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Luis Alejandro Salazar Ortiz
Clío (Performance) Grupo memoria histórica La Ceja - El Carmen de Viboral. Fotografía: Laura Zuluaga 2019
Apuntes sobre la tarea filosófica de la memoria: a propósito de Los ejércitos de Evelio Rosero Luis Alejandro Salazar Ortiz
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1. No inquieta tanto aquello que perseguimos sin hallar, como aquello que nos persigue sin buscarlo. He ahí el interés por el pasado ¿Qué hacemos con el pasado? La pregunta por el pasado nos persigue, como perseguía al narrador de En busca del tiempo perdido. De manera hermosa lo describe Mèlich (2015), “Voy a hacer memoria, decimos, pero es la memoria la que nos hace a nosotros, la que nos constituye (in) humanamente” (160).
Queremos recordar pero elegimos, determinamos algunas situaciones que podemos dejar de lado. Ocurre con la violencia, porque espanta reconocer el horror que produce el ser humano, lo que podemos hacer a miembros de nuestra especie, incluso, a quienes tenemos siempre cerca. Sin embargo, tenemos que ocuparnos del pasado porque este nos ha hecho lo que somos. En primer lugar, es menester señalar que entiendo por violencia un medio que cumple con dos funciones simultáneas, a saber, crear un orden además de los dispositivos con los que se intenta perpetuar dicho orden una vez se ha instalado. Esa acepción funciona en la relación medios-fines, basado en justificaciones que vienen desde el derecho natural (considerando justo un orden eterno de las relaciones, unos mandan mientras los demás se sujetan), y desde el concepto de destino (ligado a una concepción teleológica de la historia, salvación)1. Unos fines legítimos, caso puntual del orden y la justicia, permiten el uso de la violencia que siempre valdrá únicamente como medio.
Una memoria de la violencia nos lleva a establecer la falsedad que esconde la legitimación que intenta darse a la misma vía, fines justos. Por ello, cobra importancia determinar una manera de
1. En este caso, sigo a Benjamin (1998: 2326). Puede revisarse además una ampliación de Agamben añadiendo una consideración política de la violencia en Sobre los límites de la violencia.
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entender la justicia diferente de aquella intención de mostrar la equivalencia entre justicia y legalidad. A la justicia le incumbe la memoria, porque la justicia siempre resuelve una injusticia. Si no estamos al tanto de las injusticias no cabe el escenario de la justicia, punto que constituye la importancia del pasado para la justicia. Sin embargo, la justicia necesita también del tiempo presente. Reyes Mate (2006) distingue dos modos del presente: (1) el presente en acto –lo que ha llegado a ser-, (2) el presente ausente –lo que pudo ser pero se ha malogrado- (cf. 72). La relación entre justicia y memoria hace parte del presente ausente, puesto que, muchas de las cosas que no han podido lograrse las impidieron múltiples injusticias. La lectura que Reyes Mate hace de Walter Benjamin, muestra una doble tarea de la memoria. La primera ocupación de la memoria consiste en establecer una teoría del conocimiento, aquí la realidad no la constituye una ontología sobre el presente, esto porque la realidad no tiene un único lado en el que sólo se habla de lo que ha ocurrido efectivamente. La memoria se ocupa sobre todo de las posibilidades frustradas, se encarga de hacer justicia sobre esas situaciones injustas que dieron lugar a la desaparición de las posibilidades de muchos que vivieron antes que nosotros. La relación entre memoria y justicia tiene que pensarse desde la tarea que tiene la memoria para reconstruir el pasado, no desde la Historia oficial, desde los relatos y mitos fundacionales del poder hegemónico, sino desde una historia como la llama Benjamin, a contrapelo. Este modo de ir al pasado desde la memoria trabaja desde las ruinas de la historia, desde esos escombros que han constituido nuestra civilización.
Importa también recordar que Los ejércitos versa sobre una situación de violencia. Entiendo por violencia todas aquellas relaciones que intentan establecer un poder político, jurídico o un cierto orden social usando siempre como medio ciertas prácticas de abuso en el uso de la fuerza, además de que dicho poder nunca desaparece, puesto que después de establecer el orden se necesita mantener dicho orden desde la creación de instituciones que lo mantengan, al punto de que puede necesitarse en algún momento el uso de la fuerza.
