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El Apra y el «sindicalismo libre»
conservador, incompatible en su apreciación con esta reforma. Y el otro el de la Alianza Acción Popular-Democracia Cristiana, que no apoyó esta posición. De modo que sostuvimos nuestro criterio hasta lograr la fórmula más aproximada» (Hildebrandt 1977).
La actitud asumida por el Apra frente a las demandas del campesinado provocó la renuncia de algunos de sus más combativos dirigentes comunales, entre los cuales destacaba Elías Tacunán, viejo cuadro organizador de sindicatos campesinos y mineros y creador de la Federación de Comunidades Indígenas del Centro del Perú. Tacunán sería el poco después el gestor de la Universidad Comunal del Centro del Perú, convertida luego por el Apra en la Universidad Nacional del Centro durante el gobierno de Belaunde, con varias filiales que luego se convirtieron en autónomas. Entre ellas figuraba la Universidad Federico Villareal, convertida en bastión aprista luego de que la izquierda le arrebatara al Apra la dirección de la Federación de Estudiantes de san Marcos, a mediados de la década del sesenta.
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el apra y el «sindicalismo libre»
El Apra se vio también en dificultades con sus bases sindicales urbanas. La política económica aplicada por Beltrán provocó una ola huelguística que comprometió a los choferes, trabajadores de correos, transportes, bancarios, maestros, etcétera. Los estudiantes universitarios tenían también demandas que los llevaron a movilizarse por las calles. Los dirigentes del Apra, y en particular Ramiro Prialé, se jugaron defendiendo la política del gobierno contra la opinión de sus bases. El alza de las subsistencias, sostenía, era un problema de producción, para cuya «cabal solución debe darse prioridad a los trabajos de irrigación» (Prialé 1960: 64-65). Frente a las movilizaciones de protesta por el alza del precio de la gasolina, saludaba al «obrerismo consciente del Perú [que] le puso tope a esa maniobra política porque era subversiva y no entrañaba ninguna reivindicación proletaria. solidaridad, sí, pero sin crear situación de violencia ni de paro general en toda la República» (Prialé 1960: 54). En un balance realizado un año después de las movilizaciones de los trabajadores, Prialé afirmaba que estas eran parte de una vasta conspiración encaminada a «destruir el régimen».
Por eso es que se organizan y actúan. Lo vimos en el problema de la gasolina y fracasaron. Lo vimos en este problema bancario, que ha podido tener sus resultados dolorosos y desfavorables para los bancarios y también sus problemas para sus banqueros y para el país, pero que desde el punto de vista político general, es otro enorme fracaso de los conspiradores que no lograron el objetivo de convertir esa huelga en un paro general que derribase al régimen
constituido. Ahora agitan otros campos y crean nuevos problemas. Por eso debemos estar muy alertas y saber que ellos tienen conciencia de que nosotros somos los principales sustentadores de este orden democrático […] la lucha inmediata que tenemos que librar muy vigorosamente es precisamente en el plano sindical (Prialé 1960: 67-68).
Los llamados del Apra a la conciliación chocaron con el ánimo radical de las bases y con el asedio de otras organizaciones políticas que, como Acción Popular y el Partido Comunista, buscaban disputar las bases sindicales a los apristas. La Central de Trabajadores del Perú (CTP), controlada por el Apra, empezó a perder fuerza rápidamente. En 1958 se retiró la Federación de Construcción Civil. Durante el año siguiente el aprismo perdió el control de la Federación de Empleados Bancarios, de la Federación de Empleados, de la Federación de Estudiantes del Perú y de la Federación Nacional de Educadores. Igualmente se desafiliaron las federaciones departamentales de trabajadores de Arequipa, Cusco y Puno y la Unión sindical de Trabajadores de Lima.
Los sindicalistas de izquierda tuvieron que afrontar la violencia de los defensistas apristas —popularmente conocidos como «búfalos»— que, estando el partido en el poder, encontraron un nuevo servicio que prestar a la causa rompiendo cabezas, asaltando locales sindicales, quebrando mítines y asambleas sindicales de la oposición, etcétera. Esto no era algo nuevo para el Apra; el testimonio de Luis Chanduví Torres aporta abundante información sobre el uso de los aparatos paramilitares del partido contra los opositores durante la legalidad vivida en el gobierno del Frente Nacional (Chanduví 1988). Francisco Igartua, luego de concertar una entrevista periodística con Haya de la Torre, cometió la imprudencia de dejarle un cuestionario con preguntas impertinentes, en diciembre de 1945. Fue masacrado en pleno patio de La Tribuna por los «búfalos», con un saldo de tres costillas rotas y contusiones diversas, cuando fue a recoger las respuestas. Redactó entonces una crónica con sus preguntas y la descripción de la pateadura que recibió, como la respuesta de Haya al cuestionario. Igartua se vio obligado a renunciar a La Jornada, el periódico en que escribía, que no se atrevió a publicar su artículo, pero La prensa lo publicó, y lo contrató para su plana de periodistas (Igartua 1995: 68-84). Algunas semanas antes los impresores de La Jornada habían tenido que rechazar a tiros a los defensistas apristas que asaltaron el taller para tratar de impedir la publicación de una entrevista que Igartua había hecho a un diputado aprista descontento, César Góngora Perea (Igartua 1995: 49-52).
