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Qué nos han dado los romanos?
Ante este despliegue de autores y personajes… ¿cómo puede uno no ser fan absoluto de la literatura griega? Y en consecuencia… ¿cómo puede alguien decir que la literatura romana vale un pimiento?
¿Qué nos han dado los romanos?
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Definición de literatura romana: copia barata de la literatura griega que no le interesará a casi nadie.
De hecho, la única obra de ficción reseñable que nos dejaron los romanos sería la Eneida, de Virgilio, que pretende ser como una tercera entrega de las aventuras de los griegos que tanto admiramos en la Ilíada y la Odisea. Pero claro, es como cuando ves un remake norteamericano de una película de terror japonesa: no es lo mismo. Ni de lejos. Dicen que el propio Virgilio quiso quemarla antes de morir. El tipo se había pasado diez años trabajando en el librito de marras —que ni siquiera había sido idea suya, sino del emperador Augusto— y, aun así, no estaba nada contento con el resultado. Tenía previsto reescribirlo durante un viaje de tres años que iba a hacer por Grecia y Asia, pero enfermó antes de partir y, desde su lecho de muerte, pidió que destruyeran la obra. Fue Augusto quien lo impidió, quizá porque el proyecto había sido idea suya. ¿Qué más podemos decir de la literatura romana? Había gente interesante como Plinio el Viejo, al que no se considera «literato» debido a que su Historia natural pretende ser una enciclopedia académica. Pero, considerando que la mitad de lo que dice Plinio es mentira y la otra mitad se lo inventa, creo que podemos incluirlo dentro del selecto grupo de los autores de ficción. Además, hay que admirar a un hombre que, en cuanto estalla un volcán, lo primero que hace no es huir sino acercarse a ver qué pasa. «Pues sí que hacer calor aquí, sí…», debió de decir antes de morir envuelto en lava ardiente.
Sin embargo, no abundan los ejemplos como Plinio. Ni siquiera a la hora de hacer comedia consiguen los romanos un nivel equivalente al griego. El que más se acerca es Apuleyo, al escribir El asno de oro, donde cuenta la sórdida historia de un cretino al que transforman en burro y va por ahí hablando con la gente y viviendo
cachondas aventuras. Sin embargo, pierde fuelle al final, cuando al asno se le acaban los chistes y se pone a hablar de religión.
Pienso que el motivo de que literariamente los romanos fueran tan pobres es que eran demasiado buenos en otros campos infinitamente más aburridos, como el derecho, la retórica, la ingeniería, la administración o la política. Todo eso es un rollo que en realidad no sirve para nada, los judíos rebeldes de La vida de Brian (de los inefables Monty Phyton) lo sabían y por eso gritaban: «¿Qué nos han dado los romanos?», y yo lo grito con ellos, sí, señor. Si en el Imperio romano hubiera habido más literatura sórdida y menos politiqueo, aún hoy diríamos «Ave, César». La política y la retórica son corsés de hierro para la imaginación.
Quizá sean estos condicionantes previos los que dan origen a horrores literarios como Julio César y su Comentarios a la guerra de las Galias.
Julio César fue el primer autor que usó conscientemente sus escritos como un medio de propaganda política. Ríanse de los escritores actuales que escriben ellos mismos su entrada en la Wikipedia en tercera persona en un vano intento por parecer, cara al público, que son conocidísimos. Julio César era exactamente igual, y escribió sus Comentarios hablando de sí mismo con gran delectación. Si estás familiarizado con la obra de René Goscinny, recordarás que en los tebeos de Astérix, César habla siempre de sí mismo en tercera persona. Pues esa era la forma en que el bueno de René se choteaba de Julio, que básicamente se marcó una campaña publicitaria en forma de libro para convencer a todo el mundo de que su persona era la monda y su pensamiento militar, acertadísimo. Lo cual, insisto, dice mucho sobre el nivel narrativo de esa época y esa sociedad. En este sentido, el emperador Marco Aurelio intentó aplicar una leve capa de maquillaje escribiendo sus Meditaciones, que nos muestran a un entrañable vejete con mala uva pero auténticas ganas de hacer las cosas bien. Sin embargo, es un canto de cisne que no disimulará las carencias creativas del imperio en general.
Hablando de literatura romana (¿verdad que suena extraño?; en cambio, cuando dices «literatura griega» todo el mundo sabe de lo que estás hablando…), uno se ve obligado a mentar a Ovidio. Ovidio era un niño bien que quería ser escritor, y su padre, que era el equivalente romano del gerente de una inmobiliaria, le insistía