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WILKELLYS PIRELA
cuerpo, casa y territorio
Desde que emigró de Venezuela a Chile, Wilkellys Pirela se ha preguntado por las transformaciones del espacio doméstico y cómo la casa y el hogar son territorios que mutan: son lugares de protección, pero también de violencia. Usando cartón, pedazos de tela o simplemente tiza, sus obras como El festejo de la mudanza, Marcación de territo rio y Preguntas espaciales son intervenciones que hace en la calle y que conviven con todo lo que ocurre en el espacio público.
Llegué a vivir a Chile el 15 de abril del 2017. Yo había salido de la universidad en Caracas, Venezuela, traté de conseguir trabajo pero el dinero no me daba, así que preferí arriesgarme y ver si podía ayudar más a mi familia desde acá. Lo que más me motivó a venir era que me daba cosa que mis papás estuvieran ahí matándose por alimentarme. Toda mi familia sigue allá.
Yo venía con muchas expectativas, porque te venden la idea de que si viajas a otro país vas a prosperar. De Chile yo conocía muy poco, tan poco que ni siquiera sabía que acá había invierno, que tenía las estaciones tan marcadas. Cuando me vine llegué con pura ropa de verano y la cagué, porque el clima acá es totalmente diferente. La experiencia fue un golpe duro, porque pensé que el tema de la documentación era más fácil y me encontré con que es re difícil tener un respaldo legal aquí.
La casa como territorio de combate
Con mi familia siempre vivimos en el mismo lugar en Caracas, nunca nos mudamos. Vivíamos hacinados en una casa ubicada en un cerro, en un espacio súper reducido para cuatro personas. Yo la sentía literalmente súper cercana, como una especie de abrigo, pero empecé a darme cuenta que si bien era un abrigo también era un sitio de combate y de violencia, porque al haber falta de privacidad el clima se vuelve tormentoso. La cercanía que sentía con el espacio también me generaba rechazo, incomodidad.
Las construcciones de esas casas son muy intuitivas, es decir la gente va y pone sus bloques. Otra características es que son ensambladas, se mezclan materiales como el zinc, la madera y el cemento. Eso se relaciona mucho con lo que hago porque es la estética que manejo, por una cuestión de vivencia. En ese entonces jamás se me pasó por la cabeza irme o vivir en otro país. Mi mundo era demasiado reducido, pero cuando viajas y te das cuenta de otras realidades, también cambia tu forma de pensar.
Migrar
Al irme de mi país comprendí lo que es el núcleo familiar y la importancia de tener un espacio físico que te permita arraigarte a un espacio determinado. El mundo y la historia se han construido de migraciones, pero cuando lo vives directamente te das cuenta que tu casa al final del día puede estar en cualquier parte. La casa se muda contigo, por eso hago la relación entre casa y cuerpo, porque somos nuestra propia casa también. Arrastramos imágenes y recuerdos de nuestro primer núcleo, lo suplantamos por cosas nuevas o lo modificamos, pero siempre hay un rastro de lo anterior. La migración voluntaria arrastra nostalgia, y la forzada también, pero esta última está marcada principalmente por la precariedad.
Cuando migras así como yo, de un momento a otro, hay un conflicto con la documentación. Es súper vital hablarlo, sobre todo acá en Chile que es tan difícil de obtener. Obviamente eso se convierte en un círculo vicioso de cosas que no puedes hacer o que te están limitando, porque eres completamente inexistente y eso impide establecerte. Hice una obra textil que refleja eso, se llama Una cita con los astros y busca cuestionar qué tan legal o ilegal eres, aunque en realidad acá se utiliza la palabra regular e irregular. Te dicen que tienes el derecho a moverte, a estar en otros espacios, pero en la práctica te dicen lo contrario.
El otro día una amiga me dijo que estaba muy estresada, porque normalmente no pasa mucho tiempo en su casa y tiene muchos conflictos familiares. Entonces ante el contexto de pandemia ha tenido que enfrentar eso, mientras que hay otro grupo que no la está pasando tan mal. Ahí opera la pirámide de privilegios que pueda poseer o no cada uno. La situación del virus es una invitación a que reflexionemos qué tantos privilegios tenemos en relación a otros cuerpos. La casa se puede volver una cárcel si es que para protegerte no debes salir, pero hay gente que dentro de su casa está viviendo otras realidades súper conflictivas. Y bueno, hay gente que de plano no tiene casa. Y hay otra gente, como en mi caso, que está súper preocupada porque todo se paralizó con el virus, pero el arriendo no va a parar. Las personas que trabajan el día a día, que no tiene contrato, ¿dónde quedan? ¿Qué pasa con ellas?
