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Una mirada a los maestros de Bolivia
n Por RO CÍO ÁGREDA PIÉROLA Y JOR GE CARLO S RUIZ DE LA QUINTA NA
Los grandes maestros de la poesía boliviana encarnan los rostros y las facetas con las que Bolivia misma se presenta. Su sorprendente diversidad geográfica es también el bastidor de un enorme telar cuyo entramado simboliza esa condición «abigarrada» de la sociedad boliviana. Hay nombres que a la hora de cualquier recuento no se deben dejar de mencionar, el faro luminoso de Ricardo Jaimes Freire, el poder telúrico de Franz Tamayo, la vibrante pluma de Cerruto y, cómo no, a la gran Yolanda Bedregal. Pero en esta ocasión deseamos acercarlos a otros rostros y otras voces igual de importantes.
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Hilda Mundy (1912), quien naciera civilmente como Laura Villanueva, orureña, una de las pocas mujeres vanguardistas de América, asumirá después –en un gesto irresistiblemente pessoano– el nombremáscara de Hilda Mundy, además de otros nombres como Anna Massina, María D’Aguileff y Madame Adrianne con las que aparecerá durante sus incursiones periodísticas. Laura adoptará también en su escritura todavía otras máscaras, las de la ligereza y de la refinada y docta ironía, así en sus escritos periodísticos muy atentos a los devenires de la Guerra del Chaco y luego en su poesía de corte ultraísta donde precoz se ríe de todo y de todos, pues parece que a todos, al igual que a las «señoritas anafractarias» «les alienta sobremanera la íntima necesidad de vivir so pretexto vital de la naturaleza». Veinteañera y apasionada por el ultraísmo escribe Pirotecnia, poemario de genialidad indiscutible donde conscientemente renuncia y se libera –como escribía Emma Villazón– «del romanticismo, el machismo y las metáforas». No obstante, tan colosal como su breve obra, lo es
Matilde Casazola
también su gran silencio que después de un inicio literario tan auspicioso se discontinúa para siempre, y esa breve pólvora colorida se dispersa en el gran río de otras demandas igualmente verdaderas. Todas esas máscaras se han volcado hacia las intimidades más profundas de lo no dicho, de lo no escrito, no porque no pudiera escribirse sino porque los movimientos de esa escritura son muy otros y misteriosos.
«Por eso no más decires vacuos y avalantes. No más hablar de cosas ligeramente conocidas. Se vive. Se participa del mundo. Se camina por la leve hoja de este planeta
noble. Luego hay que ser verdadero, amar verdadero, eslos márgenes, las chinganas (bares de las afueras doncribir verdadero y morir verdadero». de iban a beber personajes marginados de la ciudad, alcohólicos, indigentes, indígenas), toda su obra ha Edmundo Camargo (1936). Poeta nacido en Sucre sido escrita durante un periodo largo de sobriedad y tempranamente radicado en Cochabamba cuya que mantendría a pesar de puntuales recaídas. única obra «Del tiempo de la muerte» sólo se publiA estas alturas Sáenz se ha convertido en un caría póstumamente y gracias a la intervención del poeta omnipresente en las letras bolivianas, que de poeta Jorge Suárez el año 1967, siendo reeditado finalmente y tras un largo silencio en el año 2002 por Eduardo Mitre. En su corto paso por el mundo (muere a los 31 años de una grave enfermedad pulmonar), Camargo dejó una obra breve pero decisiva para las letras bolivianas. Durante su temprana juventud radicó en España y Francia donde cursó estudios de Filosofía y Letras en la Sorbona, y tal como sucedió con varios otros poetas en el continente, su escritura atraviesa y se deja atravesar de un modo muy singular por la corriente del surrealismo. La escritura camarguiana es una escritura donde todas las intensidades devienen cuerpo ante la mirada atenta y algo demente de Jaime Sáenz un ojo ávido de deslumbramientos cada vez más puntuales, para culminar en la imagen precisa y bella, rarificada por el lenguaje de faltar dejaría quizá un cráter gigantesco imposible de los cuerpos que transitan entre vida y muerte. Toda no notar. Poeta de la ciudad y del margen, excursiosu poesía es una producción de lenguaje, producción nista de