La Palabra Entre Nosotros - Octubre 2022

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Ustedes, ¿quién dicen que soy? OCTUBRE- NOVIEMBRE 22
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En este ejemplar:

/ Noviembre 2022

Ustedes, ¿quién dicen que soy?

Ustedes, ¿quién dicen que soy? 4 ¿Qué clase de Mesías era Jesús?

El Hijo de Dios tiene autoridad… 10 Jesús, nuestro Rey y Señor

Se humilló a sí mismo… por nosotros 16 Jesús, el Siervo sufriente

Somos basijas de barro 21 Por Maria Vargas

Un tesoro de lo alto 22 ¿Qué ayudó a San Pablo a seguir adelante?

El insuperable poder de Cristo 28 ¿Dónde podemos encontrar la fuerza para mantenernos fieles?

Imperfectos pero dotados de dones 34 Dios nos ha dado todo lo que necesitamos

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Octubre
Meditaciones
Octubre del
31 40 Noviembre del 1 al 26 71

Ustedes, ¿quién dicen que soy?

Queridos hermanos:

Probablemente no nos sorprendería escuchar a otras personas describir a Jesús como un gran profeta, un hombre que amaba a los pobres o cuya predicación impactaba a las personas. Y mientras muchos hablan bien de él, y otros no, lo cierto es que nada de esto responde a la pre gunta: ¿Quién decía Jesús que era él?

Jesús hizo afirmaciones que resultaron escandalosas para los judíos, especialmente para los fariseos y los doctores de la ley. En Nazaret, afirmó ser el cumplimiento de las antiguas profecías; también se iden tificaba a sí mismo con el siervo sufriente del cual nos habla el profeta Isaías (capítulos 42, 49, 50 y 52–53). O se identificaba como el “hijo del hombre” haciendo alusión a la profecía de Daniel, que habla de una figura semejante a Dios y que se encuentra a la derecha del trono de Dios (Daniel 7). Dijo que él era el hijo de David y se atribuyó la autoridad que solamente Dios tenía: Para perdonar pecados (Mar cos 2, 7), autoridad sobre el templo (Mateo 21, 23) y autoridad incluso sobre los mandamientos de Dios (Mateo 12, 8; Marcos 2, 28).

Jesús hizo estas afirmaciones por que su Padre se las había revelado.

Ya desde niño, él sabía que tenía una relación personal con Dios, tal como nos lo relata el Evangelio de San Lucas: “¿Por qué me buscaban?”, le respondió a José y María cuando lo hallaron en el templo en medio de los maestros de la ley después de buscarlo durante tres días, “¿No sabían que tengo que estar en la casa de mi Padre?” (2, 49). Todo lo que Jesús hizo y dijo nacía de la con fianza de saber que él era el Hijo de Dios.

La gracia de la revelación. Dios se deleita en revelarnos a su Hijo, de la misma forma en que se deleitó en revelarle a Jesús quién era él. Así es, tu Padre celestial se deleita en mos trarte quién es Jesús y lo que puede hacer por ti.

Como veremos en los artículos de este mes, Pedro recibió la reve lación de que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios. Pero San Juan nos relata en su Evangelio que también Marta, la hermana de Lázaro, recibió la misma revelación. Su hermano había muerto y Jesús no estuvo ahí para evitarlo, pero aun así ella pro clamó: “Sí, Señor, yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, que tenía que venir al mundo” (Juan 11, 27).

Los invito a que mientras rezan y meditan en los pasajes de la Escri tura que encontrarán en esta edición,

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le pidan a Dios que les revele quién es Jesús. Que nuestros pecados no sean un obstáculo para poder profesar que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios que tenía que venir al mundo.

La Palabra Entre Nosotros • The Word Among Us

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Padre celestial, ¡te pido que nos reveles más plenamente a tu Hijo!
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USTEDES, ¿QUIÉN 4 | La Palabra Entre Nosotros

DICEN QUE SOY?

En un momento crucial de su ministerio, Jesús le hizo a sus discípulos dos preguntas fundamentales. La primera, “¿Quién dice la gente que soy yo?”, no era muy difícil de responder; todos tenían una idea de lo que la gente decía de Jesús. Pero luego vino la siguiente que era en realidad más difícil: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” (Marcos 8, 27. 29, énfasis añadido).

Jesús no hizo estas preguntas aquel día por capricho. El Señor había pasado años rezando, estu diando las Escrituras hebreas y preguntándoles a los apóstoles sobre sí mismo: ¿Quién dice la gente que soy yo? Y, ¿yo digo que lo soy? Desde su niñez Jesús sabía que él era diferente a todos los demás, pero fue hasta que presentó estas preguntas al Padre en oración que realmente llegó a comprender quién era verdaderamente.

¿Quién es Jesús? Puede ser tentador desestimar estas preguntas. “¡Jesús era Dios! Siempre supo que él era la segunda Persona de la Trinidad.”

Pero Jesús no era simplemente Dios escondido dentro de un cuerpo, con un conocimiento total del

¿Qué clase

de Mesías era Jesús?

universo entero —y de sí mismo— desde el día de su nacimiento. Jesús también era verdaderamente humano, y al igual que los hombres y mujeres, tenía que conocer el mundo que lo rodeaba. La Sagrada Escritura nos dice que Jesús “seguía cre ciendo en sabiduría” mientras cre cía y maduraba (Lucas 2, 52). De manera que sin dejar nunca de ser Dios, y a pesar de tener una gracia especial que lo ayudaba a compren der quién era él, Jesús siempre necesitaba crecer para entender. Esa era la única forma en que él podía ser como nosotros en “las mismas pruebas que nosotros; solo que él jamás pecó” (Hebreos 14, 15).

¿Cómo llegó Jesús a compren der quién era él? La respuesta sencilla es que lo aprendió de su Padre celestial. Pero, ¿cómo sucedió eso? Bueno, por un lado, aprendió de sí mismo al leer las Escrituras y escu charlas cuando eran proclamadas

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en la sinagoga. También debe haber escuchado relatos por parte de María y José sobre su nacimiento e infancia. Podemos estar seguros de que él presentó todas estas cosas en oración y le pidió a su Padre que abriera su corazón y lo instruyera.

Y el resultado fue sorprendente. Ningún rabino, sacerdote o escriba en todo Israel había interpretado el Antiguo Testamento de la forma en que Jesús lo hizo. Con su mente y su corazón libres de la nube del pecado y por medio de la relación especial que tenía con su Padre celestial, Jesús llegó a comprender quién era él en relación con el Padre y con Israel, así como la importancia de su misión.

En este mes, queremos imitar esta acción de Jesús de presentarle a Dios sus preguntas en oración. Queremos profundizar en la palabra de Dios y crecer en nuestro entendimiento de las palabras proféticas que señalan a Jesús. También queremos pedirle a nuestro Padre celestial que abra nuestra mente a las verdades espiri tuales de quién es Jesús y lo que vino a hacer por nosotros, de la misma forma en que lo hizo Jesús.

El pueblo que anhelaba al Mesías. Durante siglos antes de que Jesús naciera, el pueblo judío había espe rado que Dios enviara a alguien a rescatarlos.

Anhelaban el tiempo del rey David y su hijo Salomón, cuando Jerusalén

fue establecida, se construyó el templo e Israel era una nación libre y soberana. Pero luego los problemas comenzaron. Primero la nación se dividió en dos. Luego ambos reinos, el del norte y el del sur, comenzaron su larga decadencia en el pecado y la idolatría. Pronto, fueron invadidos por ejércitos paganos y envia dos al exilio. Después de regresar, varias décadas más tarde, debieron someterse una y otra vez a gobernantes extranjeros. Primero fueron los persas, luego los griegos y final mente los romanos.

Muchos judíos en el tiempo de Jesús rezaban junto con el salmista: “Oh Señor, ¿hasta cuándo estarás escondido?” (89, 47). Deben haber recordado las promesas del Señor de que enviaría un Mesías para sal varlos: “Hiciste una alianza con David; prometiste a tu siervo esco gido: ‘Haré que tus descendientes reinen siempre en tu lugar’” (89, 4-5). “¿Cuándo cumplirás tus palabras, Señor?”, deben haber pregun tado. Poco sabían de que su tan anhe lado Mesías ya estaba en medio de ellos, viviendo como carpintero en el pueblo de Nazaret.

“Me ha consagrado.” La mayor parte del tiempo, Jesús evitaba llamarse abiertamente a sí mismo el Mesías. Jesús sabía que la mayoría de las esperanzas del pueblo se centraban en un líder político o religioso que

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expulsaría a los romanos de Israel y purificaría el templo de la corrup ción. Así que en lugar de referirse a sí mismo como el Mesías, Jesús enseñó y actuó de formas que mostraban al pueblo lo que el Mesías de Dios había venido a hacer.

San Lucas nos dice que Jesús comenzó su ministerio público con una homilía en la sinagoga de su pueblo de Nazaret. Ahí, intencionada mente abrió la Escritura en Isaías 61, donde leyó el pasaje que muchos judíos de su época interpretaron como una profecía sobre el Mesías:

El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha consagrado

N ingún rabino, sacerdote o escriba en todo Israel había interpretado el Antiguo Testamento de la forma en que Jesús lo hizo.

para llevar la buena noticia a los pobres; me ha enviado a anunciar liber tad a los presos y dar vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a anunciar el año favorable del Señor. (Lucas 4, 18-19; ver Isaías 61, 1-2).

“Me ha consagrado.” Esas palabras tenían un significado especial para el pueblo, porque la palabra “mesías” tanto en griego (Jhristós) como en hebreo (Meschíaj) signi fica “el ungido”. Así que Jesús debe

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haber sorprendido a todos cuando comenzó su homilía diciendo: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Lucas 4, 21). Al principio, ¡las personas estaban “admiradas” de que este hijo de un carpintero fuera capaz de exponer las Escrituras con tanta sabiduría (4, 22)!

Pero Jesús continuó hablando sobre cómo este Mesías sería recha zado en su propia “tierra” por su propio pueblo y que, por el con trario, encontraría aceptación entre aquellos que no pertenecían al pueblo de Dios (Lucas 4, 23-27). Según Jesús, el Mesías no vendría solamente por Israel, sino por todo el mundo, ¡y era lo que estaba sucediendo justo en frente de ellos! Evi dentemente, ese no era el tipo de Mesías que ellos esperaban. ¡No es de extrañar que trataran de lanzarlo por un precipicio (4, 29-30)!

Un Mesías inesperado. A pesar de que Jesús generalmente no hablaba de sí mismo como el Mesías, en muchos otros momentos sus acciones señalaban esta verdad. Cuando Pedro confesó “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”, Jesús no lo corrigió, de hecho, ¡lo felicitó! “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque esto no lo conociste por medios humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo” (Mateo 16, 17). Pero luego cuando

Jesús le explicó a sus discípulos que como Mesías él sería rechazado y que lo iban a matar, Pedro se enojó y lo reprendió (16, 23). De nuevo, al igual que sucedió en la sinagoga en Nazaret, la visión que Jesús ofrecía del Mesías era radicalmente distinta a la que las personas, incluso sus discípulos más cercanos, esperaban. La última semana de Jesús estuvo llena de simbolismos mesiánicos. Su entrada en Jerusalén montado sobre un burro le recordó a la gente una profecía del Antiguo Testamento sobre un rey ungido que entraría de esa forma en la ciudad santa (Mateo 21, 1-5; Zacarías 9, 9).

Más tarde en esa semana, Jesús ejerció autoridad sobre el templo expulsando a los mercaderes y afir mando que él lo iba a reconstruir. De nuevo, Jesús estaba cumpliendo la profecía sobre el Señor llegando al templo y purificando a los levitas que servían ahí (Malaquías 3, 1-3). Sin embargo, su forma de purificar el templo no cumplió con las expec tativas de los jefes religiosos. Mateo nos dice que “Se acercaron a Jesús en el templo los ciegos y los cojos” (Mateo 21, 14). Los sumos sacerdotes y los escribas eran conocidos por impedir a las personas con discapacidades ingresar al templo por que los consideraban impuros, pero Jesús los recibió, ¡incluso los curó!

Una y otra vez, Jesús le mostró a la gente que él era el verdadero

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Mesías, pero uno que era tan distinto que ellos no podían ver que él estaba cumpliendo sus súplicas de salvación.

¿Quién dices tú que es Jesús? Desde luego, no era suficiente que Jesús mismo supiera quién era él. El Señor quería que sus discípulos lo acepta ran como su Mesías, y no solo que lo aceptaran sino que experimentaran su poder como el Mesías que traía perdón, liberación y el reino de su Padre a Israel. Eso es lo que Jesús quiere para nosotros también. Como Mesías, él ha obtenido para noso tros la libertad del pecado y nos ha ofrecido una vida abundante en su reino. Estas sorprendentes verdades deben movernos, como sucedió con sus discípulos, a seguirlo sin impor tar a dónde nos esté llevando.

P ídele a Dios que te muestre más profundamente lo que significa que Jesús sea tu Mesías, tu rey que ha venido a liberarte.

¿Quién digo yo que es Jesús? Esta es una pregunta que debemos hacernos con regularidad conforme crece mos en nuestra vida como discípu los. Durante la próxima semana, reza junto con los siguientes pasajes bíbli cos y pídele a Dios que te muestre más profundamente lo que significa que Jesús sea tu Mesías, tu rey que ha venido a liberarte.

Isaías 61, 1-2

Lucas 4, 16-30

Mateo 16, 13-23

Posiblemente, tengas otras preguntas: ¿Jesús realmente sabía que él era Dios? ¿Sabía que él tendría que sufrir y morir? Analizaremos estas preguntas en los siguientes dos artí culos. n

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EL HIJO DE DIOS

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TIENE AUTORIDAD…

En nuestro primer artículo, vimos que Jesús generalmente no decía que él era el Mesías. Pero aunque era muy discreto con ese título, en el Antiguo Testamento se encuentra otro título que él usaba más a menudo: “Hijo del hombre”. Pero, ¿qué significa ese título?

El término “hijo del hombre” es difícil de precisar, y probablemente esa es la razón por la cual Jesús lo utilizaba. Como ya hemos visto, Jesús no quería que sus seguidores tuvieran una idea errónea de quién era él o lo que había venido a hacer. Tampoco quería que pensaran que ese único título —Mesías— podía explicarlo todo sobre él y su misión.

En las Escrituras hebreas, el tér mino “hijo del hombre” a menudo se refería nada más que a un ser humano. Por ejemplo, el salmista rezó: “¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el hijo de Adán para que de él cuides?” (8, 5 Biblia de Jerusalén). A menudo también se refieren al profeta Ezequiel como hijo de hombre (ver Ezequiel 2, 1. 3. 6. 8 como ejemplos).

Jesús, nuestro Rey y Señor

Un juez y gobernante celestial. Sin embargo, al mismo tiempo, el libro de Daniel usa el título “Hijo de hombre” en una forma diferente, y los judíos del tiempo de Jesús, que esperaban que Dios rescatara a Israel estaban familiarizados con este pasaje:

Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre, el cual fue a donde estaba el Anciano; y le hicieron acercarse a él. Y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían.

Su poder será siempre el mismo, y su reino jamás será destruido. (Daniel 7, 13-14)

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Según el profeta Daniel, el Hijo del hombre era una figura humana misteriosa con características divinas que de alguna manera estaba junto a Dios en la silla del juicio. Este Hijo de hombre también estaba destinado a recibir el honor que tra dicionalmente pertenecía solamente a Dios, el “Anciano”. Daniel también escribió que el reinado del Hijo del hombre sería diferente al de cual quier rey humano. Mientras que otros reinados eventualmente termi nan, el del Hijo del hombre duraría para siempre.

Uno de los ejemplos más impre sionantes en que Jesús se llama a sí mismo Hijo del hombre sucedió durante el juicio delante del Sanedrín. El sumo sacerdote le preguntó: “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Dios bendito?” Jesús no dudó en responder: “Sí, yo soy. Y ustedes verán al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo” (Marcos 14, 61-62).

El sumo sacerdote supo de inme diato que Jesús estaba citando al profeta Daniel. Sí, yo soy el hijo del Dios bendito, el Hijo del hombre, que reinará para siempre. También podría haberse llamado a sí mismo Dios. No es difícil comprender la razón por la cual el sumo sacerdote rasgó sus ropas y acusó a Jesús de blasfe mia (Marcos 14, 63-64). Tampoco es difícil de entender el motivo por el cual el Sanedrín entregó a Jesús a

Pilato para que lo ejecutara. Ellos se referían a lo que él estaba diciendo, y en lo que a ellos respecta, él había cometido un pecado horrible.

La autoridad divina del Hijo del hombre. Pero no fueron solamente el sumo sacerdote y el Sanedrín los que se ofendieron. Muchos judíos en el tiempo de Jesús también conocían este pasaje del libro del profeta Daniel. Así que si alguien se llamaba a sí mismo Hijo de hombre, ellos debían prestar mucha atención.

¿Recuerdas cuando Jesús curó al paralítico a quien sus amigos bajaron por el techo de una casa? Ciertamente que Jesús curara al hombre fue sorprendente, pero lo que realmente llamó la atención de las personas fue que reclamara para sí la autoridad para hacer lo que solamente Dios podía hacer: “Hijo mío”, le dijo al hombre, “tus pecados quedan perdonados” (Marcos 2, 5; énfasis añadido).

Los escribas que lo escucharon estaban especialmente ofendidos. “¿Cómo se atreve este a hablar así?”, preguntaron (Marcos 2, 7). Pero Jesús, sabiendo lo que estaban pensando y que el enojo estaba surgiendo en el corazón de ellos, les respondió: “¿Por qué piensan ustedes así?... Pues voy a demostrarles que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados. Entonces le dijo al paralítico: ‘A ti te digo, levántate, toma tu camilla y vete a

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tu casa’” (Marcos 2, 8. 10; énfasis añadido). Cuando Jesús dijo que el Hijo del hombre tenía la autoridad para perdonar pecados, quienes lo escuchaban entendieron que Jesús estaba reclamando para sí algo que solamente Dios podía hacer.

Otras cosas similares sucedie ron cuando Jesús habló sobre el Sábado y el templo. Dios había orde nado a su pueblo que le rindieran honor al Sábado, pero muchos de los jefes judíos sentían que Jesús estaba tomando este mandamiento

C iertamente que Jesús curara al hombre fue sorprendente, pero lo que realmente llamó la atención de las personas fue que le dijera al hombre: “Hijo mío, tus pecados quedan perdonados”.

a la ligera cuando les permitió a los discípulos recoger granos en el día de reposo (Mateo 12, 1-2). Otros rabinos podrían haber sido igual de flexibles, pero ningún rabí justificaría sus acciones diciendo “el Hijo del hombre tiene autoridad sobre el sábado” (Mateo 12, 8; énfasis aña dido). No, solamente Dios podía ser Señor del descanso del sábado, por lo tanto, ¡Jesús debía estar diciendo que él era igual a Dios!

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Jesús hizo otra declaración impactante en este pasaje: “Aquí hay algo más importante que el templo” (Mateo 12, 6). ¿Algo más impor tante que la morada santa de Dios? Como lo había hecho antes, Jesús habló como si incluso tuviera auto ridad sobre el templo: “Destruyan este templo, y en tres días volveré a levantarlo” (Juan 2, 19). Esta afirmación era tan desconcertante que fue uno de los principales cargos que presentaron contra él durante su juicio (Mateo 26, 60-61).

En todas estas situaciones, Jesús afirmaba tener la misma autoridad que solamente Dios poseía. Como judío, Jesús sabía que solamente había un único Dios. Aun así, seguía afirmando que la propia presencia de Dios habitaba en él de una mane ra única. De alguna forma, decía que él tenía el derecho —y el poder— de ejercer esa misma autoridad de Dios.

Conoce hoy al Hijo del hombre. De todas las preguntas que rodean el uso que hacía Jesús del título “Hijo del hombre”, quizá la más importante es: “¿Qué significa para mí que Jesús sea el Hijo del hombre?” Jesús no escogió este nombre sola mente para confundir a quienes lo escuchaban o para mantener su iden tidad en secreto. Lo eligió porque quería compartir con ellos, y con nosotros, algunas verdades impor tantes, ¿cuáles?

Primero, al adoptar el título de Hijo del hombre, Jesús nos dice que él es exaltado en el cielo a la derecha del Padre. Esto significa que el Hijo del hombre es nuestro Rey. El Señor tiene la máxima autoridad sobre nosotros, y, a pesar de nuestra debi lidad y pecado, sigue invitándonos a hacer una reverencia frente a él todos los días y darle gloria, gracias y alabanzas.

Segundo, el reino de Jesús no tiene fin, y él nos está invitando a entrar en ese reino. Es un reino en el cual podemos experimentar el perdón de todos nuestros pecados y la libe ración de toda culpa y vergüenza. Y debido a que este reino nunca se tambaleará ni se derrumbará, nuestra salvación está segura en Jesús. Nuestra relación con Dios está ci mentada en suelo sólido; él nunca nos abandonará.

Tercero, Jesús dijo claramente que como Hijo del hombre, él tiene au toridad celestial: “Gente de todas las naciones y lenguas le servían”, dijo el profeta Daniel (7, 14). Eso significa que nosotros somos sus sirvientes, llamados a obedecer a nuestro Señor. Su palabra y sus mandamientos nos muestran la forma correcta de vivir. Nos enseñan cómo agradar al Padre y nos dan la sabiduría para amarnos unos a otros tanto como nos amamos a nosotros mismos. Jesús no es una de entre muchas voces que ofrecen sabiduría y guía para nuestra vida.

14 | La Palabra Entre Nosotros

La suya es la voz que necesitamos escuchar y seguir.

Finalmente, Jesús, el Hijo del hombre, es el Señor del Sábado. Después de haber terminado de crear el mundo, Dios dijo que todo era “bueno” y estableció un tiempo para descansar (Génesis 1, 31; 2, 3). Como Señor del sábado, Jesús nos invita a que descansemos en su presencia. Cada domingo, él nos nutre con su propio Pan de Vida y nos pide que dediquemos tiempo a la oración y a meditar en su palabra. El Señor nos promete que al hacerlo, encontraremos descanso en él. Al permitir que Jesús sea el Señor de

C ada domingo, Jesús —que es el Señor del sábado— nos nutre con su propio Pan de Vida.

nuestro reposo, encontraremos la gracia y la fuerza que necesitamos para continuar siguiéndolo como lo hicieron sus discípulos.

Esta semana reza junto con los pasajes bíblicos que se encuentran a continuación. Pídele al Espíritu Santo que abra tus ojos espiritua les. Pídele que te ayude a ver a Jesús, el Hijo del hombre, sentado en gloria mientras derrama su bendición divina en tu corazón. n

Daniel 7, 9-14

Marcos 14, 61-64

Juan 1, 43-51

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SE HUMILLÓ A SÍ 16 | La Palabra Entre Nosotros

MISMO… POR NOSOTROS

¡Qué complacido debe ha berse sentido Jesús al escuchar a Pedro hacer una declaración tan audaz! Demostraba que sus discípulos estaban comenzando a entender quién era él. Jesús estaba tan contento que felicitó a Pedro y lo nombró la “roca” sobre la cual edificaría su Iglesia (Mateo 16, 18).

Pero luego Jesús dijo algo ines perado, algo completamente extraño para los oídos de sus discípulos. Les dijo que “él tendría que ir a Jerusalén, y que los ancianos, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley lo harían sufrir mucho. Les dijo que lo iban a matar, pero que al tercer día resucitaría” (Mateo 16, 21).

La contundencia de las palabras de Jesús tomó a Pedro por sorpresa. El mensaje de Jesús era tan desconcertante que comenzó a reprenderlo, al mismo hombre al que él acababa de proclamar como Mesías. “¡Dios no lo quiera Señor! ¡Esto no te puede pasar!” (Mateo 16, 22).

¿Por qué Pedro reaccionó tan fuer temente? ¿Por qué la predicción de

Jesús, el Siervo sufriente

Jesús resultaba tan desconcertante para él? Porque la idea de un Mesías sufriente —peor aún, de un Mesías condenado a morir— era la última cosa que cualquiera de ellos podría haber imaginado. Los judíos que an helaban al Mesías esperaban un nuevo rey que estableciera un reino nuevo sobre el pueblo escogido de Dios. Pero ahí estaba Jesús diciendo que sí, que él es el Mesías, pero que no, que no vino a arrebatar el control del trono de Israel donde reinaba el rey Herodes en complicidad con la opresión de los romanos. Por lo tanto, él debía sufrir.

Pero, ¿cómo llegó Jesús a entender su misión en una forma tan radical mente diferente? Así como el Padre le había mostrado que él era el Mesías y el Hijo del hombre, así también le mostró que “se cumplirá todo lo que los profetas escribieron acerca del Hijo del hombre”, incluyendo las

Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente. (Mateo 16, 16)
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profecías sobre el siervo sufriente (Lucas 18, 31).

¿Quién es este siervo? Sabemos que Jesús estaba íntimamente familiarizado con los cuatro cánticos del “siervo sufriente” que se encuentran en el libro del profeta Isaías (42, 1-4; 49, 1-6; 50, 4-7; 52, 13—53, 12). Estos cánticos eran muy conocidos y a menudo se leían en las sinagogas de la época. Incluso, en la Última Cena, Jesús le dijo a sus discípulos: “Tiene que cumplirse en mí esto que dicen las Escrituras: ‘Y fue contado entre los malvados’” (Lucas 22, 37). Ese versículo proviene del último cántico del siervo (Isaías 53, 9). Desde el principio de su vida, Jesús debe haberse visto reflejado en estos cánticos. Y puedes imaginar cómo su comprensión temprana de este llamado a dar su vida se confirmaba conforme el tiempo pasaba.