Los testimonios recogidos en el libro ¡Disciplina compañeros! de Juan Cristóbal (1985) explican la complejidad de los aparatos de choque apristas y la utilización de la violencia contra los opositores del partido. A raíz de
la aprobación de la Ley de Imprenta por la mayoría aprista en 1945 —apodada «Ley de la mordaza» por la oposición— Haya decidió que la secretaría de Defensa, de la que formaba parte Luis Chanduví, disolviera una manifestación opositora convocada en el Parque Universitario, a fines de noviembre:
Entramos repartiendo cachiporrazos, los que tenían arma hacían disparos al aire, para sembrar el pánico a la vez que el cholo Pretell arrojaba “cachorros” de dinamita al edificio donde estaban los altoparlantes. Estos fueron silenciados de inmediato. Escuché que el orador que había estado haciendo uso de la palabra era el Dr. Encinas. Los carteles que portaban los que iban a encabezar la manifestación fueron destrozados.
La sorpresa del ataque, los golpes —que también sufrieron algunos apristas que estaban de contramanifestantes, dentro de la Plaza— los disparos de armas y explosiones de dinamita, crearon una ola de terror que dispersó a los manifestantes (Chanduví 1988: 338).
El asalto aprista dejó como saldo la muerte del guardia Alejandro Romaní Huamán y la del universitario Jorge Dorado Valenzuela, ambos heridos de bala. Un grupo de manifestantes incendió el edificio donde estaba el estudio del líder del partido Unión Revolucionaria, Luis A. Flores, situado en la esquina de la avenida Grau y Paseo de la República. El incidente provocó la interpelación de Rafael Belaunde, el jefe del gabinete ministerial, en la Cámara de Diputados. Belaunde, «haciendo una defensa de las acciones agresivas del Partido y en especial la del Parque Universitario, expresó en su discurso la frase: “Las ideas se combaten con ideas y las masas se combaten con masas”», ganando los aplausos de la barra aprista y el voto de confianza de la Cámara, «pero cometió la quijotada de presentar su renuncia, obligando a hacerlo a todo su Gabinete» (Chanduví 1988: 339).
La utilización de la violencia contra los opositores del Apra era usual también en las universidades. Defensistas como Arturo «Búfalo» Pacheco, en Lima, y Abel Bonett, en Huancayo12, alcanzaron una triste fama por sus fechorías. Una auditoría realizada en el Congreso, luego del golpe de Velasco Alvarado, comprobó que Luis Alberto sánchez, siendo presidente del senado, había firmado la contratación de un tal «sr. Galván», que resultó ser Carlos steer Lafont, un defensista que guardó una larga carcelería por cometer, cuando aún era un idealista adolescente, el asesinato del director de El Comercio, Antonio Miró Quesada de la Guerra y de su esposa, María Laos de Miró Quesada13. En su defensa, sánchez
12 Los dos fueron asesinados por sendero Luminoso durante el primer gobierno de Alan García. 13 Luis Chanduví ofrece una pormenorizada descripción de los entretelones del asesinato, su motivación y la forma cómo se realizó (Chanduví 1988: 201-238). Luego de cometer el crimen, steer intentó suicidarse disparándose tres tiros, pero fracasó en su intento.
sostiene que ignoraba la identidad del «sr. Galván», pero afirma que de haberla conocido lo hubiera contratado igualmente, «pues de trataba de un hombre que había “pagado ya su deuda con la sociedad” con un cuarto de siglo de encarcelamiento»14 (LAs 1987: vol. 5, 162). La función de steer, como sánchez la describe, era brindar seguridad en el Congreso.
