LIBROS Y CÓMICS

LA HISTORIA INTERMINABLE - Michael Ende

Alfaguara - 496 páginas Atreyu, un joven cazador de los pieles verdes, es llamado por la Emperatriz Infantil para curar su enfermedad y salvar así el Reino de la Fantasía. Esta es la historia escrita en el libro que encuentra Bastián, un niño que sufre acoso escolar, y que lee ávidamente hasta que se convierte en uno de sus personajes. Cuando el caballo de Atreyu muere en el pantano de la tristeza es cuando aparece Fújur, un dragón blanco de la suerte que nada tiene que ver con los dragones normales, que está siempre alegre y de buen humor, y que acompañará al héroe del Reino de la Fantasía en su Gran Búsqueda.

BATMAN EN BARCELONA: EL CABALLERO DEL DRAGÓN - M. Wald y D. Olmos

ECC - 48 páginas Un Killer Croc más sanguinario que nunca se ha fugado del Asilo Arkham y la única pista sobre su paradero conduce a Batman a Barcelona. Al villano lo han convencido de que es la reencarnación del dragón que, según la leyenda, mató Sant Jordi... y ahora pretende vengarse. Este cómic nació como un proyecto impulsado por el Saló del Cómic, así que el lector ya sabe que lo que tiene entre manos es más una obra con fines promocionales que un trabajo muy inspirado. A pesar de esto, si eres fan del superhéroe de Gotham o si te chifla la ciudad condal, el cómic no está tan mal ya que el dibujo de Diego Olmos no tiene nada que envidiar al de dibujantes mucho más famosos.

LOS LIBROS DE OLLUMARTH - Regina Salcedo

Cazador de Ratas - 776 páginas Un mundo dominado por dragones que tratan al resto de especies como los seres humanos tratamos en nuestro mundo al resto de especies. Una chavala raptada y esclavizada por dragones que la lía durante tres libros para liberar a la especie humana. Dragones de buen corazón, una resistencia rebelde, un poquito de amor, mucha mucha amistad, aventuras y liadas varias. No os dejéis engañar, os la venden de novela juvenil, pero engancha a cualquier edad.

EL RETORNO DE LOS DRAGONES - Margaret Weis y Tracy Hickman

Timun Mas - 522 páginas Publicada en 1984 y basada en la ambientación del juego de rol Dungeons & Dragons, es la primera parte de la saga del universo Dragonlance. Desde que la leí siendo un preadolescente, mi cerebro se ha deteriorado bastante, así que me acuerdo de pocas cosas. De lo que nunca me olvidaré es de que estaba enamorado de Goldmoon, de que Tasslehof era mi personaje preferido y de la muerte del pobre Sturm Brightblade, quijotesco caballero en el que lo patético y lo épico se juntaban dando lugar a un individio un poco facha a la vez que entrañable.

La decimoquinta edición del Festival Punto de Vista, celebrada del 15 a 20 de marzo, supuso un aniversario muy especial. Y no porque fuera una fecha redonda (poniéndonos estrictos, cada nueva edición representa un aniversario), sino porque se cumplía un año de la pandemia. Un año que ha afectado especialmente al sector audiovisual, que tiene ante sí un panorama neblinoso. Las pocas propuestas que siguen en pie, lo hacen por el empeño y la perseverancia colectiva de sus responsables. Y el PdV es el mejor ejemplo posible, ofreciendo la oportunidad de relativizar el peso de la monotonía exponiéndonos a nuevas perspectivas y realidades. ¿Qué mejor manera de celebrar el confinamiento que encerrándonos juntos (no todo lo que nos gustaría, vale, pero lo suficiente) para compartir la experiencia colectiva del cine?

Esta atípica edición se atomizó en múltiples sedes: Baluarte, Fimoteca, Civivox Condestable, el Teatro Gayarre, Planetario (sustituyendo la pantalla rectangular convencional por una gran cúpula, e incluso los párpados de los asistentes, en Samsara, la atmosférica propuesta de Lois Patiño), el Museo Oteiza, el de la Universidad de Navarra (donde se proyectó la premiada The Work and days, película de 8 horas; toda una jornada laboral, resultado de catorce meses de rodaje), La Plaza (novedosa carpa instalada en la plaza de Baluarte para acoger encuentros públicos) y eso sin contar los domicilios de cada una de las 180 personas que se acreditaron para ver el festival de manera online. Conexión remota que permitió que el festival llegara mucho más allá de los 380 acreditados para asistir presencialmente a los pases (más de 100 películas, 32 de ellas a concurso en la Sección Oficial del certamen) y diversas actividades: el trayecto a pie propuesto por Fermín Jiménez Landa, que exploró el vacío de 9 kilómetros entre dos esculturas de Oteiza, ejercicios de meditación sonora en la ceremonia de clausura, una performance poética a cargo de María Salgado... Una agenda plagada, una vez más, de propuestas vanguardistas, exploraciones siempre al margen del cine de consumo, o incluso reinventándolo al añadirle voces en off (ese clásico del cine kinki que es Perros Callejeros, reformulado por Pedro G. Romero en La Pel·licula)…

Además de las retrospectivas dedicadas a Amos Vogel o Nancy Holt, o del emocionante estreno mundial de Dardara, de Marina Lameiro, el festival editó un libro de correspondencia entre cineastas contemporáneos que permite trazar inesperadas conexiones entre sus películas. Un trabajo de recopilación titulado Cartas como películas llevado a cabo por Garbiñe Ortega, directora del evento, y que se prolongó en Las cartas que no fueron también son, una serie de cartas filmadas que creadores contemporáneos amigos de festival, dedicaron a cineastas de la historia del cine y se proyectaron en la ceremonia de clausura, en la que, tras cuatro años a cargo de su dirección artística, Garbiñe Ortega se despidió del festival, y en la que, como siempre, se anticipó un adelanto de su próxima edición: el proyecto aprobado por la iniciativa X Films. En esta ocasión, el propuesto por la cineasta navarra Irati Gorostidi.

Entre nuestras proyecciones favoritas cabe destacar Every rupture, corto de impecable factura y requetefino estilsimo a cargo de la rusa Sasha Litvintseva que, a través de la duplicación y la deformación de imágenes tomadas en un crucero, plantea profundas reflexiones tanto sobre la pandemia como sobre el Brexit.