Quizá mientras reflexionaba en los relatos que María y José le contaban sobre su milagrosa concepción y su nacimiento, él escuchaba ecos de este cántico:

El Señor me llamó desde antes de que yo naciera; pronunció mi nombre cuando aún estaba en el seno de mi madre. (Isaías 49, 1)

En su bautismo, cuando escuchó la voz de su Padre, él debe haber com-

prendido que otro de los cánticos del siervo se había cumplido:

Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito. He puesto en él mi espíritu para que traiga la justicia a todas las naciones. (Isaías 42, 1)

Al ver a las personas responder a su predicación, debe haber recordado otra de estas profecías:

El Señor me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento. Todas las mañanas me hace estar atento para que escuche dócilmente. (Isaías 50, 4)

Mientras contemplaba la creciente oposición por parte de algunos fari seos y los escribas, podemos imaginarlo recordando el cántico más largo y dramático sobre el siervo:

Los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. (Isaías 53, 3)

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Ciertamente debe haber habido muchos momentos en los cuales Je sús, en oración, reflexionaba en sus experiencias y en las Escrituras he breas, y era evidente que él era aquel que debía ser “traspasado a causa de nuestra rebeldía”, y que “liberará a muchos… porque se entregó a la muerte” (Isaías 53, 5. 11. 12).

Un siervo que confiaba en Dios. Es claro que Jesús estaba convencido de que había venido como el Siervo sufriente por la salvación de Israel y de todo el mundo. Mientras colgaba de la cruz, mientras rezaba en el huerto de Getsemaní e incluso cuando partió el pan y repartió el vino en la Última Cena, Jesús llegó a comprender plenamente que el plan de su Padre lo llamaba a él a entregar su vida en una cruz para redimir a Israel y convertirse en luz para los gentiles.

Mira, por ejemplo, su plegaria en la cruz al morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 46). Si bien estas palabras demostraban angustia, Jesús estaba rezando el Salmo 22, una oración de confianza en medio del profundo sufrimiento:

Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿por qué no vienes a salvarme? Dios mío, día y noche te llamo, y no respondes;

¡no hay descanso para mí! Pero tú eres santo; tú reinas, alabado por Israel. Nuestros padres confiaron en ti; confiaron, y tú los libertaste; te pidieron ayuda, y les diste libertad; confiaron en ti, y no los defrau daste. (Salmo 22 (21), 2-6)

Al igual que el salmista, Jesús sabía, incluso en ese momento cuando todo parecía oscuro y sin esperanza, que él podía confiar en su Padre para que lo rescatara. Entendía que su Padre lo había llamado a sufrir esta cruz, así que confió en que el Padre no lo abandonaría.

Luchar en oración. A menudo cree mos que la vida de oración de Jesús era de completa paz y entrega a Dios. Hasta cierto punto esto es cierto. Des pués de todo, él seguía siendo el Hijo de Dios mientras estuvo en esta tierra. Y sin embargo la Escritura nos habla de momentos en los que Jesús luchó en oración. Imagínalo sollozando mientras rezaba por la curación de un hombre sordo (Marcos 7, 31-35). O recuerda cómo, en Getsemaní, rogó a su Padre: “Si es posible, líbrame de este trago amargo; pero que no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres” (Mateo 26, 39).

De forma similar, podemos imaginar que Jesús luchó en una forma u otra conforme leía las Escrituras

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hebreas y rezaba por su propia vida e identidad. Siendo divino —él sabía que era el Hijo de Dios— pero también siendo humano, debía esforzarse por saber qué estaba llamado a hacer y cómo le estaba pidiendo su Padre que lo hiciera.

Recordar que Jesús se enfrentó a la lucha en medio de la oración puede ayudarnos en nuestra propia vida de oración. Puede ayudarnos con forme nos esforzamos por conocer la voluntad de Dios o por llevarla a cabo. Y en un nivel más básico, pue de animarnos a seguir pidiéndole a nuestro Padre celestial que nos ayude a saber quién es Jesús. Porque cuanto más llegamos a conocerlo como el Siervo sufriente, más podremos recordar que no estamos solos cuando sufrimos.

¿Quién soy yo para ti? Entonces, ¿quién dices tú que es Jesús? Esto es mucho más que una pregunta doc trinal. En tu corazón, ¿quién dices tú que es Jesús? ¿Qué clase de relación tienes con él? Algunas preguntas sim ples pueden ayudarte a responder la pregunta anterior en oración.

1. ¿La revelación de que Jesús es el Mesías, que vino a librarnos de las ataduras del pecado, te llena de la esperanza de que él quiere transfor mar tu vida y llenarte de gratitud y alegría?

2. ¿La revelación de que Jesús es el Hijo del hombre, que tiene auto ridad sobre este mundo y sobre tu vida, te mueve a caer de rodillas en adoración y admiración porque él, Aquel que está sentado a la dere cha del Padre, cuida de ti?

3. ¿La revelación de que Jesús, el eterno Hijo de Dios y el Siervo sufriente renunció a su trono para sufrir y morir por ti y por todo el mundo, te llena tanto de dolor por tus pecados como con la alegría de saber que su sufrimiento no fue en vano?

Al reflexionar en estas preguntas, reza el famoso himno sobre Jesús que se encuentra en la carta de San Pa blo a los filipenses (2, 5-11). Rézalo lentamente, una y otra vez. Permite que las palabras calen en tu corazón. Este es Jesús: tu Mesías, el Hijo del hombre que sufrió la muerte por darte la libertad. n

En esta semana, reza con los si guientes pasajes y pídele a Jesús, el Siervo sufriente, que te muestre lo lejos que él estaba dispuesto a llegar para rescatarte del pecado y llevarte a su hogar celestial.

• Isaías 42, 1-4

• Isaías 49, 1-7

• Isaías 50, 4-11

Isaías 52, 13–53, 12

• Filipenses 2, 5-11

20 | La Palabra Entre Nosotros

SOMOS VASIJAS DE BARRO

Enesta edición aprenderemos de San Pablo lo que significa ser “vasijas de barro” en las cuales se guarda el tesoro más grande del mundo: Cristo mismo. San Pablo, cuyo nombre judío era Saulo de Tarso, primero fue fariseo. Era un custodio celoso de la ley de Moisés y fue perseguidor de los primeros cristianos (Filipenses 3, 5-6).

Pero, durante un viaje a Damasco tuvo un encuentro transformador y que definiría el resto de su vida: El propio Señor Jesús se le apareció y lo llamó a predicar su evangelio.

Pablo, entonces, dedicó el resto de su vida a cumplir con el mismo mandato que Jesús les había dado a los discípulos antes de su ascensión al cielo: “Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes” (Mateo 28, 19-20).

Pablo entregó su vida a la construcción de la Iglesia y a cuidar a las primeras comunidades cristianas.

El amor que San Pablo tenía por la expansión del reino y la proclamación del evangelio nos ha beneficiado a todos a lo largo de estos siglos.

Pablo nos ha enseñado que Jesucristo es el “tesoro escondido en un terreno” y la perla “de mucho valor”

(Mateo 13, 44. 46) y que nosotros somos esas vasijas en las cuales se guarda esta riqueza celestial.

Un mismo llamado. Nosotros, al igual que él, hemos sido llamados por Jesús a predicar su evangelio y a que nuestra luz brille delante de la gente.

Ciertamente, somos conscientes de nuestra imperfección. Pero no olvide mos que el Señor Jesucristo nos da la gracia que necesitamos para cumplir con la misión que nos ha encomendado. Cristo habita en nuestro corazón y el Espíritu Santo nos concede la sabiduría para proclamar este evangelio. No olvidemos que Dios actuó a través de Abraham, Moisés y del rey David, a pesar de los errores que cometie ron. Después Jesús nombró a Pedro cabeza de la Iglesia, aunque Pedro lo negó tres veces.

Así que no nos desanimemos, aun que seamos solo vasijas de barro, guardamos el tesoro de Cristo y él nos envía a proclamarlo por todos los rincones de la tierra. Que resuenen en nuestro corazón las palabras de Jesús: “Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”

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22 | La Palabra Entre Nosotros TESORO DE LO ALTO UN

¿Qué ayudó a San Pablo a seguir adelante?

Todos

tenemos nuestros héroes. Puede ser el abuelo cuyos años de experiencia le han concedido una sabiduría profunda. Puede ser un líder político cuya valentía en medio de la oposición que enfrenta nos inspira. O quizá un personaje ficticio, como Hombre Araña o Josefina de la novela Mujercitas. Generalmente escogemos héroes cuyas virtudes brillan intensamente: Su extraordinaria valentía, su paciencia que todo lo soporta o su agudo entendimiento. Sucede un poco diferente con los santos. Desde luego, ellos demuestran una virtud heroica que es completamente distinta. ¡Por eso son santos! Pero todos los santos tienen una cosa en común que es posible que no encuentres en otros héroes: Son extremada mente humildes.

Mira el ejemplo de San Pablo. Este hombre lo tenía todo. Era un pensador brillante, un escritor talentoso, un apóstol valiente y un pastor compasivo. Pero cuando su repu tación fue atacada por un grupo que él llamó “falsos apóstoles”, la defensa de Pablo resultó algo inesperada (2 Corintios 11, 13). En lugar de hacer una lista de todas sus habilidades y logros, Pablo se describió simplemente como “una olla de barro” que contiene la gran “riqueza” de Cristo en su corazón (2 Corintios 4, 7).

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Los “falsos apóstoles”. Puede parecer extraño que no hable de sus propios talentos, pero si observamos el contexto de esta declaración, podemos comenzar a comprender lo que obligó a Pablo a escribir de esta forma tan humilde. Pablo había pasado diecio cho meses (entre los años 49 a 51 d. C.) en la ciudad de Corinto, evange lizando, enseñando y estableciendo la iglesia ahí. Pero después de irse, algunos extraños llegaron y comenzaron a enseñar un evangelio que era diferente del mensaje que Pablo les había transmitido a ellos.

Y por si fuera poco, estos falsos apóstoles también trataron de destruir la reputación de Pablo. Ellos se centraron en sus defectos personales, tales como su apariencia física y su estilo de predicar. Dijeron: “Sus cartas son duras y fuertes, pero él en persona no impresiona a nadie, y como orador es un fracaso” (2 Corintios 10, 10). Ellos presumieron de sus propias experiencias místicas e incluso escribieron cartas de recomendación para aumentar su reputación, dos cosas que Pablo evitaba hacer para no parecer orgulloso (3, 1-3; 11, 1-7; 12, 1-4).

Estos ataques contra su reputación y los intentos por desacreditar su enseñanza lastimaron a Pablo profundamente. Así que él decidió responder. Sentía que debía defen derse a sí mismo para poder continuar ayudando a los creyentes en Corinto. Él sabía que si estos falsos apóstoles

no eran confrontados, muchas personas terminarían siguiéndolos, y la iglesia ahí podía terminar en ruinas.

Entonces, ¿cómo enfrentó él la situación? ¡Magistralmente! Les dijo a los corintios que él no era más que un siervo humilde e imperfecto pero que llevaba sobre sí y proclamaba un gran tesoro: Jesucristo, el Hijo de Dios. Es probable que Pablo no tuviera una apariencia llamativa o no fuera tan refinado en su presentación como los otros, pero su mensaje compensaba por mucho sus falencias persona les. Así que si los corintios estaban siendo persuadidos para menospreciar el mensaje de Pablo porque no era un orador dinámico o porque tenía una apariencia desarreglada, su carta los hizo reconsiderar su opinión.

Esta misma verdad aplica para cada creyente: No importa lo imperfectos que podamos sentirnos como men sajeros del evangelio, el tesoro que guardamos es glorioso y perfecto.

Transformado por su gloria. ¿Cómo llegó Pablo a la conclusión de que él solo era una vasija y que el verdadero tesoro se encontraba en el Señor? ¿Cómo tuvo tanta claridad sobre su necesidad de colocar a Jesús en el centro y no a sí mismo? La respuesta la encontramos atrás en el tiempo, al momento de su conversión. El dra mático encuentro que tuvo con Jesús en el camino a Damasco cambió su vida para siempre (Hechos 9, 1-9).

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Con un destello, sus ojos se abrieron a la grandeza y la gloria de Jesús, y a sus propios defectos y debilidades.

Podría ser muy tentador colocar a Pablo en un pedestal debido a su memorable experiencia de conver sión. Pero eso sería un error. San Pablo no fue el único que experi mentó la presencia del Señor de una forma tan impresionante. Moisés tem bló de miedo y escondió su rostro cuando se encontró con Dios en la zarza ardiente (Éxodo 3, 6). Cuando el profeta Isaías vio al Señor, cayó de rodillas y exclamó: “¡Ay de mí, voy a morir!” (Isaías 6, 5). Ezequiel no pudo hacer más que caer rostro en tierra cuando vio al Señor (Ezequiel 2, 1; 3, 23). Cuando Pedro, Santiago y Juan presenciaron la transfigura ción de Jesús y escucharon la voz de Dios, cayeron a tierra llenos de miedo (Mateo 17, 6).

Esta clase de experiencia no está limitada a estos héroes especiales de nuestra fe. Así como hizo por San Pablo, Jesús desea abrir los ojos de nuestro corazón a su gloria y majestad. El Señor desea mostrarnos quién es él: Un Dios de misericordia y amor. ¡Este es el tesoro magnífico que habita en nosotros! Y cuanto más experimentemos la gloria de Dios de esta forma, más dispuestos estaremos a entregarnos a él y a vivir como discípulos comprometidos y humildes.

Cristo está en ti. Dios nos llama a todos a proclamar el evangelio como lo hizo Pablo. El Señor nos está pidiendo que les hablemos a las personas sobre Jesús y los ayudemos a recibirlo en su corazón. También nos llama a servir a los pobres y a

E l dramático encuentro de San Pablo con Jesús en el camino a Damasco cambió su vida para siempre. © Museo de Picardie, Amiens/ Bridgeman Images
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mantenernos firmes contra la inmoralidad en nuestro mundo. Y quiere que hagamos esto con amor, respeto y gentileza (1 Pedro 3, 15-16). Esto puede parecer intimidante porque tendemos a estar conscientes de nuestra debilidad y nuestros defectos. Pero Dios conoce nuestra debilidad y defectos todavía mejor que lo que nosotros los conocemos, y aun así nos llama. Eso es porque también sabe que con Cristo que habita en nosotros, podemos hacerlo “todo” (Filipenses 4, 13).

Podemos tropezarnos con obstáculos, como le sucedió a Pablo. Es posible que a veces seamos sujetos de comentarios negativos e hirientes. Las personas pueden burlarse de nosotros cuando nos pronunciamos en contra del aborto. Un compañero de trabajo puede contar un chisme sobre nosotros a nuestras espaldas. Incluso nuestros propios hijos pueden tratar de sacudir nuestra fe recordándonos las formas en que todavía no vivimos el evangelio que predicamos.

Para hacer las cosas todavía más difíciles, es posible que Satanás nos tiente a retractarnos cuando enfrentemos oposición. Podría susurrarnos en nuestra mente: “¿Quién necesita servir al Señor si esta es la recompensa? Ya has tenido suficientes disgustos y preocupaciones en tu vida.” O puede animarte a responder con palabras fuertes.

Aun así, Jesús nos pide que nos mantengamos fieles. El Señor nos llama a seguir construyendo su Iglesia y a cuidar de su pueblo. Nos anima a mantener nuestra fuerza y valentía, a aferrarnos a nuestra paz y alegría y a rechazar la tentación de darnos por vencidos cuando sentimos que estamos siendo incomprendidos o atacados.

¿Cómo hacemos esto? Contem plando el tesoro que guardamos en nuestro corazón: “Cristo, que está en ustedes y que es la esperanza de la gloria” (Colosenses 1, 27). Digamos con San Pablo: “Por eso no nos desanimamos. Pues aunque por fuera nos vamos deteriorando, por dentro nos renovamos día a día” (2 Corintios 4, 16).

Mira la vasija. La fuerza de Pablo surgió de su experiencia inicial del Cristo resucitado y de su vida profunda de oración y entrega al Señor. Pablo fue cuidadoso de mantener viva la memoria de su conversión, y de permitir que el Espíritu llevara esa experiencia a niveles más nuevos y más profundos conforme pasaron los años.

Hermanos, este también es nuestro llamado; Jesucristo desea ser nuestro tesoro. El Señor quiere llenarnos —a nosotros, simples vasijas de barro— con más y más de su vida y amor hasta que estemos convencidos de que él, que está en nosotros, es más fuerte que aquél que está en el mundo.

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¿CÓMO LO HICIERON?

El siguiente extracto, el cual ha sido adaptado por la editora, es tomado de la octava homilía de San Juan Crisóstomo sobre la segunda carta de San Pablo a los corintios. En ella, San Juan Crisóstomo explica el contraste entre Cristo, que habita en nosotros, el gran tesoro y nues tra debilidad humana: La vasija de barro.

En el Antiguo Testa-

mento, Dios utilizó a los débiles para vencer a los fuertes. Los grandes ejér citos de hombres fueron derrotados por los mosquitos y las langostas. La construc ción de la gran torre de Babel se detuvo debido a la confusión de idiomas que surgió entre los obreros. En las guerras, Dios usó a los pequeños ejércitos para vencer las más duras adversidades y derrotar a los grandes poderes militares. Las ciudades fueron conquistadas al sonido de las trompetas. David, siendo un adolescente, hizo huir a toda una fuerza militar de filisteos. Y finalmente, doce hombres vencieron al mundo a pesar de la feroz persecución que sufrieron.

Así que maravillémonos ante el poder de Dios, admirémoslo y ado rémoslo. Preguntemos a los judíos y a los gentiles por igual: ¿Quién persuadió a tanta gente alrededor

del mundo para conver tirse a otro modo de vida? ¿No fueron acaso pesca dores, tejedores de tiendas, recaudadores de impuestos y personas sin educación? Esto no es para nada lógico, excepto cuando nos detenemos a pen sar que fue Dios quien actuó a través de ellos…

¿Cómo fue que los apóstoles ven cieron al mundo? ¿Cómo derrocaron a los filósofos y a los dioses? ¿No es evidente que fue porque Dios actuaba a través de ellos? Estos éxitos no pro vienen de orígenes humanos sino de un poder divino e indescriptible; de una divinidad actuando a través de la humanidad.

Medita en todas estas cosas. Acepta lo que se ha hecho como prueba de la promesa de Dios por el futuro. Ven y adora al Cristo crucificado que está en medio nuestro para que puedas for mar parte del reino eterno por medio de la gracia y el amor de Dios.

Homilía de San Juan Crisóstomo sobre cómo los apóstoles fueron “vasijas de barro”
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INSUPERABLE DE CRISTO EL PODER 28 | La Palabra Entre Nosotros

¿Dónde podemos encontrar la fuerza para mantenernos fieles?

La gente siempre se ha esforzado por conseguir algo que atesora. Piensa en el hombre de la parábola que Jesús nos dice que vendió todo lo que tenía para comprar un terreno en el cual se encon traba un tesoro escondido (Mateo 13, 44). O en todos los libros y películas en los cuales un joven héroe arriesga todo para ganar a la mujer de sus sueños. O en la patinadora que es una promesa del deporte que sacrifica todo su tiempo y energía solamente para ganar una medalla de oro.

Pero, ¿qué sucede una vez que has encon trado el tesoro o has ganado el premio? Lo celebras, lo atesoras en tu corazón y lo exhi bes en un lugar visible de tu casa. A menudo recuerdas la forma en que obtuviste ese tesoro, y nunca pierdes la oportunidad de hablar sobre él. Como dijo Jesús, deja que tu luz brille delante de la gente (Mateo 5, 16).

Esto es exactamente lo que hizo San Pablo. Él les dijo a los creyentes en Corinto: “Pero esta riqueza la tenemos en nuestro cuerpo, que es como una olla de barro” (2 Corintios 4, 7). Él había encontrado su tesoro —Jesucristo mismo— y lo atesoró en su corazón; y quería hablar al respecto sin parar. Así que veamos cómo es que Pablo describió este tesoro a los corintios y cómo lo exhibió en los diferentes momentos de su ministerio.

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Transformado por la Luz. Pablo encontró su tesoro en el camino a Damasco, cuando Jesús se le reveló y lo llamó a servirlo (Hechos 9). Al describir aquel encuentro a los corintios, Pablo escribió: “Porque el mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro cora zón, para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios que brilla en la cara de Jesucristo” (2 Corintios 4, 6).

Para Pablo, era como una luz que brillaba en la oscuridad de su corazón. Era como una luz que le mostraba que Jesús verdaderamente era el Mesías y que él había muerto y resucitado para salvarnos de nuestros pecados. Esta luz fue la revelación de que Jesús prometió la vida eterna para todos los que creyeran y se mantuvieran firmes en sus enseñanzas.

Así que cuando Pablo escuchó que unos “falsos apóstoles” estaban enseñando a los corintios un evangelio diferente y alejándolos de Jesús, se preocupó. Advirtió a las personas sobre estos falsos maestros y les dijo que “el dios de este mundo” los había “hecho ciegos de entendimiento, para que no vean la brillante luz del evan gelio del Cristo glorioso” (2 Corintios 4, 4). Luego exhortó a los corintios mismos: “les rogamos que acepten el reconciliarse con Dios”, para que no olvidaran por completo este impre sionante tesoro (5, 20).

¡Vivan en la luz! Nosotros debemos estar tan vigilantes contra las falsas enseñanzas como Pablo advirtió a los corintios que debían estar ellos. Si él estuviera hoy con nosotros, Pablo nos diría lo mismo que les dijo a ellos: Vivan en la luz de la verdad de Cristo. Manténganse alejados de las ideas y acciones que conducen a la oscuridad. Nos recordaría que el Bautismo nos ha hecho “hijos de la luz” pero que necesitamos permitir que esa luz siga brillando en nuestro corazón para que no nos desviemos del camino (1 Tesalonicenses 5, 5-6).

Pablo también nos advertiría que no hay puntos medios. Realmente tenemos un gran tesoro en nuestro corazón, pero también tenemos enemigos poderosos —el pecado y el diablo— que siempre están buscando despojarnos de ese tesoro y dejarnos en la oscuridad (Lucas 11, 21-22). Esa es la razón por la cual Pablo escribió: “Los que viven según las inclinaciones de la naturaleza débil, solo se preocupan por seguirlas; pero los que viven conforme al Espíritu, se preocupan por las cosas del Espíritu. Y preocuparse por seguir las inclinaciones de la naturaleza débil lleva a la muerte; pero preocuparse por las cosas del Espíritu lleva a la vida y a la paz” (Romanos 8, 5-6). Si queremos vivir en la luz de Cristo, debemos seguir la guía de su Espíritu.

Así que no tomemos este tesoro con ligereza. Hagamos nuestro mejor

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esfuerzo, procuremos vivir en Cristo y no le escondamos nada al Señor. Y cuando tropecemos, seamos rápi dos en regresar al Señor a través del don del arrepentimiento. Este era el centro del mensaje de San Pablo a los corintios, y es crucial para nosotros también.

Un poder insuperable. Nosotros sola mente somos humanos, simples ollas de barro. Y por lo tanto debemos permitir que el poder de Dios — el tesoro dentro de nosotros— nos ayude y nos inspire a caminar en la luz. Sí, tenemos que intentar con todas nuestras fuerzas caminar en la luz. Pero al mismo tiempo, debe mos pedirle al Espíritu Santo que nos ayude y nos fortalezca, o la oscuri dad nos vencerá.

E l Bautismo nos ha hecho “hijos de la luz” pero necesitamos permitir que esa luz siga brillando en nuestro corazón para que no nos desviemos del camino.

Vivir nuestra fe no es solamente un asunto de esfuerzo humano y bue nas intenciones. También requiere del poder de Dios. Es más, San Pablo les dijo a los corintios que este poder insuperable era la razón por la cual él era capaz de mantenerse fiel a su llamado a pesar de las dificultades y los increíbles sufrimientos.

A veces, él puede haberse sentido “atribulado”, pero debido a que Cristo estaba en él, Pablo nunca se sintió “abatido”. Puede haberse encontrado en situaciones en las cuales él y sus compañeros estaban “perplejos”, pero por la gracia del Espíritu Santo, nunca estuvieron “desesperados”. Incluso fue “perse guido” en ciertos momentos, pero

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él sabía que nunca sería “abandonado”. También podría haber sido “derribado” tanto física como emocionalmente, pero debido a que se mantuvo cerca del Señor, sabía que nunca sería “destruido” (2 Corin tios 4, 8-9). Estos cuatro contrastes dejan en evidencia que las dificultades esperan a toda persona que sigue al Señor. Pero también son una prueba de que el tesoro de este “poder tan grande” de Cristo en nosotros siempre estará ahí para apo yarnos y ayudarnos a seguir adelante y no perder la fe (4, 7).

¿La voz de quién? Habría sido sencillo para Pablo renunciar a todo esto. Quizá hubo momentos en los que se preguntó: “¿Quién necesita esta clase de vida? ¿Por qué arriesgaría yo mi vida por estas personas que se están volviendo contra mí?” Sin embargo, Pablo no renunció. El amor de Cristo lo siguió animando. Él sabía que “uno murió por todos…para que los que viven ya no vivan para sí mismos, sino para él, que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5, 14-15). Y esa buena noticia lo mantuvo enfocado en terminar la carrera y mantenerse firme en la fe (2 Timoteo 4, 7).

¿Fue esta una afirmación de lo que él consideraba su deber? ¡Desde luego que lo fue! Pero también fue una declaración de fe profunda en el poder, el amor y la gracia de Dios. Cuando nos sentimos tristes,

abatidos o solos, debemos recordar que Dios nunca nos abandonará. Su poder, que sobrepasa todos los demás poderes, está constantemente actuando en nuestra vida. Su poder es la prueba de que Dios nos ama, de que él sabe lo que estamos viviendo y de que él sufre con nosotros. El Señor nunca permitirá que seamos aban donados o destruidos. Recuerda que Jesús prometió: “Yo estaré con uste des todos los días” (Mateo 28, 20).