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Antes de las medidas sanitaria, alcancé a hacer unas últimas intervenciones espaciales con video y que tratan el mismo tema que trabajo siempre. Más allá de hablar específicamente del coronavirus son temas que se combinan, porque trabajo sobre el encierro y la situación doméstica, que ahora se han evidenciado mucho. Pero en este contexto lo que más estoy haciendo es dibujar y escribir. Yo estoy acostumbrada a vivir en espacios reducidos y a no tener taller. En ese sentido no me ha afectado la cuarentena obligatoria, pero en el plano íntimo sí, un montón, y en la economía también.
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Siempre me ha llamado la atención el espacio público, porque siento que tiene una mirada muy diferente a los museos o galerías. Tampoco soy una persona de una connotación artística muy grande, no tengo una lluvia de espacios a mi disposición. Siento que la calle también es un lugar para seguir creando, sin la necesidad de pedir permiso o esperar a que te ofrezcan un lugar. En ese sentido, el recurso de los espacios públicos lo uso para seguir construyendo un lenguaje artístico, pero no es con un fin simbólico.
Yo me muevo por Barrio Yungay, que es la zona de Santiago donde vivo y donde más tiempo estoy. A veces voy al centro, pero de Santa Lucía hacia arriba no voy casi nunca. Suelo tener muchas ideas, pero cuando camino por la calle los mismos espacios me dicen qué podría hacer o qué no. Mi trabajo va saliendo mucho al caminar y observar.
Las personas que hacemos arte en la calle tenemos que saber a lo que estamos yendo. Si alguien pintara sobre lo que yo hice sería tonto de mi parte molestarme, porque así es el espacio público. O si a alguien le gusta y se lo lleva, o si a alguien no le gusta y lo quita, son cosas que suceden. Uno no tiene control de lo que pasa en ese territorio. La permanencia de la obra seguramente va a ser corta. Me pasó que hice una intervención que decía no todos somos del maldito mundo ( El festejo de la mudanza) y a la gente no le gustó y lo bajaron al día siguiente con mucha rabia. Son cosas que pasan y está bien porque te da mucho material para pensar y para descubrir nuevas posibilidades sobre la intervención.
Hice la obra El festejo de la mudanza (2018) el mismo día que cumplí un año en Chile, la hice con retazos de tela, haciendo un recuento de lo que había aprendido durante ese periodo y lo que significaba para mí la migración. Venezuela es un país donde hay gente de muchas nacionalidades, pero nunca me pregunté cómo lo hacían para estar ahí. Para mí la migración nunca fue una pregunta hasta que me tocó vivirla. Tengo otras obras donde intervengo fachadas y dibujo casas con el número 11, que corresponde a la numeración de mi casa en Caracas. Esas obras se llaman Marcación de territorio, en las que voy tratando de hallar un lugar acá en Chile y juega un poco con lo que hacen los gatos y perros que van orinando la calle, marcando su territorio.
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Al llegar a Chile, me di cuenta de todo lo que estaba normalizando dentro de mi casa familiar. Los contextos sociales son burbujas. Así como la gente pudiente vive en su burbuja de comodidad y de privilegio, pasa lo contrario con los sectores más precarios, que también viven en una burbuja, pero de incomodidad. Uno arrastra ciertas imágenes o recuerdos, pero también uno arrastra violencias. Pienso que tiene mucho que ver con la cuestión económica. La economía te transforma y a veces te hace estar en espacios que no quieres, pero no puede salir de ahí porque estás atrapada. O te hace estar con personas que no deberías, pero que no puedes salir de ahí porque estás dentro de un circuito de violencia constante.
Pertenecer a un lugar
Muchas veces se confunde el sentido de pertenencia con un sentido patriótico. Una de las cosas positivas de la migración es que te enseña a romper con eso, porque no es necesario. A mí me lo borró, porque me di cuenta que la casa es uno como tal. También va muy ligado con la estabilidad emocional y económica que puedas tener en el lugar. Me pasa que como no tengo ninguna de las dos acá, ni documentación ni un ingreso fijo, eso no me permite decir llegué a este lugar.
El tiempo es fundamental para hacer un mapa de relaciones. Mientras más tiempo pasas en un lugar, más te vas impregnando de él y al revés. Creo que esa pertenencia empiezas a sentirla con la temporalidad y las cosas que vivas. A mí me pasa que no tengo un sentido de pertenencia con Chile, pero tampoco lo tengo con Venezuela. O sea, lo que yo tenía construido allá, ya lo perdí. Ahora siento que estoy en un limbo y, a la vez, en la construcción de lo que pueda surgir acá.
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