Revista de poesía "Ulrika" 58

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MOMENTOS DE LA POESÍA IBEROAMERICANA

Una mirada a los maestros de Bolivia n Por ROCÍO ÁGREDA PIÉROLA Y JORGE CARLOS RUIZ DE LA QUINTANA Los grandes maestros de la poesía boliviana encarnan los rostros y las facetas con las que Bolivia misma se presenta. Su sorprendente diversidad geográfica es también el bastidor de un enorme telar cuyo entramado simboliza esa condición «abigarrada» de la sociedad boliviana. Hay nombres que a la hora de cualquier recuento no se deben dejar de mencionar, el faro luminoso de Ricardo Jaimes Freire, el poder telúrico de Franz Tamayo, la vibrante pluma de Cerruto y, cómo no, a la gran Yolanda Bedregal. Pero en esta ocasión deseamos acercarlos a otros rostros y otras voces igual de importantes. Hilda Mundy (1912), quien naciera civilmente como Laura Villanueva, orureña, una de las pocas mujeres vanguardistas de América, asumirá después –en un gesto irresistiblemente pessoano– el nombremáscara de Hilda Mundy, además de otros nombres como Anna Massina, María D’Aguileff y Madame Adrianne con las que aparecerá durante sus incursiones periodísticas. Laura adoptará también en su escritura todavía otras máscaras, las de la ligereza y de la refinada y docta ironía, así en sus escritos periodísticos muy atentos a los devenires de la Guerra del Chaco y luego en su poesía de corte ultraísta donde precoz se ríe de todo y de todos, pues parece que a todos, al igual que a las «señoritas anafractarias» «les alienta sobremanera la íntima necesidad de vivir so pretexto vital de la naturaleza». Veinteañera y apasionada por el ultraísmo escribe Pirotecnia, poemario de genialidad indiscutible donde conscientemente renuncia y se libera –como escribía Emma Villazón– «del romanticismo, el machismo y las metáforas». No obstante, tan colosal como su breve obra, lo es 12

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Matilde Casazola

también su gran silencio que después de un inicio literario tan auspicioso se discontinúa para siempre, y esa breve pólvora colorida se dispersa en el gran río de otras demandas igualmente verdaderas. Todas esas máscaras se han volcado hacia las intimidades más profundas de lo no dicho, de lo no escrito, no porque no pudiera escribirse sino porque los movimientos de esa escritura son muy otros y misteriosos. «Por eso no más decires vacuos y avalantes. No más hablar de cosas ligeramente conocidas. Se vive. Se participa del mundo. Se camina por la leve hoja de este planeta


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