Valora el tesoro. Conocemos bien la tentación. Sabemos lo que es ser conducidos a hacer algo que somos conscientes que no es del todo bueno o correcto. Así como la tentación puede apoderarse de nuestra mente y conducirnos por el mal camino, el Espíritu Santo quiere llenar nues tro corazón y mente y conducirnos a Cristo. En lugar de tentarnos, el Espí ritu nos inspira de una forma piadosa e íntegra. Él nos motiva a actuar con bondad hacia las personas que nos rodean. Nos da el deseo de detener nuestro trabajo por un momento y rezar para pedir sabiduría o paz. Nos ofrece su consuelo cuando nos esta mos sintiendo frustrados o enojados.

Cada día, el Espíritu Santo nos exhorta, nos da palabras de ánimo y de dirección a nuestro corazón. A veces, sin embargo, estamos dema siado ocupados para escuchar; nos sentimos demasiado agobiados por las demandas de la vida o estamos

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demasiado confiados en nuestras capacidades humanas.

Esta es la razón por la cual nece sitamos aprender a hacer una pausa durante el día y escuchar la voz del Espíritu. Si lo hacemos, comenzaremos a “escuchar” esa voz. A veces podemos preguntarnos si simple mente nos estamos imaginando las sensaciones que tenemos. También podríamos preguntarnos si no estamos teniendo simplemente suerte, o si una buena situación no es sencillamente un asunto de coincidencia y no el resultado de haber rezado. Pero recuerda que Pedro le dijo a Jesús, “Tú eres el Mesías”, y Jesús le aseguró que eso no venía de su propia mente

E l Espíritu nos da el deseo de detener nuestro trabajo por un momento y rezar para pedir sabiduría o paz.

sino de Dios (Mateo 16, 16-17). Si Pedro pudo recibir estas palabras del cielo, ¿por qué no podríamos reci birlas nosotros también? Recuerda, ¡el mismo poder que actúa en ti es el que actuaba en Pedro!

De manera que hagamos el propósito de buscar a Dios en distintos momentos durante el día. Aprendamos a poner atención a lo que viene a nuestra mente cuando estamos delante del Señor. Dios quiere que vivamos en su luz gloriosa, y él nos ha dado un tesoro grandioso y maravilloso para ayudarnos a lograr precisamente eso. n

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IMPERFECTOS, PERO DOTADOS DE DONES 34 | La Palabra Entre Nosotros

Dios nos ha dado todo lo que necesitamos

LaMadre Teresa de Calcuta una vez dijo:

“Al momento de morir, no seremos juzga dos según el número de obras que hayamos realizado o los diplomas que hayamos recibido durante nuestra vida. Seremos juzgados según el amor que hayamos puesto en nuestro trabajo.” Estas son palabras duras, y lo sabemos. Debido a nuestros defectos y debilidades todos luchamos de una manera u otra para vivir en amor.

Probablemente San Pablo sentía la tensión entre la invitación a vivir en el amor de Cristo y la atracción del egoísmo del pecado. Esta tensión se encuentra detrás de su afirmación de que era una vasija de barro que contenía un gran tesoro. Él estaba contrastando la presencia de Dios en su corazón con su naturaleza humana, la cual tenía su propia porción de fortalezas y debilidades.

Algunas de las fortalezas de Pablo incluían su mente aguda, su perseverancia y su interés por las personas en las iglesias que había fundado. Con respecto a sus debilidades, Pablo no era el mejor orador en público, su apariencia no era atractiva y a veces era impaciente. Pero independientemente de cuáles fueran sus fortalezas o debilidades, Pablo estaba claro respecto a una cosa: El evangelio que él predicaba era más grande que el testimonio que él daba. Este era el fundamento de su defensa en contra de los “falsos apóstoles” que cuestionaban su mensaje enfocándose en sus debilidades.

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Puedes escuchar a Pablo diciendo:

“Cristo vive en mí. Y debido a este gran tesoro, confío en que Dios bendice mis esfuerzos por proclamar su nombre, no importa cuántos defectos pueda tener yo.”

No somos perfectos, tenemos nuestros defectos. Ninguno de nosotros puede hacer suficiente justicia al llamado del Señor. Y aun así, al igual que Pablo, Jesús habita en nuestro corazón. Así que no debemos desanimarnos (2 Corintios 4, 16). Cristo que habita en nosotros es la razón por la que podemos confiar en lo que es eterno en lugar de confiar en lo que se ve fácilmente (4, 18). El Señor es la razón por la cual vivimos por fe y no por lo que vemos (5, 7).

Con dones y con defectos. Es mara villoso: Así de imperfectos como somos, Dios nos está pidiendo que seamos luz del mundo. El Señor nos conoce muy bien, él sabe cuáles son nuestras limitaciones y nuestros pecados del pasado. También conoce los pecados que podríamos cometer en el futuro. Y aun así nos llama a ir por el mundo y edificar su Iglesia.

Si repasamos la historia, veremos que algunos de los grandes siervos de Dios tenían su buena cantidad de defectos y debilidades. Por ejemplo, Abraham era un hombre que tenía una gran fe, pero se rio incrédulamente de la promesa de Dios de que él y Sara tendrían un hijo (Génesis

17, 17). También les mintió al faraón y a Abimelec, diciéndoles que Sara era su hermana (12, 10-20; 20, 1-18). Sin embargo, a pesar de estos descui dos de su buen juicio y de su falta de confianza, Abraham fue llamado amigo de Dios.

Moisés, el hombre que Dios escogió para sacar a los israelitas de Egipto, era de mente clara, valiente y resiliente. Sin embargo fabricó excusa tras excusa tratando de convencer a Dios de que enviara “a alguna otra persona” para guiar a los israelitas (Éxodo 4, 13). También era conocido por tener un mal temperamento en ocasiones (17, 1-4; Números 20, 10-12), pero era un gran siervo de Dios.

David fue escogido por Dios para ser rey de los israelitas. Él era valiente, apasionado y leal. Sin embargo este hombre que tenía un gran amor por Dios cometió adulterio e ideó el ase sinato de uno de sus oficiales más leales (2 Samuel 11).

No nos olvidemos de Elías, el gran profeta de Dios. Realizaba muchos milagros y pronunció muchas pala bras sabias. Aun así temió a la promesa de Jezabel de asesinarlo, perdió toda su confianza y huyó al desierto para esconderse (1 Reyes 19).

Todas estas personas sirvieron al Señor tanto antes como después de que sus defectos quedaran expues tos, y antes y después de arrepentirse. Lo mismo sucede con nosotros. Dios siempre nos invita a servirlo. ¿Quién

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puede olvidar las palabras que Jesús le dijo a Pedro después de que había negado tres veces conocer a Jesús? El Señor no condenó a Pedro, tampoco lo ridiculizó. Solamente le preguntó: “¿Me amas?” Y luego le dijo: “Cuida de mis ovejas” (Juan 21, 15-17).

Preciosas vasijas de barro. Estos héroes de la fe —junto con muchos otros— ilustran las palabras de Pablo sobre ser vasijas de barro que con tienen un gran tesoro. Todos ellos aprendieron que a pesar de que el mensajero de Dios puede tener defectos, el mensaje de Dios no los tiene. Si ellos alguna vez pensaron que por sí mismos eran importantes, pronto comenzaron a pensar lo contrario. Si estaban frustrados consigo mismos o temerosos de su capacidad para cumplir con el llamado que Dios les

había hecho, el consuelo del Señor pronto cambió este sentimiento. Si estaban atados por el pecado, el arre pentimiento y sus experiencias de la misericordia de Dios les quitaron cualquier sentimiento de fracaso, culpa y vergüenza. Su gracia los había liberado.

Para el momento en que Pablo escribió la segunda carta a los corin tios, había aprendido mucho sobre la humildad. Él no sintió la necesidad de enaltecerse a sí mismo. Había aprendido que lo que cuenta en la vida es hablarle a las personas sobre Jesús, no el despliegue de grandeza perso nal. La primera prioridad de Pablo era contarles a los corintios sobre Jesús y guiarlos a tener una relación más cercana con el Señor. Con ese fin, no

M oisés fabricó excusa tras excusa tratando de convencer a Dios de que enviara “a alguna otra persona” para guiar a los israelitas.
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estaba demasiado preocupado con la impresión que podía causar sino con que el mensaje se proclamara.

De manera que si estamos pre ocupados con lo importantes que podemos ser, Dios desea enseñar nos el insuperable valor del tesoro que ha puesto en nuestro corazón, y de las verdaderas vasijas de barro que somos. El Señor desea que aprendamos que su poder “se muestra plenamente en la debilidad” (2 Corintios 12, 9). Es mucho más importante que las personas se fijen en Jesús y no en nosotros. Es más, la humildad no es solamente valiosa a los ojos de Dios, también es atractiva para las personas que nos rodean.

Si, por el otro lado, tendemos a menospreciarnos a nosotros mismos y pensar que no tenemos nada que ofrecer, entonces también tenemos que cambiar esa actitud. Es cierto, no somos más que vasijas de barro. Pero también es cierto que cada uno de nosotros tiene muchos dones maravillosos. Es más, tenemos un gran tesoro que habita en nuestro cora zón: Cristo en nosotros, ¡la esperanza de la gloria! Sabemos que Jesús nos ama mucho, incluso hasta el punto de morir por nosotros en la cruz. También sabremos que el Dios Todopoderoso se deleita en llamarnos sus hijos y herederos. En realidad, tene mos mucho más potencial del que a veces creemos que tenemos. Es más, podemos hacer eco de las palabras de

Pablo: “A todo puedo hacerle frente, gracias a Cristo que me fortalece” (Filipenses 4, 13).

El mensajero apunta hacia el mensaje. Así que todos somos vasijas de barro que contienen un gran tesoro. La función principal de la vasija es enseñar ese tesoro. Eso es lo mismo que Jesús quiso señalar cuando dijo: “Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en lo alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo” (Mateo 5, 14-16).

Jesús desea que su luz brille a través de nosotros tanto como individuos y como una comunidad de creyentes. El Señor nos ha confiado el tesoro del evangelio a nosotros. Tene mos ese tesoro morando en nuestro corazón, y su luz puede brillar en todo el mundo si nosotros cooperamos. Si San Pablo estuviera hoy con nosotros, nos diría que el tamaño o la belleza de nuestros templos, el número de programas de la parroquia o la cantidad de nuestro presupuesto son secundarios. La cuestión más importante es si nosotros, el pue blo de Dios, escondemos la luz que

38 | La Palabra Entre Nosotros

está dentro de nuestro corazón o si la dejamos brillar; es si la gloria que mostramos apunta a Jesús o hacia nosotros.

Dios cree en ti. Hay una leyenda sobre el arcángel Gabriel, que es el men sajero de Dios: Un día, no mucho después de que Jesús subió al cielo, Gabriel le preguntó: “Señor, ¿las personas en la tierra saben lo mucho que las amas y lo que hiciste por ellas?”

“Todavía no,” contestó Jesús. “Solamente algunas cuantas perso nas en Jerusalén conocen la historia.” Esto puso triste a Gabriel, que dijo: “Entonces, ¿qué harás para que el mundo conozca tu amor y la salva ción que has obtenido para ellos?”

Jesús contestó: “Le dije a Pedro, Santiago, Juan, María Magdalena y unos cuantos seguidores más que

Jesús desea que su luz brille a través de nosotros tanto como individuos y como una comunidad de creyentes.

proclamaran la noticia por todo el mundo.”

Con una mirada escéptica Gabriel preguntó: “Pero, ¿si Pedro te niega otra vez? ¿Qué tal si los otros huyen como ya lo hicieron? ¿Qué tal si ellos se cansan y se dan por vencidos? ¿Tienes algún otro plan?”

Y Jesús dijo: “No, yo creo en ellos.”

Hoy en día, el plan sigue siendo el mismo. Dios cree en nosotros, el Señor cuenta con nosotros —humildes vasijas de barro— para que mostremos su luz al mundo. Dios quiere que le contemos a la gente sobre el tesoro que poseemos. Y, ¿adivina qué? Podemos hacerlo, ¡podemos hacer todo con amor porque Jesús habita en nues tro corazón! n

Octubre / Noviembre 2022 | 39
Meditaciones OCTUBRE D L M M J V S 1 2 3 4 5 6 7 8 9 10 11 12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 Haz CLIC sobre el día en el calendario para ir a la Meditación

1de octubre, sábado Lucas 10, 17-24

Alégrense más bien de que sus nombres están escritos en el cielo. (Lucas 10, 20)

¿Cómo te sentirías si le dijeras a un demonio que se vaya al infierno, y se fuera? ¡Cosas como estas no suceden todos los días! Ahora, imagina cómo se pueden haber sentido los setenta y dos discípulos del Evangelio de hoy. Habían visto a Jesús expulsar demonios muchas veces, y ahora ellos estaban haciendo lo mismo. Eso sin mencionar que algunos de los discípulos más cercanos de Jesús no habían podido expulsar un demonio poco tiempo antes de este episodio, y ahora esta “segunda genera ción” estaba teniendo éxito donde otros no lo habían tenido (Lucas 9, 37-43). ¡Deben haberse sentido muy orgullosos de traer las noticias a su maestro!

Por supuesto, Jesús estaba orgulloso de ellos también. Estaba feliz de verlos tomar riesgos en su nombre y de que experimentaran el poder del Espíritu que fluía a través de ellos. El Señor había dedicado mucho tiempo a enseñarles, y ellos estaban mostrando signos de crecimiento.

Pero al mismo tiempo, Jesús sabía que estos discípulos necesitaban correc ción. Si ellos se sentían orgullosos de su poder espiritual, Jesús quería que estuvieran orgullosos de su ciudadanía celestial. Si estaban entusiasmados

porque los demonios se les sometían, él quería que estuvieran entusiasmados por la alegría que viene de someterse a su Padre celestial. Su alegría, aunque era algo bueno, se centraba más en sí mismos que en Dios cuyo poder ellos acababan de presenciar.

Ese es el corazón de la vida espiri tual. Para crecer en santidad debemos centrarnos en Jesús y el llamado celestial que él nos ha hecho. No importa cuáles “poderes” tengamos; lo que importa es nuestra disposición a acep tar el poder y la autoridad de Dios en nuestra vida. Así es como funciona la ciudadanía: Tú reconoces la autori dad de aquel que gobierna tu nación y trabajas por el bien común de tus compatriotas.

Tu nombre está escrito en el cielo, eso significa que perteneces a Cristo. Y pertenecer a Cristo significa vivir para él y seguir sus mandamientos. Pero también significa que Jesucristo te pertenece. El Señor se ha comprometido contigo en una alianza inquebrantable de amor. Y eso es algo de lo que vale la pena alegrarse.

“¡Toda la alabanza a ti, Señor Jesús, porque has escrito mi nombre en el cielo!”

³ Job 42, 1-3. 5-6. 12-16 Salmo 119 (118), 66. 71. 75. 76. 91. 125. 130

40 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

OCTUBRE 2-8

2de octubre, domingo Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4

Si se tarda, espéralo. (Habacuc 2, 3)

A nadie le gusta esperar. Ya sea que estemos esperando que la luz del semáforo cambie a verde o el nacimiento de un niño, el tiempo pasa lentamente. Aun si nos decimos a nosotros mismos que nuestra espera pronto terminará, siempre nos sentimos impacientes esperando que todo se apresure.

Así es como debe haberse sentido el profeta Habacuc al contemplar Jeru salén, su amada ciudad. El ejército de Babilonia había derrotado a Egipto, y el pueblo sabía que ellos eran los siguientes en la lista. Además de la amenaza de la guerra estaba la condi ción moral y religiosa de la ciudad. Los reyes débiles seguían haciendo alianzas y rompiéndolas con naciones paganas; la adoración a los ídolos paganos iba en aumento; y los ricos y poderosos continuaban explotando a los pobres y débiles. “¿Hasta cuándo, Señor?”, exclamó Habacuc. Se sentía rodeado de “asaltos y violencias… rebeliones y desórdenes” (Habacuc 1, 2. 3).Y Dios parecía estar lejos.

Tú conoces ese sentimiento, ¿no es cierto? Un hijo que se ha alejado de la Iglesia y anhelas que encuentre el camino de regreso al hogar. Un amigo que no devuelve tus llamadas, y tú te preguntas qué hiciste mal. La violen cia en contra del débil, del no nacido y del extranjero está aumentando y tú no sabes si algún día Dios le pondrá fin. A veces simplemente duele tener que esperar para que todo se solucione.

Si te sientes identificado, entonces recuerda que Dios tiene algo que decirte, lo mismo que le dijo a Habacuc: “Es todavía una visión de algo lejano” (2, 3). La visión de Dios, su plan, todavía se está desarrollando. El Señor no está quieto viéndote luchar sin ayudarte. Procura hacer tu mejor esfuerzo para mantenerte firme; pon tu fe en su amor y misericordia. Aun cuando parezca que está tardando mucho, no te rindas. Dios todavía te ama, él siempre te amará.

Dios le prometió a Habacuc que aquellos que se mantienen firmes en su fe en él vivirán (Habacuc 2, 4), eso te incluye a ti.

“Señor Jesús, creo en tu amor y misericordia. ¡Te pido que me enseñes a esperar con fe!”

³ Salmo 95 (94), 1-2. 6-7. 8-9

2 Timoteo 1, 6-8. 13-14

Lucas 17, 5-10

Octubre / Noviembre 2022 | 41
MEDITACIONES

3de octubre, lunes Lucas 10, 25-37

Has contestado bien; si haces eso, vivirás. (Lucas 10, 28)

Casi podrías desear que este doctor de la ley se hubiera detenido mientras estaba a tiempo. Había identificado correctamente los principales manda mientos: Amar a Dios con todo tu ser y amar al prójimo como a ti mismo. Todo iba bien, ¡incluso Jesús lo aprobó!

Pero luego decidió forzar la situación. San Lucas nos dice que lo hizo “para justificarse” (Lucas 10, 29). Estaba poniendo a prueba los límites del mandamiento: ¿Qué tan lejos debía llegar para ser justificado? Exactamente, ¿quién podría ser ese “prójimo” que él debería amar?

¿Suspiró Jesús o hizo algún gesto de fastidio? No lo sabemos. Lo que sí sabemos es que el Señor aprovechó esta oportunidad para narrar una parábola que ilustrara este mandamiento de amor que no tiene límites. Amar a tu prójimo incluye cuidar de un extraño, ayudar a alguien que crees que es tu enemigo y arriesgarte por alguien que se ha quedado atrapado en problemas y dificultades.

El doctor de la ley parecía querer suavizar la ley y obtener una exención de cualquier obligación con algunos de sus “prójimos” más necesitados o menos “aceptables”. Pero no seamos demasiado rápidos en señalarlo.

Probablemente todos nos hemos pre guntado qué es lo mínimo que debemos hacer para cumplir con este mandamiento. O quizá hemos intentado limitar los mandamientos para que no nos exijan demasiado sacrificio.

Esa es la razón por la cual Jesús nos dice qué tan lejos debemos llegar para cumplir con la ley del amor. Pero, ¿cómo imitamos al buen samaritano? Prestando atención a las personas que se quedan “al lado del camino”. Podemos comenzar con las personas que están justo frente a nosotros. En lugar de pasar de largo, podemos ser sensibles a sus necesidades, incluso con aque llos que nos molestan o agotan nuestra paciencia. Si podemos hacer al menos eso, comenzaremos a experimentar el Espíritu que ensancha nuestro corazón.

Puede parecer difícil, pero recuerda que el Espíritu habita en ti para ayu darte a vivir en el amor de Dios. Amar a Dios te pone en contacto con su misericordia infinita. Y esa misericordia ofrece el impulso necesario para abrir tu corazón y tus manos al prójimo que más necesita de tu amor.

“Señor, te pido que me ayudes a abrazar tu misericordia infinita y que me enseñes a amar.”

³ Gálatas 1, 6-12 Salmo 111 (110), 1. 2. 7-8. 9. 10

42 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

4de octubre, martes

Lucas 10, 38-42

María escogió la mejor parte. (Lucas 10, 42)

Cualquier persona que ha organizado un evento en su casa conoce el sentimiento de correr contra el tiempo con las tareas sensibles. Imagina que alguien te diga: “No te apresures con esas cosas, solamente ven y siéntate con tus invitados y permite que hablen de lo que es importante para ellos. Quizá más tarde puedes pensar en la comida.” Harías un gesto de asombro, ¿verdad?

Probablemente así fue como Marta se sintió cuando Jesús alabó a su hermana María por unirse a los otros discípulos y escucharlo a él en lugar de ayudar a servir la comida. Y sin embargo, el relato de esta breve interacción termina más bien abruptamente con las palabras de Jesús: “María escogió la mejor parte y nadie se la quitará” (10, 42). Jesús quería que Marta y María estuvieran con él en medio de los otros discípu los. Aunque la responsabilidad de ser anfitriona era importante, estas muje res necesitaban recibir el “alimento” de la palabra de Dios y el ánimo de la Iglesia extensa, así como lo necesita mos nosotros.

Otro ejemplo de este principio de que todos necesitamos recibir alimento espiritual se encuentra en la primera lectura de hoy. El apóstol Pablo explica que después de su conversión en el

camino a Damasco, él pasó tres años en Arabia, viviendo con los creyentes del lugar mientras predicaba a los gentiles (Gálatas 1, 17). Él no enfrentó solo su nueva vida, y no se centró solamente en servir al Señor. Tuvo cuidado de mantenerse conectado con la iglesia del lugar y buscar su ayuda para compren der y vivir la nueva vida que acababa de experimentar.

La vida cristiana es una mezcla de actividad y apertura a la gracia de Dios. Cuanto más recibimos ánimo del Señor y de nuestros hermanos en Cristo, más alegres y fructíferos serán nuestros actos de servicio.

Así que asegúrate de apartar tiempo todos los días para sentarte en silencio e invitar a Jesús a hablarle a tu corazón. Pero también concédele importancia a buscar a un amigo de tu parroquia. No hables solamente tú tampoco. Escucha al Señor, muestra honor a tu hermano o hermana en Cristo. Cree en que esos momentos que se dedican a la herman dad no son una pérdida de tiempo, ¡son una porción de la eternidad!

“Amado Jesús, te pido que me ayudes a escucharte y a recibir tu gracia.”

³ Gálatas 1, 13-24

Salmo 139 (138), 1b-3. 13-14ab. 14c-15

Octubre / Noviembre 2022 | 43

5de octubre, miércoles

Gálatas 2, 1-2. 7-14

Yo me le enfrenté, porque era digno de represión. (Gálatas 2, 11)

Enfrentados por una grave diferencia de opiniones, los primeros cristianos buscaron al Señor: ¿Debía esperarse que los gentiles se sometieran a la circunci sión y adoptaran la ley de Moisés? Los apóstoles resolvieron la crisis pacíficamente escuchando relatos en primera persona de la forma en la que Dios estaba actuando de una nueva manera (Hechos 11).

Sin embargo, en el incidente del cual San Pablo habla en la lectura de hoy, ni él ni Pedro parecen haber actuado caritativamente. El Espíritu había diri gido a Pedro a predicar a los gentiles en Cesarea (Hechos 10). Pero después, en Antioquía, Pedro se había dado por vencido con los separatistas que no creían que los judíos debían comer con los gentiles. Debido a que Pedro era el jefe de los apóstoles, su comportamiento escandalizó a muchos.

Pablo reaccionó con rapidez. En lugar de apartar a Pedro para razonar con él de forma privada, lo reprendió en público, avergonzando a un com pañero y al líder de la Iglesia. Parecía haber olvidado la enseñanza de Jesús sobre cómo corregir a un hermano que comete un error (Mateo 18, 15-17).

A pesar de los errores de ambos apóstoles, la intervención de Pablo

fue exitosa porque ambos conocían muy bien la práctica del perdón. Pro bablemente Pablo pidió perdón por sus duras palabras. Por su parte, posi blemente Pedro aceptó la corrección y humildemente reconoció que sus acciones habían dañado la unidad cristiana. Quizá no conozcamos todos los detalles, pero podemos estar seguros de que al final, los dos mantuvieron un profundo respeto el uno por el otro (2 Pedro 3, 15).

Si ves a otro creyente haciendo algo que te parece que está mal, primero presenta esto en oración. Quizá esta persona en realidad está siguiendo la guía del Espíritu Santo. Si aun no estás seguro, exprésale tu preocupación en privado. Trata de elogiar lo bueno que ves en él o ella y habla del asunto sin emitir una condena. Escúchense cuidadosamente; luego recen juntos. Si no llegan a una resolución de inme diato, deja el asunto ahí y acuerden seguir rezando. Como Pedro y Pablo lo demuestran, Dios revela su verdad en paz, no en medio del caos. El Señor per manece en la unidad, no en la división.

“Padre, te pido que me ayudes a disponerme a dar y recibir corrección con amor.”

³ Salmo 117 (116), 1. 2 Lucas 11, 1-4

44 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

6de octubre, jueves Lucas 11, 5-13

… un amigo que viene a medianoche. (Lucas 11, 5)

¿Te sentirías cómodo yendo a despertar a alguien a la medianoche para pedirle un favor? Probablemente solo lo harías con un amigo muy cercano, alguien que cuide tanto de ti que tu pro blema naturalmente se convertiría en su problema. Confías plenamente en esta persona y ella, por su parte, nunca te daría la espalda. Así que aún si tienes que llamar a su puerta, tienes la confianza de que eventualmente tu amigo responderá.

Este lazo íntimo de comprensión entre buenos amigos es el que Jesús nos ilustra para hablarnos de la relación que tenemos con nuestro Padre celestial. ¿Cómo es una amistad en la que sabes que puedes llamar a tu amigo a la media noche? Estas son algunas características: Es vulnerable. Los amigos cercanos abren su corazón uno con el otro de maneras puras y tiernas. Se ofrecen mutuamente su presencia, compa sión, apoyo e incluso quizá un poco de humor.

Comunicación habitual. Es natu ral levantar el teléfono y llamar a un buen amigo (o escuchar que el teléfono suena) cuando algo está sucediendo con la otra persona. Los amigos quie ren compartir su vida, tanto lo bueno como lo malo.