No podemos pensar la justicia como tarea del Estado o viéndola solo a nivel político, omitiendo la base ética de la misma. Amnesia importante desde una teoría de la justicia desde el punto de vista filosófico. No se puede despreciar la experiencia de la humanidad. La desigualdad no es natural, es injusticia. Para construir se parte del pasado, no se puede hacer justicia desde la nada, la justicia remite a un pasado en el que los sueños de alguien se han ido al suelo. El olvido puede entenderse como un proyecto que empieza construyendo
al otro para después negarlo. El otro no puede entenderse como el opuesto al yo, el otro se construye como el débil, aquel ante el cual tengo poder. La configuración de una imagen de alguien que implica un peligro para el desarrollo de los propósitos de un proyecto de orden, obliga a su exclusión al punto que se lo puede llevar hasta el punto de dar muerte al otro. Este proyecto de olvido tiene la intención de homogenizar la sociedad desde el orden soñado, sólo que efectivamente ejecuta acciones que van en detrimento de las posibilidades del afectado. De este proyecto de olvido se encarga la memoria, puesto que su tarea es hacer justicia. 2. Quizá plantear la tarea de la filosofía al encargarse de la memoria, partiendo de una novela, pueda provocar asombro. Sin embargo, merece la pena aprovechar la escritura de Evelio Rosero a propósito de la violencia en Colombia para pensar la tarea de la filosofía en la memoria de nuestro horror. En la lectura de Los ejércitos, Ismael Pasos, protagonista y narrador, resume los escenarios, agentes, acciones e intenciones que dan paso a la atmósfera de violencia (asunto no menor) primer plano de la novela. El título de la novela no remite a un personaje, un lugar o una acción, señala el constante enfrentamiento armado entre diversos grupos militares que buscan apoderarse del territorio de San José. Rosero (2007) describe las intenciones de la disputa por aquel lugar: Los cientos de hectáreas de coca sembradas en los últimos años alrededor de San José, la «ubicación estratégica» de nuestro pueblo, como nos definen los entendidos en el periódico, han hecho de este territorio lo que también los protagonistas del conflicto llaman «el corredor», dominio por el que batallan con uñas y dientes, y que hace que aquí aflore la guerra hasta por los propios poros de todos (p. 124). Pero el dominio buscado por cualquiera de los “ejércitos” se extiende al control de la población. Dos frases lo expresan, Rosero (2007): “cuidado, profesor (dice Gloria Dorado). No sabemos aún en manos de quién quedó el pueblo” (p. 110). Un poco más adelante reflexiona Ismael a la advertencia de Dorado: “Demasiado tarde me arrepiento de no escuchar a Gloria Dorado: en manos de quién estamos, debí volver a mi casa” (p. 110). Las acciones que describe la novela, van desde asesinatos, balas perdidas, desplazamiento, extorsión, hasta tomar la escuela como bastión militar, destrucción del hospital, dinamitar la iglesia mientras se hallaban reunidos los feligreses (un jueves santo), campos minados, y el espantoso relato final sobre la forma como violan un cadáver. Efectivamente, cada una de las acciones descritas en la novela las ha padecido Colombia.
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Pero hay un momento crucial en la novela, la parte final. El profesor Ismael pasos se dirige a su casa, todo el pueblo está vacío, han matado a muchos y el resto abandonaron el lugar, pero él permanece allí con la esperanza de encontrar a su esposa. Sabe que quienes tienen el poder sobre el pueblo llevan a la mano una lista con nombres y sabe también que él es objetivo en esa lista. Rosero (2007), “Les diré que me llamo Jesucristo, les diré que me llamo Simón Bolívar, les diré que me llamo Nadie, les diré que no tengo nombre y reiré otra vez, creerán que me burlo y dispararán, así será” ( 202). Esta respuesta que tiene en mente Ismael ante quienes se afanan en conseguir su nombre, buscarlo en la lista, pero él responde con tres nombres. Jesucristo, antes que enunciar el personaje histórico o el Dios de nuestra tradición, se refiere a la institución que le ha hecho suyo, a la iglesia. ¿Qué responsabilidad tiene la iglesia en nuestra historia de la violencia? Simón Bolívar, no el aclamado “libertador” de la nueva Granada, aquí su reclamo va hacia la responsabilidad del Estado Colombiano en la perpetuación de la violencia. Finalmente, Ismael se llama a sí mismo nadie, el nadie del proyecto de olvido, al que podemos matar porque impide un orden soñado. La idea de hacer una memoria de la violencia para hacer justicia, no puede delegarse sólo a una tarea de la filosofía o de la literatura (como el caso de Los ejércitos), la memoria debe llevarnos a establecer prácticas que nos ayuden a mejorar nuestras relaciones y a permitir que las posibilidades del presente ausente pueden tener vida en un presente efectivo.
Referencias bibliográficas
Mate, R. (2006). Media noche en la historia. Comentarios a las tesis de Walter Benjamin sobre el concepto de historia. Madrid: Trotta. Mèlich, J. C. (2015). La lectura como plegaria. Barcelona: Fragmenta. Rosero, E. (2007). Los ejércitos. Barcelona: Tusquets.
Luis Alejandro Salazar Ortiz. Cursa Licenciatura en Filosofía de la Universidad de Antioquia, Seccional Oriente. Ha participado en foros y encuentros académicos de filosofía en la misma universidad.