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Recapitulando
programada en ella. El de Harvard, más que otros neolamarckistas, se hallaba muy influenciado por la filosofía idealista. Se dice incluso que la falta de una visión teológica le permitió superar la idea de evolución programada (por Dios) y pasarse a una teoría de la ortogénesis degenerativa, como veremos más adelante (Bowler, 1985).
Alpheus Packard, naturalista de Boston y, al igual que Hyatt, discípulo de Agassiz, fue quien, en 1885, acuñó el término neolamarckismo (recodemos que años antes Romanes había creado neodarwinismo para designar el movimiento encabezado por sus archirrivales Wallace y Weismann). Packard fue tal vez el único neolamarckista que se tomó el trabajo de leer las publicaciones del viejo y olvidado caballero francés; incluso escribió una completa biografía sobre él (1901).
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Packard era bastante más adaptacionista que Cope y Hyatt, sus compañeros neolamarckistas –tal vez por ser el único neontólogo32 del trío–, pero compartía con ellos su devoción por la ley de Haeckel, la cual aplicó a la evolución de diferentes grupos de invertebrados. Por ejemplo, vio una etapa de trilobite33 en la ontogenia del Limulus o cangrejo cacerola34, dando a entender que ese bicho (y todos los demás crustáceos por extensión) había evolucionado de trilobites.
Recapitulando
Por supuesto, los haeckelianos no aplicaron sus teorías solo a amonites y a artrópodos. El bicho humano, sin duda el más interesante de todos, también fue alcanzado por la implacable ley biogenética. Escuchemos a Haeckel, el más grande de los haeckelianos:
Los negros, en los que el dedo gordo es más fuerte y más movible que nosotros, se sirven de él para asir las ramas cuando trepan a un árbol, exactamente como lo hacen los monos cuadrumanos. Los mismos recién nacidos europeos, durante los primeros meses de su existencia se sirven también de la mano posterior; toman una cuchara, por ejemplo tan fuertemente con el dedo gordo como con el pulgar. (1947, p.512)
32 Estudiosos de los organismos vivientes, mientras que los paleontólogos son los estudiosos de los organismos del pasado. 33 Los trilobites son un grupo de artrópodos marinos extinguidos que vivieron durante prácticamente todo el Paleozoico. 34 Un ejemplo clásico de fósil viviente, común en las costas del Golfo de Méjico. Se llama fósiles vivientes a aquellos organismos que no han experimentado cambios sustanciales en millones de años.
En cada una de las etapas embrionarias del hombre blanco, imaginaba el alemán, estaban representadas las distintas razas inferiores (o sea, las razas de todos los colores excepto el blanco). A su vez, esas razas coloreadas eran primitivas, es decir, menos evolucionadas que la de color neutro (el blanco). Sin embargo, no todos veían lo mismo en la ontogenia del gran hombre blanco, de ahí la existencia de diferentes hipótesis filogenéticas que daban cuenta del origen de esa raza. Por ejemplo, el médico británico Francis G. Crookshank (1873-1933) veía una etapa mongoloide pero no una negra, por lo que supuso que los asiáticos habían contribuido a la historia racial de Europa (en su mayoría, blanca), no así los africanos. Circunstancialmente, y por razones desconocidas, el desarrollo embrionario del europeo blanco se interrumpía en ocasiones en esa etapa mongoloide, de ahí que esos humanos a medio terminar fueran llamados mongólicos.35 El mismo doctor Crookshank escribió en 1924 un libro con el muy marquetinero título de El mongol entre nosotros, en el que se desarrolla esa (hoy absurda) idea, a la vez que se advierte sobre la posibilidad de que esos retrasos se difundan por degeneración atávica (Bowler, 1996, p. 141). Del mismo modo, Karl Vogt defendió que los fetos microcefálicos se desarrollaban solo hasta una etapa primitiva de la evolución humana, una en la que el encéfalo poseía escaso volumen (Radick, 2000); hoy sabemos que la microcefalia (literalmente, cabeza pequeña) es un trastorno que se presenta en uno de cada diez mil nacimientos y que nada, en absoluto, dice sobre nuestro pasado evolutivo.
La ley biogenética daba para todo. No solo se la empleaba en la reconstrucción filogenética (su objetivo original), sino para dar cuenta de una amplia variedad de casos; incluso de ciertos hechos que nadie ponía en duda (justamente por eso eran hechos) como la natural inferioridad de los negros (ya algo dijimos sobre esto), los niños y las mujeres.
De los negros se encargó el antropólogo norteamericano Daniel Brinton (1837-1899):
El adulto que conserva más rasgos fetales, infantiles o simiescos es, sin lugar a dudas, inferior al que ha seguido desarrollándose […] De acuerdo con estos criterios, la raza blanca o europea se sitúa a la cabeza de la lista, mientras que la negra o africana ocupa el puesto más bajo. (Citado en Gould, 2010a, pp. 160 y 161)
35 Desde finales de los 50 (Gallego, 2011) se sabe que el síndrome de Down es producido por una trisomía en el par de cromosomas 21, no por una detención o freno del desarrollo. Durante la formación de las gametas, en la meiosis, dos cromosomas 21 migran por error hacia un mismo polo, de modo que una de las células que resultan de esa división lleva un cromosoma 21 de más. Así, al fusionarse en la fecundación, el resultante cigoto llevará tres cromosomas correspondientes a ese par, que ahora es una tríada.
