REVISTA DOSSIER - Edición Nro. 87 / Año 14

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MATINÉE DEL DOMINGO

Por Carlos

Diviesti

Volevo nascondermi, de Giorgio Diritti con Elio Germano (Oso de Plata al mejor actor en el Festival de Berlín 2020)

La tragedia de un hombre ridículo

Antonio Ligabue (Zúrich, Suiza, 1899 - Gualtieri, Italia, 1965) fue uno de los principales exponentes del arte naif durante el siglo XX. Sus obras, de formas simples y colores rabiosamente vívidos, lo llevaron a tener renombre y aclamación en los círculos artísticos italianos, donde se lo situó en el nivel de la genialidad. Pero Ligabue era un hombre con evidentes problemas mentales, fruto de cuestiones orgánicas o de traumas derivados del abandono de su madre o del maltrato físico de sus padres adoptivos. Debido a esta condición, Ligabue podía ser visto como un excéntrico o un violento y, de acuerdo con la línea elegida, el genio de Ligabue en Volevo nascondermi (Quería esconderme, de acuerdo con su traducción literal), la película de Giorgio Diritti, podría deberse más a la necesidad de

Spaccapietre, de los hermanos Gianluca y Massimiliano de Serio

Jardines de piedra Antò, el hijo de Giusè y Angela, suele observar cabeza abajo la rutina de su madre antes de salir para el trabajo, a la madrugada. Angela trabaja en la viña, lejos de casa, dentro de la D

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lavar las culpas sociales por el destrato a los enfermos mentales que al talento en estado bruto de este artista. Sin embargo, ese planteo queda perdido alrededor de una narración voluntariamente fragmentada, con intenciones caleidoscópicas, donde la vida y el tiempo de Ligabue parecieran no avanzar a ninguna parte, y la gloria atormentada del artista fuera apenas una anécdota en medio del relato sobre la conducta morbosa de una criatura animalizada. Esta conducta (poéticamente reflejada en el cortometraje Nebbia (Niebla), de Raffaele Andreassi, filmado en 1960 con el propio Ligabue como protagonista), más

allá de la pericia de Diritti para crear imágenes bellas que se imbrican con el trabajo del artista, se exacerba por el esforzado trabajo de Elio Germano como Antonio Ligabue, uno de esos trabajos que causan asombro cuando se los ve por la cantidad de recursos físicos y gestuales de los que dispone el intérprete (que también cuenta en su haber con la Palma de Oro al mejor actor en el Festival de Cannes 2010 por su trabajo para la película La nostra vita, de Daniele Luchetti), pero que más allá del chisporroteo pirotécnico no avanza hacia ninguna parte y prefiere regodearse en la miseria de una vida atormentada.

Puglia seca; trabaja duro en la viña, preparando la tierra para plantar plantines de vid, como tantos otros que llegan del África o de las costas de la Europa pobre. Todos son pobres ahí, a nadie le asombra. Giusè trabajaba en la cantera picando piedra, pero una esquirla le pega en el ojo y lo pierde, aunque Antò le eche gotitas en el ojo blanco para que le devuelvan el sueño y lo conviertan en superhéroe. Antò confía en que su futuro estará en la arqueología, profesión que le hará descubrir tesoros, aunque ni siquiera se imagina lo que significa ser rico, ni cómo es ser rico. Pero Angela se muere en el curso de ese día, la fulmina un ataque al corazón. Desolación, lógicamente. A vivir de la caridad o a irse del pueblo, a ocupar el lugar de la mamma en el trabajo si se quiere salir adelante, aunque Antò deba dejar el colegio y Giusè deba abandonar el trabajo de picapiedras, irremediablemente, el mismo que tuvo su padre, de quien solo le quedó una maza que Giusè unge frente a la tumba para que le dé fortuna. A partir de ese viaje de Giusè y Antò hacia la viña donde trabajaba la mamma, los hermanos De Serio no transforman la inalterable historia de amor entre el padre y el hijo, sino que la derrumban hacia la rabia, la tristeza o el terror que vemos en el rostro de Angela

cuando se dirige al último día de su vida en ese ómnibus cargado de nuevos esclavos. Porque Spaccapietre (Picapiedras, literalmente) permite darle un marco de ternura a una situación insoportable: la que deviene del caporalato, el antiquísimo sistema de explotación a los trabajadores de la agricultura en la Italia profunda, que pareciera haberse sepultado tras la creación de la República, pero evidentemente no es necesario cavar muy hondo en la cantera para encontrar la veta completa, áspera y filosa, del mal. La película de los hermanos De Serio (documentalistas preocupados por los problemas relativos al desplazamiento, la inmigración ilegal y la trata de personas en la comunidad europea) tiene sólidas conexiones con el gran cine social producido en Italia desde el neorrealismo, y sobre todo con el que se hizo durante la década de los años setenta que cruzaba la política y la crónica policial. No se puede permanecer indiferente a la historia de Giusè y Antò, a quienes humanizan la máscara de Salvatore Esposito y Samuele Carrino, y que no se habrán de resignar a perder la esperanza ni siquiera cuando un final terrible naturalice el desierto que se abre en el alma y en torno a una fosa común.


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