6 minute read
La Buena Nueva
estuviera tirando un farol…, maldita sea, imagínate que ambos progenitores dicen que sí, que lo partan. ¿Qué haces? ¿Quedas como un fullero o sacas el hacha y te lías a hacer el psicópata? Inquietantes cuestiones, sin embargo, resueltas con alegría en este divertido texto que es la Biblia.
Siguen una ristra de libros que casi nadie se ha leído, los delirios psicotrópicos de los Profetas, con cantidad de visiones desquiciadas de gente pasadísima y mucha más paja de relleno. Y así pasan las generaciones, y los siglos, y los reyes israelitas, que viven cientos de años (para que digan de las condiciones de vida de entonces…), hasta llegar a los días del Nuevo Testamento.
Advertisement
La Buena Nueva
El Nuevo Testamento —en adelante NT— es una segunda parte sorprendente. Me la tomo un poco como la película El protegido, de M. Night Shyamalan. Después de El sexto sentido se esperaba que su nueva película estuviera llena de muertos e inquietante misterio, y en cambio nos encontramos con algo radicalmente diferente. Y diferente no significa, ni muchísimo menos, malo, aunque al principio cueste de tragar.
La clave está en que el NT es mucho más light que el Antiguo. Apenas queda nada de toda esa muerte, traición, infidelidad, incesto, masturbaciones y cólera divina que recorren el AT (como momentos dramáticos, solo encontramos la matanza de niños que perpetra el chiflado de Herodes, la crucifixión y el Apocalipsis). El protagonista del NT es Jesucristo, cuya vida se nos cuenta cuatro veces en los cuatro Evangelios, para que se nos quede bien la copla. Tres de ellos, los de Mateo, Marcos y Lucas, son esencialmente idénticos y se los conoce como evangelios sinópticos, que significa literalmente que se pueden «ver juntos», es decir, que, si los dispones en columnas, los puedes seguir a la vez, pues incluyen las mismas escenas. Parece ser que el primero fue Marcos y luego Mateo y Lucas se copiaron de él y, para que no se notase demasiado, copiaron también de otro texto que no nos ha llegado y que, muy misteriosamente, los eruditos denominan manuscrito Q, lo cual pone cachondísimos a los autores de thriller. En cuanto a Juan, también es posterior a Marcos, pero tuvo la decencia de no copiarlo.
Jesucristo era, en líneas generales, un buen muchacho, algo soñador y embelesado. Iba por ahí predicando el bien y el amor, pero casi nadie le hacía caso. Porque esta es la gran dicotomía de los Evangelios: Jesús predicaba y las multitudes le escuchaban, curaba enfermos, expulsaba demonios y levantaba a los muertos, y todos le querían, pero luego, a la hora de la verdad, todo el mundo se vuelve loco y prefiere liberar a Barrabás, que era un psicópata asesino, antes que a Jesucristo, que era un protohippy. Literariamente, es una narración que no tiene sentido. Es un argumento muy forzado con un deus ex machina (literal) negativo. O eso o toda la gente del siglo i d. C. daba asco. Claro que, en general, la gente de hoy en día también damos asco. Pero forzado o no, el caso es que debía cumplirse el «plan de Dios». Cristo debía morir sí o sí, y ahí lo clavan. Luego resucita, algunos no lo reconocen, predica un poquitillo más y se vuelve a los cielos.
Y en cuanto desaparece Jesucristo, la Biblia se vuelve un verdadero tostón: lo que sigue no es más que una recopilación de cartas de apóstoles que se dedican a hacer turismo por el Mediterráneo aguando la fiesta a los divertidos politeístas. Porque sí, amigo, la verdad es que las religiones monoteístas suelen ser un aburrimiento, cuando no un auténtico suicidio espiritual. Seamos sinceros: ¿a quién le interesa una religión que, básicamente, te dice que tu obligación es ser un desgraciado y sufrir muchísimo, que la vida es una mierda, que las mujeres son malísimas, que todo lo que te gusta es pecado mortal, y que lo más probable es que te pases la eternidad en el infierno? Pues resulta que el cristianismo, que predicaba exactamente eso, se expandió a una velocidad vertiginosa. ¿Cómo puede ser? Lo veremos cuando lleguemos al análisis literario de la Edad Media.
No quiero despedir el capítulo bíblico sin una merecida referencia a uno de los libros más curiosos del NT: el Apocalipsis de san Juan. Creo que no existe texto sobre la faz de la tierra que haya calado tan hondo en el imaginario colectivo como el Apocalipsis. Nos ha dejado el milenarismo, que tanta angustia generó en la Edad Media (y, de una forma muchísimo más esperpéntica y friki, también entre los que hemos vivido el salto al siglo xxi), el 666, el dragón, las siete trompetas, los siete sellos, la prostituta de Babilonia, el Juicio final, Abadón el Exterminador, el Armagedón, el ejército de langostas…; caramba, el 80 por ciento de las obras de
ficción contemporáneas deben su éxito a material sacado del Apocalipsis, desde la segunda película de Terminator, hasta una ristra interminable de novelas, entre ellas los thrillers históricos post-Dan Brown. Esta fascinación parece responder a un miedo atávico: la humanidad siempre cree que el mundo está a punto de terminarse. Lo cual, si te paras a pensarlo, resulta un poco deprimente. Nos reímos con los cómics de Astérix, llenos de galos idiotas que se cubren la cabeza con un escudo por si se les cae el cielo encima, pero resulta que nosotros hacemos lo mismo. Aún hoy, en el año 2010, no falta el que ve en un terremoto y dos tifones seguidos los signos de un inminente apocalipsis que nos mandará a todos al infierno. La escatología cristiana no es la única que nos ha regalado estas impagables visiones paranoides, pero, sin duda, es la más extendida en Occidente. Lo cual no deja de ser curioso, porque, si te paras a leerlo, en realidad todo el Apocalipsis no parece más que un mal viaje de LSD. Casi me veo a San Juan, ahí tirado en Patmos, solo, completamente loco con el coco lleno de ácido, subiendo muy alto, viendo dragones y jinetes y plagas en medio de un torbellino de colores donde se entremezclan putas, santas, corderos, ciudades doradas y el terrible sonido de los ángeles tocando trompetas. Sí, creo que puesto de ácido podría escribirse un libro tan jodido como el Apocalipsis, incluso ese final donde se atisba algo de luz…
En fin… La Biblia. En realidad, todo lo que se diga sobre ella es poco. Y aunque aquí nos lo tomemos todo a broma, es un libro de lectura imprescindible. No es coña. Si conseguimos desligarnos, ni que sea un poco, del sentimiento religioso, y de esa terrorífica reverencia con la que se la trata siempre, tenemos entre manos un escrito con el que vale la pena calzarse. Se ha alabado hasta la saciedad a Tolkien por haber creado una cosmogonía con sus novelas, pero nos retorcemos de dolor ante la idea de asomarnos a este texto que, a fin de cuentas, es la primera novela río de la historia. A mí, por ejemplo, me emociona el comienzo del libro del Éxodo, donde explica las raíces de la tribu israelita, los cuatro gatos que allí llegaron y todos los que de ellos han descendido. Cuando lo leo, me siento como cuando empiezas el segundo volumen de una saga cuya primera entrega te conquistó