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Yeison Castro Trujillo
Parque principal El Carmen de Viboral. Autor desconocido. Colección Hermanas Franciscanas - Centro de Historia El Carmen de Viboral. Sin fecha
Memoria colectiva carmelitana; invención de la tradición y comunidad imaginada Yeison Castro Trujillo
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“Sólo lo que se idea es lo que se ve; pero lo que se idea es lo que se inventa” Martin Heidegger
Las reflexiones aquí expuestas son apenas algunos apuntes y notas iniciales de un intento por tratar de meditar, discutir y problematizar un tema central de la vida territorial; analizar la construcción de las identidades y las políticas de su conocimiento. El esfuerzo apenas ha radicado en formular ciertas preguntas que puedan darnos claves para pensar en cómo recordar lo olvidado y regresar allá, en donde en apariencia nunca estuvimos. Este texto sugiere la necesidad de revisar los contornos del conocimiento que poseemos del pasado y las construcciones simbólicas constituidas en el ámbito histórico específico de nuestro territorio, procurando pensarlos a partir de nuevas posturas teóricas conducidas por preocupaciones éticas, políticas y epistemológicas que contribuyan a la autoafirmación y el re-conocimiento de nuestra alteridad latente y a entrever nuevas narrativas para abrazar el pasado. El propósito es lograr situar, mientras la interrogamos, a nuestra memoria local en el lugar que le corresponde, al servicio del presente y nuestro devenir procurando reencontrar otros puntos nodales que articulen otros horizontes de significado, visibilidad y posibilidad y de restablecer críticamente en ésta los elementos políticos que constituyen lo cultural dentro de nuestras propias posturas de conocimiento, entendimiento y autorepresentación.
La sentencia a la que se quiere llegar es puntual; hacer memoria es un proceso de construcción netamente político. La memoria debe ser un proceso político de
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interpretación en torno a los significados y los usos del recuerdo para nuestra propia legitimación y devenir social. No es para nadie un secreto que, al igual que en muchos territorios, nuestra memoria colectiva está construida a partir de grandes vacíos, olvidos, negaciones y obturaciones, y que su constitución inacabada -y no gratuitamente-, tiene efecto directo en nuestros modos de ver, entender y relacionarnos; produce injerencias en la vida cotidiana, el orden social, el pensamiento crítico, nuestras políticas de entendimiento y en este sentido, el modo en que nos reconocemos. Para nuestro caso, cabe decir que las condiciones de enunciación de la vida local han negado la posibilidad de ser y conocer otras realidades, la afirmación del “nosotros” ha excluido siempre a alguien y es por tal sentido que se hace necesario un proyecto social ampliado capaz de re-conocer las identidades y memorias que han sido invisibilizadas, marginadas, subordinadas; desarrollar un renovado ejercicio de construcción epistemológica territorial que nos procure explorar un proceso crítico de arqueología de lo silenciado, lo invisibilizado, lo ocultado, un paradigma-otro del conocimiento del pasado. Hemos despojado a nuestra historia local de la luz con que ilumina su propio devenir, y privado las hazañas de su entrañable verdad. Hemos perdido, territorialmente hablando, la geografía de nuestros conocimientos, y en nuestro esfuerzo por afirmar como locus de enunciación privilegiado una tradición, hemos igualmente silenciado, tachado y marginalizado de nuestra memoria local la producción de otros saberes.
Al haber definido “colectivamente” las huellas y arquetipos de aquello que nos caracteriza y así mismo los silenciamientos de las narrativas históricas a propósito de lo que somos, hemos definido en igual modo, la fuerza que ejercen sobre el presente estas huellas que nos identifican y propiciado una suerte de violencia y supresión epistémica de nuestro propio devenir.
La vida de la memoria excede el suceso histórico manteniendo vivas las huellas de imágenes y palabras, y es con estas huellas como nos disputamos las posiciones de nuestros propios imaginarios sociales, las direcciones y posiciones, en el presente y hacia el futuro. ¿Cuáles son los acontecimientos que constituyen el entramado de la vida de un pueblo? ¿En qué proporción lo que forjamos por historia local se detiene a mirar los usos y las costumbres, la vida cotidiana de sus pobladores? ¿Cuáles han sido los esfuerzos realizados por tratar de narrar la historia local más allá de lo espectacular, de los grandes acontecimientos, de sus fechas esenciales?
¿Hasta dónde hemos tenido oportunidad de elegir, o seleccionar aquello que debemos memorizar y eso que debemos olvidar? ¿Cómo recordamos el pasado? ¿Cómo lo leemos? ¿Cómo lo interrogamos? ¿De qué manera se ha construido el sentido de nuestro discurso en lo local respecto a su historia? ¿Qué tipo de códigos culturales se ha permitido recrear colectivamente ese pasado? ¿Qué tipo de apropiación hemos hecho de nuestro tiempo, nuestro territorio y su movilidad?
