11 Las referencias que siguen provienen de esta fuente.
Este permite aproximarse a la apreciación que tenían los norteamericanos del Perú, así como a los objetivos políticos que se planteaban.
El documento comparaba a Haya de la Torre y el Apra, con Rómulo Betancourt y a Acción Democrática de Venezuela, respectivamente. Ambos políticos propugnaban reformas sociales fundamentales a través de la acción política, de acuerdo con la Alianza para el Progreso. El Apra era señalado como un adversario eficaz del comunismo y el castrismo en el campesinado, los trabajadores y estudiantes.
A Fernando Belaunde Terry la CIA lo consideraba un «atractivo oportunista político» que se declaraba también reformista, pero que había realizado su campaña presidencial de una manera calculada como para atraer el voto de todos los que odiaban y temían al Apra, incluyendo tanto a las clases privilegiadas, cuanto a los comunistas.
El Perú tenía abundantes recursos naturales y una tasa de crecimiento económico de aproximadamente 6% anual —el incremento anual de la población era la mitad de esta cifra—, pero los beneficios de la economía llegaban solo a las clases medias y altas. El ingreso nacional per cápita era de 445 dólares anuales, entre los más bajos del hemisferio; solamente superados por Haití, Bolivia y Paraguay. Aproximadamente el 76% del área cultivada del país era poseída por menos del 2% de los propietarios. Abrir la región oriental del país, la selva, para expandir la frontera agrícola requeriría cuantiosas inversiones para la colonización y la construcción de caminos.
A pesar de la firme resistencia de la oligarquía a los cambios, la estructura social y económica tradicional se estaba debilitando gradualmente. Había descontento entre los campesinos, que presionaban sobre las grandes haciendas. Campesinos hambrientos hacían esporádicamente incursiones sobre las propiedades privadas, en algunas oportunidades apoyados por comunistas que trabajaban entre ellos. Los campesinos sin tierras se estaban desplazando en gran número hacia los barrios pobres y miserables que rodeaban las ciudades costeras. Aproximadamente, la mitad del millón de habitantes de Lima vivían en barriadas y estas áreas se estaban convirtiendo en terreno fértil para la agitación contra el statu quo.
El Perú había sido regido por gobiernos autoritarios que generalmente solo podían ser desplazados por la fuerza; los cambios políticos que habían ocurrido dentro de la oligarquía dirigente habían sido precipitados por los militares, normalmente sin mayores disturbios civiles. Los períodos de gobierno constitucional habían sido breves y la democracia, como EE.UU. la entendía, tenía poco significado para la mayoría de los peruanos. sin embargo, durante casi seis años el gobierno constitucional del presidente Manuel Prado se había mantenido, y
si llegaba al 28 julio, sería el primer gobierno elegido en Perú que habría completado todo su período12 .
El presidente Prado había sido elegido gracias una alianza electoral con el Apra, un partido «de base amplia y radical», que controlaba el Congreso. A pesar de la obligación que tenía con las bases apristas, su gobierno conservador había hecho muy poco por encarar los problemas sociales y económicos básicos del Perú. sin embargo, dejaba el gobierno en una condición fiscal excepcionalmente buena, en gran parte debido al programa de estabilización de ex premier Beltrán, las nuevas inversiones y buenos mercados de exportación. En 1961 la inversión privada total de los EE.UU. ascendía a 664 millones de dólares, que representaba el 58% de la inversión extranjera total, que ascendía a 1.178 millones de dólares. Casi todo el cobre, el petróleo, las industrias de mineral de hierro, la mayoría del plomo y las industrias del azúcar eran propiedad de norteamericanos. Las finanzas públicas estaban en orden y la estabilidad monetaria era incuestionable. La balanza de pagos era positiva, con un excedente de más de 85 millones de dólares y la inversión privada —tanto extranjera como nacional— estaba en un nivel elevado.
La CIA consideraba al Apra el principal adversario del castrismo y el comunismo. «Es el único partido con apoyo organizado en todo el país». señalaba que aunque su base social estaba en la costa norte, había señales de que estaba logrando apoyo en el sur. Pero tenía también problemas. Debido a su pasado radical se había ganado el temor y el odio de los sectores tradicionales, que lo veían como un peligro mayor para sus intereses que los propios comunistas. Por otra parte, su asociación con Prado le había ganado el repudio de algunos de sus ex seguidores, que consideraban que había traicionado sus ideales revolucionarios. Los adversarios de Haya estaban utilizando el hecho de que para disipar el miedo de la derecha, el Apra había incorporado a los hombres de Manuel Prado en sus listas parlamentarias. Además, la conocida amistad del Apra con los Estados Unidos tranquilizaba a algunos, pero lo hacía vulnerable a los «ataques demagógicos» de otros, por haberse vendido al «imperialismo yanqui».