El término «búfalo», asociado a nivel popular con la matonería, es, dentro del aprismo, un homenaje a Manuel «Búfalo» Barreto, un militante aprista procedente del anarcosindicalismo que dirigió la revolución de Trujillo de 1932, y que perdió la vida conduciendo el asalto del cuartel o’Donovan. Para los apristas, «búfalo» está asociado al valor, la consecuencia y la heroicidad. El 1 de diciembre de 1963 Irma Barreto de ormeño y Manuel Barreto —los hijos de Manuel «Búfalo» Barreto— presentaron su carta de renuncia al Apra dirigida a Haya de la Torre, a raíz del pacto con Prado y odría, acusándolo de haber traicionado todos los ideales por los cuales había luchado el pueblo aprista. Es su carta, rechazaban que se asociara el legado de su padre con aquello en lo que el Apra había devenido:
No murió nuestro padre [escribían] para que el apelativo de “Búfalo” que tan cariñosamente le pusieron los compañeros por su singular vigor y por su valentía, designe a las mesnadas de matones que en las calles, en las universidades, en los sindicatos aterrorizan a quienes discrepan de la línea traidora de los líderes. Y nos valga la oportunidad para proclamar que nada tuvo que ver Manuel Barreto, ni con el asesinato aleve ni con el terrorismo anárquico y absurdo. No murieron nuestros héroes para eso. Lucharon por el pueblo, son del pueblo: el pueblo guardará su memoria. No son más héroes o mártires “apristas”. Ustedes, líderes del Partido, han vendido ese nombre que nos perteneció a las masas populares, los han vendido a la empresa oligarco-imperialista. ¡Pero los mártires no! ¡Ellos son del pueblo! (Cristóbal 1985: 240).
El resultado previsible de este proceso fue que las fuerzas de izquierda comenzaron el ascenso que las llevaría a hegemonizar el sindicalismo durante la década
14 steer pudo salir libre en la amnistía que se dio en 1945, pero dirigentes apristas lo convencieron de esperar unos días, mientras se solucionaba un juicio que tenía pendiente por la muerte de un carcelero herido cuando él intentaba fugarse de la Penitenciaría. Años después se quejaría ante Chanduví, contándole que se había enterado de que Haya opinó que el atentado lo había afectado psicológicamente y dispuso que lo dejaran preso, pues se le hacía un favor «a él y al Partido dejándolo allí» (Chanduví 1988: 331). Ricardo Tello narra que steer degeneró luego de tantos años de espera y, una vez salido de prisión tras cumplir su pena, fue enviado por el Apra a Venezuela, donde Betancourt lo incorporó a sus servicios de soplonaje. sentenciado a muerte por la guerrilla tuvo que retornar al Perú, donde lo colocaron en el Parlamento y, así que el Apra dejó el poder, de matón en la Universidad Federico Villarreal (Cristóbal 1985: 183-184). Este caso ilustra la fe fanática que tenían los militantes con relación a Haya.
de los sesenta, creándose una amplia corriente sindical que presionaba por una reorganización radical de la CTP. La deserción de la vanguardia del movimiento sindical colocó a los apristas en una difícil situación: «El APRA debió acudir ahora cada vez más al apoyo oficial (influencia en ministerios, colaboración de la represión) y a las contribuciones financieras del sindicalismo libre norteamericano para evitar perder totalmente su influencia en el movimiento sindical» (Valderrama 1980: 89).
Como hemos visto, en este periodo Luis Alberto sánchez fue incorporado al comité directivo de la AFL-CIo, que predicaba el anticomunismo y la conciliación entre los trabajadores y los patronos. McIntire, un funcionario norteamericano del Departamento de Trabajo, que vivió un tiempo en el Perú, proporciona una clave para comprender la naturaleza de estas relaciones. Él señalaba la presencia de ciudadanos norteamericanos que, con carácter oficial o privado, actuaban en el movimiento sindical, predicando «el anticomunismo, la negociación colectiva y a la promoción de la libre empresa. […] Desde fines de la década de 1950 en el caso del gobierno de los Estados Unidos, esta política se aplicó en el Perú principalmente en y a través del movimiento político peruano que tenía más posibilidades de realizar dichos objetivos: el Apra y su expresión sindical, la CTP»15 .
El viraje del Apra hacia la derecha dejó un espacio que nuevas corrientes políticas se apresuraron a llenar. Unas se definían como reformistas —Acción Popular, Democracia Cristiana— y las otras como de izquierda —Movimiento social Progresista, Partido Comunista, Apra Rebelde—. El Apra Rebelde inicialmente se situó en el primer campo, pero su distanciamiento con el Apra y la influencia de la revolución cubana lo llevó hacia el segundo, como lo expresa el nombre que escogió a partir de 1962: Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR).
15 Publicado en el libro de Daniel sharp, Estados Unidos y la revolución peruana (1972), Buenos Aires: Editorial sudamericana, pp. 445. Citado en Chullén 1980: 98. sobre becas sindicales dadas por el sindicalismo libre a dirigentes apristas, véase, por ejemplo, La Tribuna del 18 de julio de 1959.