REVISTA DOSSIER - Edición Nro. 87 / Año 14

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CON LA MÚSICA A OTRA PARTE

Por Carlos

Dopico

El Peyote Asesino Más de un cuarto de siglo después de su irrupción oficial en 1995 con la publicación de su álbum debut, El Peyote Asesino reedita, esta vez en vinilo (con el sello Bizarro), las canciones que sacudieron la escena musical local y que terminarían captando la atención del músico y productor Gustavo Santaolalla, con quien alcanzaría proyección internacional. “En 1995, empezaba con un ruidito a púa sampleado. Ahora se cierra el círculo”, advirtió en sus redes sociales Carlos Casacuberta al celebrar la noticia de la reedición. En aquel año en que Sanguinetti y Menem resultaron nuevamente electos, la selección uruguaya levantó el trofeo de la Copa América jugada en casa, la Comunidad Europea acordó el euro, Microsoft estrenó un nuevo sistema operativo y Saramago publicó Ensayo sobre la ceguera, aquellos jóvenes de postura radical, fraseos rápidos y guitarras furiosas sorprendían con un brebaje musical enérgico y un sonido atronador (rap, metal, acid jazz, funk o house). Para quienes habían escuchado Beastie Boys, Public Enemy, Red Hot Chili Peppers o Cypress Hill, lo que hacían no resultaba nuevo, pero era un aire más que renovador para una escena local que parecía alicaída. A pesar de esto, ese mismo año se publicaban varios títulos importantes del rock local: Deliciosas criaturas perfumadas, de Buitres; Radio Babilonia, de Traidores; Barranca abajo, del Cuarteto de Nos; Níquel sinfónico, de Níquel, y La iguana en el jardín, de Claudio Taddei, mientras que la Vela Puerca tendría su primera actuación. Aquel disco, El Peyote Asesino, producido por Gabriel Casacuberta (Plátano Macho, D

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Bajofondo) y grabado junto al experimentado ingeniero Luis Restuccia (durante años mano derecha de Jaime Roos) sonó a rabiar, en buena medida por las ondas de XFM, la flamante emisora que heredase el legado de El Dorado. Canciones como ‘L. Mental’, ‘El Peyote Asesino’ y ‘La concha’ se volvieron clásicos y detonaron en cada presentación. Sus textos no eran del todo claros, una mezcla de humor negro, corrosión, chilango, spanglish, películas, actores y rimas disparatadas. Bastante después entenderíamos que aquella entidad en la que se cobijaban varios músicos que habían compartido el exilio era mucho más que la suma de las partes. El Peyote pronunciaba sentencias demoledoras o frases desenfrenadas que ninguno de sus miembros por separado podría jamás enunciar. “A mí siempre me llamó mucho la atención el éxito de El Peyote, porque trataba temas que eran desagradables para el mainstream, incluso para la crítica”, confesó años después Fernando Santullo. Mientras que su socio compositivo, Juan Campodónico, advirtió que “la sensación de aquello era como estar jugando con fuego”. La carrera del Peyote cimentó la incursión solista de sus integrantes, tanto artísticamente como en la producción, y terminó en 1999, tras la edición de Terraja, el segundo álbum. Diez años más tarde, volvieron a reunirse fugazmente para el Pilsen Rock, y en 2016 regresaron para una serie de presentaciones nostálgicas y para estrenar apenas una canción. Hoy, después de más de dos décadas, el Peyote cuenta ya con un suculento material nuevo que promete sacudir, y del que ya han

adelantado algunos temas, pero que aguarda un mejor momento para su publicación.

Mateo & Cabrera Pasaron ya 34 años de abril de 1987, cuando Fernando Cabrera y Eduardo Mateo grabaron su álbum en vivo en el Teatro del Notariado. Mateo venía de publicar Cuerpo y alma, su segundo trabajo en solitario y estaba por sumergirse en La máquina del tiempo, que lo llevaría por distintos destinos. Mientras tanto, colaboraba erráticamente con distintos artistas, como con Jaime Roos y su 7 y 3 publicado en 1986. Cabrera, por su parte, acababa de publicar Buzos azules, el antecesor directo de El tiempo está después (en el que Mateo también participa) y, sin saberlo aún, estaba por emigrar durante más de un año a Bolivia. Quizá, y sin quizá, su experiencia en conjunto tuvo que ver con la obsesión de ambos por las agujas del reloj. Su coincidencia escénica, no obstante, venía de algunos meses atrás. Ambos habían tocado juntos en una improvisada performance que antecedió la presentación de un trabajo poético de Gustavo Maca Wojciechowski. Y apenas después de eso, habían desarrollado una serie de recitales en La Candela, en febrero de aquel mismo año. El éxito de esa reunión fue lo que hizo a ambos aumentar la apuesta y programar el registro en vivo de las presentaciones en el Notariado. La dinámica que se propusieron sería interpretar alternadamente las canciones de cada uno, arregladas por la dupla. En la ma-


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