Confianza. Los amigos que pueden llamarse a la medianoche conocen y valoran la bondad y la fidelidad del otro, así que confían implícitamente el uno en el otro.

Servicio mutuo. Los amigos muy cercanos cuidan de las necesidades concretas del otro porque mutuamente se desean lo mejor. Aparecen cuando su amigo pide ayuda sin comparar quién ha hecho más.

Las características de las amistades maravillosas aquí en la tierra nos ilus tran un amor dinámico y optimista, ¿no es cierto? Sucede como en esta pará bola que Jesús narró en el Evangelio de hoy, en que el hombre somnoliento comparte las provisiones de su fami lia porque su amigo llama a la puerta insistentemente, no porque le guste ser despertado a la medianoche.

Tu Padre celestial es un amigo diná mico y real. El Padre es tu mejor amigo, aun si a veces parece “que responda lentamente a la puerta”. Pero Jesús nos anima a no darnos por vencidos, a no desconfiar de él y a nunca dejar de pedirle al Padre lo que necesitamos. Porque al final, ¡él nos concederá todo buen don!

“Padre, te pido que me concedas la gracia de confiar más en ti que en cualquier otro amigo.”

³ Gálatas 3, 1-5 (Salmo) Lucas 1, 69-75

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7de octubre, viernes

Lucas 11, 15-26

Yo arrojo los demonios por el poder de Dios. (Lucas 11, 20)

Cuando Jesús utilizó esta dramática imagen, sus oyentes deben haber recordado dos relatos que se encuentran en las Escrituras hebreas. Estos relatos narran —de manera espectacular— el triunfo de Dios sobre sus enemigos y nos recuerdan el amor que él tiene por su pueblo.

El primero proviene del libro del Éxodo. Exasperados por las plagas que Moisés estaba lanzando sobre Egipto, los magos del faraón advirtieron al rey: “¡Aquí está la mano de Dios!” (Éxodo 8, 15). Eventualmente la voluntad de hierro del faraón se quebró, y liberó al pueblo de Dios de la esclavitud.

El segundo es del libro del profeta Daniel. Mientras el rey Belsasar de Babi lonia estaba sorbiendo vino de una copa que su padre se había robado del templo en Jerusalén, una mano apareció y escribió en la pared del palacio el veredicto del juicio contra el rey. Pocas horas después, Babilonia fue saqueada y Belsasar fue asesinado.

Así que cuando en el Evangelio, Jesús describe a Satanás como un hombre fuerte que guarda su pala cio, podemos imaginarnos al faraón o a Belsasar sentados en sus tronos oprimiendo al pueblo de Dios. Pero también podemos recordar que al igual

que sucedió con estos reyes humanos, Satanás ha sido derrotado por “otro más fuerte” (Lucas 11, 22), ¡Jesús! Y lo único que el Señor necesitó fue el “poder de Dios” (11, 20). ¡No ha sido en lo absoluto una lucha pareja! Jesús simplemente es mucho más poderoso que el maligno.

Durante su vida, Jesús entró en conflicto con Satanás y los espíritus malignos en muchas ocasiones. Sola mente piensa en todos los demonios que expulsó o recuerda la tentación en el desierto. Pero el conflicto más grande —y la victoria más contundente— suce dió en la cruz. Ahí, Jesús derrotó el reino de Satanás y “humilló públicamente” a sus enemigos (Colosenses 2, 15). Y no lo hizo entrando en un combate cuerpo a cuerpo, sino con el acto más humilde y poderoso de amor y entrega que el mundo jamás haya visto.

Te invito a que hoy dediques un momento a alabar a Jesús por ganar esta batalla en la cruz. Recuerda, no debes temer al maligno porque Jesús, el más fuerte, vive dentro de ti. El Señor puede protegerte simplemente con “el poder de Dios”.

“Señor, te alabo porque venciste a Satanás y a todas sus obras.”

³ Gálatas 3, 7-14 Salmo 111 (110), 1-2. 3-4. 5-6

46 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

8de octubre, sábado Lucas 11, 27-28

Dichosos… los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. (Lucas 11, 28)

El Evangelio de San Lucas contiene algunos pasajes muy apreciados sobre María. Sin Lucas, no tendríamos la Anunciación, la Visitación ni el Mag níficat. Entonces, ¿por qué Lucas nos mostraría a Jesús reprendiendo a per sonas que la elogiaron (11, 27-28)?

Jesús no estaba faltándole el respeto a su madre, ¡él la amaba! Más bien, estaba señalando la verdadera razón de la dicha de María: Ella obedecía la palabra de Dios. Y aunque María no sufrió debido al pecado original, diaria mente debía aprender a comprender la palabra de Dios y vivirla diariamente. ¿Cómo lo hizo?

María era atenta. María creció escuchando las Escrituras hebreas, así que ella conocía la voz de Dios. Probablemente no estaba esperando un mensajero angelical, pero estaba abierta a la palabra de Dios, como fuera que esta viniera. Ella meditó en el mensaje de Dios, aun cuando no lo comprendió del todo (Lucas 1, 29; 2, 19. 51). Al igual que María, nosotros podemos reflexionar en la palabra del Señor que nos llega por medio de la Escritura, la Iglesia y en la quietud de nuestro corazón. Y al igual que ella, podemos meditar en la palabra

de Dios cuando no la comprendemos de inmediato.

María era obediente. María no se limitó simplemente a decir sí; ella hizo la voluntad de Dios a lo largo de su vida. En la fiesta de las bodas de Caná, le dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga” (Juan 2, 5). Debido al respeto que ella mostró por Jesús, los sirvientes obedecieron sus palabras. ¿El resultado? El agua se convirtió en vino que pudieron repartir a todos los invitados. De igual manera, cuando nosotros obedecemos la palabra de Dios, sus bendiciones se extenderán a nuestra familia y más allá.

María perseveró. La dicha de María no la protegió contra el sufrimiento (Lucas 2, 35). Ella sabía que obedecer la palabra de Dios sería costoso, pero no titubeó. Siguió a Jesús por todo el camino hasta la cruz. Ahí, unida a su Hijo, encontró su recompensa y consuelo mientras contemplaba la salvación que se llevaba a cabo. Cuando perseveramos en el sufrimiento, Jesús se mantiene cerca de nosotros, y nos promete que nuestra obediencia dará un fruto que no podemos imaginar.

“Virgen María, reza para que yo pueda obedecer la palabra de Dios.”

³ Gálatas 3, 22-29

Salmo 105 (104), 2-3. 4-5. 6-7

Octubre / Noviembre 2022 | 47

9de octubre, domingo

Lucas 17, 11-19

¿No ha habido nadie, fuera de este extranjero, que volviera para dar gloria a Dios? (Lucas 17, 18)

Las lecturas de hoy nos presentan a dos extranjeros que sufren de lepra: Naamán, el general del ejército del rey de Siria y un hombre de Samaria. Ambos fueron milagrosamente curados por el Dios de Israel: Naamán, a través del profeta Eliseo, y el samaritano, por Jesús. Naamán juró: “a ningún otro dios volveré a ofrecer más sacrificios” (2 Reyes 5, 17). Y el samaritano fue el único de su grupo que regresó para dar gracias a Jesús (Lucas 17, 15). Ambos relatos contrastan la fe de estos extran jeros con los temores o la complacencia del pueblo de Dios.

Estas lecturas destacan la verdad de que Dios es Dios de todas las naciones, no solo de Israel. Aun en el Antiguo Testamento, los extranjeros a veces reconocían al Dios de Israel como el suyo propio. Cuando Jesús estaba predicando en su pueblo de Nazaret,

señaló que Dios no había escogido a los “de dentro”, sino que Eliseo fue enviado a Naamán y Elías a la viuda de Sarepta (Lucas 4, 25-26; 1 Reyes 17). De forma similar, Jesús alabó la fe del samaritano que regresó a darle gra cias. Parece que a veces Dios utiliza a los extranjeros para llamar la atención de los de dentro que pueden haberse vuelto complacientes con su fe.

Dios siempre puede utilizar gente de la periferia para abrir nuestros ojos y darnos una perspectiva diferente. Por ejemplo, una persona que viene a Misa por primera vez puede tener muchas preguntas. Para ti que asistes a Misa regularmente, los ritos y oraciones pueden parecer muy normales. Pero para responder sus preguntas decides investigar y aprender más sobre la liturgia. Quizá te haces amigo de un cristiano de otra tradición que te enseña a ser más atrevido con la oración.

Todos podemos beneficiarnos de una perspectiva distinta. Así que anímate a conocer a otras personas fuera de tu círculo. Dios podría tener algo impor tante que enseñarte a través de ellos.

“Señor, gracias por todas las personas que has puesto cerca de mí que me ayudan a crecer en la fe.”

2-3ab.

48 | La Palabra Entre Nosotros
³ 2 Reyes 5, 14-17 Salmo 98 (97), 1.
3cd.-4 2 Timoteo 2, 8-13 MEDITACIONES OCTUBRE 9-15

10de octubre, lunes

Lucas 11, 29-32

La gente de este tiempo… pide una señal, pero no se le dará más señal que la de Jonás. (Lucas 11, 29)

Cuando pensamos en Jonás, lo que a menudo viene a nuestra mente es un cuento de infancia sobre un hombre que pasó un tiempo en el estómago de una ballena. Sin embargo sabemos que este relato está íntimamente relacionado con Jesús porque él se refiere a Jonás en varias ocasiones en los Evangelios, incluyendo el pasaje de hoy. Pero, ¿de qué manera es que están relacionados el profeta Jonás y Jesús? ¿Por qué el Señor tenía al profeta tan presente?

Quizá Jesús vio algunas similitudes en su misión. Al igual que Jonás, él fue enviado por el Padre para invitar a las personas al arrepentimiento. De esta manera, ambos hombres eran profe tas. Y al igual que Jonás, Jesús pasó un tiempo en la oscuridad de un lugar que debió habérselo “tragado”. Para Jonás, fue el estómago de un gran pez. Para Jesús, sería la oscuridad de la muerte, la cual él vencería al tercer día.

Sin embargo, Jesús también estaba consciente de que su misión iba más allá que la de un profeta. Jonás, o cual quier profeta, se reflejaba en Dios. Jesús decía que él era el Mesías. Ya no eran necesarias más ofrendas para hacer una reparación parcial por los pecados. Ya

no se necesitaba más tela de cilicio, como la que usaron los ninivitas para mostrar su arrepentimiento. Ahora, el arrepentimiento significaba volverse hacia Jesús, creer en él y aceptar su invitación a reconciliarse con el Padre.

Jesús tampoco trató de huir del llamado que recibió como lo hizo Jonás (Jonás 1, 3). Más bien, amó y aceptó plenamente la voluntad del Padre: Invitarnos a recibir el perdón y la misericordia de Dios. Esa era, y sigue siendo, su misión: Invitarnos a cada uno de nosotros, los hijos amados de Dios, a volvernos al Padre celestial.

Eso era a lo que Jesús se refería con la “señal de Jonás” (Lucas 11, 29): Dios mismo, en medio de su pueblo, invitándolo a volverse a él. La señal de la que hablaba no eran los milagros de curaciones o multiplicaciones de panes. Tampoco era resucitar de entre los muertos. Todo eso nos vuelve a Jesús, que es la señal perfecta del amor del Padre. Como lo hizo con la gente hace muchos años, hoy te invita a volverte a él, recibir el perdón y acogerlo como tu Señor.

“Señor, ¡acpeto tu invitación! Hoy quiero recibir tu misericordia y tu perdón.”

³ Gálatas 4, 22-24. 26-27. 31–5, 1 Salmo 113 (112), 1-2. 3-4. 5a. 6-7

Octubre / Noviembre 2022 | 49

11de octubre, martes Lucas 11, 37-41

Den más bien limosna de lo que tienen y todo lo de ustedes quedará limpio. (Lucas 11, 41)

Un fariseo invitó a Jesús a cenar a su casa pero se escandalizó porque Jesús no respetó el ritual prescrito de lavarse las manos. Jesús respon dió con unas palabras algo duras, ¡algo que normalmente no espera rías de un invitado! Pero eso no le importó; él estaba tratando de dejar una enseñanza. El Señor quería que sus discípulos, y todos los que esta ban escuchando, comprendieran que la verdadera piedad consiste en algo más que acciones externas; también es sobre el estado de nuestro corazón. Y para purificar nuestro corazón, dijo Jesús, debemos dar limosna.

Pero, ¿cómo es que dar limosna nos “purifica” (Lucas 11, 41)? Conside remos la situación de los fariseos. Si hubieran aceptado de corazón las pala bras de Jesús, habrían tenido una visión distinta. En lugar de criticar a Jesús por no seguir la ley al pie de la letra, se habrían centrado en las necesidades de las personas que los rodeaban. Su visión se habría expandido más allá de las normas y regulaciones del corazón de la ley. Aunque siguieran observando la ley judía, habrían podido estar más “limpios” entregándose por aquellos que pasaban necesidad.

Lo mismo es cierto para nosotros. Cuando damos limosna —ya sea nues tro tiempo, nuestra energía o nuestro dinero— podemos verlo como una forma de entregar a Dios algo que es precioso para nosotros. Si acudimos a Jesús con la voluntad generosa de darle a él lo que nos pertenece, podríamos sorprendernos de lo que sucede dentro de nosotros. Quizá experimentemos la nueva libertad para ver el mundo y a la gente que nos rodea con los ojos de Cristo. Esta nueva visión nos motivará a ser más generosos con nuestros compañeros de trabajo, nuestros amigos y vecinos o incluso en nuestra pro pia familia. Y esta nueva libertad nos impulsará a seguir más de cerca a Jesús de manera que podamos hacer lo que él nos está pidiendo de la mejor manera posible.

Hoy, pidamos al Señor que nos con ceda la voluntad de dar limosna con alegría y entusiasmo, que podamos avanzar en esta nueva libertad toma dos de su mano.

“Señor Jesús, te pido que me ayudes a centrarme en aquellos que pasan necesidad. Te ruego que limpies mi corazón para que yo pueda experimentar una nueva libertad en ti.”

³

5, 1-6

Salmo 119 (118), 41. 43. 44. 45.

50 | La Palabra Entre Nosotros
Gálatas
47. 48

de octubre, miércoles

Gálatas 5, 18-25

Los frutos del Espíritu… (Gálatas 5, 22)

Los frutos que se mencionan en esta lectura resultan muy atractivos, ¿no es cierto? Todos queremos más paz, paciencia y dominio propio. Pero tal como sucede en la naturaleza, el fruto del Espíritu es el producto de un largo proceso de crecimiento. Una naranja madura lentamente, desde la flor hasta convertirse en un cítrico maduro. Se necesita tiempo para que el agua, la luz y el calor la lleven a su crecimiento completo. Así también sucede con el fruto del Espíritu. Pocas personas pasan directamente del enojo a un dominio propio imperturbable o de la envidia a la inquebrantable paz de Cristo. Dios sabe eso, y él es infinitamente paciente mientras su fruto en nosotros madura.

¿Quién mejor para satisfacer tu sed que Dios? Cuando pasas tiempo con él en oración, él derrama su amor. Ese amor actúa como agua que suaviza la tierra de tu corazón para recibir las semillas del fruto que él desea que crezca en ti. Recibe diariamente el rocío suave de su amor. Aunque quizá tú no notes al principio lo que está sucediendo, con el tiempo tu corazón será cultivable y fértil.

Junto con el agua, el fruto del Espí ritu en ti necesita luz. Mientras lees la Escritura o la escuchas ser proclamada

en la Misa, el Espíritu Santo hace bri llar la luz de Cristo en tu corazón y mente. Lee lentamente, escucha y permite que la palabra de la verdad de Dios brille tan plenamente como sea posible. Ocasionalmente lee un libro espiritual, sobre la vida de los santos o sus escritos o reflexiones de autores sabios. Subraya o anota las cosas que impactan tu corazón. Dedica tiempo a disfrutar a la luz de las palabras que producen un efecto en ti.

Finalmente, el fruto madura con calor. En tu vida, el calor puede ser una enfermedad, tristeza o las dificultades. Podría ser tensión, incertidumbre o soledad. Podría ser ese hábito molesto de tu esposa o esposo o la crítica de tu compañero de trabajo. Pero tú has recibido —y continúas recibiendo— el agua del amor de Dios. El Señor siempre te sostendrá en medio del calor de tu vida. Aunque sea incómodo, quizá doloroso o parezca insoportable, el calor producirá fruto con el tiempo. Cristo habita en tu corazón, ¡permítele dar fruto en tu vida!

“Espíritu Santo, gracias por el agua, luz y calor que derramas en mi vida mientras cultivas en mí tu fruto.”

³ Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6 Lucas 11, 42-46

Octubre / Noviembre 2022 | 51 12

de octubre, jueves Lucas 11, 47-54

¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! (Lucas 11, 52)

¿Cómo fue que estos doctores de la ley —los escribas— guardaron la “llave de la puerta del saber” (Lucas 11, 52)? Si leemos el resto del pasaje del Evangelio de hoy, podemos obtener algunas pistas.

Jesús acusó a estos escribas de no aceptar el reino que él predicaba, de no “entrar” en él (ver versículo 52), y por lo tanto de impedir a otras per sonas a aceptarlo también. Su actitud hostil y su oposición hacia Jesús hizo que otras personas sospecharan y no lo siguieran. Incluso, es posible que ellos abiertamente se lo impidieran a las personas difundiendo rumores falsos sobre Jesús o amenazando a cualquier persona que lo siguiera con el juicio de Dios. También podemos asumir que su hipocresía impedía que las personas vieran la verdadera naturaleza de Dios.

Pero así como estos escribas guar daron la llave de la puerta del saber con sus palabras y acciones, nosotros podemos compartir esa llave con nues tras propias palabras y acciones llenas del Espíritu. Una forma poderosa en que podemos hacer esto es procurando tratar a todos los que nos rodean con el mismo amor y respeto que hemos recibido de Jesús. Nuestras palabras a

veces pueden ser eficaces, si encontra mos una forma de hablar sobre nuestra relación con el Señor sin parecer que estamos presionando. Pero las palabras que pronunciamos tendrán un mayor efecto si están respaldadas por actos de amor, generosidad, misericordia y compasión. Porque la verdad es que, cuanto más presionamos cuando estamos tra tando de persuadir a las personas, más nos arriesgamos a alejarlos de nosotros, o incluso a representar mal al Señor.

Como sucede con todo lo demás en la vida cristiana, compartir la llave del saber comienza con el amor de Cristo, lo que te hace humilde y te enseña a amar a las personas que te rodean. Inicia con eso, y te resultará fácil saber cuándo el Espíritu te está inspirando a compartir tu fe o tu rela ción con el Señor.

Jesús desea que todos nosotros sea mos sus testigos. El Señor quiere que todos compartamos la llave para conocerlo y amarlo a él.

“Señor Jesús, te pido que me ayudes a encontrar la forma de compartir la llave de la puerta del saber con todas las personas con las que me encuentre hoy.”

³ Efesios 1, 1-10

52 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES 13 Salmo 98 (97), 1. 2-3ab. 3cd-4. 5-6

de octubre, viernes

Lucas 12, 1-7

No hay nada oculto que no llegue a descubrirse. (Lucas 12, 2)

Cuando leemos el Evangelio de hoy, a menudo ponemos énfasis en lo que Jesús dice sobre el cuidado tierno y el interés de Dios por el más diminuto aspecto de nuestra vida y el valor que tenemos ante sus ojos (Lucas 12, 6-7).

Pero luego ofrece un fuerte contraste: Todo aquello que se trate de mantener encubierto será expuesto; todos los secretos se harán públicos. Esa afirmación suena vergonzosa, ¡incluso da miedo!

Pero recordemos que esas no son las únicas cosas malas que serán revela das en el día del Juicio. Lee de nuevo el Evangelio, esta vez a la luz de Dios que cuenta todos los cabellos de tu cabeza. Piensa en todos los peque ños sacrificios que has hecho, incluso aquellos que pueden pasar desapercibidos para las otras personas: Dejar el último pedazo de pastel para alguien más cuando tú realmente lo deseas para ti; rechazar la tentación de involucrarte en un chisme; rezar en medio de la noche por alguien que está enfermo o simplemente ofrecer un vaso de agua a alguien más, como dijo el mismo Jesús (Mateo 10, 42).

Dios observa todo esto. Ningún acto de bondad será visto como insignificante por aquel que cuida incluso de

los “cinco pajarillos que se venden por dos monedas”. Todo acto de amor rea lizado en lo secreto —aún la bondad más pequeña— es conocido por Dios. Y un día todos serán revelados.

De manera que cuando te canses de hacer el bien, recuerda: Dios ve lo que se hace en lo secreto y te recompensará (Mateo 6, 4). Un día, tú lo verás cara a cara y lo escucharás decir: “¡Hiciste bien, siervo bueno!” (Lucas 19, 17). Y descubrirás que no solo es el Señor el que recuerda tus actos de amor. Tu familia, tus amigos, la persona que fue ignorada hasta que tú le hablaste, todos esos hermanos y hermanas te agrade cerán y alabarán a Dios.

Incluso ahora, imagina a Jesús son riéndote mientras haces estas cosas. Imagínalo diciéndole al Padre: “Mira a mi amigo, amando como nosotros lo hemos amado”. Agradécele por el cuidado que tiene por ti: Tú vales más que muchos pajarillos (Lucas 12, 7). ¡Tus actos secretos de bondad por las otras personas tienen un valor inconmensurable a los ojos de Dios!

“Gracias, Padre, por valorar las pequeñas cosas que intento hacer para amarte a ti por medio de mi amor hacia los demás.”

³ Efesios 1, 11-14

Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 12-13

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15de octubre, sábado Lucas 12, 8-12

A aquel que blasfeme contra el Espíritu Santo, no se le perdonará. (Lucas 12, 10)

¿A qué se refiere Jesús con esto que dice en el Evangelio de hoy? ¿Por qué es que la blasfemia contra el Espíritu es un pecado que no tiene perdón? Primero, sabemos que Dios está por encima de todas las cosas. Nada es más grande que él, ni siquiera el peor de los pecados. Eso significa que él puede perdonar cualquier cosa. Segundo, sabemos que Dios es amor. No existe, y nunca exis tirá, una persona a quien Dios no ame profunda e incondicionalmente. No hay un pecador a quien Dios no per done si acude a él.

Entonces, ¿qué es blasfemar contra el Espíritu?

La respuesta puede encontrarse, y es bastante apropiada, en la Oración de Absolución que escuchamos en la Confesión. Después de que hemos confesado nuestros pecados y rezado el Acto de Contrición, el sacerdote levanta su mano sobre nosotros y reza así: “Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo y derramó el Espíritu Santo para la remi sión de los pecados…” (énfasis añadido).

Esta plegaria nos muestra la función vital que tiene el Espíritu en nuestra experiencia de la misericordia de Dios.

El Espíritu Santo es el que derrama la misericordia de Dios en nuestro corazón (Romanos 5, 8). Es el que nos muestra nuestro pecado y también nos recuerda que somos los hijos amados de nuestro Padre celestial (Juan 16, 11; Gálatas 4, 6). El Espíritu es nuestro Abogado divino que ofrece curar nuestra cons ciencia culpable (Juan 14, 26-27). De manera que “blasfemar” en contra del Espíritu es negarle la oportunidad de que nos conceda la misericordia de Dios.

¡Muy pocos de nosotros, si es que sucede con alguien, llegará tan lejos en resistirse a la acción del Espíritu! Su gracia es demasiado atractiva, su amor sumamente convincente. Pero las palabras de Jesús pueden actuar como una dosis adicional de ánimo. Pueden recordarnos lo mucho que necesitamos al Espíritu Santo en nuestra vida.

Recuerda la misericordia de Dios todos los días. Diariamente, pídele al Espíritu que te la muestre. Nunca temas acudir a él en busca de perdón. Su amor por ti es muy grande y su misericordia inmensamente preciosa, ¡recíbela hoy y todos los días!

“¡Ven, Espíritu Santo, y muéstrame de nuevo lo misericordioso que es mi Padre celestial!”

³ Efesios 1, 15-23 Salmo 8, 2-3a. 4-5. 6-7

54 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

16de octubre, domingo Éxodo 17, 8-13

Cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel. (Éxodo 17, 11)

¿Sería bueno tener una forma directa de saber que tus oraciones están siendo escuchadas? Moisés la tenía: Si sus manos estaban en alto, los israelitas iban ganando la batalla, si las bajaba comenzaban a perder. Era tan simple como eso. Pero Moisés no podía perseverar por sí mismo, necesitaba ayuda para mantener los brazos en alto.

Este relato nos enseña que a veces todos necesitamos ayuda. Puede ser muy cansado seguir orando, exige mucho de nosotros. Por eso es que todos podemos apreciar la imagen de Aarón y Jur sosteniendo los brazos de Moisés mientras él rezaba por la victoria de los israelitas en la batalla. Sus amigos se mantuvieron a su lado y lo ayudaron a hacer lo que él no podía hacer por su propia cuenta.

Lo cierto es que, cada uno de nosotros necesita que nuestros hermanos y hermanas en Cristo nos respalden, ellos nos ayudan a perseverar. Probablemente

tú puedes recordar momentos en los cuales te has acercado a un amigo y le has pedido que rece contigo por algo importante. Su apoyo significó mucho para ti.

Cuando no ves una respuesta inme diata a tus oraciones, tus amigos, como los de Moisés, pueden ayudarte a perci bir el campo de batalla más claramente y a poner tu atención en las formas en que Dios ya está actuando. Ellos pueden recordarte los momentos específicos en que Dios ha respondido a tus ora ciones —o las de ellos— en el pasado. Y cuando te sientes en una completa oscuridad, ellos pueden mantenerse a tu lado y rezar contigo mientras tú te esfuerzas por seguir avanzando. Tú puedes hacer lo mismo por ellos.