¿Qué es lo que se memoriza en El Carmen de Viboral? ¿Qué nos interesa que se memorice? ¿Quién necesita esa memoria? ¿Qué se debe dejar de lado y qué se debe perpetuar? ¿Para qué? ¿A quién le interesa? La actitud narrativa que se ha adoptado de nuestra historia local, ha partido fundamentalmente en principio por constituir un pueblo hecho de barro, y su memoria cultural se ha cimentado esencialmente a partir de este imaginario y no de otros; no es secreto que, la tradición local de nuestro pueblo ha sido sustraída y representada esencialmente por un pasado muy específico; la actividad cerámica se ha instalado socialmente como convención ideológica sustancial para consolidar nuestra identidad y definir quiénes somos, trastocando los ámbitos social, político, económico, educacional, religioso y comunicacional. Y claro, la cerámica indudablemente marcó un rumbo firme y definitivo para las transformaciones de El Carmen de Viboral, pero no es el único, no es que se quiera hablar necesariamente de un manto de sombras que posee nuestro pasado y su historia local, sino de su luz incompleta, distorsionada y contaminada de la memoria y nuestros imaginarios colectivos, y de cómo ese pequeño faro de luz difusa, despierta en nosotros la conciencia de una condición, y condiciona la experiencia de la propia subjetividad carmelitana.
Mucho se ha dicho, por ejemplo, acerca de la dignidad que produjo el barro para El Carmen de Viboral y de su poder para permitir a una comunidad sobrevivir con decoro durante varias décadas. Sin embargo, incluso alrededor de este especial asunto, aún queda la impresión por parte de un sector de la localidad, de que no todo está dicho, y que socialmente, se ha procurado narrar solo lo esencial para permitirnos contar con una buena, notable y distinguida restauración de nuestros mejores recuerdos locales, y los que primordialmente evidencian nuestra buena conducta.
Pero, ¿Qué hay de lo otro, todo lo otro? ¿Qué es lo que debemos aprehender del pasado? ¿Tiene sentido, a propósito de la tradición cerámica, desentrañar las costras de las heridas carmelitanas aún no dichas? ¿Vale la pena descubrir sus pliegues, sus relieves, develar sus opacas zonas de luz?
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La memoria, como mecanismo de regeneración de la información del pasado, reconstruye en su propia transmisión, un movimiento constante entre lo vivido, lo imaginado y lo silenciado, hasta llegar a convertirse en una forma de dar sentido a la experiencia social, hasta consolidar una unidad significante dotada de aceptabilidad difusa que está entreverada de diversos intereses, agendas y marcos, en el que armoniza el sentido de algo ya ocurrido y lo transforma y posiciona a través de la experiencia reveladora de la palabra. De ahí su poder. La memoria en términos simples, aunque es una categoría conceptual compleja, la podemos comprender como una práctica social viva que moviliza imaginarios sociales y un vehículo cultural que cohesiona grupos; lo que subsiste en ella, no es la transmisión del saber sino la armonización en sentido de algo que ya se sabe y se re-semantiza; es con ella como se establecen los cimientos del orden social que se quiere promover colectivamente, es a través de ella, como es posible generar un ejercicio de afirmación del territorio en términos tanto materiales, simbólicos y funcionales. Y es por eso que es tan importante. La memoria colectiva, como vemos, al modo en que lo menciona Candau: (…) no es en ningún modo un legado de sentido, ni la conservación de una herencia, ya que para prestarse a las estrategias identitarias debe jugar el juego complejo de la reproducción y de la invención, de la restitución y reconstrucción, de la fidelidad y la traición, del recuerdo y del olvido (2008, 104) Sin embargo, si es el único instrumento con el que contamos las comunidades para pensarnos a sí mismas, para construir nuestras propias lógicas y nuestro pensamiento situado; la memoria encuentra en la comunidad sus posibilidades de valoración y legitimación, y es en ella, justamente, en donde las comunidades encontramos a su vez el germen de nuestra naturaleza, de nuestra identidad, de nuestro factor común, del nosotros y nuestros horizontes de desarrollo.
Cabe decir que, la memoria no aclara necesariamente el pasado, muy contrario a como lo hace la historia, ésta lo instaura, lo moldea, le instala un sentido, procura reiterar lo esencial en una comunidad en ese pasado, no ya desde los hechos, sino desde las interpretaciones; es una ilusión compartida de ascendencia que está atravesada por el desorden de la pasión, de las emociones y los afectos. La memoria construye realidades, ya no en términos de un sentido histórico, sino ético, de utilidad cívica, que no es lineal, sino radial, con diversas asociaciones y líneas de fuga a un mismo imaginario.
