Reflexiones sobre la gestión del agua en América Latina y el Caribe
y el Caribe menos de un 19% de los recursos hídricos disponibles (WRI, 2011), se trata de uno de los usos más exigentes, tanto por su continuidad e inelasticidad como por la necesidad de que el recurso responda a altos estándares sanitarios, requerimiento que muchas veces no se cumple en vista de los altos índices de contaminación que afecta a muchos cuerpos de agua. Esta contaminación no solo incide en la salud de las personas, en los altos costos de potabilización o en la merma en el valor turístico y paisajístico de los cuerpos de agua, sino que también en la sostenibilidad de los ecosistemas y las formas de vida asociadas. Como resultado de los problemas anteriores, es posible advertir que la ausencia de buenos servicios se traduce en los siguientes costos para los países: • Gastos en salud. Los problemas de salud afectan más a la población de bajos ingresos, y aún más a los niños. A su vez, el impacto de las enfermedades sobre el presupuesto familiar de aquel segmento poblacional es significativamente mayor que en el resto de la población. En lo que respecta a los costos sociales, éstos están asociados a la morbilidad, la mortalidad, y la prevención. • Gastos en provisión de agua y saneamiento. La falta de agua potable impone a quienes carecen de ella gravámenes sustanciales en el momento de tener que optar por fuentes más caras —y de peor calidad— de abastecimiento (como bidones o camiones aljibe) y de disposición de excretas (letrinas, etc.). El costo de estas fuentes de abastecimiento puede llegar a ser 10 o 20 veces mayor en comparación con el suministro por red, lo que reduce la disponibilidad del servicio en zonas pobres. Asimismo, la población debe acarrear el agua desde el punto de abastecimiento hacia sus casas, con la consiguiente pérdida de tiempo que esto implica, particularmente en zonas rurales. • Aumento de la deuda pública implícita. En la medida en que no se realizan las inversiones en reposición y expansión de la infraestructura de agua potable y saneamiento, aumenta la cantidad de financiamiento futuro requerido para ponerla al día. • Aumento de la brecha de género. En las sociedades latinoamericanas, por regla general, las mujeres todavía son las principales responsables del uso del agua. De ese modo, son ellas quienes enfrentan mayores costos de oportunidad, sea por el tiempo de acarreo o por las labores domésticas asociadas (limpieza y aseo del hogar, lavado de alimentos y de ropa, etc.), disminuyendo sus oportunidades laborales o de otro tipo. Particular atención debe ponerse en las niñas, que usualmente son empleadas para el acarreo, con la consiguiente ausencia escolar. En tanto, la existencia de soluciones de saneamiento disminuye la exposición de las mujeres a la violencia y acoso sexual. Por consiguiente, una política pública orientada a mejorar la prestación de los servicios puede revertir los costos anteriormente reseñados y transformarlos en beneficios, a los que se suma: • Aumento del bienestar. El acceso al servicio libera fondos familiares que se destinaban a procurar agua de diversos medios, normalmente de mayor costo y menor calidad. De manera tal que este tipo de política pública tiene una incidencia directa sobre la disminución de la pobreza e indigencia31, a lo que se suma una mayor disponibilidad de tiempo32 para dedicarlo al trabajo remunerado, al estudio o al esparcimiento, un reequilibrio en las relaciones de género, una mejora en la asistencia y rendimiento escolar, y, en general, un incremento en la calidad de vida de las personas. 31
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En Lima, Perú, para familias en pobreza extrema, el hecho de conectarse a la red pública de agua potable representa un incremento del 5% en el ingreso familiar. Sin embargo, si consideramos que los costos inevitables ascienden hasta un 50% de ese ingreso nominal, el incremento en el ingreso disponible es del 10%. Además, se genera un ahorro adicional en gastos en salud —por eliminación de episodios de enfermedad diarreica aguda— de alrededor del 4% del ingreso disponible. En Guatemala, el tiempo promedio empleado en las actividades de acarreo de agua es entre 5 y 6 horas por día. Estas tareas —que tienden a coincidir con la jornada de estudios— a menudo son realizadas por los niños.
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