los contornos del abismo, no habrá para él en el sentido más orgánico de la palabra, construye otra ciudad más propicia para tales andanzas que La palabra a palabra una rarefacción que nos conduce y Paz. Sáenz inaugura una visión de la ciudad, del «ser devuelve siempre a los materiales y a los procesos. El y del estar» en un plano donde un particularísimo cuerpo, los cuerpos son atravesados por los elemenlenguaje se nutre de la paradoja y del habla popular tos en un teatro donde naturaleza y cosmos gozan de paceña (afectada profundamente por el aimara) crisuna contigüidad ineludible: talizando en una metafísica que bebe de una combinación inaudita de romanticismo alemán, ocultismo «Vale más caer de pecho a la tierra / dejar crecer y vanguardia. Muy cercano a la poesía filosófica, su la piedra en los bolsillos / y que una bestia un escritura se sustenta por un afán poético en pos de día / nos endulce los huesos con su lengua / preocupaciones tales como la muerte, el tránsito, el cálida como un sol sin movimiento». amor, la alquimia, el júbilo. Lejos de los infiernos de la luz, cría una nueva manera de ser del lenguaje, Jaime Sáenz (1921). Nació en La Paz, fue periodista más verdadero cuanto más paradójico, más verdadey docente, a su alrededor, como si se tratara de un ro cuanto más atravesado de noche, en su escritura sol oscuro, prosperó un fértil movimiento de artishay un movimiento del sí, del no, del sí-y-no y tamtas jóvenes y poetas. Más conocido por frecuentar bién de lo que es todo lo contrario. Pero todo esto es
sólo un pretexto para traer a escena el más luminoso de sus conceptos poéticos: El júbilo.
«En el extraño sitio en que precisamente / la perdición y el encuentro han ocurrido, la hermosura de la vida es un hecho que no / se puede ni se debe negar. La hermosura de la vida, por el milagro de vivir. La hermosura de la vida, que se da, por el milagro de morir».
Jesús Urzagasti (1941) nació en una región del país gobernada por los extremos: el Chaco. Lugar seco y polvoriento pero desbordado de verdura, recinto del calor más extremo y canal de paso del helado viento polar del sur, de cierta manera así también son las letras. Su poesía y su narrativa han marcado una nueva etapa en la literatura boliviana. Crecido en la posguerra de la conflagración entre bolivianos y paraguayos, Urzagasti representa esa nueva mirada sobre lo propio y lo desconocido de nosotros mismos como nación. Su obra en narrativa es la novela Tirinea (1967) la cual viene nutrida de toda la onda expansiva del «boom» latinoamericano. Hilda Mundy
Su obra poética se concentra en cuatro títulos. Yerubia (1978) y La colina que da al mar azul (1993) son quizá los más conocidos. «Casi siempre he escrito poemas sueltos, o sea, no he escrito poemas en función de un libro», reconoce él mismo. No obstante, no hay que dejar de subrayar que tanto su narrativa como su prosa tienen un carácter profundamente poético. Urzagasti redimensiona la geografía lo conocido. Su voz emerge dislocándonos a una comprensión más completa de lo que somos como pueblo y nos arroja a lugares hasta entonces inéditos. Fue un amante de las palabras, un celoso defensor de sus significados, piadoso con la estética y creador de un universo propio en el cual estamos convidados a habitar.
Mientras averiguas por tu cuenta en qué consiste el misterio de todo las preguntas de doble filo no te conciernen y en tus ojos de animal en celo ondula la geografía del paraíso.
Pedro Shimose (1940) también es heredero de las transformaciones que había experimento el país después de la Guerra del Chaco. Las artes, como las terminaciones nerviosas de un pueblo, son las primeras en comunicar a través de su propio lenguaje las nuevas categorías por las cuales ha de explicarse la condición humana. Shimose da el brinco hacia un nuevo momento literario en el que era urgente buscar en todas las preguntas la manera de desbaratar todas las respuestas. Está convencido que: «En lo más profundo de la conciencia humana la poesía seguirá interrogando al destino; seguirá recordándole al poder que todo es perecedero y que la arrogancia humilla a los desheredados».
