6 minute read

Arde Troya

sin remedio. Quiero saber cómo continuó aquella historia: si vivieron allí felices, en qué problemas se vieron metidos, si murieron, quiénes son sus hijos… Nos ha pasado, por ejemplo, a toda la generación que crecimos con la saga Dragonlance (y que la seguimos, más o menos fielmente, durante toda la adolescencia, y hasta su Ocaso de los dragones. Con Quinta Era, y nuestra recién estrenada sexualidad, nos desenganchamos en menos de lo que tardas en decir «Raistlin es un cagapoco»). A algunos les habrá pasado con las pelis de Star Wars, a otros con El señor de los anillos…; maldita sea, seguro que hasta a algún despistado le ha ocurrido con En busca del tiempo perdido, del pedantísimo Proust. Esa sensación de saga acompaña a muchas buenas novelas. ¿Por qué no abordar la Biblia como si fuera justo eso: una novela río como pocas, cargada de diferentísimas líneas argumentales, de múltiples estilos narrativos y de desbordante imaginación? Más de uno se llevaría una sorpresa, seguro. Aunque luego no podría comentarlo con nadie, porque se moriría de vergüenza al decir: «¿Pues sabéis? Resulta que, después de Los pilares de la tierra, cogí…, bueno…, la Biblia. Sí, y en fin. Que no está mal, ¿sabéis?».

Le mirarían como a un enfermo mental, quién sabe si peligroso.

Advertisement

Desde luego, hay partes que se pueden saltar (como Números, libro más aburrido que una final de Snooker, o el macabro y delirante Levítico), pero creo que hay capítulos interesantísimos. Incluso los cuatro Evangelios, que a priori siempre me parecieron un rollo: si te los leyeras sin la más mínima religiosidad, estarías ante una de esas novelas «multitestimoniales», donde se analiza al personaje principal solo a través de las miradas de otros. En fin. Un reto, en todo caso, ya que, como decía el inefable Bukowski: «No se puede cagar con un tapón de dos mil años de cristianismo metido en el culo».

Pero no creo que perdamos nada por probar.

Arde Troya

La siguiente parada lógica en este repaso a la literatura de la Antigüedad ha de ser forzosamente la cultura grecorromana. Pero se ha dicho ya tanto sobre la literatura grecorromana que casi ni apetece extenderse mucho.

Para empezar, ¿por qué la llaman «grecorromana»? Que yo sepa, los griegos y los romanos tienen poquísimo que ver. Sí, ok, los latinos mangaron todo lo que pudieron de sus vecinos helenos, hasta el panteón: ni siquiera tuvieron los cojones de inventarse unos dioses chulos como hicieron los mesopotámicos o los israelitas. Pero fuera de eso, no encuentro pueblos más diferentes que el griego y el romano. Simplificando de forma brutal, diríamos que los griegos se preguntaban las cosas, y los romanos solo las hacían, sin preguntarse nada ni pensar lo más mínimo. Digamos que un griego equivale a un científico y un romano equivale a un ingeniero.

Esta diferenciación se aprecia también en la literatura: mientras los griegos nos dejaron las epopeyas heroicas, la tragedia y la comedia, los romanos no nos dejaron casi nada reseñable.

Empecemos por el ciclo troyano, que, sin duda, es el mejor invento de la literatura griega. Se trata de un conjunto de obras (muchas de las cuales se han perdido) que nos cuentan la guerra de Troya, que en el imaginario antiguo debió de ser como la Segunda Guerra Mundial para nosotros. A grandes trazos: Helena es la mujer más guapa del Mediterráneo, se casa con el griego Menelao, pero entonces aparece Paris, que era un pichabrava, y se largan los dos a Troya. Se arma la de Dios y, debido a un pacto que había propuesto el genio de Odiseo, toda Grecia se ve obligada a cruzar el Egeo y atacar Troya. Y ahí se tiran como unos diez años, hasta que los dioses se aburren y empiezan a meter baza, y entonces aquello es un festival de sangre, muerte y combates singulares entre héroes como Ajax, Héctor o el inolvidable Aquiles. Al final, Troya cae, casi todos los participantes mueren, y los supervivientes se pierden por el mar y tardan la hostia en volver a su casa.

El grueso de la información lo obtenemos de la Ilíada y la Odisea, los dos larguísimos poemas épicos atribuidos a Homero. Y no cabe duda de que estamos ante una guerra tremenda con elementos sorprendentes. Es destacable, por ejemplo, que los pobres griegos se tiraran diez años varados en la misma playa dándose palos. Que uno lo dice y se queda tan ancho, pero seguro que si te paras a pensar en la de cosas que han ocurrido en tu vida en los últimos diez años, ves la situación con otra perspectiva. Homero, de quien ni siquiera sabemos si existió o no, debió

de pensar también que diez años eran muchos años, de modo que la Ilíada trata solo de los últimos cincuenta días del asedio. Vamos, que la Ilíada, más que un poema homérico, es un spoiler homérico, ahí reventándote el final.

Otra fuente de infinita diversión para el lector es ver que, como héroes, los del ciclo troyano dejan mucho que desear. Paris es un golfo cobarde. Aquiles se disfraza de mujer en la corte de otro tipo para evitar ir a la guerra. Ajax sobrevive a toda la guerra para luego volverse loco de pronto, empezar a matar ovejas y finalmente suicidarse. Y qué decir de Odiseo. A mí Odiseo me parece el más cutre de todos los héroes griegos. Se le identifica siempre con la astucia y la sagacidad, pero lo cierto es que es un liante de marca mayor que no causa más que problemas. A él se le ocurre la idea de que todos los griegos deberán defender militarmente a la nación cuyo rey escoja Helena como esposo, lo que lo convierte en el principal responsable de la guerra de Troya. Pero una vez se inician las hostilidades, el tío se hace el loco y se pone a sembrar con sal sus campos, a ver si cuela que ha perdido el juicio y no lo llaman a filas. Tiene que llegar Palamedes y poner la cabeza del hijo de Odiseo delante del arado para que nuestro héroe pare la yunta y confiese. «Que no, hombre, que no, que no estoy loco, que era broma, claro que iré a la guerra…», debió de decir.

Pero el muy traidor de Odiseo se la guarda a Palamedes: a la mínima que puede, falsifica un par de cartas y deja algo de oro en su tienda, le acusa de ser espía de los troyanos y acaban lapidando al pobre tipo. Entre las demás gestas del fullero de Odiseo está el disfrazarse de vagabundo y colarse en Troya para chorizar una estatua de la diosa Atenea que se supone protegía la ciudad. Y, por último, a él se le ocurre la sucia idea del caballo de Troya.

A pesar de ser un tipo al que no se podía dar la espalda, sus contemporáneos griegos debían de tenerlo en mucha estima, porque el segundo poema homérico que nos ha llegado lleva su nombre. Y, por cierto: qué jodida es la Odisea. Simplemente cuenta la historia de un cretino que no sabe cómo llegar a su casa. Eso nos ha pasado a muchos después de una noche de borrachera y nadie ha escrito una epopeya con nuestras aventuras. Claro que en nuestro caso solo podrían hablar de una meada en una farola, y en el caso de Odiseo acontecen asombrosas escenas, como cuando deja ciego al pobre Polifemo (que bastante pena tenía con ser grande,

This article is from: