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EL LAMONATORIO
Los dragones no existen ni han existido nunca, o al menos eso es lo que nos desvela la biología evolutiva. Bestias tan imponentes como Rhaegal, Viserion y Drogon solo son reales en la imaginación del escritor que los creó, un tal George R.R. Martin, y en la de aquellas personas frikis que nos recreamos en la literatura fantástica. Cierto es que no hay un tipo de dragón concreto, sino que cada cultura describe a este animal mitológico de maneras diversas, pero en general los dragones se representan como seres con cuerpo de reptil, escamas, cola alargada y alas. Vaya, lo que vendría siendo una lagartija gigante voladora que echa fuego por la boca. ¿Y qué es lo que se os viene a la mente cuando os hablo de lagartijas gigantes? Efectivamente, el tema que nos ocupa este mes: los dinosaurios.
Imaginad por un momento que se termina la pandemia y que por fin podéis organizar vuestra escapada a esa casa rural de ensueño con vuestra cuadrilla. Tiene piscina, una jardín enorme con barbacoa, un mini-parque para los txikis, e incluso un pequeño corral. Os acercáis a la verja y observáis a las gallinicas ponedoras, un poco escuchimizadas, con su raro caminar y sus ojos penetrantes y siniestros. ¿Qué poquica cosa, verdad? Pues os encontráis nada más y nada menos que frente a los descendientes directos de los dinosaurios.
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Sí, como estáis leyendo. Hace 66 millones de años un enorme asteroide cayó sobre la península de Yucatán cargándose a la gran mayoría de los dinosaurios. No todos murieron por el impacto del meteorito: también hicieron lo suyo las toneladas de azufre y partículas en suspensión emitidas a la atmósfera, los incendios, los tsunamis… En fin, que la Tierra se volvió un pelín hostil para la vida.
Este terrible evento ocurrido a finales del Cretácico hizo que se extinguieran muchísimos dinosaurios, pero no todos. Algunos de ellos sobrevivieron y fueron evolucionando a lo largo de unos cuantos millones de años, nada, una minucia, hasta convertirse en las actuales aves. Este hecho, que ya había sido consensuado por la comunidad científica muchos años atrás —buscad Archaeopteryx, el eslabón perdido, y sabréis de lo que estoy hablando—, fue confirmado en 2008 por un estudio de la Universidad de Harvard. Esta investigación comparó por primera vez tejido blando fosilizado de un Tyrannosaurus rex con 21 muestras de diversas especies de vertebrados actuales. Los análisis moleculares del genoma no dejaban lugar a dudas. El simpático gorrioncillo y la tullida paloma urbana son los tataratataranietos de los dinosaurios.
Es una lástima tener que admitir que Parque Jurásico no dio ni una a nivel científico: en primer lugar, debería haberse llamado “Parque Cretácico”, ya que los dinosaurios de la peli no vivieron ni por asomo en el Jurásico. En segundo lugar, no se ha encontrado en el planeta ni una mijita de ADN de dinosaurio, así que veo complicado lo de clonarlos y reproducirlos. Y por último, hoy día sabemos que el tiranosaurio, el velocirraptor y muchas otras especies de dinosaurios lucían estructuras similares a las plumas de las aves actuales. Pero bueno, le perdonaremos a Spielberg que se tomara ciertas licencias. Al fin y al cabo, ¿os imagináis a una paloma gigante asesina reventando un 4x4? Yo tampoco.