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Ezequiel Quintero

El fuego y la ley: Imaginarios civilizadores en el Popol Vuh y La leyenda de Yurupary

Ezequiel Quintero

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Acuarela: Los héroes gemelos del Popol Vuh. Diego Rivera

I. El a priori de la imaginación En la antigua Mesopotamia, la voz de un poeta arrasó el silencio del desierto, y dijo cómo Él, que conocía todos los misterios de lo que estaba oculto y poseía todos los saberes de las ciencias universales (Gilgamesh I.1), hizo levantar, en torno a Uruk, una muralla. Con la sólida fábrica de ladrillo cocido y siete capas de asfalto ordenó que allí se escribiera lo que hoy conocemos como La Epopeya de Gilgamesh. Este mito fundacional guarda en su interior los símbolos de la primera civilización hasta hoy descubierta por arqueólogos. No parece una simple coincidencia que en los grandes relatos cosmogónicos se repitan ciertos patrones, imágenes y símbolos que parecen haber sido emanados por la razón universal, por el a priori de la imaginación. Desde la filosofía platónica podríamos decir que participamos de las ideas, que en el mundo real yacen todos los arquetipos y posibles combinaciones que alguna vez aparecerán en la contingencia de un aedo, de un rapsoda, de un amanuense, de un escritor. La leyenda de Yurupary y el Popol Vuh guardan relación con la imaginación universal, pero esta vez localizada en América, más exactamente en el mundo prehispánico de indígenas mayas, tukanos y arawaks. Así como en la epopeya acadia-sumeria, un héroe civilizador llega a la tribu para hacer a través de la ley que la barbarie se convierta en orden, que el salvajismo se convierta en cultura. Gilgamesh nace en la imaginación de aquel entonces como la cifra simbólica que encarna la madurez espiritual de un pueblo, años después repetirá su aparición en la Grecia Antigua, no ya investido con la barba cónica y el sombrero de perlas sino como un titán desnudo que engaña a los dioses olímpicos y roba el fuego para entregarlo a los hombres. De igual manera se hará ubicuo, replegará su imagen por el Quiché, tierra de muchos árboles donde los hermanos Hunahpú e Ixbalanqué vencerán a los espíritus del Xibalbá haciéndose pequeños dentro de una cerbatana o cuando sea necesario abandonando la dualidad y volviendo a lo uno en

forma de Tohil, dios del fuego; o incluso en forma de Yurupary, a través de la fruta, siendo engendrado por el líquido que fecunda el cuerpo de una mujer, cantando en los sueños a través del humo del tabaco, emborrachándose con yuca y ayahuasca para descifrar el destino de los vivos.

Los hombres siempre somos amparados por la imaginación. En su vientre nacemos y morimos, sus canciones aprendemos, a raíz de sus palabras decapitamos al enemigo y defendemos con las armas el hogar. Todo aquel que quiera conocer como ha actuado el hombre a través de la historia, tendrá que conocer primero la forma en que imaginó. La intención es aclarar algunas de esas formas en el diálogo amigo de dos mitos de fundación, rescatados por los europeos del desastre europeo, ellos son: Popol Vuh y La leyenda de Yurupary.

II. El fuego de Tohil Luego de haber sido creados los cuatro hombres de maíz: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam (Popol Vuh 104), los dioses Progenitores y Creadores les nublan la visión y les entregan a sus cuatro mujeres: Cahá-Paluna, Chomi-há, Tzununihá y Caquixahá respectivamente. Estas cuatro parejas —siempre el número cuatro, el cuadrado (De la Garza 55)7— serán las represen-

7 Remítase al estudio “Origen, estructura y temtantes de cada tribu en el gran Quiché, la tierra poblada de árboles. Veamos este pasaje donde los cuatro hombres observan el estado primitivo de las tribus: Muchos hombres fueron hechos y en la oscuridad se multiplicaron (…) no sustentaban ni mantenían [a su Dios]; solamente alzaban las caras al cielo y no sabían qué habían venido a hacer tan lejos (…) Hay generaciones en el mundo, hay gentes montaraces, a las que no se les ve la cara; no tienen casas, sólo andan por los montes pequeños y grandes como locos. Así decían despreciando a la gente del monte. (108-109)

Estos primeros hombres de maíz han olvidado a sus dioses tutelares y se encuentran desorientados. La ausencia de casa y la condición nómada evidencian un estado de cosas paleolítico, es evidente que ya se conoce la palabra, pero no se ha encauzado la fuerza vital de esta en la tribu.