Es en este sentido que, la propuesta no debe ser construir un nuevo posicionamiento restringido a lo identitario sino, habilitar una nueva reflexión sobre lo imaginario, sus funciones y posibilidades en la formación del pensamiento crítico y la vida política en nuestro presente, es conquistar el terreno de llegar a explicarnos qué nos pasó y sobre todo a definir hacia dónde vamos.
Generalmente, cuando se habla de memoria local y en nuestra precipitación por medir lo histórico como lo significativo, lo revelador, lo estimable de ser recordado, es muy notable aún como no hemos conseguido valorar suficientemente lo esencial respecto al poder de lo que pasa inadvertido en nuestros pueblos; en relación a lo trivial, al poder de lo cotidiano y sus infinitas posibilidades para la reconstrucción de memoria. Somos testigos del entusiasmo habitual de conmemorar, festejar, enaltecer y reverenciar el pasado, ese, el de los grandes acontecimientos y los grandes próceres y personajes. El verdadero poder de una cultura, de una comunidad, se haya justamente en sus palabras, es en su lenguaje como se consolida para nombrarse a sí misma, como logra producir sus más íntimas ambigüedades. Y es en este sentido que conviene entonces generar un nuevo código de reconocimiento, abrir el diálogo a las memorias y tradiciones silenciadas y tachadas de “sentido común”, retornar a los lugares marginales de producción de saberes y hacer posible el diálogo entre diversas formas de conocimiento, reconociendo que éstos fueron pensados e instalados en áreas geográficas con distintas historias y necesidades.
Si la memoria colectiva es entonces, un juego de articulaciones del presente con el pasado para permitir que nuestras experiencias pasadas den giros y vueltas inesperadas y abran pasajes capaces de proyectarnos al futuro; si ésta es una narrativa y un mestizaje de intereses que convierte nuestro pasado “común” en un dispositivo social, negociable y auto producido por la experiencia con criterios de utilidad y carácter ideológico y político, para servir como mecanismo para la regeneración de la información, como
“capas de sentido” y no solamente como un depósito de pasado mismo, conviene decir entonces que debemos reinventar una memoria atravesada política e ideológicamente por una resistencia al monopolio de la misma.
En El Carmen de Viboral se precisa de un nuevo sistema de expectativas, un nuevo dispositivo ético de la memoria que permita recuperar, reconocer y valorar una nueva interpretación en tomo a los significados y los usos de ese elemento etéreo tan especial como lo es el pasado.
Necesitamos reapropiar el pasado haciendo memoria crítica y crítica de la memoria y promover la posibilidad del encuentro y desprendimiento de otros saberes abriendo nuevas grietas y puntos 29
de fuga, incorporando “otros saberes” aquellos marginalizados y dominados en los espacios de producción de conocimiento local.
Necesitamos observar nuestras prácticas y posiciones con relación a cómo construimos imaginarios y memoria hoy, en los dominios de injerencia que nos sean propios, producir formas de agenciamiento, códigos culturales y de acción política desde la imaginación y la memoria, producir dislocaciones profundas en el entramado de dispositivos y formaciones imaginarias que tienen hoy una función política, es necesario emancipar a través de otras voces, de otros conocimientos, otros sentidos, sin violentarlos como una expresión folclórica, turística o exótica, que es como hoy se intenta, sino construir posiciones de presente-pasado que nos permitan visibilizar y producir dislocaciones en el habitar actual.
Referencias bibliográficas
Candau, J. (2001). Memoria e Identidad. Buenos Aires: Del Sol.
Heidegger, M. (1979). Desde la experiencia del pensamiento. Traducción de J.B Linares, J. B. Madrid: Ediciones Península.
Yeison Castro Trujillo. Trabajador Social de la Universidad de Antioquia, miembro del Centro de Historia de El Carmen de Viboral. Es encargado del Archivo Histórico Municipal y el Centro de Documentación de la Cerámica del Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral. Ha trabajado en los proyectos de investigación local relacionados con temas de memoria tales como: Plan Municipal de Cultura El Carmen de Viboral Un territorio por el Buen Vivir 2016-2026, 2016; Relatos de Paz desde un pueblo de Barro, Estímulos Mincultura 2016; Recuerdos Inventados, Estímulos Instituto de Cultura y Patrimonio de Antioquia 2017; Santa Indignación, aportaciones bibliográficas relacionadas con el cambio de la imagen de la virgen Quiteña; Tercer programa de estímulos Instituto de Cultura de El Carmen de Viboral, 2018.