Así que, ¡no lo intentes por ti mismo! Quizá ya hay alguien que puede apoyarte en oración, un amigo que unirá su voz a la tuya mientras intercedes. Pero si no, pídele al Señor que envíe a alguien que te ayude. Jesús entiende perfectamente lo que se siente cuando estás solo y la bendición de tener a alguien que permanezca a tu lado.

“Gracias, Señor Jesús, por el don de la amistad en el Cuerpo de Cristo.”

³ Salmo 121 (120), 1-2. 3-4. 5-6. 7-8

2 Timoteo 3, 14–4, 2 Lucas 18, 1-8

Octubre / Noviembre 2022 | 55
MEDITACIONES OCTUBRE 16-22

17

de octubre, lunes Efesios 2, 1-10

Somos… creados por medio de Cristo Jesús para hacer el bien que Dios ha dispuesto que hagamos. (Efesios 2, 10)

“Dios tiene un plan para tu vida”. Esta es una frase que escuchamos todo el tiempo, pero en realidad, ¿qué sig nifica para nosotros?

A menudo pensamos que se trata de los detalles: Queremos seguridad sobre el futuro, saber qué es lo que debemos hacer. Pero el Catecismo, en su primer párrafo, nos ofrece una visión más amplia: “Dios, infinitamente per fecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su vida bienaventurada” (1). En otras palabras, Dios cuida de nuestras decisiones diarias, pero su deseo principal es llevarnos a su presencia y llenarnos con su vida y su amor. Los detalles con los que tendemos a preo cuparnos solamente son parte de un objetivo mayor.

La primera lectura de hoy puede ayudarnos a ver el cuadro más grande. El plan de Dios siempre es para nuestra salvación. Siempre tiene como objetivo darnos vida en Cristo aun cuando el pecado nos haya alejado de él y estemos siguiendo los caminos del mundo y nuestros propios deseos (Efesios 2, 4-5). Eso es porque Dios es rico en

misericordia y con amor nos concede la vida con Cristo (2, 6). El Señor hace posible que vivamos la fe para que su deseo más profundo —que seamos como Cristo— pueda llevarse a cabo.

Queremos respuestas y Dios quiere nuestro amor. Nosotros queremos que nuestras situaciones difíciles pasen y Dios desea ayudarnos a enfrentarlas. Nosotros queremos instrucciones específicas y Dios quiere cuidar nuestro camino y librarnos de nuestras malas decisiones. Porque él tiene un obje tivo en mente: Prepararnos para la vida celestial que nos ha prometido.

Entonces, ¿es el plan de Dios que mi hija ingrese a la universidad que ella desea, o no? ¿O que yo obtenga la promoción en mi trabajo, o no? ¿O que mi esposo tenga que luchar con una enfermedad, o viva hasta la ancianidad? Desde luego, el Señor no provoca el sufrimiento ni la enfermedad. Pero sí actúa a través de estas situaciones. Dios desea utilizar cada detalle de nuestra vida —nuestras circunstancias, nuestras relaciones personales, nuestros triunfos y nuestras decepciones— para ayudarnos a vivir plenamente. ¡Ese es el plan perfecto de Dios!

“Amado Señor Jesús, ¡quiero acercarme a ti cada vez más!”

³ Salmo 100 (99), 2. 3. 4. 5 Lucas 12, 13-21

56 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

18

de octubre, martes San Lucas

2 Timoteo 4, 9-17

El único que me acompaña es Lucas (2 Timoteo 4, 11)

¿Por qué razón se quedaría Lucas? El encarcelamiento de Pablo en Roma fue duro, y no solo para él, sino tam bién para sus compañeros. Muchos se habían ido para buscar otras aventuras. ¡Qué fácil habría sido para Lucas irse también! Habría podido regresar a practicar la medicina. Habría podido hacer algún bien tangible para las personas, no solo quedarse cerca de Pablo cada vez que lo trataban de matar. ¿Quién lo habría culpado?

Pero se quedó, ¿por qué? Cla ramente, Lucas estaba plenamente involucrado en el ministerio de San Pablo y quería ayudarlo a predicar. Ciertamente, amaba y respetaba a Pablo por su sabiduría y su valentía. Pero más que eso, creía que el evangelio que Pablo predicaba era cierto y que el mundo necesitaba escuchar sobre la salvación a través de Cristo. Pablo había estado predicando y ministrando ya por muchos años, pero necesitaba compañeros como Lucas que ayudaran a las personas a ver y comprender toda la verdad que estaba transformando al mundo.

La verdad del evangelio continúa cambiando al mundo. Es cierto que muchas voces procuran ejercer su

influencia sobre nosotros, pero cuando la verdad sobre Jesús es proclamada, todas esas voces son silenciadas por un tiempo. Es tentador pensar que debe mos ensayar lo que vamos a decir para obtener la atención de las personas. Es cierto que aunque nunca está demás estar preparado, cuando una persona cuya vida ha sido transformada por el Señor, le hable a otra sobre Jesús resulta un testimonio más atractivo.

Esto deber ser lo que Lucas vio en Pablo, y lo que debe haberlo atraído hacia él. Lucas escribió su propio Evangelio y el libro de los Hechos de los Apóstoles, ofreciendo a sus lectores una imagen convincente de la fe cristiana que tanto amaba.

Por todo el mundo, hay misioneros que arriesgan su vida por el evangelio. Podemos cuidar de ellos por medio de nuestras oraciones de intercesión. Podemos mantenernos a su lado en espíritu así como San Lucas se mantuvo al lado de Pablo en sus pruebas. Es más, podemos convertirnos en testigos de Cristo en nuestro propio vecindario, proclamando el evangelio con nuestras palabras y acciones.

“Señor, te pido que me des la fuerza para mantenerme fiel y así compartir la buena noticia sobre ti.”

³ Salmo 145 (144), 10-11. 12-13. 17-18 Lucas 10, 1-9

Octubre / Noviembre 2022 | 57

de octubre, miércoles Lucas 12, 39-48

A la hora en que menos lo piensen, vendrá el Hijo del hombre. (Lucas 12, 40)

El Evangelio de hoy comienza en el momento en que Jesús está finalizando de narrar una parábola y con ella nos advierte que siempre debemos estar preparados para su regreso. Observa la respuesta de Pedro a lo que Jesús les acababa de decir: “¿Dices esta parábola solo por nosotros o por todos?”

¿Por qué Pedro haría esta pregunta? Quizá pensaba que estar preparado para el regreso de Jesús era algo que ya podía sacar de su lista de pendientes. Después de todo, ya él era un seguidor de Jesús. ¿No era eso suficiente?

La respuesta de Jesús hace evidente que él espera más de Pedro, y también de nosotros. En lugar de responder a Pedro directamente, el Señor decide contar otra parábola, sobre el siervo que se aprovechó de la confianza de su señor e hizo el mal en su ausencia. Este relato puede provocar distintas pregun tas. ¿Somos nosotros los siervos que deberíamos saber más? Si Jesús regre sara hoy, ¿cómo nos juzgaría?

Aunque podemos decirnos a nosotros mismos que no somos tan malos como el siervo de la parábola, la realidad es que Jesús no desea que seamos complacientes. Es fácil caer en la misma trampa que condenó al sirviente. El

señor estaba lejos, en el olvido. Nadie sabía cuándo iba a regresar, así que era fácil olvidar que realmente iba a regresar.

Debido a que no podemos ver a Dios, a veces es fácil olvidarnos de él. Otras cosas que suceden a nuestro alrededor ocupan nuestra atención, dejando menos para Dios. Podríamos pensar que tenemos mucho tiempo delante de nosotros, así que olvidamos dejar de lado los malos hábitos y hacer cambios que pueden acercarnos más al Señor. Pero no sabemos qué traerá el día de mañana. ¡Podríamos encon trarnos cara a cara con Jesús antes de lo que pensamos!

Puede ser tentador, como le sucedió a Pedro, preguntarse si esta parábola significa algo para nosotros, los fieles y los que rezamos. Y la respuesta corta es ¡sí! Nos han confiado mucho, así como al siervo de la parábola le habían dado mucho. Jesús nos ha encargado cuidar de su Iglesia así como de toda la creación. Conocemos la voluntad de nuestro Señor, y debemos asegurarnos de ocuparnos de sus asuntos.

“Amado Señor Jesús, te pido que me ayudes a estar preparado para recibirte cuando regreses.”

³ Efesios 3, 2-12 (Salmo) Isaías 12, 2-3. 4bcd. 5-6

58 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES 19

20

de octubre, jueves Efesios 3, 14-21

Puede hacer infinitamente más de lo que le pedimos o entendemos. (Efesios 3, 20)

La imaginación de los niños parece ilimitada. Piden desde juguetes muy sofisticados hasta cajas de cartón y botellas vacías que les permitan ser deportistas famosos un día y al otro, ingenieros que construyen fabulosos rascacielos.

Como hijos de Dios hemos sido invitados a vivir en ese mismo espíritu de posibilidades ilimitadas. En cualquier forma en que Dios mueva tu corazón y mente a servirlo, él está preparado para darte la fortaleza, la valentía y la oportunidad que necesitas.

Dios tiene planes y propósitos para ti, y te invita a entrar en ellos nuevamente cada día. El Señor creó tu imaginación para inspirarte mientras comprendes los detalles de ese propósito. No siempre se verá como lo que tú primero imaginaste. El corazón de San Francisco de Asís ardía apasio nadamente por restaurar la iglesia de Dios que había “caído en deterioro”, y comenzó tratando de reconstruir la edificación de una iglesia que estaba destruida. Con el tiempo, Francisco llegó a entender más exactamente lo que el Señor tenía en mente.

Cuando estás al principio de la historia es difícil saber cómo terminará,

pero puedes pasar más tiempo con el Señor, preguntándole por las cosas que te mueven y te entusiasman. ¿Qué te imaginas haciendo para él? Escríbelo y habla con él al respecto, sobre tus expectativas y limitaciones, sobre las posibilidades que tienes frente a ti y los obstáculos que crees que tienes y dile que para removerlos necesitas su ayuda.

Los planes que Dios tiene para ti ini cian en este mismo momento. Espera a que él te guíe, quizá a través de un entusiasmo creciente sobre tu vocación, pensamientos recurrentes para interceder por alguien o un nuevo sen tido de dirección para servir. Hay tanto que Dios puede hacer, incluso a través de tu vida ordinaria.

El Señor te ayudará y te guiará. Comienza una conversación con él y apunta alto. Recuerda que San Pablo estuvo de rodillas pidiéndole al Padre que te capacitara para trabajar para sus propósitos (Efesios 3, 14). Y aunque posiblemente no recibas el “juguete” que estás pidiendo, Dios puede hacer y hará a través de ti mucho más de lo que pides o imaginas.

“Señor, te pido que abras mis ojos para ver los planes que tienes para mí.”

³ Salmo 33 (32), 1-2. 4-5. 11-12.1819

Lucas 12, 49-53

Octubre / Noviembre 2022 | 59

21de octubre, viernes

Lucas 12, 54-59

¿Por qué no interpretan entonces los signos del tiempo presente? (Lucas 12, 57)

La literatura, las películas e incluso los anuncios comerciales nos invitan a “disfrutar el día” o disfrutar de la vida con pasión. A menudo asociamos esta frase con buscar placer o vivir egoístamente, pero para los cristianos, puede ser un recordatorio a seguir a Jesús hoy para que no perdamos la gracia que Dios nos ofrece.

Jesús hace eco de esta actitud en el Evangelio de hoy al concluir una acalorada conversación con la multitud que se reunió a su alrededor. El Señor les advirtió que evitaran la hipocresía de los fariseos, que prio rizaran las cosas que realmente le importan a Dios y que se prepara ran para el día de su regreso (Lucas 12, 1. 20-21. 40). Finalmente, habló sobre la aparente incapacidad de las personas de percibir lo que está sucediendo justo delante de sus ojos. Ellos podían interpretar los signos del clima y reaccionar según lo que veían. ¿Por qué no podían percibir la importan cia espiritual de los tiempos presentes? Jesús mismo estaba delante de ellos. Esta era su oportunidad de arrepentirse y aceptarlo como el Mesías. ¿Estaban ciegos o simplemente preferían no ver?

Quizá era un poco de las dos cosas. Estas personas habían seguido a Jesús y lo habían escuchado predicar, pero aún no habían decidido cambiar su vida. Incluso los discípulos de Jesús estaban luchando con su invitación a “vender sus pertenencias” y a guardar un tesoro en el cielo (Lucas 12, 33).

Al igual que ellos, nos puede resul tar difícil aceptar la invitación de Dios para nuestra vida. San Pablo lo describe en términos personales: “Queriendo hacer el bien, solamente encuentro el mal a mi alcance” (Romanos 7, 21). Al igual que los discípulos y que Pablo, nosotros estamos preparados para acep tar la gracia que Jesús nos ofrece en un momento, pero en el siguiente ni siquiera nos damos cuenta de que está ahí. Aun así, tal como estuvo frente a la multitud, Jesús está frente a nosotros para concedernos la gracia que nece sitamos hoy.

Sea lo que sea que estés viviendo, hoy es tu momento de visitación (Lucas 19, 44). Jesús te dice: “Yo tengo la gracia que abrirá tus ojos, transformará tu corazón y te ayudará a dar el siguiente paso para seguirme.”

“Señor, te pido que me ayudes a aprovechar la gracia que me ofreces hoy.”

³ Efesios 4, 1-6

Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6

60 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

22

de octubre, sábado Efesios 4, 7. 11-16

…para capacitar a los fieles, a fin de que… construyan el cuerpo de Cristo. (Efesios 4, 12)

Quizá leíste esta lectura pensando: “Esto no es para mí. Yo no soy apóstol, ni profeta, ni evangelista ni mucho menos un maestro.” Te invito a que pienses nuevamente en estas palabras.

Quizá no te corresponda estar en un púlpito para instruir a la congregación, pero cada persona en el cuerpo de Cristo es un maestro y también es un aprendiz. Cada uno de nosotros tiene su propia experiencia tanto en los asuntos prácticos como en los espirituales. Cada uno de nosotros debe utilizar sus dones para capacitar y edificar a sus hermanos en Cristo.

¿Cómo podemos ser maestros? Quizá eres un experto en computa ción y un amigo o familiar te pregunta cómo hacer algo en línea. Es tentador responder “eso es fácil” y luego describir una serie de pasos, o lo que sería todavía más rápido, hacerlo tú mismo hasta que se termine la tarea. Se necesita mucho más tiempo para que tu amigo haga la navegación por sí mismo mientras tú observas y solamente le vas ofreciendo las ins trucciones o el ánimo que necesita en ese momento.

Pero, ¿cuál es el método que mejor lo capacitará para hacer el trabajo la

próxima vez que surja una situación similar? Compartir tu experiencia acompañándolo mientras él realiza la tarea le ofrecerá las habilidades que necesita a largo plazo. Eso es lo que un buen maestro hace y así es como se capacita al cuerpo de Cristo.

Tus habilidades o experiencias son necesarias para edificar la Iglesia, así que reconoce tus dones. Quizá tienes niños y has aprendido de tu propia experiencia cómo administrar un hogar. Tal vez tienes la capacidad de arreglar cosas en una casa. O quizá has estudiado la Escritura y puedes com partir tus perspectivas. Aun cuando tus habilidades no te parezcan tan impresionantes, puedes ser un maravilloso maestro del amor de Dios.

No menosprecies el valor de lo que puedes enseñar. Recuerda, es necesario que todos trabajemos juntos para que “alcancemos en todas sus dimen siones la plenitud de Cristo” (Efesios 4, 13). Tú eres una parte integral del cuerpo de Cristo. Tú has sido bendecido por Dios, y él desea que compartas esas bendiciones con tus hermanos y hermanas.

“Señor, te pido que me ayudes a edificar tu pueblo.”

³ Salmo 122, (121), 1-2. 3-4ab. 4 cd-5

Lucas 13, 1-9

Octubre / Noviembre 2022 | 61

MEDITACIONES

OCTUBRE 23-29

23

de octubre, domingo Lucas 18, 9-14

Te doy gracias porque no soy como los demás hombres. (Lucas 18, 11)

Trata de imaginar esta escena. Primero está el fariseo, un miembro respetado de la sociedad, que ocupó su puesto en el templo (Lucas 18, 10). Él tenía un lugar especial donde rezar, así como lo tenía en su sinagoga (Mateo 23, 6).

Con su filacteria —pequeña caja de cuero atada a su cabeza y que contenía un pergamino con pasajes de la Escri tura— que era más grande y su manto con flecos más largos y lujosos que los demás (Mateo 23, 5), levantó sus manos en oración. Él era una figura impresionante que se veía a sí mismo superior a “los demás hombres” (Lucas 18, 11).

Ahora imagina al recaudador de impuestos. Él no tenía un lugar especial para rezar. Mantuvo su cabeza baja como tratando de evitar la mirada des pectiva del fariseo. El recaudador de impuestos estaba vestido con elegancia pero no era pretencioso. Sus mejillas estaban humedecidas por las lágrimas.

Él acudió al templo por una razón: Había comprendido lo corrupto que

se había vuelto. Una pequeña extor sión por aquí y por allá lo había vuelto un hombre bastante rico. Pero, ¿a qué costo? Había estado haciendo fraude a personas a las que difícilmente les alcanzaba el dinero hasta fin de mes. Había enviado hombres a la prisión de deudores morosos sin preocuparse por sus familias. Pero lo había com prendido, y se sentía profundamente arrepentido. Todo lo que pudo decir fue: “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador” (Lucas 18, 3).

El fariseo, complacido con la perfección de su oración, se marchó tal como llegó: Convencido de su propia justi cia y despreciando a todos los demás (Lucas 18, 9). Pero el recaudador de impuestos se marchó sintiéndose libre. Con un paso más ligero y una sonrisa valiente en su rostro se dirigió a su casa. Al día siguiente pediría perdón a sus vecinos y les regresaría su dinero.

Cada uno de nosotros puede tener un poco del fariseo y un poco del recau dador de impuestos en su corazón. Sigamos el ejemplo del recaudador de impuestos en la Misa y recemos junto con él:

“¡Señor, apiádate de mí, que soy un pecador!”

³ Eclesiástico 35, 15-17. 20-22 Salmo 34 (33), 2-3. 17-18. 19. 23

2 Timoteo 4, 6-8. 16-18

62 | La Palabra Entre Nosotros

24

de octubre, lunes

Lucas 13, 10-17

Mujer, quedas libre de tu enfermedad. (Lucas 13, 12)

Una mujer atormentada por el dolor de la artritis tenía dificultades para vestirse y salir a tiempo para reunirse con su grupo de oración en la iglesia. El dolor no era nada nuevo — ya lo había soportado durante muchos años— así que ella estaba decidida a asistir. Cuando llegó a la reunión, se sintió profundamente conmovida por los pasajes de la Escritura que las demás personas compartieron. Mientras escuchaba, tuvo una sensa ción de calor en sus brazos y piernas que rápidamente desapareció. ¡Ella se quedó asombrada al percatarse de que el dolor había desaparecido por completo!

En el Evangelio de hoy, nos encon tramos con alguien similar: Una mujer que había pasado los últimos dieciocho años sin ser capaz de erguirse completamente. Podemos imaginar lo difícil que era para ella realizar incluso las tareas más sencillas. Probablemente le tomaba más tiempo alistarse, pero ella estaba decidida a asistir a la sinagoga pues quería escuchar la palabra de Dios y la enseñanza del rabino. Poco sabía de lo que aquel día le traería. Todo lo que ella hizo fue llegar, y Jesús restauró su salud y transformó su vida. Qué sorprendente

fue, entonces, que el jefe de la sina goga objetara que ella fuera curada porque era sábado.

Parece absurdo que cualquier per sona quisiera limitar el poder de Dios a ciertos días de la semana. Sin embargo puede haber formas sutiles en que ponemos limitaciones al momento y lugar en que Dios puede curarnos. Quizá solamente buscas curación física y el Señor quiere curar tus emociones. Tal vez piensas que algunas cosas son difíciles de curar incluso para él, o que puedes ser curado solamente si sigues ciertos pasos. Tal vez incluso podrías pensar que Dios no cura hoy, o que tú no mereces ser curado.

A pesar de tus objeciones, Jesús desea darte libertad. El Señor solamente te pide que te acerques a él en oración y confianza. Mientras lo haces, puedes quedar disponible para lo que sea que Jesús desea hacer en ti. El Señor sabe si necesitas curación física o emocional. Quizá necesitas una mayor cercanía con él. ¡O quizá todas las anteriores! Solamente recuerda a estas dos muje res. Ellas no llegaron específicamente pidiendo ser curadas, simplemente lle garon y el Señor también llegó.

“Aquí estoy, Señor, confío en que tú me das lo que yo necesito.”

³ Efesios 4, 32–5, 8 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6

Octubre / Noviembre 2022 | 63

25de octubre, martes

Lucas 13, 18-21

Se parece a la semilla de mostaza que un hombre sembró en su huerta. (Lucas 13, 19).

“¡Cultiva el reino de Dios en sola mente quince minutos por día!”

A pesar de que este titular parece provenir de la revista de ofertas de una tienda de verduras, transmite el mensaje central de las parábolas del Evangelio de hoy.

Jesús utiliza estas dos parábolas para ilustrar el milagroso potencial del crecimiento en el reino de Dios. Hablan sobre el poder y la gracia de Dios, espe cialmente de su capacidad para hacer algo mucho más allá de lo que espe ramos incluso con la más pequeña de las semillas o la más pequeña cantidad de levadura.

Lo mismo sucede con nosotros. Incluso a través de nuestro esfuerzo más pequeño, Dios puede hacer cosas sorprendentes. Piensa en lo podero sos que pueden ser quince minutos de oración diarios. Eso es solamente el uno por ciento de un día de veinticuatro horas, pero es sorprendente lo que puede suceder en esos pocos minutos. Tú puedes tocar la mismísima presencia de Dios. La culpa de los pecados pasados puede desaparecer cuando te encuentras con su misericordia. Tu corazón puede conmoverse con amor por las personas que te rodean. Incluso

puedes escuchar al Espíritu hablándote y revelando los misterios de la Sagrada Escritura en tu corazón. Ahora, piensa en el efecto que todo esto puede pro ducir durante todo el día: La paz, la guía, la esperanza y la confianza.

O, visto desde otro ángulo, piensa en el impacto que una hora de almuerzo con un amigo puede producir. Durante ese tiempo, puedes compartir una pequeña historia de algo que apren diste en tu tiempo de oración del día anterior. O quizá menciones alguna bendición que Dios te ha concedido. Pero esa pequeña historia se graba en la memoria de tu amigo como una semi lla, y echa raíces y crece. Y quizá, con el tiempo, tu amigo comience a rezar, a asistir nuevamente a Misa o a hacerte más preguntas sobre el Señor. ¡Todo eso gracias a un simple almuerzo!

Dios puede tomar cualquier esfuerzo del tamaño de una semilla de mostaza que tú realices para cultivar tu fe y convertirlo en algo sorprenden temente grande y hermoso. ¡Incluso quince minutos al día pueden hacer una gran diferencia!

“Señor, ¡gracias por hacer crecer mi fe y la de quienes me rodean a través de mis pequeños esfuerzos!”

³ Efesios 5, 21-23

Salmo 128 (127), 1-2. 3. 4-5

64 | La Palabra Entre Nosotros

26

de octubre, miércoles

Efesios 6, 1-9

Absténganse, pues, de toda clase de amenazas, recordando que tanto ellos como ustedes tienen el mismo amo, que está en los cielos y en el cual no hay favoritismos. (Efesios 6, 9).

La carta a los efesios se escribió en un periodo en el cual al menos una de cada tres personas en el imperio romano era un esclavo. La esclavitud era una institución aceptada que sostenía las estructuras sociales y económicas de la cultura. Tristemente, los esclavos eran considerados herramientas para sus dueños y tenían pocos derechos personales. Debido a que los dueños de los esclavos ejercían un dominio absoluto sobre su propiedad humana, algunos trataban a sus esclavos con una crueldad despiadada.

En su trabajo con la iglesia de Éfeso, Pablo nunca aprobó la esclavitud ni tampoco abogó por su abolición. Su objetivo era distinto: Iluminar a todos sobre la dignidad fundamental de toda persona humana. Debido a que tanto el esclavo como su dueño “tienen el mismo amo, que está en los cielos” (Efesios 6, 9), son iguales en dignidad delante del Señor. Por eso Pablo condujo a los esclavos a verse a sí mismos como hijos y herederos de Dios y hacer su trabajo como si fuera para el Señor.

La aseveración de San Pablo de que dentro de la familia cristiana los escla vos tienen derechos y que los amos tienen una responsabilidad delante de Dios de tratarlos con justicia y bondad también fue revolucionaria. En su carta a Filemón, Pablo le pidió al amo que recibiera al fugitivo de vuelta “ya no como un esclavo, sino como algo mejor que un esclavo: como un hermano querido” (Filemón 16).

A pesar de que la expansión del cristianismo en los primeros siglos no condujo inmediatamente a la abolición de la esclavitud, sí puso en marcha las fuerzas que eventualmente provo caron la liberación de los esclavos de forma generalizada. Al meditar en el evangelio, los cristianos llegaron a comprender la esclavitud como una grave injusticia. Hoy, en muchas partes del mundo, la esclavitud continúa pro vocando dolor en el corazón de Dios. Procuremos combatir esta injusticia y recemos para que las personas lleguen a pensar como Cristo y se transforme su corazón.

“Señor, te pido que rescates a aquellos que están esclavizados y que tu evangelio llegue a aquellos que practican la esclavitud.”

³ Salmo 145 (144), 10-11. 12-13ab. 13cd-14 Lucas 13, 22-30

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27

de octubre, jueves Efesios 6, 10-20

Revístanse con la armadura de Dios. (Efesios 6, 11)

Cuando leemos este popular pasaje de la carta a los efesios, nos imaginamos defendiéndonos a nosotros mismos, con la espada empuñada, de las “asechan zas del diablo”, como si estos ataques fueran a venir del exterior. Hay un elemento de verdad en esto, pero debe mos saber que los ataques espirituales pueden venir de dentro de nosotros también. El diablo es muy astuto al usar nuestra propia debilidad —algo que nosotros ni siquiera reconocería mos— para su propia ventaja. Él es muy bueno en interrumpir nuestro senti miento de paz y confianza en Cristo y reemplazarlo con enojo, impaciencia y egoísmo.

