EL MONO #101 “ESPECIAL ITALIA”

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DISCALCULIA por HELEN ÁGREDA WILES

En mi única visita a Bolonia, un señor nos contó a mis amigas y a mí que, para los italianos, el número de la mala suerte es el 17 porque el 17 en números romanos se escribe XVII, que es a su vez un anagrama de la palabra latina VIXI, y vixi significa he vivido, y si tú ya has vivido, acción acabada, eso es porque ahora estás muerta. Mala suerte. Al término de su detallada exposición, el señor, satisfecho, agarró su lata de cerveza y nos ofreció un trago a nosotras y luego a Brunelleschi, la rata que descansaba encima de su hombro. Brunelleschi aceptó, pero nosotras no; ya éramos aprensivas antes del coronavirus. Lo de pasar la tarde con Brunelleschi y sus amigos se nos presentó como una alternativa más amable y económica al sinfín de atracos a caraperro que veníamos encajando en la Toscana (superpreciosa, lo cortés no quita lo valiente, pero lo bonito igual sí que quita lo cortés) a cambio de cerveza. Ahí os va un consejo: si robáis, robad con una sonrisa, que a algunas idiotas con eso nos valdría. La cosa es que quién va a saber dónde estaba la cerveza barata mejor que quienes se la están bebiendo a litros ahí en la acera de enfrente de donde tú estás a punto de cambiar óvulos por zuritos. Pues dicho y hecho, la labia es lo nuestro. Media hora más tarde, mis amigas y yo ya formábamos parte del campamento Brunelleschi, asentado en la plaza mayor de

Bolonia junto a la fuente de Neptuno. Nosotras, una rata, otras tres personas, dos perros y un poco de otro perro, todos bebiendo, fumando, gesticulando, volando por los aires barreras idiomáticas. No he vuelto a Italia desde entonces, pero no descarto visitarla en algún lugar donde la gente no esté tan hasta el coño del turismo. A veces yo también muerdo la mano que me da de comer. Se conoce que no es tan gracioso lo de sujetar la torre de Pisa, hablar italiano juntando los dedos, citando el questo di pesto de Peter Griffin, pedirle sonriendo un plato de pene al camarero, mentira, aquello sí le hizo bastante gracia porque luego nos escribió su número al ladico de la cuenta. No vino Brunelleschi por la noche al concierto de Antigua y Barbuda en un local okupa en el que daban macarrones gratis, repito, gratis, y las latas de cerveza tenían un precio de lo más normal. Guille me dedicó uno de sus primeros punteos de guitarra en un cumpleaños feliz deliberadamente desafinado, y qué ilusión más grande. Fotografié a Helena posando junto a una de las Nereidas lactantes en la fuente de Neptuno, haciendo como que proyectaba leche de sus tetas ella también. Pasaron muchas otras cosas que ya he olvidado. Creo recordar que condujimos de Florencia a Pamplona del tirón. Creo recordar que fue perfecto.


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