De los niños, Granville Stanley Hall (1844-1924), uno de los padres de la psicología genética:
los chicos, en su incompleto estado de desarrollo, están más cerca de los animales en muchos aspectos que de los adultos, y hay, en esta dirección un rico pero inexplorado silo de posibilidades educativas. (Citado en Gould, 2010a, p. 147)
Las mujeres tampoco se salvaron de la ley de Haeckel. En 1870, Cope, nuestro paleontólogo neolamarckista, las describe como una simple etapa embrionaria del sexo fuerte:
El bello sexo se caracteriza por una mayor impresionabilidad […] es más emotivo y se deja influir más por la emoción que por la lógica; es tímido y su acción sobre el mundo externo se caracteriza por la inconstancia. Por regla general, estas características se observan en el sexo masculino durante algún periodo de la vida, aunque los diferentes individuos las pierden en momentos distintos […] Quizás todos los hombres puedan recordar un período juvenil en que adoraban algún héroe, en que sentían la necesidad de un brazo más fuerte, y les gustaba respetar al amigo poderoso, capaz de simpatizar con ellos y acudir en su ayuda. Este es el «estado femenino» del carácter. (Citado en Gould, 2010a, p. 163)
Por supuesto, la creencia en la inferioridad biológica de las mujeres no era exclusiva de los recapitulacionistas, ni siquiera de los evolucionistas. Esa inferioridad constituía, como dijimos, un hecho, una verdad propagada incluso desde la misma teología cristiana.36
Los seguidores norteamericanos de Lamarck creían en efecto que las etapas primitivas de la humanidad eran equivalentes a las razas inferiores
36 Según el navarro Josep-Ignaci Saranyana (2005), durante el siglo xii la mayoría de los teólogos entendía que la distinción paulina entre vir (varón en latín) y mulier (mujer) debía tomarse alegóricamente. Al hacer tal distinción, San Pablo se habría estado refiriendo a la complementariedad entre los dos estratos de la inteligencia (la parte superior o de la razón y la parte inferior o de la sensibilidad). En realidad, para el Apóstol de los gentiles la relación entre ambos sexos era complementaria, no de subordinación. Sin embargo, un siglo más tarde, se supone que debido a la asimilación de la filosofía natural aristotélica por parte de la teología, la mujer pasó a ser considerada desde una perspectiva biológica. Saranyana sostiene que, si bien los teólogos del siglo xiii consideraban que los hombres y las mujeres eran idénticos en el orden sobrenatural, en el plano físico, que incluía su capacidad intelectual, las últimas eran tenidas por inferiores. A partir de ese siglo, las expresiones machistas de las cartas de San Pablo pasaron a entenderse literalmente, no en forma alegórica.
vivientes, y que algo así (una raza primitiva o inferior) podía hallarse en la ontogenia de las razas superiores. Pero no todos los lamarckistas creían eso. Al fin de cuentas, el lamarckismo puro era funcionalista, adaptacionista. De hecho, el inglés Herbert Spencer, cercano al llamado lamarckismo ambiental, solía declarar que si cada raza había evolucionado bajo diferentes condiciones, no podía afirmarse que los modernos primitivos eran los equivalentes exactos de los estadios tempranos de la raza blanca (Bowler, 1986, p.54). De cualquier forma, la ley biogenética fundamental parecía funcionar relativamente bien a escala racial (ignorando algunos pequeños detalles, como que los niños de raza blanca no son de color negro, anomalía salvada con maestría por Chambers, como vimos). La cosa era muy distinta cuando se la quería extender al surgimiento de la especie humana. En ese terreno era muy difícil inventar nada creíble. ¿Eran realmente nuestros niños parecidos a los simios? Más bien todo lo contrario. Ya Geoffroy SaintHilaire había tomado nota de que los orangutanes jóvenes del zoológico de París tenían una apariencia más humana que los orangutanes adultos:
En la cabeza del joven orangután, encontramos los rasgos infantiles y graciosos del hombre […] encontramos la misma correspondencia de hábitos, la misma apacibilidad y afecto compasivo […] por lo contrario, si consideramos el cráneo del adulto, encontramos rasgos verdaderamente alarmantes y de una bestialidad repugnante. (Citado en Gould, 2010a, p. 413)
Es curioso que nadie se haya dado cuenta, en todos esos años, de que la inocente observación del francés contrariaba de modo flagrante la ley haeckeliana (los humanos jóvenes eran los que debían tener cara de orangután, no al revés). Evidentemente, la teoría de la recapitulación era demasiado buena y un monito francés de cara humana no podía ser motivo serio de preocupación.
Tal como ocurrió con el origen de los mamíferos, la ley biogenética entorpeció la marcha del conocimiento de la evolución humana. En los primeros años del siglo xx, el paleontólogo inglés Arthur Smith Woodward (1864-1944) se basó en ella para descartar a los simios extinguidos como potenciales ancestros del hombre (insistimos, mal que le pese a Haeckel, Cope y Hall, nada parecido a un simio puede verse en la ontogenia humana) y poner en ese lugar al hombre de Piltdown (que tampoco se parecía mucho a un feto humano, para ser honestos). El eoántropo fue un fraude, una mezcla de cosas burdamente pintadas y retocadas, pero la teoría de la recapitulación tornó verosímil ese bicho inexistente. Bastó un marco teórico apropiado (antiguas ideas de Darwin, la teoría de la recapitulación), una cucharada de chauvinismo ¡y listo!: casi todos los paleontólogos ingleses cayeron en la trampa. Por cierto, aún no sabemos quién fue el autor intelectual de esa