¿Cómo identificamos esos puntos débiles en nuestra armadura espiritual y los fortalecemos? Lo más importante que podemos hacer es vigilar nuestros pensamientos. Piensa en los últimos días y mira si puedes identificar las situaciones en las que te has enojado fácilmente o rápidamente has perdido la paciencia. Quizá te saliste de con trol cuando alguien interrumpió tu pasatiempo favorito o se movió muy lentamente delante de ti cuando estabas apurado.

A veces el diablo puede utilizar incluso las cosas que más amamos para

su beneficio, especialmente si eso nos aleja del Señor.

¿Cómo podemos defendernos de estos ataques sutiles? Cada mañana antes de que te levantes de la cama, di una oración rápida que te ayude a reves tirte con la armadura de Dios. Pídele al Espíritu Santo que te llene con la fe y la confianza que necesitas para man tenerte firme contra las asechanzas del demonio. ¡Quizá incluso puedas leer este pasaje en la Biblia!

A lo largo del día, trata de prestar atención a tus pensamientos. Toma consciencia de aquellas ideas o recuer dos que amenacen tu paz, bloqueen tu capacidad de amar a alguien o debiliten tu humildad. Reconócelas por lo que son, y pídele al Espíritu que te ayude a contrarrestarlas con verdades sobre el amor y la gracia de Dios. Recuerda lo que Dios ha hecho en tu vida y per mite que esos recuerdos te llenen de confianza y fortaleza.

Cada día, el Espíritu Santo está listo para revestirte con su armadura, así que aprópiate de ella, revístete con ella, ¡y vence al diablo!

“Espíritu Santo, te pido que me ayudes a cuidar mis pensamientos para que yo puede ser cada vez más como Jesús.”

³ Salmo 144 (143), 1. 2. 9-10 Lucas 13, 31-35

66 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

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de octubre, viernes Santos Simón y Judas Lucas 6, 12-16

… eligió a doce. (Lucas 6, 13)

Si dirigieras una película sobre la vida de Jesús, sabrías quiénes serían los principales protagonistas. Además de Jesús, los actores que representen a Pedro, Juan y Judas Iscariote verían sus nombres aparecer al principio. Pero los actores que interpreten a otros após toles, incluyendo a Simón y Judas, probablemente aparecerían única mente en la lista de créditos al final.

No sabemos mucho sobre estos dos apóstoles; en ninguno de los Evange lios hay líneas de diálogo que se les atribuyan a ellos. Lo que sí sabemos es que Simón era un celote, un miembro de un partido político que buscaba la expulsión de los romanos, así que probablemente era algo revoluciona rio. Y aunque una de las cartas del Nuevo Testamento lleva su nombre, sabemos todavía menos sobre Judas; hoy en día es un santo popular porque es el patrón de las causas imposibles.

Sin embargo, después de pasar una noche completa en oración, Jesús eligió a estos dos hombres para que fueran parte de los Doce. Algo deben haber tenido que lo llevó a tomar esta decisión. Quizá era su lealtad hacia él, o la comprensión de sus enseñanzas o la forma en que cuidaban de otros discípulos. Cualquiera que fuera la

razón, lo cierto es que Jesús confiaba en ellos y por una muy buena razón: Un día, ambos fueron martirizados por predicar el evangelio.

Muchos de nosotros no tenemos “papeles principales” en la vida. Aun así Dios nos ha elegido para ser sus discípulos y seguirlo. Al igual que Simón y Judas, cada uno de nosotros ha sido “enviado” a compartir la buena noticia. A cada uno de nosotros también nos ha sido dada una vocación, ya sea al matrimonio y la familia, a la solte ría, la vida religiosa o al sacerdocio. Y podemos ser llamados de otras for mas específicas a servir a Dios y a su pueblo.

Por lo tanto si tú sirves silencio samente, recuerda que tu función en el reino de Dios es igual de impor tante para él. Algunos días puedes sentirte despreciado o ignorado. Otros días puedes sentir que estás fallando. Pero esa no es la forma en que Dios se siente. El Señor te ha elegido por una razón y él confía en que, acercándote a tu gracia, serás capaz de lograr lo que te ha pedido que hagas.

“Señor, te pido que me ayudes a cumplir el llamado que me has hecho.”

³ Efesios 2, 19-22

Salmo 19 (18), 2-3. 4-5

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29

de octubre, sábado Filipenses 1, 18-26

…para el bien de ustedes. (Filipenses 1, 24)

San Pablo recibió un trato benevolente en la residencia del gobernador donde se encontraba prisionero cuando escribió esta carta. Podía recibir visi tas e incluso posiblemente tenía un secretario. En comparación con sus aventuras en el mar y las palizas que había soportado, esto no era tan malo. Sin embargo Pablo confesó a sus ami gos en Filipos que tenía un debate interno. ¿Sería mejor para él morir o permanecer en la tierra?

Pablo anhelaba morir para poder experimentar la comunión ininterrum pida con el Señor. Aun así, concluyó que era mejor permanecer en la carne, por más limitante y doloroso que fuera. Pablo dio una razón que es tan simple y personal como profunda: Para el bien de ustedes. Él amaba a los filipenses —y a los miembros de todas las otras iglesias que había visitado— y deseaba seguir ayudándolos y compartiendo las buenas noticias con ellos.

Esto puede parecer fascinante, o intimidante, en teoría. Recuerda, sin embargo, que para Pablo, servir a la Iglesia a menudo significaba escribir cartas, ofrecer oraciones y enfrentar asuntos legales y logísticos; en otras palabras, un liderazgo desde lejos. Es posible que esta no sea tu idea de un

misionero, y quizá tampoco lo era de Pablo. Pero él pasó años como prisio nero, así que era poco lo que podía hacer en persona. Y no se está tomando en cuenta el tiempo que necesitaba para viajar de un lado a otro, general mente a pie. Sin embargo, no importa lo físicamente limitantes que fueran las circunstancias, Pablo sabía que per manecer en la tierra implicaba grandes posibilidades de realizar un trabajo fructífero para Dios.

Al igual que Pablo, nosotros pode mos glorificar a Dios ya sea en prisión o en libertad, en una cocina o en una construcción, en la universidad o en un hogar de ancianos. Cada sacrificio que realicemos por el pueblo de Dios es una oportunidad para edificar la Iglesia, para su propio bien.

Así que si te sientes tentado a pensar que no puedes hacer mucho para ser vir a Dios, piensa en esto nuevamente. Recuerda a San Pablo en la prisión. Mientras ofreces tu tiempo, tus dificul tades y tus oraciones por amor al pueblo que te rodea, lo estarás sirviendo. Y Dios te mostrará cómo continuar trabajando con él, para el bien de ellos.

“Señor, deseo glorificarte a pesar de mis limitaciones.”

³ Salmo 42 (41), 2. 3. 5bcd Lucas 14, 1. 7-11

68 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

30de octubre, domingo Lucas 19, 1-10

Hoy ha llegado la salvación a esta casa. (Lucas 19, 9)

El Evangelio de hoy describe a Zaqueo, el recaudador de impuestos tratando sin éxito de ver a través de la multitud. Luego corrió y se subió a un árbol, solo para poder ver a Jesús. Debe haber sido asombroso y divertido ver a una persona tan prominente hacer algo tan extraño. Puedes imaginarte la sonrisa en el rostro de Jesús al mirar hacia arriba y ver el entusiasmo incon tenible y como de un niño de Zaqueo. Luego ese entusiasmo se convirtió en alegría cuando Jesús se invitó a su casa. Inspirado por las cálidas palabras de aceptación, Zaqueo prometió dar la mitad de su riqueza a los pobres y pagar mucho más de lo que había robado.

¿Cumplió Zaqueo con su valiente promesa? Nunca lo sabremos porque no vuelve a ser mencionado en los Evangelios.

Después de que Jesús se marchara, el trabajo duro comenzaría para Zaqueo. Si entregó su dinero, debe haber tenido que aprender a vivir con menos. Tendría que haber luchado contra la tentación

de regresar a su métodos deshonestos para recaudar impuestos. Tendría que ganarse la confianza y la amistad de sus vecinos. Seguramente todo esto era menos divertido que el encuentro inicial con Jesús que cambió su vida. Puede haber tenido problemas para mantener su entusiasmo.

Está bien no sentirse siempre entu siasmado por la vida como seguidor de Jesús. Nuestro camino de fe puede ser como un matrimonio largo y exitoso que comienza con la magia y la pasión de un romance temprano y que se transforma en algo más calmado pero más profundo y significativo. No hay forma de evitar el hecho de que nuestra relación con Jesús a veces requiere de trabajo duro. Pero es bueno saber que él siempre está con nosotros, listo para darnos la gracia que necesitamos.

Nuestros intentos por seguir a Jesús no tienen que ser gestos grandes y dra máticos como la respuesta inicial de Zaqueo. El cambio será gradual y habrá obstáculos, pero con la ayuda de Jesús nuestros esfuerzos producirán fruto.

“Señor Jesús, te pido que me ayudes a seguirte con la confianza de un niño.”

³ Sabiduría 11, 22–12, 2

Salmo 145 (144), 1-2. 8-9. 10-11. 13cd-14

2 Tesalonicenses 1, 11–2, 2

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MEDITACIONES OCTUBRE 30-31

31de octubre, lunes

Salmo 131 (130), 1. 2. 3

Mi corazón no es ambicioso. (Salmo 131, 1)

Es cierto, Señor, que a veces soy arrogante y me creo más importante que los demás. De vez en cuando expreso desprecio e incluso soberbia hacia otras personas. Pero yo sé que en lo pro fundo de mi corazón todavía quiero ser la persona que tú siempre has querido que yo sea.

Esa persona es maravillosa, Padre, porque tu imagen brilla a través de ella. Te pido que me des libertad para con vertirme en esa persona que tú soñaste que yo fuera. Te pido que me perdones por tratar de ser cualquier cosa menos lo que tú quieres para mí. Recuérdame los dones que me has concedido y, por favor, muéstrame cómo comenzar a usarlos en una forma que a ti te agrade.

No pretendo grandezas que superen mi capacidad. Padre, deseo dejar de intentar por mí mismo y descansar en que tú realizas en mí obras maravillosas. En su lugar me contentaré con que me des tu paz. Te pido que me guíes por medio de esa paz que solo tú puedes concederme, que me liberes del des contento que me provoca mi propio esfuerzo y del tormento de creer que debo saber más, entender más, buscar más y hacer más solo para agradarte. Estaré feliz de recibir lo que me ofreces cuando rezo, en la Escritura y en

tu Iglesia. Es suficiente conocer el don de tu paz, sonreír con el bien que tú eres para mí.

Yo acallo mis deseos. ¡Ser yo mismo es suficientemente bueno! Padre, confío en que tu Espíritu Santo me muestre lo que debo cambiar y lo que no. Por lo demás, deseo ser feliz con ser yo mismo, por quién tú deseas que yo sea y por la vida que me has concedido. Solamente deseo sentarme en tu regazo, seguro, a salvo y confiando en tu protección. Es suficiente con estar a gusto en tu pre sencia, como un hijo acurrucado en el regazo de su mamá, descansando en la seguridad de tu amor inquebrantable y perfecto.

Dios, yo sé que tú me dirás lo que piensas de mí. Sé que me dirás cuánto me amas, yo confío en ti. Creo en que tú hablarás a mi corazón, así que ahora haré silencio y escucharé tu voz. Des pierta en mí los deseos que desde el principio has puesto en mi corazón. Despierta en mí, también, un mayor deseo de convertirme en la persona que tú has creado y deseas que yo sea.

“Padre celestial, mi corazón se alegra cuando puedo sentarme junto a ti, estar contigo y disfrutar de tu presencia. ¡Ahí a tu lado he encontrado paz!”

³ Filipenses 2, 1-4 Lucas 14, 12-14

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1

de noviembre, martes Todos los Santos

Apocalipsis 7, 2-4. 9-14 Vi luego una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. (Apocalipsis 7, 9)

A lo largo de su historia, la Iglesia ha canonizado a más de diez mil per sonas. Pero por cada santo canonizado que conocemos, hay miles de santos más que son desconocidos pues nunca han recibido ese reconocimiento. Por eso es que la visión de San Juan, en la primera lectura de hoy, describe tantos santos que no se pueden contar.

Hoy celebramos la fiesta de todos los santos, en la cual se incluye a esos hombres y mujeres desconocidos, aquellas personas que han servido sigilosamente y que han entregado su vida por amor al Señor Jesús y a sus hermanos y hermanas. Quizá tú conoces a alguien a quien consideras un santo por el amor que le tiene al Señor y porque ha dedicado su vida a servirlo.

Entonces podrías preguntarte, ¿por qué es que hay tantos santos? La razón es simplemente porque Dios lo ha hecho posible. A través de la muerte y la resurrección de Jesús, nuestro Padre nos ha adoptado como sus hijos (1 Juan 3, 2). En Cristo ahora podemos acce der a toda la gracia que necesitamos para ir por el camino de la santidad. Así que al celebrar hoy a todos los santos, celebremos también el don de la

gracia que todos hemos recibido de Dios, cuyo amor por nosotros es infi nito e inquebrantable.

Quizá más que ninguna otra cosa, lo que hace que una persona sea santa es la fe que tiene en el poder de la gracia de Dios. Los hombres y mujeres que viven en santidad saben, más allá de toda duda, lo dependientes que son de Dios. Por eso acuden a él todos los días, confiados en que pueden hacer lo que sea que Dios les pida porque ya él les ha dado todo lo que ellos necesitan.

Todos podemos ser santos porque somos hijos de Dios. Querido lector, en este día te invito a que agradezcas a Dios por concederte el don de crecer en santidad. Luego imita a los santos pidiéndole al Señor, como lo hicieron ellos, la gracia que necesitas ya sea para el día que tienes por delante o para un momento en particular de tu vida. Cree que Dios te escuchará y que contestará rápidamente tu oración y luego ve y haz lo que sea que él te está pidiendo que hagas.

“Amado Señor Jesús, gracias por tu amor. Te pido que me ayudes a creer que con tu gracia, yo también puedo ser santo.”

³ Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6

1 Juan 3, 1-3

Mateo 5, 1-12

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2de noviembre, miércoles Todos los fieles difuntos Juan 6, 37-40

Al que viene a mí yo no lo echaré fuera. (Juan 6, 37)

En la fiesta que celebramos hoy, recordamos a nuestros “fieles difuntos”.

Este término puede sonar demasiado lejano e impersonal. Pero la muerte de un ser querido es cualquier cosa menos lejana. Ellos son nuestros espo sos o esposas, nuestros padres, hijos o amigos. Ellos son nuestros amados difuntos, y nuestro sentimiento de pérdida puede ser realmente profundo. Podríamos sentir como si hubiéramos perdido toda conexión con ellos y, en nuestro dolor, incluso podemos dudar de la bondad de Dios.

Esa es la razón por la cual la fiesta de hoy es un don, tanto para nosotros como para nuestros seres queridos que ya han muerto. La conmemora ción de todos los fieles difuntos nos recuerda que debido a nuestro Bau tismo, somos miembros del Cuerpo de Cristo. A través de Jesús, esta mos eternamente unidos con todos nuestros hermanos, tanto vivos como muertos. Por medio de nuestras ora ciones, podemos ayudar a aquellos que se han ido primero que nosotros y que ahora están siendo purificados (CIC, 958, 961-962). Y mientras rezamos por ellos, nuestra propia fe puede hacerse más fuerte.

En el Evangelio de hoy, Jesús hace una promesa maravillosa: “Al que viene a mí yo no lo echaré fuera” (Juan 6, 37). Su misericordia es tan grande que si acudimos a él con una fe humilde y un arrepentimiento sincero, él nos purificará y nos sanará, sin importar lo que hayamos hecho, ¡qué consola dor! En esta promesa, encontramos el valor de rezar para que nuestros seres queridos experimenten esta curación, aún después de la muerte. No solo eso, encontramos la valentía para confiar en que el Señor que los recibe también nos recibirá a nosotros.

Hoy, rezamos por todos aquellos que ya han muerto, para que el amor santo y perfecto de Dios continúe puri ficándolos y que así puedan unirse plenamente al Señor. Como lo escri bió el Papa Benedicto XVI, que puedan “llegar a ser definitivamente capaces de Dios y poder tomar parte en la mesa del banquete nupcial eterno” (Spe Salvi, 46). Que nada sea un obstáculo para ellos: Ni el pecado, ni el temor o la vergüenza ni las heridas de los pecados de otros. Que nada los aleje de Jesús y su amor sanador.

“Señor, ten misericordia de nosotros, pecadores.”

³ Sabiduría 3, 1-9

Salmo 23 (22), 1-3. 4. 5. 6

Romanos 5, 5-11

72 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

3de noviembre, jueves Lucas 15, 1-10

Se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo. (Lucas 15, 1)

¿Por qué se estaban acercando a Jesús los “publicanos y los pecadores”? ¿Qué tenía de especial este maestro que los atraía tanto?

Evidentemente, vieron algo diferente en este hombre. Él les enseñaba cómo vivir en una forma que era agradable a Dios, pero no los con denaba ni los rechazaba por sus pecados. Más bien, respetaba su dig nidad y los trataba como sus propios hermanos. Les mostraba que su valor iba más allá de su reputación como publicanos y pecadores. Cuando él hablaba en contra del pecado y la inmoralidad, las personas podían ver que él estaba motivado por un genuino y amoroso interés por ellas. Así que aun cuando sabían que estaba hablando con franqueza, ellos no se iban; querían quedarse y escuchar más.

¿Quiénes son los “publicanos y los pecadores” de nuestro tiempo? Muchos de ellos son las personas que no enca jan dentro de las categorías normales de ser “religioso”. Pueden ser las per sonas que generalmente ignoramos o aquellas que continúan buscando al Señor. ¿Se sentirán atraídas hacia nosotros como aquellos se sentían atraídos

por Jesús? Esto es algo en lo que vale la pena reflexionar.

Jesús es nuestro ejemplo por excelencia. Las personas están deseosas de estar en una relación con aquellos que verdaderamente están interesados en ellas. Ellos quieren ser amados y aceptados. A través de nuestra forma de hablar y nuestras acciones, podemos atraer gente hacia nosotros mostrando honor hacia su valor y dignidad inhe rentes y tratándolos con respeto. Eso no significa que tenemos que rebajar nuestra propia fe para conectarnos con ellos. Tampoco tenemos que ser com placientes con aquellas decisiones que toman y que los alejan de Dios. Pero siempre podemos comenzar con amor, tal como lo hizo Jesús.

No siempre es sencillo hablar abiertamente de la fe o de los asuntos morales al mismo tiempo que cons truimos una relación. Pero recuerda, ¡Jesús habita en tu corazón! Cuenta con que él te dará amor suficiente para compartir así como las palabras que decir. El Señor quiere acercar a todos a él, sin excepción. Esa fue su misión y te invita a unirte a él en esta misión.

“Señor Jesús, ayúdame a ver a las personas como tú las vez a ellas y a amarlas como tú las amas, te lo ruego.”

³

Filipenses 3, 3-8

Salmo 105 (104), 2-3. 4-5. 6-7

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4de noviembre, viernes

Lucas 16, 1-8

El amo tuvo que reconocer que su mal administrador había procedido con habilidad. (Lucas 16, 8)

Quizá este versículo te sorprendió. ¿Por qué reconocería el amo la habilidad de su administrador? Ya este había sido castigado por despilfarrar la propiedad de su amo. Y ahora estaba haciendo algo que parecía aún peor, ¡le estaba diciendo a los deudores de su amo que redujeran su deuda! ¡Y estas no eran deudas pequeñas! Cien barriles de aceite de oliva podrían traducirse en ochocientos galones.

Pero fijémonos en lo que este administrador realmente estaba haciendo. Como hacían otros administradores, probablemente había estado inflando el monto de lo que los deudores de su amo debían y dejándose el dinero adicional para él. Al disminuir la deuda, estaba renunciando a sus propias ganancias, no causando pérdidas a su amo. Él sabía que pronto se quedaría sin trabajo y posiblemente nadie querría emplearlo, así que les dio a los deudores un respiro con la esperanza de que ellos lo ayuda ran después. ¡Este astuto administrador corrigió sus fraudulentos libros de contabilidad e hizo amigos en el proceso!

Jesús desea que nosotros aprendamos de este administrador, no de su deshonestidad, sino de su astucia y capacidad de pensar en su futuro.

Nosotros podríamos tener o no riqueza material, pero todos somos “administra dores” de los dones de Dios. Podemos ser tan creativos como este adminis trador cuando pensemos en la forma en que utilizaremos lo que Dios nos ha dado para ayudarnos a nosotros y a los demás. Un día nuestra “administración” terminará, nuestros recursos solamente son temporales y por eso debemos utilizarlos para edificar el reino de Dios aquí y ahora para que un día podamos entrar en las moradas eternas del cielo (Lucas 16, 9).

Presta atención a lo que estás haciendo con los bienes que tienes. ¿Cómo puedes beneficiar al reino de Dios aquí en la tierra con tus dones? ¿Cómo puedes utilizar tus recursos para el bien de otras personas? Como hijo de Dios, no tienes que actuar por temor como lo hizo el administrador. Puedes tener la seguridad de que tu Padre celestial nunca te abandonará. ¡Sé creativo! Ofrece gratuitamente los dones que Dios te ha concedido, y en el proceso, construye su reino.

“Señor, te pido que me ayudes a ser un buen administrador de todo lo que me has dado.”

³ Filipenses 3, 17–4, 1 Salmo 122 (121), 1bc-2. 3-4ab. 4cd-5

74 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

5de noviembre, sábado Filipenses 4, 10-19

Lo que me importa es que ustedes se hagan cada vez más ricos. (Filipenses 4, 17)

La novela El último regalo cuenta la historia de un joven mimado llamado Jason Stevens. En el testamento de su multimillonario abuelo, que acababa de morir, había instrucciones de que su nieto debía entregar un regalo dia rio antes de recibir su herencia. Así que Jason hace cosas como donar san gre, cuidar a los hijos de una vecina y entregar comidas a personas con discapacidad. A través de estos actos de caridad, aprende que “cuando das por amor, tanto el que da como el que recibe obtienen más de lo que tenían al principio.”

Pareciera que los filipenses también entendieron esta lección, al menos según las palabras que San Pablo les dirige. Él se alegró por la ayuda financiera que había recibido de ellos, no porque la necesitara, sino porque vio que su generosidad los estaba benefi ciando más de lo que lo beneficiaba a él (Filipenses 4, 10-11). Al aceptar su donación, él les estaba ayudando a crecer espiritualmente. Esa es la razón por la cual deseaba que ellos se hicie ran cada vez más ricos (4, 17).

Dios desea que experimentemos también las bendiciones de dar pues implica que debemos fijarnos en las

necesidades de los demás. Así, pode mos preocuparnos menos de nosotros mismos, de nuestro dinero y nuestras posesiones. También nos volvemos más pacíficos, porque perdemos el temor de no tener nada. Podemos experimentar gozo al ser testigos de la gratitud y la alegría que nuestros dones ofrecen a otras personas. Y conforme aprendemos a confiar menos en la riqueza material, crecemos en confianza en Dios.

No es necesario que hagas algo radical para aplicar este principio en tu vida, pero sí debes hacer de la donación una práctica regular. Trata de ser consistente con tus donaciones y tu servicio a las personas para que puedan contar contigo. También puedes inten tar dar de una forma que te incomode un poco. Ofrece tu ayuda a un vecino anciano en vez de simplemente preguntarle cómo se encuentra. O procura dar más de lo normal en tu donación a la parroquia. Sea lo que sea que decidas hacer, puedes confiar en que los fru tos de tu generosidad fluirán, no solo hacia la persona que recibe tu regalo, sino también para ti, el donador.

“Señor, te pido que me enseñes a ser desprendido y a dar con alegría.”

Octubre / Noviembre 2022 | 75 ³ Salmo 112 (111), 1-2. 5-6. 8a. 9 Lucas 16, 9-15

6de noviembre, domingo Lucas 20, 27-38

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. (Lucas 20, 38)

Los saduceos estaban intentando tenderle una trampa a Jesús cuando le presentaron la situación hipotética de una mujer que se casó con siete hermanos a lo largo de su vida. Los saduceos eran un grupo influyente que creían que su apego estricto a los primeros cinco libros de la Biblia (la ley de Moisés) no dejaban espacio para creer en la resurrección de los muertos. Ellos pensaban que al presentarle este escenario a Jesús lo harían tropezar y les daría a ellos una razón para acusarlo de blasfemia.

Pero Jesús utilizó la pregunta para reafirmar la promesa de la resu rrección. Aquellos “dignos… de la resurrección de los muertos” no estarán casados en el cielo, les dijo. Serán como ángeles, inmortales (Lucas 20, 35. 26). Citando la ley de Moisés, dijo que Dios no se llamaría a sí mismo el Dios de Abraham, Isaac y Jacob a

menos que estos patriarcas también estuvieran vivos (Éxodo 3, 6). Él es Dios de los vivos “pues para él todos viven” (Lucas 20, 38).

En realidad, ¡estas son buenas noticias! A pesar de que un día todos experimentaremos la muerte física, para Dios seguiremos vivos. ¿Cómo podríamos no estarlo? En nuestro Bau tismo, el Dios inmortal y eterno vino a habitar en nuestro corazón. Cuando estamos luchando para vivir nuestra fe, ni siquiera la muerte puede separarnos de Dios. Algún día, cuando el Señor regrese, él resucitará nuestros cuerpos a una nueva vida también.

Cuanto más nos mantenemos firmes en estas verdades, menos temeremos a la muerte. En lugar de verla como el final, la veremos más como el pasaje a una vida nueva y mejor.

