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La difusión del automóvil y el cambio en las costumbres
LA dIFUSIÓN deL AUTOMÓVIL
durante el gobierno del presidente Leguía, el parque automotor creció notablemente en el ámbito nacional. este hecho es notorio al constatar las cifras de inscripción de vehículos en los consejos provinciales de la república, que vemos a continuación.
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AÑO VeHíCULOS 1926 8.856 1927 10.727 1928 15.558 1929 13.407 1930 14.211 LA dIFUSIÓN deL AUTOMÓVIL Y eL CAMBIO eN LAS COSTUMBreS.- El Oncenio divul-
gó la preocupación y, en algunos casos, la adoración del automóvil. Fue la época en que se impusieron los modelos cerrados en estos carros en vez de los abiertos que hasta entonces habían predominado. Mejoró su presentación y sus colores se hicieron más variados y atractivos. El número de vehículos motores (automóviles, camiones, ómnibus y motocicletas) inscritos en los consejos provinciales de la República fue de 8.856 en 1926, 10.727 en 1927, 15.558 en 1928, 13.407 en 1929, 14.211 en 1930 (1) .
El Club Rotario erigió en 1927 en una de las avenidas de Lima un monumento con un automóvil destrozado y la inscripción “Despacio se va lejos”
En 1930 se viajaba en automóvil desde Lima a Pisco e lca en un día, a Chincha en la mitad de ese tiempo, a Cañete en pocas horas, a Huacho en cinco horas y a Canta en tres. La mayoría de las carreteras, sin embargo, aunque permitía el tráfico que por ella se realizaba, dejaba mucho que desear. Con todo, las compañías de vapores perdieron importancia con relación a los viajes cortos en la zona aledaña a la capital. Surgieron algunas agencias para el transporte terrestre entre Lima y Pisco por el sur y Trujillo por el norte. Entre ellas estuvieron: la Agencia Ñopo, la primera que organizó el servicio a Trujillo en junio de 1929, con no pocas dificultades; la Estación El Sol de Rafael E. Salardi; la Empresa Bernales; la Empresa América de Augusto Balbi de Amézaga que abrió la ruta hasta Huaraz e intermedios por la costa hasta Casma; la Empresa Mendoza notable por su servicio diario entre Lima e lca e intermedios.
En la ciudad el automóvil y la avenida iniciaron precipitadamente la transformación en las costumbres. Debido a ellos la mujer comenzó a vivir con una libertad y una independencia que a sus mayores hubiera escandalizado o angustiado. Se hicieron visibles otros cambios en la figura y en la sicología femenina. Aparecieron en aquellos años el uso generalizado del colorete, el negocio de los cosméticos y de los salones de belleza, la moda de fumar y de beber en público y los trajes de playa de una pieza, corta y ceñida. Empezó también el gusto por los vestidos femeninos sin mangas o con mangas cortas y con faldas altas; ya no la opulencia matronil sino la figura delgada con un aire de muchacho se convirtió en el ideal de toda jovencita o de quien pretendiera parecer tal; las medias y otras prendas de seda reemplazaron casi por completo a las de algodón y el color de las medias quiso imitar el de la carne; la melenita que un fieltro flexible ocultaba o descubría a voluntad reemplazó a la abundante cabellera de suaves ondulaciones. El foxtrot y el charlestón, de importación norteamericana, atrajeron como bailes el entusiasmo de las jóvenes generaciones en competencia con el tango argentino que lograra difusión mundial en los días de la primera guerra y con el vals europeo, sobreviviente del siglo XIX. Una mayor franqueza, lindante a veces con la rudeza, se hizo notoria en la conversación. Las mujeres comenzaron a buscar trabajo en las casas de comercio y en las oficinas públicas y en algunos casos a tener tiendas propias y su número creció en las universidades; no faltaron tampoco las que manejaron sus propios automóviles.
Empezó entonces la costumbre de los concursos internacionales de belleza femenina; en el de 1929, celebrado en Miami, representó al Perú Emma Mc Bride Miller. Pocos días antes de la revolución de agosto de 1930 se retrató en Palacio con el presidente Leguía, Enriqueta Burgos Ávila, proclamada “Señorita Perú” para concurrir al concurso organizado por el diario de Río de Janeiro A Noite y auspiciado en Lima por La Crónica y Variedades.
Por otra parte, se anunció el advenimiento de costumbres populares más agradables o amenas que las del pasado. A partir de 1922, comenzó a celebrarse el “Carnaval seco”, o sea sin el juego con agua que tradicionalmente había molestado a los transeúntes en las calles durante esos días.
(1) Los vehículos motorizados llegaron a 25.947 en 1940; 60.437 en 1950; 98.922 en 1954; 106.204 en 1955 y 117.472 en 1957 según cifras del Anuario Estadístico de 1956-1957. En este último año el 60% (o sea 76.240) fueron registrados en Lima y Callao. En todo el oriente del país había 347 vehículos motorizados.