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por Carlos López

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Miguel Iriarte

Miguel Iriarte

La última vez que estuve en El Pandora

POR ÁLVARO MATA GUILLÉ

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La última vez que estuve en El Pandora fue un mes de octubre, casi en noviembre, cuando el frío invadía Madrid y caía un poco de lluvia, que junto a las sombras que parpadeaban entre las luces, oscurecían aceras y calles. Fue antes de la llegada de la nieve, antes de que apareciera la incertidumbre con un poco más de frío, que nos envolviera el miedo recluyéndonos en las casas e intentáramos escapar de la peste, del peligro, del rostro del otro, como tantas veces ha sucedido en el transcurso de la historia, que ante la presencia de la muerte –de lo ausente que vislumbra en el horizonte– nos escondíamos en mazmorras, en sótanos, en cuevas, en el algo detrás de la espesura murmurando entre los ríos, más allá de las murallas.

Fue un viernes temprano, vísperas de mi regreso a México el sábado, cuando decidimos ir al Pandora, siguiendo nuestros pasos casi sin pensar, en busca de Luismi, sin saber tampoco (quién iba imaginar o quién lo adivinaría) que al reunirnos esa noche –con la sorpresa de encontrarnos y conversar, con un abrazo largo, unas copas de vino, una charla sólo interrumpida por las risas prolongadas hasta la madrugada– sería la última vez que nos veríamos, quedando las bromas –los abrazos, los carcajeos, el hasta pronto– escondidas entre los libros, junto a los recuerdos de otras ocasiones, de otras visitas, que yacían pegados a los recovecos y a los retratos, los que susurraban junto a los fantasmas que se sentaron, ese día también, a beber una copa de vino, a conversar con nosotros, a mirarnos.

Quizá, como en Pedro Páramo, las voces roncas que emergían de la penumbra, sospechaban algo de lo que vendría, pues me insistieron una y otra vez, junto a Luismi haciendo coro, que me quedara, que siguiéramos con las risas y el vino, hasta ir a desayunar a alguna parte, pues no importaba –qué importancia tenían las cosas a veces– tomar un avión casi partiendo o dejarlo ir, que no importaba tampoco saber quién era, qué hacíamos aquí o para dónde vamos.

Admito que titubeé un poco, que a veces la noche se alarga y el tiempo se detiene, como en la fiesta, el teatro, la poesía o el carnaval, cuando somos otros: yo mismo, vos, él-ella, nosotros en el otro lugar, como un espejismo. Yo negaba con la cabeza, hasta que salí corriendo hacia la Puerta del Sol por mi equipaje, para correr otra vez hasta la parada de la micro que me llevaría al aeropuerto, con la noche afuera y dentro mío, con los fantasmas todavía sonriéndome, sentados a mi lado, yo medio dormido. Al llegar a la terminal busqué mi vuelo sin que apareciera, descubriendo con sorpresa, que la salida prevista no era en la mañana, sino más tarde, casi al día siguiente.

Dejé el equipaje con la aerolínea, regresé a la Puerta del Sol, con la madrugada a cuestas y el frío, quedándome solo, sin las voces, recordando: nos nutre lo efímero: cada momento es el último, cada instante brota por última vez.

Hasta pronto Luismi, hasta la próxima noche en El Pandora, con los fantasmas. 

Dolor: ese puente entre el Tánatos y el Eros en la poesía de Luis MigueL Madrid

POR DARÍO SÁNCHEZ-CARBALLO

Que vengan cosas y acontecimientos, que la nada imponga lo que pueda y en los cajones donde se archiva la pena que la muerte viva. luis Miguel Madrid

Mis palabras en días pasados, a los pocos de la muerte del poeta, susurraban «supongo que a estas alturas ya habrás calculado la cifra aproximada de voces que te acompañan, esos espectros amigos que percibías en tus poemas del Cine de sábanas blancas», libro muy apreciado para sus cofrades en Colombia, porque fue en este país donde se editó y publicó en el año 2009. Después, se vino encima el xxviii Festival Internacional de Poesía de Bogotá. Entre tantas imágenes poéticas, la de Luis Miguel seguía presente, como si estuviera a punto de bajar del avión que lo regresaba a esta ciudad. Pero las horas y las lecturas de poesía transcurrían, y entre las voces de los poetas, la de Luis no estaba. Entonces, ese vacío, que empieza a dar cuenta de que en verdad has perdido a alguien, se trata de llenar, con el recuerdo, con los versos, con la música y, a lo mejor, con un vino sobre la mesa. Quizá, lo que más causa dolor es el pensamiento de que algo fue injusto en el episodio de su muerte. Mas tratar de pararse en equilibrio sobre los platos de la balanza de la justicia resulta incómodo para cualquiera. Mejor, como diría el poeta «Que vengan cosas y acontecimientos, / que la nada imponga / lo que pueda y en los cajones / donde se archiva la pena / que la muerte viva».

Es conocida y en poco será legendaria la manera afectuosa que tuvo Luis Miguel de vivir en el mundo, de relacionarse con él y con quienes lo habitamos. Por supuesto, existía su actividad cultural más allá de la poesía, como gestor, como dramaturgo y como capitán de María Pandora, lugar visitado por escritores, músicos y amigos. Ahora, sumemos a este mosaico de energía y generosidad una breve mirada sobre su obra. Sin grandes pretensiones filológicas, este es un acercamiento inicial a la poesía de un creador que merece más que las palabras de afecto, plausibles de sus amigos, un vistazo a su principal actividad, el ejercicio poético.