Esto no significa que no sinta mos algo de inquietud o temor por la muerte. Después de todo, realmente no sabemos cómo es el cielo. Pero pode mos confiar en las promesas de Dios y creer que si seguimos hoy al Señor, nuestro mañana será más brillante de lo que podemos imaginar.

“Señor, ¡gracias por destruir la muerte para darme la vida eterna!”

³

2

7, 1-2. 9-14

Salmo 17 (16), 1. 5-6. 8. 15

2

2, 16–3, 5

76 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES
Macabeos
Tesalonicenses
MEDITACIONES NOVIEMBRE 6-12

7de noviembre, lunes

Lucas 17, 1-6

Los apóstoles dijeron entonces al Señor: “Auméntanos la fe”. (Lucas 17, 5)

La fe es poderosa y por esa razón Jesús dijo que si tuviéramos la fe aun del tamaño de una pequeña semilla, podríamos arracancar de raíz un árbol frondoso (Lucas 17, 6). Sin embargo pocos de nosotros creemos que tenemos esa clase de fe. Así que hoy, unámonos a los apóstoles para pedir más fe y creer que, aunque nuestra fe pueda ser poca, Jesús contestará nuestra oración.

“Señor, te pido que aumentes mi fe en el poder de tu cruz para derrotar el pecado en mi vida. A través de tu cruz y resurrección, tú me has liberado. Te pido que me ayudes a creer que me has dado plena libertad y que el pecado ya no tiene poder sobre mí.

“Señor Jesús, te ruego que aumentes mi fe en la gracia que me permite perdonar a aquellos que me han hecho daño o me han ofendido. Solamente tú puedes conmover mi corazón endurecido.

“Señor, te pido que aumentes mi fe en el poder de los sacramentos. Te pido que me permitas experimen tar tu misericordia abundante en el Sacramento de la Reconciliación. Que yo siempre pueda creer que tú realmente perdonas todos mis pecados. Por favor abre mis ojos a tu presencia en la Eucaristía y a la gracia que

derramas sobre mí cada vez que recibo tu Cuerpo y tu Sangre.

“Señor Jesucristo, te ruego que aumentes mi fe en el poder de las Escrituras para hablarme, guiarme e inspirarme. Permíteme aferrarme a tu palabra, sabiendo que a través de ella, tú me estás hablando con amor y con la verdad.

“Señor, te pido que aumentes mi fe en tu poder para curar. Ayúdame a creer que cuando rezo por alguien, tu mano alcanza a esa persona en cuerpo y alma.

“Amado Señor, aumenta mi fe, te lo ruego, para que yo pueda confiar en que tú cuidas de todas mis necesi dades. Te pido que me ayudes a rezar con perseverancia, aun cuando dude de que estás escuchando. Ayúdame, Señor, para que mi fe permanezca fuerte cuando no vea que mis oraciones estén siendo contestadas en la forma en que yo deseo. Que yo siempre pueda creer que tu plan para mi vida es más grande y mejor que el mío.

“Señor, tú sabes que mi fe a menudo es débil. Confío en que cuando yo ejer cito la fe que tengo, tú haces que esa pequeña semilla de mostaza dentro de mí crezca, florezca y te glorifique.”

“Yo creo, Señor, pero te pido que aumentes mi fe.”

³ Tito 1, 1-9

Salmo 24 (23), 1-2. 3-4ab. 5-6

Octubre / Noviembre 2022 | 77

8de noviembre, martes

Lucas 17, 7-10

No somos más que siervos. (Lucas 17, 10)

A primera vista, las palabras que dirigió Jesús a sus discípulos en el Evangelio de hoy pueden parecer duras. Básicamente les dijo que no era sufi ciente hacer solo aquello que se les había ordenado. ¿Acaso Jesús pretendía esclavizarlos todavía más? ¿Les estaba diciendo que si hacían más, serían siervos más “productivos” y que así merecerían su aprobación? No, no era eso lo que estaba diciendo, pues realmente no nos ganamos el amor de Dios sino que es un don que él nos da a todos por igual, ¡seamos producti vos o no!

La parábola de Jesús arroja una luz sobre la clase de discipulado a la cual él nos está invitando, no sobre la cantidad de trabajo que él espera que hagamos. Podemos responder como esclavos, o podemos ser sus amigos. Y si tenemos alguna pregunta al respecto, la Escritura nos ofrece una respuesta clara: En la Última Cena, Jesús les dijo a sus discípulos que él los llamaba amigos, no esclavos (Juan 15, 15).

Es muy posible que nosotros sirvamos a Dios y aun así nunca lleguemos a conocerlo realmente. Con un poco de determinación, podemos asumir todo tipo de proyectos en nuestra parroquia o por los pobres, ya sea por un sentido

de responsabilidad o por un deseo de asegurarnos nuestro lugar en el cielo. Pero esto no es lo que Jesús desea. El Señor quiere que tengamos una pro funda relación de amor con él, no una de temor u obligación. Si vivimos como esclavos obligados, nos estamos perdiendo la razón verdadera por la cual Dios nos creó en primer lugar: Para estar unidos a él en amor.

Desde luego, hay cosas que nosotros debemos hacer como discípulos, hay mandamientos que debemos obedecer y lineamientos que debemos seguir. Pero las hacemos simplemente por que amamos a Jesús. Por eso volvemos nuestro corazón hacia él todos los días y compartimos su amor con todos los que nos rodean, especialmente con los más pequeños.

¿Cómo puedes convertirte hoy en un siervo productivo para el Señor? Quizá una buena manera de comenzar es pidiéndole al Espíritu que llene tu corazón con el amor de Dios. Permite que ese amor despierte en ti un amor más profundo por él, un amor y un deseo más profundo por servirlo a él.

“Amado Señor Jesús, gracias por darme un lugar en tu reino; te entrego mi vida libremente.”

³ Tito 2, 1-8. 11-14 Salmo 37 (36), 3-4. 18. 23. 27. 29

78 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

9de noviembre, miércoles Dedicación de la Basílica de Letrán

Salmo 46 (45), 2-3. 5-6. 8-9

El Señor de los ejércitos está con nosotros. (Salmo 46, 8)

Cada edificio de una iglesia es un símbolo construido en piedra y madera y ladrillo que señala distintas realidades espirituales. Algunas iglesias reflejan la fuerza y la majestad del Señor, mientras que otras más bien reflejan su humildad y la pobreza de espíritu. Hoy, celebra mos la dedicación de una iglesia muy especial, la Basílica de Letrán, la cate dral de la diócesis de Roma.

La Basílica de San Juan de Letrán fue construida en una propiedad que previamente pertenecía a la familia Letrán, esta propiedad eventualmente cayó en manos del emperador Constantino a principios del siglo IV d. C. Cuando Constantino se convirtió al cristianismo, donó el palacio de Letrán al obispo de Roma, y fue dedicada como la catedral del papa el 4 de noviembre del 324. Desde entonces, ha sido consi derada la iglesia madre del catolicismo.

A través de su arquitectura, sus estatuas y su arte, la Basílica de Letrán simboliza la unidad del papa, tanto con su rebaño inmediato en Roma como con todos los cristianos que están en comunión con él alrededor del mundo.

Así que celebramos esta fiesta no como simples observadores externos sino

como miembros de un solo cuerpo, como hermanos y hermanas unidos por el Espíritu.

Así se indica en la inscripción que se encuentra encima del baptisterio (capilla donde se encuentra la pila bautismal) que está conectado a esta magnífica iglesia: “No existe ninguna barrera entre los que han renacido y se han hecho uno por esta única fuente, el único Espíritu y la única fe.” Todos son iguales, tanto el santo como el pecador. ¡Todos somos una sola familia con el Padre celestial!

En este día de fiesta, pídele al Espíritu Santo que te conceda una com prensión más profunda del lugar que ocupas en el cuerpo de Cristo. Pídele que te ayude a verte a ti mismo no solo como un individuo que se esfuerza por alcanzar la vida eterna sino como parte de una gran familia. ¡No estás solo en este camino! Estás rodeado de herma nos y hermanas que pueden ayudarte —y a quienes tú puedes ayudar— mientras vas de camino hacia la casa de tu Padre.

“Gracias, Padre celestial, por darme una familia tan grande. Te pido que nos enseñes a compartir tu amor y tu gracia unos con otros.”

³ Ezequiel 47, 1-2. 8-9. 12

Octubre / Noviembre 2022 | 79 1 Corintios 3, 9-11. 16-17 Juan 2, 13-22

10

de noviembre, jueves Lucas 17, 20-25

El Reino de Dios ya está entre ustedes. (Lucas 17, 21)

¿Puedes imaginar a los fariseos diciéndose unos a otros: “¡Un momento! ¿Jesús está diciendo que el Reino de Dios ya está aquí? ¿Qué hay entonces de los romanos? Todavía seguimos siendo una nación ocupada. ¡Ciertamente esta situación no se parece al Reino de Dios!” Al mirar el mundo que nos rodea, podemos llegar a una conclusión parecida. Pero el Reino de Dios no se trata de un lugar en parti cular ni de un poder político; sino de una nueva forma de relacionarnos unos con otros que ofrece curación y libertad.

Jesús no se limitó a hablar del Reino de Dios. También lo mostró mientras bendijo, amó, perdonó, curó y sirvió al pueblo al que le estaba hablando. Su propia vida era un reflejo del Reino: Él no guardó ningún rencor, ni se dio aires de grandeza ni se distanció de los pobres y necesitados. Más bien, dejó de lado su comodidad para acogerlos y ofrecerles la misericordia de Dios. También enseñó sobre esta forma de relacionarse a través de parábolas que resaltaban el perdón antes que la venganza y el servicio antes que ser servido. Analicemos nuestras relaciones personales. ¡Probablemente el reino de Dios está más cerca de ti de lo que crees! Cada vez que escuchas con atención a

alguien que necesita hablar, cada vez que ayudas a limpiar o a servir en tu parroquia el Reino de Dios está ahí. Cuando rezas, ahí está también. Está presente en cada situación en la cual decides amar a las personas que te rodean, aun cuando no sea particularmente fácil amarlas.

Estas son palabras alentadoras, ¿no es cierto? ¡El Reino de Dios ya está entre ustedes!

Hoy, dedica un tiempo a pensar en la forma en que puedes traer el Reino de Dios al menos a una persona. Busca una oportunidad para animar a otro, para perdonarlo o para ser un instrumento de la presencia de Dios. No tiene que ser una situación dra mática o que le cambie la vida a esa persona. Simplemente tiene que ser edificante y de afirmación de vida. Tú eres un ciudadano del Reino de Dios y un embajador de Cristo. Eso significa que puedes llevar tu presencia donde quiera que vayas. ¡Tú puedes hacer la diferencia!

“Gracias, Señor Jesús, por hacerme un ciudadano de tu Reino. Te pido que me ayudes a ser una bendición para todas las personas que me rodean.”

³ Filemón 7-20

Salmo 146 (145), 7. 8-9a. 9bc-10

80 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

11

de noviembre, viernes

Lucas 17, 26-37

Lo mismo sucedió en el tiempo de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, sembraban y construían. (Lucas 17, 28)

Cuando Roma fue saqueada por las tribus germánicas en el año 410 d.C., sus ciudadanos estaban sorprendidos. Se preguntaban cómo era posible que la “Ciudad eterna” —que nadie había podido conquistar durante ochocientos años— hubiera sido derrotada. En respuesta a aquellos que culpaban de su colapso al cristianismo, San Agustín escribió su famoso tratado La ciudad de Dios.

Agustín describió dos “ciudades” invisibles que existen simultáneamente en la tierra. Los habitantes de ambas ciudades viven juntos y experimentan los mismos eventos (como la caída de Roma). Sin embargo, en la Ciudad de Dios, el Señor está presente y las personas adoran a Jesús como su Señor. En la Ciudad terrenal, las personas están tan preocupadas con las cosas de este mundo que no son conscientes de que el Reino de Dios está en medio de ellas.

En el Evangelio de hoy observamos una situación similar. Las personas también “comían y bebían, compraban y vendían…”, pero Jesús hizo una distinción entre Noé y sus contemporáneos, Lot y los residentes de Sodoma y dos mujeres que molían granos (Lucas 17,

26. 28. 35). En cada ejemplo, hay un residente de la Ciudad de Dios que ha puesto su fe en el Señor. También hay alguien que ha sido tan absorbido por las preocupaciones y placeres de este mundo que no es consciente de que el Reino de Dios ya está aquí. Finalmente, la ciudad terrenal y sus habitantes des aparecerán mientras que la ciudad de Dios y su pueblo existirá para siempre.

Esto no significa que Jesús esté en contra de las actividades cotidianas como trabajar, cocinar o tener pose siones. Estas cosas generalmente son buenas y necesarias. Pero Jesús nos está advirtiendo para que no nos deje mos envolver demasiado en las cosas de esta ciudad terrenal.

Así que hoy, procuremos mantener nuestros ojos y oídos espirituales abier tos al reino de Dios en medio nuestro. Sostengamos nuestras posesiones terre nales con una mano abierta y generosa. Estas cosas están destinadas a desaparecer, herrumbrarse y deteriorarse; pero nosotros estamos destinados a vivir para siempre. ¡Sigamos aferrándonos a Jesús, la fuente de vida y el gobernante de la ciudad de Dios, nuestro hogar eterno!

“Señor, abre mis ojos para ver tu Reino venir a mí, te lo ruego.”

³ 2 Juan 4-9

Octubre / Noviembre 2022 | 81 Salmo 119 (118), 1. 2. 10. 11. 17. 18

12de noviembre, sábado 3 Juan 5-8

Harás bien en ayudarlos de una manera agradable a Dios con lo que necesitan para su viaje. (3 Juan 6)

A menudo podemos sentirnos abru mados por la forma en que nuestro tiempo y recursos son requeridos. Nuestra bandeja de entrada del correo se llena de solicitudes de fondos. En la parroquia siempre hay una nueva solicitud: Haga su donación para la escuela, ayude para el día de campo de la parroquia, traiga alimentos para la Sociedad de San Vicente de Paúl, llévese la etiqueta con un nombre de las que están en el árbol de Navidad. Puede ser difícil decidir qué causa apoyar y cuánto dar.

Al tomar estas decisiones, hay dos factores que son relevantes. Primero: ¿Harán ellos un buen uso de nuestra donación? Y la segunda: ¿Tenemos la capacidad para ayudar? Deberíamos tener cuidado de no ser incapaces de alimentar a nuestra propia familia o pagar nuestras propias deudas.

La solicitud práctica que hace Juan a Gayo para que ofrezca hospitalidad implica ambos factores. Los misioneros sobre los que escribe Juan se merecen la ayuda de Gayo, porque noblemente se habían “puesto en camino por Cristo” (3 Juan 7). Y Gayo es capaz de ayudarlos porque él ha sido un administrador fiel y eficiente de sus recursos (3 Juan 5).

Pero Juan también introduce una tercera consideración, que es la más importante de todas: “Ayudarlos de una manera agradable a Dios” (3 Juan 6). Podemos hacer todos los cálculos necesarios para determinar cuánto dar y a quién dárselo. Pero en el análisis final, simplemente debemos dar. ¿Por qué? Porque Dios ha sido muy gene roso con nosotros, incluso al punto de entregar a su único Hijo por nosotros.

De manera que, asegúrate de dar de una forma que refleje la propia gene rosidad de Dios: Ofrece tu dinero, tu atención y tu afecto. ¡Simplemente ofrécelo todo! Sé responsable, pero espléndido. Discierne, pero sé generoso en tu evaluación. Cada vez que reci bes a Jesús en la Eucaristía, recuerda lo generoso que él es. Cada vez que sien tas su amor en tu familia, amigos o en oración, míralo como el inmerecido regalo que es. Luego decide ser igual de generoso —y misericordioso— con las personas que te rodean. En otras palabras, ¡da de una forma que sea digna de Dios!

“Padre, te pido que me ayudes a ser tan generoso con los demás como tú lo eres conmigo.”

³ Salmo 112 (111), 1-2. 3-4. 5-6

Lucas 18, 1-8

82 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

MEDITACIONES

NOVIEMBRE 13-19

13de noviembre, domingo

2 Tesalonicenses 3, 7-12

…para darles un ejemplo que imitar. (2 Tesalonicenses 3, 9)

¿Alguna vez has escuchado hablar de las neuronas espejo? Son esas pequeñas células que se encuentran en nuestro cerebro y que se activan cuando esta mos con alguien más. A veces muy débilmente, pero otras con mucha fuerza, estas neuronas nos impulsan a imitar a esa persona con la que estamos. Cuando vemos a alguien feliz o triste o enojado, las neuronas espejo son las que nos ayudan a compartir los sentimientos y pensamientos que esa persona está experimentando.

¡No es de extrañar, entonces, que San Pablo les dijera a los tesalonicenses que él y sus compañeros procuraban ser modelos a imitar! Para “darles un ejemplo que imitar”, escribió (2 Tesa lonicenses 3 9). Pablo sabía que los tesalonicenses tenían una mejor oportunidad de permanecer cerca del Señor si veían a otras personas tratando de hacer lo mismo. Él sabía que nuestro ambiente puede tener un efecto muy fuerte en la forma en que pensamos, los

valores que adoptamos y las prioridades que establecemos para nuestra vida.

Esto no significa que somos simples robots que imitamos a todos los que nos rodean. Seguimos siendo seres humanos libres, cada uno con una per sonalidad única. Pero sí significa que hemos sido creados para vivir en comu nidad. Necesitamos el ejemplo de otros creyentes que nos ayuden a crecer en nuestra fe. De la misma forma, nues tros hermanos y hermanas necesitan del testimonio de nuestra fe para cre cer. Cuanto más vemos la santidad en acción, más animados estaremos para seguir a Jesús.

Por supuesto, el Padre fue el modelo a imitar de Jesús. “El Hijo de Dios no puede hacer nada por su propia cuenta”, nos dijo, “solamente hace lo que ve hacer al Padre” (Juan 5, 19). Porque Jesús mantuvo su corazón fijo en su Padre celestial, todo lo que dijo e hizo brotó de la bondad y el amor de su Padre, incluso su sacrificio y muerte en la cruz.

Así que haz un favor a tus neuronas espejo. Mantén tus ojos fijos en Jesús y en tus hermanos y hermanas en Cristo.

“Señor, te pido que me ayudes a imitarte en todo lo que hago.”

³ Malaquías 3, 19-20

Salmo 98 (97), 5-6. 7-9a. 9bc Lucas 21, 5-19

Octubre / Noviembre 2022 | 83

14de noviembre, lunes

Lucas 18, 35-43

Señor, que vea. (Lucas 8, 41)

Este es el relato de una lectora cuyo testimonio se relaciona con el Evange lio de hoy:

“Nos encontrábamos en la habita ción del hospital aquel sombrío día de noviembre llenos de temor, duda y desánimo. Mi apuesto y atlético sobrino de dieciocho años había estado jugando baloncesto y lacrosse (juego que con siste en hacer ingresar una pequeña pelota de goma en el arco del equipo contrario) solo unos pocos meses antes; ahora estaba acostado en su cama de hospital después de casi nueve meses de quimioterapia intensiva. Seguía siendo apuesto, pero se podían ver las marcas de la quimioterapia.

“Se encontraba en otro momento crítico de su lucha contra la leucemia. Para finalmente poder salir del hospital, debía ganar algo de peso. Pero eso implicaba otro procedimiento médico invasivo. Él estaba comprensivamente cansado y desanimado. Había ‘llegado al límite’ y no quería someterse a más procedimientos, especialmente los dolorosos. Pero un punto a su favor es que estuvo de acuerdo en que rezá ramos con él.

Su madre, otra tía y yo nos reuni mos a su alrededor y pusimos nuestras manos suavemente sobre sus hombros.

Luego escuché a su mamá, llorosa pero resuelta a rezar con audacia: ‘Jesús, hijo de David, ten compasión de mi hijo. Ayuda a mi hijo; ¡sana a mi hijo!” Su forma de rezar me impactó poderosamente en ese momento. Al igual que el ciego, ella clamó a Jesús como el Hijo de David, el anhelado Mesías, el que ven dría y restablecería al pueblo de Dios y traería su Reino. Luego le dijo a Jesús exactamente lo que su hijo necesitaba en ese preciso momento. Era como el ciego pidiendo a Jesús: ‘Señor, que vea’ (Lucas 18, 41).

“Unos días más tarde, mi sobrino encontró valor para permitir que le realizaran el procedimiento. Pronto ganó suficiente peso y recibió el alta del hospital antes de Acción de Gracias. Durante los meses siguientes, recuperó su fuerza, y hoy se encuentra sano y libre de cáncer.”

El amor y el cuidado de Jesús por cada uno de nosotros es muy personal. Al igual que el ciego y este mucha cho, Jesús quiere oír de nosotros lo que necesitamos. Hoy, imagina a Jesús pre guntándote: “¿Qué quieres que haga por ti?” (Lucas 18, 41). Luego dile exac tamente lo que necesitas.

“Jesús, Hijo de David, gracias por atender todas mis necesidades.”

³ Apocalipsis 1, 1-4; 2, 1-5 Salmo 1, 1-2. 3. 4. 6

84 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

15de noviembre, martes

Lucas 19, 1-10

Zaqueo… trataba de conocer a Jesús. (Lucas 19, 2. 3)

En los momentos importantes del ministerio de Jesús, él estuvo rodeado por grandes multitudes de personas. Podemos suponer que muchos habían escuchado de sus obras o sus predica ciones sin llegar a verlo completamente, odel todo. En un tiempo en que no había televisión, fotografía o prensa impresa, la mayoría de las personas probablemente no esperaba “ver” a Jesús. Las personas como él ganaban notoriedad a través de la palabra que se transmitía así como de sus apariciones públicas.

Así que es un poco cómico y curioso que Zaqueo, ese hombre de baja esta tura —que, debido a la altura de un hombre promedio en los tiempos anti guos, probablemente medía mucho menos de un metro y medio— quisiera desesperadamente ver a Jesús en persona. La mayoría de las personas se habrían contentado con simplemente ser parte de la muchedumbre.

Hoy, posiblemente no nos subamos a los árboles, pero dependiendo de lo buenos que seamos con la imaginación, podríamos hacer un poco de esfuerzo adicional para “ver” a Jesús en nuestra mente. Si te estás preguntando por qué esto es importante, piensa en la recompensa que recibió Zaqueo. Debido a sus

esfuerzos, pasó de ver a Jesús a encon trarse con él. Aquel día comenzó una amistad viva con Jesús, que bendijo a Zaqueo y agradó al Señor.

Como puedes ver, vale la pena pensar sobre la forma en que estamos “bus cando” a Jesús. Al igual que Zaqueo podríamos intentar formas nuevas y creativas para acercarnos más a él. Por ejemplo, ¿alguna vez te has imaginado sus manos? Quizá eran fuertes y callosas por el trabajo realizado con las herramientas y por cargar la madera y las piedras. ¿Qué más podrías descubrir al tratar de imaginar su risa o su postura mientras rezaba?

Cuando te imaginas a Jesús en su vida cotidiana, probablemente descubri rás cosas inesperadas que te acercarán a él. Podrías comenzar con un pasaje del Evangelio o una imagen favorita de Jesús con la que te has encontrado. Cier tamente, no necesitarás solamente tu imaginación en acción. Cuando alguien busca a Jesús, el Espíritu Santo coopera con esa persona para revelarle nuevos aspectos de su vida y su amor. Recuerda, Jesús es tu amigo y tú fuiste creado para estar unido a él.

“Señor, te pido que me muestres quién eres en Espíritu y en verdad.”

³ Apocalipsis 3, 1-6. 14-22

Salmo 15 (14), 2-3ab. 3cd-4ab. 5

Octubre / Noviembre 2022 | 85

16de noviembre, miércoles

Apocalipsis 4, 1-11 Yo, Juan, tuve una visión. (Apocalipsis 4, 1)

El lenguaje humano apenas puede describir la realidad del cielo. Las imágenes que Juan utiliza en este pasaje —un trono resplandeciente, un halo de esmeralda que lo rodea y relámpagos y truenos poderosos— nos dan una idea de la gloria y la majestad del cielo (Apocalipsis 4, 2-5). El profeta Ezequiel, del Antiguo Testamento tuvo una visión muy similar (ver los capítulos 1 y 10). Pero al final, nadie realmente puede describir al Señor Todopoderoso y el lugar donde habita. Es algo que esperamos vivir algún día, pero hasta entonces, solamente podemos vivir en fe, confiando en que estaremos llenos de alegría cuando finalmente veamos a Dios nuestro Padre cara a cara.

Eso es lo que resulta tan maravilloso de la Eucaristía. En cada Misa, el pan y el vino ordinarios se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, justo delante de nuestros ojos. Cuando el sacerdote levanta la Hostia y el Cáliz en el momento de la consagración, el pan y el vino no se ven distintos en su exterior. Pero Jesús está presente en ellos, en Cuerpo, Sangre, alma y divinidad. Dios realmente está con nosotros en toda su majestad y gloria; y en su misericordia nos ha concedido una forma de verlo,

86 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES ³ Salmo 150, 1-2. 3-4. 5-6 Lucas 19, 11-28

tocarlo e incluso consumirlo.

En la visión de San Juan que se describe en la primera lectura de hoy, cuando las cuatro criaturas vivientes dieron gloria, honra y gracias a Dios, los veinticuatro ancianos cayeron de rodillas delante de sus propios tronos para adorarlo (Apocalipsis 4, 9). La alabanza y la adoración son la única respuesta apropiada para Dios. Con seguridad será nuestra respuesta tam bién cuando nos encontremos con él en el cielo.

¿No es maravilloso que no tengamos que esperar hasta que lleguemos al cielo? Cada día en la oración y en cada Misa a la que asistimos, tenemos la oportunidad de dar gracias y alabanza a Dios. Nosotros somos pecadores, pero Dios es tan generoso, bondadoso y misericordioso, que no nos oculta nada. En su gran amor, nos permite recibirle en nuestro propio cuerpo y nuestra propia alma.

