historia torcida de la literatura
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sin remedio. Quiero saber cómo continuó aquella historia: si vivieron allí felices, en qué problemas se vieron metidos, si murieron, quiénes son sus hijos… Nos ha pasado, por ejemplo, a toda la generación que crecimos con la saga Dragonlance (y que la seguimos, más o menos fielmente, durante toda la adolescencia, y hasta su Ocaso de los dragones. Con Quinta Era, y nuestra recién estrenada sexualidad, nos desenganchamos en menos de lo que tardas en decir «Raistlin es un cagapoco»). A algunos les habrá pasado con las pelis de Star Wars, a otros con El señor de los anillos…; maldita sea, seguro que hasta a algún despistado le ha ocurrido con En busca del tiempo perdido, del pedantísimo Proust. Esa sensación de saga acompaña a muchas buenas novelas. ¿Por qué no abordar la Biblia como si fuera justo eso: una novela río como pocas, cargada de diferentísimas líneas argumentales, de múltiples estilos narrativos y de desbordante imaginación? Más de uno se llevaría una sorpresa, seguro. Aunque luego no podría comentarlo con nadie, porque se moriría de vergüenza al decir: «¿Pues sabéis? Resulta que, después de Los pilares de la tierra, cogí…, bueno…, la Biblia. Sí, y en fin. Que no está mal, ¿sabéis?». Le mirarían como a un enfermo mental, quién sabe si peligroso. Desde luego, hay partes que se pueden saltar (como Números, libro más aburrido que una final de Snooker, o el macabro y delirante Levítico), pero creo que hay capítulos interesantísimos. Incluso los cuatro Evangelios, que a priori siempre me parecieron un rollo: si te los leyeras sin la más mínima religiosidad, estarías ante una de esas novelas «multitestimoniales», donde se analiza al personaje principal solo a través de las miradas de otros. En fin. Un reto, en todo caso, ya que, como decía el inefable Bukowski: «No se puede cagar con un tapón de dos mil años de cristianismo metido en el culo». Pero no creo que perdamos nada por probar. Arde Troya La siguiente parada lógica en este repaso a la literatura de la Antigüedad ha de ser forzosamente la cultura grecorromana. Pero se ha dicho ya tanto sobre la literatura grecorromana que casi ni apetece extenderse mucho.