Para empezar, en la poesía de Luis Miguel, Tánatos escribe su poema. Vive entre los versos y la memoria. Está en el cajón olvidado de la casa, pero también en la sofisticada sonrisa anunciando que en vísperas de la muerte la vida es más próxima, por lo menos para los ojos del poeta. Tánatos presente, como la misma vida. Situaciones en contrapunto, pero a veces simultáneas, en las que el dolor es el aglutinante de tales polos. «Hemos comenzado a construir el mundo / por sus alrededores, hemos hecho poemas y hemos visto / levantar ladrillos y talentos / en las murallas y en los huecos / que teníamos dentro […] Y si aceptamos el invite, que sea tres veces marzo / el argumento que nos lleve, / que abril ponga después los apretones, / o muera yo y desaparezca el mapa de mi tiempo».

Hoy en día los juicios sobre la factura o la calidad estética de una obra de arte enfrentan diversas posiciones. En la poesía, habrá aquellos que están

de acuerdo en que el poema ya no necesita de moldes, estructuras y que a partir del uso del verso libre se puede construir una imagen apelando solamente al ritmo y a una idea semántica particular; otros dirán que, al contrario, existe una idea estética en la poesía contemporánea cercana a lo confesional, lo conversacional, lo experimental, lo panteísta, o las irreverencias, a veces trasnochadas, buscando novedosas posiciones, que a lo mejor ya se habían postulado en un pasado no tan lejano.

El yo que se expresa, está tocado por lo multicultural y lo transcultural; también por su polisemia, producto de la movilidad de posiciones ideologías y aun estéticas. Joan Campàs, así nos lo recuerda: «Se acepta la teoría posmoderna de que el yo no tiene un núcleo estable y es sólo una ilusión improvisada a partir de la compilación de imágenes mediáticas, mensajes sociales y deseos manipulados que interiorizamos para definirnos».

Por ello, encasillar la obra poética de un autor puede resultar demasiado presuntuoso. Sin embargo, existen rasgos que definitivamente producirán una idea de estilo. En la obra de Luis Miguel diríamos que su estilo está entre una poesía confesional y una conversacional, más cercana a esta última. Pero si se estudia un poco más a fondo sus versos, notaremos que en medio de la aparente levedad, a veces confundida con lo coloquial, existe en su obra una carga filosófica que en ocasiones se acerca al panteísmo. En el poema «Me casaría contigo», el lector encontrará en las primeras líneas un tono llano que describe una situación desde la ironía: «Me casaría contigo si no fuera / porque tú no quieres hacerlo conmigo / y otra serie de circunstancias adyacentes […]». El poema termina con una vuelta inesperada, metafísica: «Por eso me rindo: se puede luchar contra un imperio / pero no contra los elementos». Son «los elementos» fundamento de conceptos metafísicos, y contra ellos es poco lo que el hombre común puede hacer. Este recurso se hace presente en varios de sus poemas, como «En el nombre de esta página» o «Comedia sin título». Su poesía sorprende al lector con tales giros. Lo coloquial ahora sugiere un estado de sofisticación, gracias a este trámite que señala ciertas posiciones filosóficas y aun espirituales. Es una cualidad que da cuenta de la inteligencia de este poeta, quien logra escritos que son mucho más que una posición fácil. «Fácil sólo es la mierda», diría Vladimir Holan, o «Menos es más», Mies Van der Rohe. Sabemos, por demás, que lo difícil es ser sencillo.

Regresando al aspecto de la muerte como contenido literario, Madrid le dedica todo un libro a la dama de la hoz, o, mejor dicho, a los espectros, que son parte del imaginario colectivo que representa al averno, al hades, al inframundo. Estos fantasmas en el libro El cine de sábanas blancas tienen las características propias de su levedad e inmaterialidad, pero las manías y defectos de los vivos, hasta son capaces de morir, de desaparecer: «Echaba de menos aquella solidez que tenía su cuerpo […] ser tan leve daba frío […] le molestaba pasar la noche en vela / preocupado por si estaría bien sujeto / o un golpe de aire le echaría a volar».

El Eros, como forma de celebrar la vida, es también clave en su poesía. Se resalta el debate entre el dolor y el placer. Si es verdad que dolor y placer son aspectos de una misma cosa, y que sólo falta un instante para que lo placentero sea doloroso. En algunos poemas de Luis Miguel esto es evidente. «Exijo a mis amantes / que antes de un año me abandonen, / que se lo lleven todo, que me denuncien, […] irremediablemente me defraudan / olvidando el compromiso y condenándome a sufrir». Por supuesto, el sarcasmo es el aceite que suaviza la piel del poema.

Ahora doy paso a la poesía de Luis Miguel Madrid, no sin antes abrir con el siguiente texto que recoge el Eros y el Tánatos en un cuerpo material y a la vez fantasma.

La fantasma de la curva

No dudó ni una pizca el camionero, proyectó las luces altas sobre aquella hembra mojada; tocó la bocina, dio la intermitencia y arrastró su trailer a la cuneta con una lánguida frenada. La damisela en jarras, sin paraguas ni sujetador aguantó sacando pecho a que parara su cliente y por sesenta euros le salvó la vida impidiéndole llegar a la siguiente curva hasta que amainó la tormenta. 

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