Importantes pasajes de su producción tienen como fuente de inspiración lo político, lo social, la identidad, el poder del espíritu y las contrariedades del destino humano. Desde muy joven se le reconoció su gran madurez estética y muy pronto se ganó un lugar entre los maestros de la poesía boliviana. El tiempo sólo confirmó los augurios. Su polifacética labor artística le ha merecido importantes reconocimientos no sólo por su poesía, sino también como cuentista, crítico literario, compositor de música popular y dibujante. Su labor profesional lo ha vinculado a la prensa, a las universidades y la investigación académica, materializando en sí mismo esa voluntad de intervenir en la transformación de la realidad.
Es la patria, me digo, este hierro candente, / esta asfixia de gorgueras de lino almidonado, de armaduras de hierro, / de pepitas de oro lavadas en las cribas de la lluvia.
Matilde Casazola (1943) forma parte de esa estirpe de poetas cuya maestría con los versos y la lira los ha hecho legendarios. Nieta del célebre escritor Jaime Mendoza y sobrina del historiador Gunnar Mendoza, fue iniciada muy pronto en la poesía y la música. Se formó en piano y guitarra desde la adolescencia y más tarde prosiguió estudios en la Sección Musical de la Escuela Nacional de Maestros de Sucre. Su producción musical es parte imprescindible del patrimonio folclórico contemporáneo. Sus cuecas, bailecitos, yaravíes y wayñus son verdaderos himnos nutridos de una hondura estremecedora.
Su poesía se decanta por dos vertientes: lo temático y lo autobiográfico. Sin embargo, quienes la han estudiado sostienen que no es posible entender a Casazola sino viéndola blandir en una mano la pluma y en la otra la guitarra. Su primera proPedro Shimose ducción literaria vio la luz en 1967: Los ojos abiertos. Al presente tiene publicados casi una veintena de trabajados poéticos. La «Cantora» a lo largo de su prolífica carrera como poeta y compositora ha sido justamente reconocida y homenajeada. Recientemente, demostrando toda su vigencia e importancia, fue galardonada con el Premio Nacional de Cultura.
En su oficio de «inventar canciones» Matilde ha tallado con sus letras una parte de la médula misma del espíritu boliviano.
Se apagó el amor como un fueguito como un fueguito muerto de frío
Por último, no queremos concluir este pequeño recuento de los maestros de la poesía boliviana sin dejar de mencionar los otros idiomas con los que se expresa la diversidad de esta nación. La poesía es tan antigua aquí como sus primeros pueblos. De los cantos y yaravíes desaparecidos luego de la invasión, la poesía en nuestros idiomas se abrió espacio con distintas estrategias, primero el Taki Ongoy, luego por medio de las crónicas y más tarde en la música popular. Con el tiempo fue encontrando su espacio en las formas más tradicionales y propias de cada época. La poesía quechua tiene representantes de larga data, como el revolucionario Juan Wallparrimachi (1793). Medio siglo más tarde está el valioso legado de José David Berríos (1849). Ambos quizá serían sólo unos olvidados sin la apasionada labor de rescate del grandioso Jesús Lara (1898)
La poesía en aimara sigue recorridos semejantes, pero queremos poner especial atención en Juan de Dios Yapita (1931), poeta, liguista y académico de renombre internacional. Su producción poética forma parte de su repertorio por la recuperación y revalorización de nuestros idiomas nativos. Desde la academia ha animado valiosos esfuerzos para ampliar la comprensión de nuestras raíces y la urgencia de llamarnos a nosotros mismos con nuestras propias palabras.
Amuki t’uyuskma, laqa laqanjama. Jan uñtanistati. Amuki t’uyuskma.
Vuela en silencio, por las alturas. No dirijas tu vista hacia mí. Vuela en silencio.