Los cuatro primeros entraron en diálogo para establecer qué se debería hacer ante esta situación. La conclusión fue como un relámpago en el alba: “¡Vámonos, vamos a buscar y a ver si están guardados nuestros símbolos!, si encontramos lo que pondremos a arder ante

poralidad del cosmos” de la profesora Mercedes de la Garza para la ampliación de los símbolos geométricos de la cruz, el cuadrado y la pirámide.

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ellos” (110). Aquel lugar a donde llegaron tras el peregrinaje se llamaba Tulán. Allí encontraron a los dioses que fueron hallados por los cuatro de maíz. El primero fue Tohil, que salió de la jaula de madera que portaba Balam-Quitzé, objeto que almacena el alimento y los vestidos. En sucesión aparecieron Avilix, Hacavitz y Nicahtacah cada uno portado respectivamente por Balam-Acab, Mahucutah e Iqui-Balam. Sin embargo, es el dios Tohil el acogido por las tres familias: Quiché, Tamub e Iloca: “Así fueron llamadas las tres [familias] quichés y no se separaron porque era uno el nombre de su dios” (111). Con la adquisición de lo divino y el asentamiento en Tulán, los nuevos hombres fueron prodigiosos, la vida dispersa de la tribu estaba iniciando su quietud, aunque todavía faltaba algo: el fuego. Tohil es el dios del fuego. Lo guarda en sus conocimientos y lo entrega a las tribus que le son caras. Cuando Balam-Quitzé y Balam-Acab, que ya habían visto el fuego por azar en alguna rama, le piden el elemento al dios para contemplarlo una vez más, este se los concede, “Vuestro será el fuego perdido de que habláis” (112), pero una gran lluvia con granizo cayó sobre la tierra y lo apagó. El frío aparece como contra-símbolo del fuego evocando la muerte y la devastación. En el Popol Vuh las lluvias son negras y remiten a lo indescriptible (113). De nuevo los dos Balam piden a Tohil el fuego perdido para calentarse y este se los concede sacándolo de su zapato —es decir con la fricción de los palos, la tecné arcaica— pero antes dice: “Yo soy vuestro Señor; ¡que así sea! Así les fue dicho a los sacerdotes y sacrificadores por Tohil. Y así recibieron el fuego las tribus y se alegraron a causa del fuego” (112).

El momento culmen que da cuenta de la importancia civilizadora del fuego entregado por el dios Tohil es cuando aparecen voceros de otras tribus a pedir un poco de fuego ante la inclemente lluvia. Los pueblos de Vucamag, que no adoraban a este dios elemental, van a donde los hombres de maíz, pero estos los rechazan pues ya no entienden su lengua. El vínculo idiomático que antes se compartía ahora se ha borrado. El estatus civilizador otorgado por los símbolos del fuego y el asentamiento en la tierra de Tulán los hace superiores a los demás. Sin embargo, Balam-Quitzé consulta con el dios Tohil qué se debe hacer, qué ofrenda deben traer los otros pueblos para recibir a cambio el fuego. La respuesta está mediada por un demonio del Xibalbá con alas de murciélago que dice a los caciques la forma del óbolo: “se les arrancará el corazón del pecho y el sobaco” (115). Confirmado el pacto, los otros entran en la civilización a través del fuego entregando la sangre.

III. La ley patriarcal de Yurupary La leyenda de Yurupary comienza en el momento histórico-mítico en que las tribus indígenas de las regiones del Insana,

