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Los inicios del darwinismo
impensable que los animales que se desarrollan alla von Baer puedan ser puestos en una única fila, alla Oken. Hubo otras representaciones visuales de las relaciones entre los organismos más acordes al vonbaerismo (dejando de lado aquel asunto de las ramificaciones): el arbusto de Darwin o el esquema de círculos englobados por otros más amplios de Henri Milne-Edwards, de 1884 (Gould, 2010a, p.78).
Von Baer influenció a dos de los más conocidos evolucionistas decimonónicos postdarwinianos: Thomas Huxley y Herbert Spencer47(Lyons, 1995). De hecho, la definición que este último dio de evolución48 supone un movimiento en el sentido vonbaeriano, desde lo general (homogéneo) a lo particular (heterogéneo).
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Los inicios del darwinismo
La primera edición de 1250 ejemplares de El origen de las especies se agotó el primer día; sin embargo, es bastante probable que el libro fuera mucho más comprado que leído (Margulis y Sagan, 2003, p. 51). Es más; esos primeros 1250 compradores difícilmente hayan tenido una idea clara de lo que había en sus páginas, más allá de lo que informaba el largo título El origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de las razas favorecidas en la lucha por la vida. Entonces, ¿por qué El origen de las especies se vendió tan bien? En verdad, las condiciones para que un libro de esas características despertara el interés del público eran muy propicias, al menos en Inglaterra. En primer lugar, Darwin ya era un autor consagrado; su Diario de investigaciones, aquel en el que narraba su viaje alrededor del mundo, había sido muy leído. En segundo lugar, el tema de la evolución no era desconocido en Gran Bretaña, al menos en ciertos ámbitos. Sobre él hay un antecedente clave: el libro del escocés Robert Chambers, ya mencionado páginas atrás, Vestigios de la historia natural de la Creación, de 1844, otro bum editorial publicado en forma anónima, y el primer libro sobre evolución escrito en idioma inglés. Chambers fue, en cierto modo, el Juan el Bautista de Darwin (al menos del Darwin evolucionista, no del seleccionista). De él hablaremos a continuación.
47 Aunque las ideas evolucionistas de Spencer son anteriores a la publicación de El origen de las especies. Además, recordemos, la teoría embriológica de von Baer también fue adoptada por Darwin, campeón del evolucionismo. 48 «Una integración de la materia y una concomitante disipación del movimiento, durante la cual la materia pasa de una indefinida e incoherente homogeneidad, hacia una definida y coherente heterogeneidad; y durante la cual el movimiento retenido efectúa una transformación paralela» (citado en Elliott, 2003, p. 23).
Chambers era evolucionista de un evolucionismo muy particular; uno que combinaba elementos del lamarckismo (como ya comentamos), de la filosofía de la naturaleza (doctrina, en principio, fijista) y de la teología de la naturaleza (también fijista). Fue, de hecho, uno de los primeros evolucionistas teístas, según la denominación de Peter Bowler. Creía el escocés que el surgimiento de formas cada vez más perfeccionadas era el resultado no de causas naturales, sino de un plan que el Creador había insertado en el Universo (Bowler, 2000, p. 293).
A pesar de las referencias, sinceras o no, a dioses y creaciones, Chambers no pudo evitar el escándalo. A decir verdad, tampoco hizo mucho por evitarlo e, incluso, dedicó todo un capítulo49 de su Vestigios al ríspido tema de la evolución humana. Fue, de hecho, la primera referencia al origen animal del hombre escrita en inglés. Para colmo, Chambers reconoció al impopular Lamarck como su principal fuente de inspiración (Gould, 2004, p. 200) y adhirió a la teoría de Buffon sobre la propiedad transformadora de las condiciones de vida:
Hace 200 años, algunas personas fueron trasladadas debido a una bárbara política, desde Antrim y Down, en Irlanda, hacia las costas, en donde se han afincado, pero bajo condiciones miserables, aún para Irlanda; y la consecuencia es que (hoy) ellos exhiben rasgos peculiares del más repulsivo tipo, mandíbulas proyectadas con grandes bocas abiertas, narices deprimidas, altas mejillas y miembros arqueados, junto a una extremadamente diminuta estatura. [La traducción es nuestra] (1994, p. 280)
José M. Estrada (1842-1894), educador, político y campeón argentino del monogenismo, pensaba más o menos parecido. El escocés había hecho degenerar a los irlandeses mudándolos hacia geografías desfavorables; el joven argentino regenerará a los negros, civilizándolos, mejorando sus condiciones de vida mediante la educación:
No queda una duda de que el desarrollo de la inteligencia modifica no solo la forma del cráneo, sino hasta los menores accidentes del tipo. Un negro originario de África, con toda la degradación de su estúpido salvajismo, es susceptible de civilización; ilustradlo, ejercitad sus potencias intelectuales y si en él mismo no se nota una modificación frenológica, observad su prole en la segunda o tercera generación; y cuando veáis su cráneo desenvuelto, su cabellera lanuda que se afina y que se alarga, decidme después que la raza humana es múltiple y que el tipo originario no es uno, hermoso, y
49 Chambers no enumeró sus capítulos, pero es el xv.
salido de la mano bienhechora y omnipotente de un Dios infinitamente bueno e infinitamente sabio. (1899, p. 41)
Chambers es un tipo interesante por varios motivos. No solo fue un precursor del evolucionismo en Inglaterra sino uno de los primeros (si no el primero) en abordar la evolución humana, al menos la etapa de diferenciación racial, desde la teoría de la recapitulación (como vimos, ni su inspirador Lamarck había llegado a tanto): así, Chambers entendía que las distintas razas humanas primitivas correspondían a las sucesivas etapas embrionarias del hombre europeo. En él, el recapitulacionismo se encuadra en el ambientalismo de Buffon y Saint-Hilaire (a pesar de las referencias a la obra de Lamarck), a diferencia de los neolamarckistas, de los que hablaremos más adelante, cuyo recapitulacionismo se fundamentaba justamente en el uso-herencia lamarckiano. Para Chambers, como vimos, el desarrollo del feto estaba muy influenciado por las circunstancias de vida de la madre, de modo que los humanos que habitaban ambientes desfavorables (donde la escasez de recursos era crónica) eran también los menos desarrollados; aquellos cuyo desarrollo embrionario había progresado menos. Así explicaba Chambers la existencia simultánea de diversas razas en diferentes puntos del planeta. Los negros vivían en un lugar que se correspondía con su inferioridad (África), eso estaba claro, pero había algo que no cerraba en la argumentación del escocés. Si la recapitulación era válida ¿cómo podían los negros ser considerados menos desarrollados embriológicamente (menos evolucionados, inferiores) si no había una etapa negra (embriones negros) en la ontogenia del blanco? El escritor británico no encontró una respuesta mejor que la siguiente: que su color de piel no era en sí mismo primitivo (como lo era todo lo demás en los negros), sino el mero efecto de la interacción entre las (paupérrimas) condiciones ambientales y lo que él llamaba su «grado de organización» inferior, algo que definitivamente no encaja en el adaptacionismo. Por último; si bien Chambers presentó a las razas inferiores como versiones inmaduras de la raza blanca, no llegó a relacionarlas con primates inferiores. No se animó a tanto; ya había ido demasiado lejos (Bowler, 1986, p.63).