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GUAUUU

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llegaron

los 60s...

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Aun cuando noto los cambios en mi cuerpo, en mi fuerza, en mis gustos, en mis miedos..., no es fácil digerir ¡que tengo sesenta años cumplidos! Al dictar clase me he sorprendido diciendo que las personas de sesenta años difícilmente pueden adquirir otros hábitos o riesgos al estar entradas en años (envejecidas), ¡como si yo no lo estuviera! Suelo olvidar momentáneamente que yo soy parte de esa generación.

Desafortunadamente ese comentario es consecuencia de un gran bagaje cultural que llevamos a espaldas. Se nos ha interiorizado a través de todos los medios que los “viejos” deben sentarse a ver cómo se les va la vida de sus manos.

Al activarse esa etapa de la vida, las personas simplemente desaparecen por siempre de la faz de la tierra. Se les ha abandonado en todos los sentidos y por siempre. Si tienen dudas, los invito a ver anuncios de publicidad, ropa o sexo. Por ello creo, y a ello se debe que, por instinto, los viejos (incluída yo) nos aferremos a lo que siempre hemos sido y hoy somos. Los viejos nos apegamos a lo que tenemos y solo cedemos si toca hacerlo, aun cuando vemos que el piso de todo lo que nos rodea se mueve en forma permanente.

De alguna forma ese aferramiento nos da identidad y sentido de pertenencia y existencia a quienes nos adentramos en los sesenta. Eso lo viví con mis padres, mis tíos, mis suegros y todos los contemporáneos que los rodearon, sin entenderlo en su momento. Solo hasta ahora logro comprender la razón de esa forma de vida que arrasa como un río galopante todo lo que nos rodea, dejando atrás ese ‘yo’ que siempre conocimos y respetamos.

Con esta vivencia y este entendimiento he decidido que no seré igual; me rebelo, me resisto a seguir con ese camino pavimentado. Y este sí que es un gran reto, porque todo se confabula para indicar lo contrario.

Para mí lo único cierto es que hoy a mis sesenta estoy dispuesta a asumir mil veces todos los retos que la vida me quiera presentar. Quiero estar lejos de continuar en la creencia de que después de esta edad las personas ya se quedaron así y que deben esperar con paciencia su final.

Las mujeres de mi generación podemos y debemos romper con esa cultura; estamos más saludables y fuertes mentalmente que nuestras madres pues tuvimos la fortuna de educarnos, de tener acceso a información muy importante y de gozar de independencia económica.

Con esa idea he emprendido una nueva de vida. Digo…¿Nueva vida? ¡Sí! Inicié de cero con muchos proyectos y aquí estoy, cada día buscando paz en mi interior y tratando de disfrutar lo que la vida me ofrece. He conseguido nuevos amigos, nuevos quehaceres y nuevas formas de seguir construyendo vida.

Pero, al igual que me ha sucedido cuando no soy consciente de mi edad, a veces me tropiezo con la cara del viejo.

Siendo sincera, de cuando en cuando la visión del futuro me genera mucho temor. A veces pienso en cómo terminará mi vida: si estaré sola; si seré capaz de tomar las decisiones frente a una enfermedad grave, si sufriré antes de morir, si podré cuidar de los seres más queridos cuando deba hacerlo y dejarlos ir cuando sea el momento. ¡Qué cantidad de nuevos miedos me acompañan! Tantos, que olvido disfrutar del regalo inmenso que cada día me da la vida.

Este se ha vuelto el mayor de los retos: sobrepasar los fantasmas del futuro y darle la importancia a acompañar mis días con el presente para mantenerme muy viva. El foco de lo único importante y real es nuestro ‘yo’ como individuo en cada momento del día.

Nos han enseñado a planear el futuro, a asegurar que los riesgos que asumimos se puedan cubrir en buena parte, pero nadie nos ha enseñado a entregarnos a vivir el presente y disfrutarlo. Olvidamos que podemos maravillarnos y sorprendernos del presente que, al fin y al cabo, es lo único real. “Ver el sol radiante y las flores su color”, como dice un estribillo de alguna canción.

Una de las tareas para dejar de envejecer (al menos mentalmente), que he practicado e investigado1, es vivir el presente: observar con atención y deleite todo lo que sucede, tomando distancia y tratando de que las emociones de lo que fue o pudo ser no nublen los momentos de una gran paz espiritual.

Aun cuando no es fácil, este ejercicio me ha permitido empezar a vivir distinto y disfrutar de cada día sin pensar en el mañana. Me da risa solo de pensar en tantos momentos perdidos en el pasado, en los que por estar sufriendo por algo que no sucedió o que sí sucedió pero ya no puedo cambiar, dejé de ser feliz al estar imaginando mil situaciones que tal vez nunca fueron reales.

El libro del sacerdote y filósofo Pablo d’Ors señala que “el poderoso atractivo que ejerce en los humanos la sexualidad se cifra, precisamente, en el poder del ahora. Los amantes más consumados están uno en el otro en ese presente eterno en que sus almas y cuerpos se entregan.”2

La experiencia es tan intensa que no existe pasado ni futuro. Con esta reflexión pienso que, si esto es así, ¿por qué no hacerlo entonces en distintos momentos del día?, ¿por qué me torturo pensando en cuándo me voy a quedar sola si ahora estoy acompañada? o ¿por qué preocuparme de una futura enfermedad cuando estoy totalmente sana y puedo correr, tomar el sol, mojarme bajo la lluvia y caminar descalza?

La vida es increíble, está llena de pasajes, de puentes, de secretos que nos están esperando. Qué mejor forma de reinventarnos que desaprender para empezar a aprender cómo debemos vivir la vida. Quiero abrazar este nuevo reto. Quiero aprender a disfrutar lo que me da la vida, convencida de que llegar a los sesenta con salud, energía y muchas oportunidades es tal vez la mejor forma de envejecer.

[1] El poder del ahora, Un camino hacia la realización espiritual, de Eckhart Tolle. Biografia del silencio, breve ensayo sobre meditacion de Pablo d’Ors, editorial bibilioteca de ensayo Siruela, 22ª edición. [2] Ibem pag 63

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