Río Negro y Vaupés estaban pasando por un momento de transición radical. La estructura que reinó durante siglos fue la matriarcal. Las mujeres tomaban las decisiones, mantenían la ley y elaboraban los imaginarios, el segundo sexo en aquel entonces eran los hombres. Las figuras de la matrona, la matriarca y la madre — se da a entender por el contexto de la leyenda— estaban en la cúspide de la organización social. Es por esto que comienza el mito hablando sobre la terrible epidemia que se desató entre los habitantes de la Sierra de Tenui (La leyenda de Yurupary 181). Tal enfermedad solo atacaba a los hombres y ya había diezmado a casi la totalidad de su población. Del género masculino solo se salvaron unos pocos viejos y un antiguo payé. Al ver las mujeres esto se reunieron para deliberar que se debería hacer. Su función política se ve reflejada simbólicamente en el hecho de que son ellas quienes intentan decidir el rumbo, no porque los hombres hayan muerto, porque de ser así los ancianos que aún estaban vivos podrían decidir, sino porque es en este gesto mítico que aparece radicada la transición al patriarcado. “Hubo incluso quien sugirió que se viera si las mujeres podían fecundarse entre ellas” (182). Pero lo que ocurrió fue que el viejo payé a través de la magia se hizo polvo blanco, y en el lago donde todas se regocijaban las fecundó. La idea de la fertilidad aparece de nuevo en la leyenda para ratificar la transición y el triunfo simbólico de los hombres contra las mujeres en este momento de renovación. Entre los recién nacidos de la primera camada del payé apareció una niña que nombraron Seucy, tal como uno de sus dioses femeninos. Aquella criatura creció hasta la madurez y por su espléndida belleza fue comparada con la diosa celeste. Un día esta encontró la fruta de pihycan. Metida en la selva la devoró con fruición y su jugo amarillo se escurrió sobre sus pechos y su vientre. Tiempo después se dio cuenta que su virginidad estaba perdida y diez lunas más tarde dio a luz a un niño parecido al sol, Yurupary, que quiere decir “engendrado de la fruta” (184). Examinemos detenidamente este símbolo. La ingesta de la fruta prohibida se encuentra también en la tradición hebrea, donde Eva en el Paraíso toma el fruto prohibido del árbol de la ciencia y lo reparte con su amado Adán. La mujer seducida por la serpiente comete el acto equivocado y es condenada por Dios-Yahveh. La condena en Yurupary tiene otra simbología, pues lo primero que vemos es a Seucy devorar la fruta del árbol prohibido con una inocencia poco usual: “Eran tan suculentas, que parte del jugo se le escurrió por entre los pechos, mojándole las partes más ocultas, sin que ella diera a esto la menor importancia” (184). El erotismo está en el líquido de la fruta, en el poder de la naturaleza que copula con lo humano y lo divino, pues recordemos que Seucy se parece a los dioses. En las mitologías prehispánicas la naturaleza se encuentra al mismo nivel de los dioses.

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Yurupary se diferencia en varios elementos de Tohil. En el segundo caso, los mayas quichés hablan de un dios del hogar que provee el fuego. Su labor se asocia al conocimiento de la naturaleza y al culto religioso que debe ser rendido a los dioses en las tribus civilizadas que se han asentado y olvidado el nomadismo para construir cultura. En el caso de Yurupary estamos hablando de un héroe, pero no en el sentido griego del término donde se sale a la batalla a restablecer la justicia en una aventura. Yurupary es héroe porque tiene raíces divinas (naturales) y viene a cumplir una misión: enseñar las leyes recibidas del dios Sol para reformar las costumbres (La leyenda 187). Su método no es concretamente la violencia o la guerra, antes por el contrario, usa un método mucho más efectivo: la narración y el canto. Osiris el egipcio y él se hubiesen entendido a la perfección. Un día se presentó Yurupary en la Sierra de Canuké vestido como tuixáua (cacique) luego de haber desaparecido durante un tiempo. “Se sonrió pensando en los engaños de las ambiciosas mujeres, dándose cuenta que aunque la población estaba compuesta de una buena cantidad de hombres, hermanos de la Seucy de la tierra, no tenían sin embargo ningún poder decisorio, tanto se doblegaban a la voluntad materna” (187). Esa noche reunió a todos los hombres para enseñarles el ritual del Yurupary. Les habló de cultivar la tierra “y reveló las leyes que debían ser mantenidas en secreto” (188). Las mujeres no estaban permitidas en la ceremonia y no debían saber nada de ello. Yurupary como héroe civilizador es la condensación mítico-histórica de la manera masculina de comprender el mundo. El misterio debe ser mantenido por los hombres, pues las nuevas prácticas les darán el poder y la supremacía que tanto han esperado. Este ritual que congrega lo mítico y lo real es un rito de paso y lleva al mismo tiempo el nombre de Yurupary. “Todos los jóvenes que alcanzaran la edad de la pubertad deberían conocer las leyes de Yurupary y tomar parte en las festividades de los hombres” (189). En las comunidades indígenas es usual que cuando el niño pasa a ser un joven-adulto reciba los ornamentos propios de su rango, sea los vestidos o los utensilios rituales. Yurupary da a los suyos el conocimiento de las leyes y en el ritual les entrega la capeia (vara flagelante) para que se hagan daño a sí mismos. Les da los instrumentos de la música y crea el pacto de profecía, es decir la sucesión discipular de los saberes teóricos y prácticos. La leyenda de Yurupary se desarrolla entre los obstáculos creados por las mujeres para que las enseñanzas de Yurupary no se concreten, y las narraciones que este hace sobre la historia de la tribu y el origen del mundo para que sean aprendidas por los hombres. Sin embargo, en un momento de la leyenda, Yurupary reparte a cada uno de los hombres el instrumento que habrá de tocar en el ritual y por último revela los