Entonces, ¿cómo vas a responder? Uniéndote al coro celestial que incluso en este momento está entonando el cán tico: “Santo, santo, santo es el Señor, Dios todopoderoso” (Apocalipsis 4, 8).

“Señor y Dios nuestro, tú mereces recibir la gloria, el honor y el poder.” (Apocalipsis 4, 11)

17

de noviembre, jueves Lucas 19, 41-44

¡Si en este día comprendieras tú lo que puede conducirte a la paz! (Lucas 19, 42)

¡Qué dolor de corazón debe haber sentido Jesús mientras contemplaba a Jerusalén! El Señor sabía que la amada ciudad del pueblo de Dios finalmente enfrentaría la destrucción por rechazarlo. Jesús era el único que podía concederles la paz, pero ellos lo rechazaron.

La paz que Jesús ofrece no es solamente la ausencia de conflicto. Es la paz que viene cuando hay una verda dera reconciliación, cuando estamos dispuestos a recibir su misericordia y ofrecerla a los demás. Solo entonces es posible vivir en una paz auténtica en medio de las dificultades y el caos de la vida en este mundo.

Ciertamente ser misericordioso es un desafío constante, pero el ejemplo de Jesús puede inspirarnos. El Señor no tomó venganza de sus enemigos; más bien, los perdonó. Jesús venció el pecado y la muerte no a través de la violencia sino ofreciéndose a sí mismo como sacrificio en la cruz. Jamás forzó a Jerusalén a aceptarlo, aun cuando sabía que las consecuencias de ese rechazo serían terribles.

Si queremos experimentar esta clase de paz, tendremos que seguir el ejemplo de Jesús. No la encontraremos si

tenemos la intención de hacer las cosas a nuestra manera o insistimos en ven garnos de alguien. Tampoco tendremos paz si estamos guardando el resenti miento solamente para poder “seguir adelante”. Más bien, significa perdo nar a las personas que nos han hecho daño y dejar atrás la historia pasada. También puede significar dejar atrás el miedo a que si entregamos nuestro “derecho” a estar enojados o resenti dos, la gracia de Jesús no será suficiente para sostenernos.

Si estás luchando por ofrecer o recibir la misericordia de Dios, imagina a Jesús mientras lloraba por la ciudad. El Señor deseaba profundamente que Jerusalén lo aceptara a él y la paz que él les había traído. Eso también es lo que quiere que hagas. Ya sea que necesites paz en tu corazón o en tu familia, en tu parroquia o trabajo, Jesús está listo para dártela. El Señor es el que hace la paz. Jesús viene con la gracia de ayudarnos a perdonarnos y amarnos unos a otros tal como él nos amó. ¿Aceptarás esa paz que él te ofrece?

“Amado Señor te pido que cures las divisiones en el mundo, en mi iglesia, en mi familia y en mi corazón.”

³ Apocalipsis 5, 1-10

Salmo 149, 1-2. 3-4. 5-6a. 9b

Octubre / Noviembre 2022 | 87

18de noviembre, viernes

Lucas 19, 45-48

Casa de oración… cueva de ladrones. (Lucas 19, 45)

Posiblemente alguna vez has ido a un estadio deportivo a disfrutar de un juego y has observado a los revendedores de entradas que se ubican a las afueras y que lucran a costas de quie nes no consiguieron su tiquete. Pues en tiempos de Jesús, en el templo de Jerusalén, sucedía algo parecido.

Durante las celebraciones más sagradas, cuando los judíos llegaban a comprar los animales para el sacrificio para ofrecerlos dentro del santuario, los cambistas de dinero que se ubicaban justo afuera cobraban tarifas exorbi tantes para cambiar el dinero secular al dinero judío o tirio. Estas ganancias obtenidas de la especulación a menudo llegaban a manos de los sacerdotes, lo que simplemente resultaba en más ciclos de corrupción.

¡No es extraño que Jesús haya mos trado el desagrado de su Padre! Se suponía que el templo era un lugar de santificación, una puerta al cielo y un espacio de comunión entre Dios y su pueblo. Pero en su lugar, se había convertido en una “cueva de ladrones” (Lucas 19, 45).

Pero obtener ganancias a costa de los bien intencionados peregrinos no era su única ofensa. En un nivel más importante, estos cambistas de dinero

y los sacerdotes que conspiraban con ellos estaban impidiendo el acceso libre y sin obstáculos de las personas al lugar santo de Dios. Jesús había venido a la tierra y se estaba preparando para sufrir y morir con el propósito de destruir todo obstáculo que impedía que las personas entraran en la presencia de Dios. ¡Sin embargo ahí estaban los propios representantes de su Padre poniendo los obstáculos!

En ese sentido, la purificación de Jesús del templo era profética. Era una prefiguración de lo que él pronto obtendría en la cruz: Concedernos a cada uno de nosotros el acceso libre al amor sanador y la misericordia de su Padre. Ahora ya no es importante quién seas tú o cuánto puedas darle a él. Lo único que desea es que te acerques a él para que pueda recibirte con su abrazo amoroso.

Así que no permitas que nada te obstaculice el camino entre tú y Dios. El Señor se ha convertido en el nuevo templo, y el único sacrificio que está buscando es un corazón contrito y humillado. ¡No se necesita nada más!

“Señor Jesús, hoy vengo a tu presencia, sabiendo que tú siempre me vas a recibir con amor.”

³ Apocalipsis 10, 8-11 Salmo 119 (118), 14. 24. 72. 103. 111. 131

88 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

de noviembre, sábado Lucas 20, 27-40

Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. (Lucas 20, 38)

Debido a que solamente aceptaban los primeros cinco libros del Antiguo Testamento, los saduceos no creían que Dios hubiera revelado que exis tiera ninguna clase de vida después de la muerte. De manera que cuando cuestionaron a Jesús sobre este tema, procuraron plantearle una situación exagerada que ridiculizara la idea de la resurrección: Si una mujer que llegó a tener siete esposos los sobrevive a todos, ¿cuál de ellos la reclamará como su esposa en el cielo?

Entonces Jesús planteó una perspectiva distinta a la que ellos estaban proponiendo y usó a Moisés, el mismo escritor al que ellos le reconocían plena autoridad, para responderles su pre gunta. Dios se presentó a sí mismo desde la zarza que ardía con fuego como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, que murieron mucho antes del tiempo de Moisés (Éxodo 3, 15). Debido a que el Señor es Dios de vivos, esos patriarcas deben estar vivos para él. La muerte no era el final para ellos.

Ese es un mensaje lleno de espe ranza cuando pensamos en nuestros seres queridos que se han ido antes que nosotros en la fe. Quizá no tuvieron una historia tan complicada como

la de la viuda del relato que los sadu ceos le presentaron a Jesús en la lectura del Evangelio de hoy, pero nosotros creemos que, como sucedió con los patriarcas, la muerte no es el final para ellos. Nuestros seres queridos también están vivos para Dios. No solo eso, nosotros también esperamos compar tir esa vida celestial un día.

La maravillosa noticia es que no tenemos que esperar para experimen tar la bendición de estar vivos para Dios. ¡Podemos experimentarlo ahora mismo! Por medio del propio Jesús tenemos vida para Dios. Solo piensa en las personas que él curó, perdonó y liberó. Fueron personas que revivieron. Comenzaron a experimentar un poco el cumplimento de lo que vivirían en el cielo. Lo mismo es cierto para nosotros.

Así que alegrémonos en la resurrec ción y centrémonos en la esperanza que tenemos por nuestros seres queridos. Pero también recordemos que ahora, en los momentos de mayor regocijo y plenitud, estamos experimentado un poco de la vida eterna que un día será nuestra en unión con Dios.

“Señor, te alabo y te doy gracias por invitarme a participar de la vida contigo ahora y para siempre.”

³ Apocalipsis 11, 4-12

Salmo 144 (143), 1. 2. 9-10

Octubre / Noviembre 2022 | 89 19

MEDITACIONES

NOVIEMBRE 20-26

20de noviembre, domingo

Jesucristo, Rey del Universo

Lucas 23, 35-43

Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo. (Lucas 23, 37)

Un rey es sinónimo de poder, influencia, autoridad y liderazgo. Ciertamente, al lado de sus soldados y guardas, un rey sería capaz de salvarse del peligro. Pero al celebrar hoy la solemnidad de Cristo Rey, las lecturas nos muestran una clase distinta de rey, alguien que desafía nuestra percepción sobre el poder y el liderazgo.

Cuando el Papa Pío XI instituyó esta fiesta en 1925, estaba respondiendo a una cultura que él sentía que rechazaba a Jesús y sus caminos. En un tiempo cuando Hitler, Mussolini y Stalin esta ban ascendiendo al poder, Pío XI quería atraer la atención del mundo de vuelta a Jesús, el Único que podía ofrecer la paz duradera. No era la “paz” de un gobernante totalitario que ejercía el poder para eliminar a la oposición. Era la paz de un rey que decidió no salvarse a sí mismo sino ofrecerse por nosotros, para reconciliarnos con Dios. Esta es

la paz que él obtuvo para nosotros al derramar su propia sangre en el Cal vario (Colosenses 1, 20).

Por esta razón es que el Evangelio de hoy presenta a Jesús como un rey que reina desde una cruz. El Señor se entregó a sí mismo libremente pues, como dice la segunda lectura “Dios quiso que en Cristo habitara toda ple nitud” (Colosenses 1, 19); rechazó bajarse de la cruz porque su misión era salvarnos, no conquistarnos y no hizo caso a los soldados que lo ins taban a salvarse a sí mismo (Lucas 23, 37). En su lugar decidió centrar su atención en el ladrón que estaba crucificado a su lado y que suplicó misericordia (23, 43).

Jesús transforma nuestro concepto de reinado en uno totalmente distinto: El poder fortalecido por la humildad y la entrega de sí, la influencia y la autoridad ejercidas a través del auto sacrificio y la misericordia; el liderazgo demostrado a través del servicio. Hoy aceptemos a Jesús y su Reino. Recemos para que se establezca más plenamente en nosotros y, por medio nuestro, en el mundo.

“Señor, venga a nosotros tu reino; ¡hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo!”

³ 2 Samuel 5, 1-3 Salmo 122 (121), 1-2. 4-5 Colosenses 1, 12-20

90 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

21de noviembre, lunes

Lucas 21, 1-4

Esa pobre viuda ha dado más que todos. (Lucas 21, 3)

A menudo nos preocupamos haciendo cálculos y comparacio nes. Sopesamos las ventajas y las desventajas de nuetras acciones y decisiones. Miramos por encima del hombro para ver cuánto está donando una persona a la campaña de caridad de la ciudad o qué está trayendo alguien a la cena orga nizada por la parroquia. A veces exigimos a nuestros hijos compa rando sus logros con los de sus hermanos mayores.

Jesús sabía que sus discípu los también se comparaban con otras personas, pero los invitó a revisar sus cálculos. No, las “dos moneditas” de la viuda no pueden compararse objetivamente con las ofrendas mucho más grandes de riqueza que otros hacían. Aun así Jesús insistió en que ella dio más porque era todo lo que tenía. La dife rencia no estaba en cuánto dio sino en cuánto se había dejado. Este es el cálculo que demostraba su con fianza en el Padre celestial.

De una forma sutil, estas personas ricas probablemente sentían que le estaban dando a Dios lo suficiente como para asegurarse que los prosperara. Había cierta proporcionalidad

en su concepto de dar. Sentían que Dios les debía a ellos basados en lo generosos que eran.

Al contrario, esta viuda sabía que había una brecha infinita entre ella y Dios. Sabía que dependía de él para su propia supervivencia: Su vida, su salud, su familia, su alimento, su refugio, sus talentos y todo lo que ella era y tenía. Todo venía de Dios y por lo tanto le pertenecía a Dios. Ella no tenía la ilusión de poder darle a él lo que él realmente merecía o pagarle por su bondad hacia ella. Pero esta consciencia no la hacía sentirse menos. Al contrario, esta viuda estaba desbordante de gratitud. Y su generosidad hizo que Jesús sonriera con agrado.

Tú puedes hacer comparaciones si así lo deseas. Solamente no gastes tu tiempo comparándote con alguien más que ha recibido mucho menos o dado mucho más que tú. Más bien, observa lo generoso que Dios ha sido contigo. El Señor no se ha guardado nada, inclu yendo a su único Hijo. Sumérgete en ese amor y permite que despierte tu propia generosidad. No trates de averiguar cuánto debes ofrecer. Simplemente dale todo lo que puedas.

“Señor Jesús, tú amas al que da con alegría; con gratitud yo te doy mi corazón.”

³ Apocalipsis 14, 1-3. 4-5 Salmo 24 (23), 1bc-2. 3-4aab. 5-6

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22de noviembre, martes Lucas 21, 5-11

En diferentes lugares habrá grandes terremotos, epidemias y hambre. (Lucas 21, 11)

Las personas que especulan con el momento en que Jesús regresará a menudo mencionan este pasaje. Nos recuerdan que nuestro mundo ya ha visto naciones que se hacen la guerra unas a otras así como grandes terre motos y hambrunas severas. También podrían llamar la atención sobre las “plagas” que ahora han surgido. ¿Deberíamos concluir que estas son señales claras de que el regreso de Jesús está a la vuelta de la esquina?

La realidad es que no necesitamos suponer cuándo regresará Jesús. Ninguno de nosotros sabe la respuesta, ¡ni siquiera el mismo Jesús la sabe! (Mateo 24, 36). Para nosotros es sufi ciente saber que regresará. Aun si no vivimos para ver su Segunda Venida, sabemos que él vendrá por cada uno de nosotros al final de nuestra vida. Y eso puede suceder cualquier día.

Lo importante no es cuándo regresará Jesús; sino lo que nosotros estamos haciendo para estar preparados para ese momento. ¿Estás viviendo como si él fuera a regresar en cualquier momento? Si esa pregunta te deja intranquilo, piensa en esto: El regreso de Jesús sig nifica que lo verás a él, tu Salvador, aquel que te rescató del pecado y de

la muerte. Contemplarás al Dios que te creó de la nada, que provee para todas tus necesidades y que cuida de ti cada segundo que pasa. Estarás frente a aquel cuyo amor por ti es más grande de lo que jamás puedas imaginar aquí en la tierra. Piensa en esas cosas, y tu corazón se llenará de alegría y expec tación por ese día.

Recuerda lo entusiasmados que muchos de los primeros cristianos estaban con la idea del regreso de Jesús. ¡No podían esperar a verlo! Se sentían libres de la ansiedad mientras esperaban con gozosa esperanza. Al compartir esa clase de actitud, nos resultará más fácil vivir una vida que agrade al Señor. El amor y la gratitud —no el miedo— motivarán nuestra esperanza y fortalecerán nuestra fe.

Así que la próxima vez que escuches hablar de terremotos, hambrunas o plagas, recuerda las promesas de Jesús. Mira a aquel que te ama y está esperando por ti, aquel que viene otra vez para llevarte con él a su reino celestial. Permítele que transforme tu preocu pación en entusiasmo.

“Señor Jesús, te pido que transformes mi corazón y me prepares para recibirte.”

³ Apocalipsis 14, 14-19 Salmo 96 (95), 10. 11-12a. 12-13

92 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

23

de noviembre, miércoles

Apocalipsis 15, 1-4 Cantaban el cántico… del Cordero. (Apocalipsis 15, 2)

El libro del Apocalipsis está lleno de imágenes elaboradas y visiones apocalípticas del final de todas las cosas, y eso puede hacerlo difícil de comprender. Pero la riqueza de este libro se encuentra en su extraordinario testimonio sobre Jesús. El Apocalipsis descubre el misterio de Cristo y corre la cortina para revelar al Señor en formas nuevas. En cada capítulo utiliza nombres distinti vos para describir las diferentes facetas del llamado de Jesús y sus atributos. Por ejemplo, hoy, leemos sobre él como el Cordero.

Primero encontramos la imagen del Cordero en el capítulo 5 del Apocalipsis. Antes, Jesús es presentado como el “León de la tribu de Judá” (5, 5). Pero luego, sorprendentemente, cuando ese “león” aparece, más bien se hace refe rencia a él como un Cordero (5, 6). Lo que es aún más impresionante es que es un Cordero que había sido sacrificado (5, 6-9). Esto parece ilógico, porque los leones —y los humanos— ganan matando. Pero el triunfo de Jesús fue haber sido crucificado. Es a través de su muerte y resurrección que Jesús conquista todo el pecado, todo el mal y toda la muerte. ¡Por eso es que todos los santos entonan un cántico al Cordero

de Dios!

El pueblo de Israel entonó el Cán tico de Moisés después de que Dios los liberó de la esclavitud en Egipto (Éxodo 15). En el cielo, todos cantarán a Jesús, el Cordero que los liberó de la esclavitud del pecado. Un día, nosotros nos uniremos a ellos. También alabaremos al Cordero que cargó con nuestros pecados, que murió para que viviéramos y cuya sangre nos purificó. En ese día, lo veremos a él cara a cara y nos alegraremos de su victoria. En ese día, libres de toda debilidad, nos uniremos a nuestros seres queridos que partieron primero que nosotros y a todas las huestes celestiales en entonar este nuevo cántico.

Pero, ¿por qué esperar? Tú puedes entonar este cántico ahora mismo. En realidad lo entonas en cada Misa: Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo. Realmente es tan importante, ¡que lo dices tres veces! Y al hacerlo, cantas sobre lo que Jesús ya ha hecho, lo que está haciendo ahora y lo que hará cuando regrese. Tú entonas este cántico con fe, pero un día lo cantarás con nada más que pura alegría.

“Cordero de Dios, tú que quitas los pecados del mundo, te ruego que nos concedas la paz.”

³ Salmo 98 (97), 1. 2-3ab 7-8. 9 Lucas 21, 12-19

Octubre / Noviembre 2022 | 93

24de noviembre, jueves

Apocalipsis 18, 1-2. 21-23; 19, 1-3. 9 Dichosos los invitados a las bodas del Cordero. (Apocalipsis 19, 9)

Las bodas son eventos maravillo sos, pero de alguna manera es todavía más hermoso ver a una pareja reno var sus votos matrimoniales después de veinticinco o cincuenta años de matrimonio. Estos esposos han vivido muchas experiencias juntos a lo largo de los años, pero, a pesar de las circuns tancias que les haya tocado enfrentar, siguen estando dispuestos a darse el sí el uno al otro de nuevo, y eso tiene un mayor significado.

En cierta forma nosotros somos como esa pareja cada vez que celebramos la Misa. Jesús es el novio, y nosotros somos su Iglesia, su novia. El Señor ya nos ha prometido su fidelidad en la cruz, y renueva su promesa en cada Misa cuando nos ofrece su Cuerpo y su Sangre. Ese es el momento en que tenemos la oportunidad de renovar nuestra parte de la alianza también. Al recibirlo, podemos ofrecernos a él y declararle nuestra fidelidad y amor. Este hermoso y santo intercam bio también es un anticipo del cielo. La Iglesia nos enseña que la liturgia es “la anticipación del banquete de bodas del Cordero en la Jerusalén celestial” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1329). Y en el pasaje de

hoy, el ángel nos dice: “Dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero” (18, 9). ¡Nosotros somos los dichosos a quien Dios está lla mando a participar de ese banquete, la vida eterna! Esto significa que, tan gloriosa como es, nuestra experiencia de la Misa es solo un anticipo del gran banquete de bodas que celebra remos en el cielo. Significa que un día estaremos con todo el pueblo de Dios, así como con todos sus ángeles y cantaremos: “¡Santo, santo, santo!” (Apocalipsis 4, 8).

¡Qué don más increíble es que el Dios que creó el mundo nos declare su amor de una manera tan poderosa! Así que no permitas que la Misa se convierta en una rutina para ti. No olvides lo que realmente está sucediendo en la liturgia. Más bien, piensa en ese matrimonio que sigue estando profun damente enamorado después de tantos años de estar juntos. Como ellos lo harían el uno con el otro, renueva tus votos con Dios. Luego recibe el Cuerpo y la Sangre de Jesús y permítele al Señor que te muestre el amor tan profundo que te tiene tu Dios.

“Señor Jesús, ¡gracias por invitarme al banquete de bodas!”

³ Salmo 100 (99), 1b-2. 3. 4. 5 Lucas 21, 20-28

94 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

25de noviembre, viernes

Lucas 21, 29-33

Fíjense en la higuera. (Lucas 21, 29)

Jesús acababa de describir los cataclismos que sucederán antes de que él regrese en gloria: Portentos en el cielo nocturno, el estruendo sobrenatural de los mares y “las fuerzas celestiales” serán sacudidas (Lucas 21, 25-26). Y ahora está comparando estas catástrofes con algo tan pacífico y hermoso como la floración de una higuera. Pareciera fuera de lugar, ¿no es cierto? Te podría parecer que una invasión de langostas sería algo más apropiado, ¡o al menos un arbusto de espinas!

Pero Jesús estaba hablando de la venida de su reino, no del final de toda la creación. El Señor se refería al gran día en que nuestras esperanzas más profundas y nuestros sueños final mente se cumplirán. Este es el reino de “justicia, paz y alegría por medio del Espíritu Santo” (Romanos 14, 17).

¿Qué mejor manera de describir su llegada que hablando de la vida que irrumpe en una flor?

¿Qué sucede con todo el caos que Jesús describió? ¿Eso no es parte de este cuadro también? Absolutamente, pero no es el final de la historia. Así como sabemos que una tormenta en una tarde húmeda provocará una noche fría y ventosa, también sabemos que estas pruebas y estos desastres

terminarán cuando Jesús, el Príncipe de la Paz, regrese.

Sí, Jesús va a regresar y su regreso estará marcado por algunos eventos aterradores. No sabemos cuándo sucederá, pero cuando suceda, sea cual sea el periodo oscuro que lo preceda dará espacio al resplandor y la gloria de una nueva creación. Todo el sufrimiento, el miedo, el dolor y la tristeza desaparecerán. Y nosotros estaremos delante de Jesús, el Hijo de Dios, revestidos en la dignidad de los hijos de Dios (Apo calipsis 21, 4).

Jesús nos prometió que: “Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse” (Lucas 21, 33). Todo lo que nos rodea y que hoy podemos ver y tocar finalmente desaparecerá o se disolverá o se quemará. Pero recuerda la esperanza y la promesa contenidas en la imagen de la higuera en flor. Porque al final, la palabra de Dios seguirá estando con nosotros: Una palabra que salva, que ofrece nueva vida y que nos recibe en el reino eterno.

“Señor, te pido que me ayudes a estar preparado para tu regreso. ¡Ven, Señor, y lléname con esperanza!”

³ Apocalipsis 20, 1-4. 11–21, 2 Salmo 84 (83), 3. 4. 5-6a. 8a

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26de noviembre, sábado Lucas 21, 34-36

Velen… continuamente. (Lucas 21, 36)

¿Recuerdas cuando estabas en la escuela y la maestra te decía que deja ras de hablar con tus compañeros o que no te levantaras más de la silla? Si no te comportabas, serías enviado a la oficina del director.

En la lectura del Evangelio de hoy, la advertencia de Jesús sobre comparecer ante el “Hijo del hombre” puede parecer tan temible para nosotros como lo parece la oficina del director para un joven estudiante (Lucas 21, 36). Mejor eres bueno, ¡o estarás en serios problemas!

Pero, ¿qué tal si nos fijamos en esta lectura más desde la óptica del amor de Jesús que de la de nuestro temor? Quizá podemos ver que él nos está advirtiendo que no nos volvamos espiritualmente “dormidos” porque no quiere que nos perdamos del privilegio de vivir en su presencia (Lucas 21, 34).

Todos sabemos que “los vicios y la embriaguez” pueden volvernos espiritualmente somnolientos, pero lo mismo puede suceder si nos dejamos atrapar por nuestras actividades cotidianas. Como una pareja de esposos que se distancia porque han permitido que las tareas del hogar, los mandados y el trabajo dominen su vida, nosotros podemos preocuparnos tanto con

nuestras obligaciones que podemos descuidar la invitación de Jesús a pasar tiempo con él. Sabemos que el tiempo con Jesús es demasiado precioso y nos ofrece vida como para limitarnos a recibirlo superficialmente, pero al final del día, simplemente estamos demasiado cansados.

Sabemos que Jesús regresará algún día. Pero debemos preocuparnos menos por lo que sucederá cuando él regrese y prestar más atención a cómo podemos despertarnos y responder —ahora— a su presencia en nuestra vida. Eso es lo que significa estar vigilante: Mirar a Jesús justamente aquí y ahora, no quedarnos atrapados en lo que él hará en el futuro.

Cada día es otra oportunidad para “comparecer ante el Hijo del hombre” (Lucas 21, 36). Cada día es una nueva oportunidad para presentarte delante de Jesús, permitirle que te enseñe a través de su palabra y que forme tu corazón. Si te mantienes fiel a él todos los días, no tendrás nada que temer en ese día final cuando comparezcas frente al Señor una vez más, pero esta vez por toda la eternidad.

“Señor, te pido que me ayudes a estar vigilante y a buscar tu presencia hoy.”

³ Apocalipsis 22, 1-7

Salmo 95 (94), 1-2. 3-5. 6-7

96 | La Palabra Entre Nosotros M EDITACIONES

Pizarrín Informativo

LA FIESTA DE CRISTO REY

El Domingo 20 de Noviembre la Iglesia celebra la fiesta de “Jesucristo Rey del Universo”, cantaremos juntos:

“Reina Jesús el Señor, Reina Jesús el Señor El reina, El reina, El reina Reina Jesús el Señor”

Que sea para todos nosotros un recordar permanente en nuestra vida diaria, de que Jesús es nuestro Rey y a El debemos seguirlo

El Año Litúrgico, termina el día 26 de Noviembre, es por eso que esta revista solo trae meditaciones hasta ese día.

El Domingo 27 es el primer domingo de Adviento, el inicio del nuevo Año Litúrgico. La nueva revista empezara desde esa fecha.

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