A Belaunde el documento de la CIA lo caracterizaba como «un hombre decidido a casi cualquier cosa para llegar a la presidencia». señalaba que su base de apoyo se encontraba entre los profesionales de clase media y entre los enemigos del Apra. Belaunde decía que Acción Popular era liberal y reformista, pero no tenía una filosofía política que definiera qué significaba «reforma» para él. Declaraba su amistad con los Estados Unidos y sus asesores principales no eran comunistas, ni antiyanquis. «sin embargo es un nacionalista empeñado en ganar el voto izquierdista, incluyendo el de los apristas desafectos y ha decidido
12 Esta era una afirmación exagerada, aunque tampoco se apartaba demasiado de la realidad.
no revelar su posición sobre ningún asunto de política exterior». Belaunde había intentado recientemente diferenciarse de los comunistas, «porque teme que su vaguedad en torno al comunismo pueda hacerle más mal que bien, y en parte por el apoyo que está recibiendo en los predios conservadores». Además, aparentemente creía que podría controlar a los comunistas, cuando fuera necesario. sobre los resultados electorales, señalaba que no era posible hacer un pronóstico. Apuntaba, sin embargo, que la campaña de Belaunde había despertado una respuesta popular «grandiosa» y consideraban su elección como una «posibilidad positiva».
La Unión Nacional odriísta, continuaba el documento, era un grupo básicamente conservador y había recibido un generoso apoyo financiero de los grupos conservadores para su campaña. Buscaba atraer votos de grupos con opiniones políticas claramente divergentes, tratando de convencer a los grupos más conservadores de la necesidad de hacer reformas de una manera que afectara en la menor medida posible los intereses adquiridos, «pero declara respaldar la reforma social y económica, de acuerdo con la época». odría tenía un gran apoyo en los barrios pobres de Lima, donde reconocían que durante su gobierno habían vivido su época más próspera. Cuando estuvo en el poder, había utilizado a los comunistas contra el Apra y ahora tenía varios en sus listas para el Congreso.
El Partido Comunista era ilegal en el Perú. Debía tener alrededor de siete mil militantes y había intentado unir a varios pequeños grupos extremistas en un frente unido, pero había fracasado. sus miembros participaban ampliamente en las actividades de agitación y propaganda entre los pobres de Lima y los peones agrícolas. Dominaban la Federación de Estudiantes, habían penetrado el movimiento sindical y estaban trabajando mucho en el sur. La CIA afirmaba que habían penetrado los partidos de Belaunde y odría, y que había alrededor de diecinueve comunistas en las listas parlamentarias del Acción Popular y ocho en las de la Unión Nacional odriísta.
Con relación a las perspectivas, la situación era complicada. Las Fuerzas Armadas ya habían advertido que no tolerarían un gobierno del Apra y probablemente considerarían la conveniencia de intervenir antes, mejor que después, de las elecciones, especialmente si pareciera que Haya podía ganar. Los cargos de fraude en la campaña —algunos incidentes ya habían sido confirmados— podían proporcionar un pretexto, aunque fuera débil, para que los militares exigieran posponer o anular las elecciones. Por otro lado, muchos oficiales —quizá una mayoría— no eran tan hostiles con el Apra como sus superiores. Podía haber algunos dispuestos a trabajar con él. El comportamiento moderado del Apra durante el gobierno de Prado y su campaña netamente anticomunista, podría haber impresionado a una parte de los oficiales más jóvenes, que
no habían conocido sus tiempos más radicales. La revolución cubana, por otra parte, había hecho que muchos oficiales ponderaran las ventajas de tener en el poder un partido claramente anticomunista. Incluso los más antiapristas estarían preguntándose si valía la pena correr el riesgo de afrontar los desórdenes públicos que podrían resultar de una intervención militar. Alguno o varios de estos factores podían servir para contener a los oficiales superiores más duros, pero era de considerar la posibilidad de que estos intentaran prevenir o negar una victoria aprista, a menos que fueran disuadidos por un poder mayor, más aún cuando tenían la atribución de vigilar el proceso electoral.