secretos de la ley: Está prohibido que el tuixáua de una tribu, que esté casado con mujer estéril, siga viviendo con ella, sin tomar una o dos mujeres, según el caso, hasta tener sucesores. […] Que nadie trate de seducir a la mujer de otro bajo pena de muerte, la cual caerá tanto al hombre como a la mujer. Que ninguna muchacha que haya llegado al momento de ser violada por la luna conserve los cabellos enteros, bajo pena de no casarse hasta la edad de los cabellos blancos. Cuando dé a luz la mujer, el esposo deberá ayunar por espacio de una luna para permitir que el hijo adquiera las fuerzas que el padre pierde. Durante el tiempo de este ayuno el hombre deberá comer sólo sauba, cangrejos, bejú y ají. (227) Yurupary entrega el secreto para que la tribu esté en equilibrio y las costumbres sean moralmente correctas. Es importante señalar a través de este pasaje que en el mundo prehispánico ya existían tribus que comprendían la monogamia. El paso importante que se da aquí apunta a la restitución de la figura masculina como autoridad principal de la familia. IV. Invitación

Los imaginarios civilizadores en el Popol Vuh y La leyenda de Yurupary se presentan de formas distintas estructural y simbólicamente. Tohil es un dios y Yurupary un héroe, los adoradores del primero buscan asentarse en un sitio para crear su cultura y usan el fuego como realidad sagrada; los aprendices del segundo buscan instaurar el orden masculino por encima del femenino a través de la ley y el ritual hermético del Yurupary, solo apto para los hombres. Es evidente que ambas narraciones guardan una estrecha relación con el mundo occidental, pero a pesar de ello todavía hay un regusto imaginativo único allí. Quedan muchos símbolos por revisar, como por ejemplo la muralla que erigen los adoradores de Tohil en Tulán o la magia de los payés que usan la imaginación para revelar los misterios en Yurupary. Así mismo sus plantas sagradas y la naturaleza de sus seres míticos. La conclusión apunta a rectificar el concepto de poblaciones bárbaras que se creó con la conquista del Nuevo Mundo. Estas dos narraciones demuestran lo contrario, en ellas ya se encuentran procesos civilizatorios evidenciados en sus mitos. La imaginación es la prueba fundamental y definitiva.

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Referencias bibliográficas De la Garza, M. (2002). Origen, estructura y temporalidad del cosmos. Religión Maya. Eds. Mercedes de la Garza y Martha Ilia Nájera Coronado. Madrid: Trotta, 5382

La epopeya de Gilgamesh (2012). Ed. Agustín Bartra. México D.F.: La guillotina, 2012

Leyenda del Yurupary. (2011). Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes Popol Vuh. (2008) Ed. Adrián Recinos. México D.F.: Fondo de Cultura Económica

Ezequiel Quintero Gallego. Cursa el pregrado de Estudios Literarios, Énfasis de Literatura Hispanoamericana de la Universidad Pontifica Bolivariana. Ha publicado en las revistas: Latitud del diario “El Heraldo” de Barranquilla, Latin American Literature Today de la Universidad de Oklahoma, Genio Tropical y Estudios Humanísticos de la Universidad FASTA In Itinere y en el fanzine Paradoja, de Medellín. Contacto: ezequielquinterog@gmail.com ezequiel.quintero@upb.edu.co

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