Ninguno de los principales candidatos había presentado un programa de gobierno bien definido, pero el Apra parecía el más resuelto a seguir un curso ceñido al definido por la Alianza para el Progreso. Un gobierno aprista sería probablemente similar al realizado por Betancourt en Venezuela, y enfrentaría problemas similares. De la misma manera que Acción Democrática, en 1948, el Apra había provocado el derrocamiento de un gobierno que antes había colocado en el poder con su apoyo por empujar las reformas demasiado rápido. Esta experiencia explicaba su moderación durante la administración de Prado. si el Apra llegara al poder, probablemente mostraría más iniciativa que Prado, pero se cuidaría de no provocar una reacción militar. Realizaría reformas sociales y económicas, atendiendo especialmente el problema indígena y alentaría a la empresa privada, incluyendo la inversión extranjera. Además, tendría suficientes escaños en el Parlamento, líderes y técnicos competentes para implementar su programa de gobierno. Algunos importantes empresarios ya estaban preparados para respaldarlo.
Un gobierno de AP o de la UNo significaría problemas especiales para los EE.UU. Belaunde, de la misma manera que Haya, tenía algunos cuadros entrenados en su partido, pero, dada su inclinación a arreglarse con personas de todas creencias políticas, sería probablemente influenciado por extremistas. Podría tratar de buscar algún modus vivendi con el Apra, pero podría también trabajar con los comunistas cuando sirvieran a sus propósitos. Además, si no llegara a tener una mayoría parlamentaria —como era probable— tendría considerables dificultades para gobernar. Mientras que el Apra estaba claramente alineado con los EE.UU., el comportamiento de Belaunde estaba lejos de ser claro con relación a su política exterior. A pesar de sus declaraciones privadas sobre interés en la Alianza para el Progreso y amistad para con los EE.UU., la infiltración comunista en su partido y la manera en la que se había conducido en los años recientes indicaban que podría voltearse y convertirse en un nuevo «líder neutralista» en Latinoamérica. Parece evidente que la CIA valoraba especialmente la necesidad
de tener alineados a todos los países latinoamericanos en su enfrentamiento con Cuba.
Juzgando a odría a partir de lo que fue su gobierno entre 1948 y 1956, la CIA lo caracterizaba como un fiel partidario del viejo modelo latinoamericano de conservadurismo —«he is devoted to old-fashioned Latin American conservatism»— y no sería un socio eficaz para la Alianza. Aunque había sido un amigo de los EE.UU. y de sus empresas privadas durante su gobierno, probablemente recurriría al ultranacionalismo proclamado en su campaña para cubrir sus fracasos en la implementación de las reformas. La inclusión de algunos candidatos comunistas en su lista, aunque él estuviera lejos de la izquierda, podría hacer que les prestara oídos, especialmente cuando el Apra se cruzara en su camino. Parecía claro que otro gobierno de odría solo sería un paso hacia atrás para el Perú.
Kennedy opinaba que era necesario que el Departamento de Estado tomara medidas para impedir un golpe militar. Pero Dean Rusk, el secretario de Estado, temía que los desacreditara que se viera que tenían favoritismo hacia el Apra. El 29 de mayo, Dean Rusk envió un telegrama al embajador norteamericano en el Perú expresándole su preocupación por las implicaciones que podría tener semejante actitud:
Debemos soportar para nuestros adentros la creencia, que es generalizada en círculos militares y políticos peruanos, de que usted, la Embajada y el Departamento de Estado prefieren al APRA y el hecho resultante de que, a pesar de nuestras protestas en contrario, nuestros pronunciamientos para prevenir el golpe de Estado serán interpretados por muchos como un esfuerzo por ayudar al APRA, siendo desacreditados por lo tanto. También debemos reconocer la fuerte posibilidad de una victoria de Belaunde y la conveniencia de borrar ante él la impresión de que tratamos con favoritismo al APRA y nos oponemos a él como un procomunista (EE.UU., Departamento de Estado 1962b).
Un nuevo telegrama, enviado por el Departamento de Estado a la embajada norteamericana en el Perú, tres días antes de las elecciones, recomendaba las líneas de acción que esta debía seguir ante los posibles resultados de las elecciones. si se produjera un golpe de Estado, los analistas de la CIA recomendaban a la embajada que buscara convencer a los militares de la necesidad de programar nuevas elecciones y promover un acuerdo con el Apra, diferir el reconocimiento del gobierno de facto, anunciar la suspensión de los programas de ayuda y retirar al embajador, en consulta, así como a los máximos funcionarios de la ayuda económica. Además, también se tendría que convencer al Apra de que se arreglara con los militares y a Belaunde de hacer un frente con Haya contra