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CARLA YOVANE
en el centro de la prostitución
La psicóloga y fotógrafa autodidacta realizó dos proyectos en que registró la intimidad de las trabajadoras y trabajadores sexuales en las cercanías de la Plaza de Armas de Santiago. Mujeres migrantes y hombres chilenos retratados sin morbo, bajo la mirada cómplice de Yovane, que solo después de horas de conversación y de confianza en esas habitaciones escondidas en el centro de la ciudad, sacaba su cámara del bolso y hacía las fotos que se ven a continuación.
Carla se bajó del auto en San Antonio, zona centro de Santiago, y se quedó un par de horas en esa calle, mirando a las trabajadoras sexuales que ofrecían sus servicios a quienes caminaban mientras la ciudad se oscurecía.
Al otro día fue más temprano. Conversó con algunas mujeres migrantes que trabajaban en el lugar, se ganó la confianza de unas pocas –otras pensaron que po- día estar trabajando para la PDI–, y les explicó que estaba realizando un proyecto para el Festival Inter- nacional de Fotografía de Valparaíso (FIFV 2017). Entonces la invitaron a un motel donde atendían a sus clientes, para que observara cómo era la rutina que tenían, y recién ahí sacó su cámara fotográfica.
–La cámara siempre viene después. Primero me gusta involucrarme en las historias, ver qué es lo que me pasa y recién ahí sacar la foto. En esta serie estaba con una de ellas, sonó un reggaetón y nos pusimos a cantar al mismo tiempo. Ahí es cuando nace la foto, que es cuando te olvidas que ella es prostituta y que yo soy fotógrafa, y que solo somos dos personas a las que nos gusta la misma canción.
¿A qué distancia miramos la diferencia? es el nom- bre de ese proyecto, en que Yovane retrató las jorna- das de trabajo de mujeres migrantes, especialmente de Colombia y de República Dominicana, en las cercanías de la Plaza de Armas. Pero si bien le gustaron las imágenes obtenidas, en que se puede observar la intimidad de esos cuerpos no hegemónicos en las pausas entre uno y otro cliente, pensó que no había nada nuevo en esos retratos, así que una vez que finalizó ese proyecto se dedi- có a pensar inmediatamente en el siguiente. Así llegó a Tiempo de Vals.
MATÍAS C. CHANDÍA : ¿A qué te refieres con que “no había nada nuevo” en esas fotos?
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CARLA YOVANE : Desde que existe la foto se ha retratado mucho más la prostitución femenina que la masculina, por eso trataba de una banca durante horas a observar los movimientos de las personas que se instalaban en el lugar: vendedores ambulantes, ladrones de poca monta, músicos callejeros, dealers de drogas y pastores evangélicos; hasta que se encontró con la sutileza de las miradas cruzadas entre prostitutos y clientes. Luego se presentó, conversó con los trabajadores sexuales –todos chilenos–, les explicó su proyecto y finalmente fotografió a muchos de ellos y a tres clientes. En ese ambiente de transacciones de dinero, tiempo y servicios, los clientes la veían como alguien que podía pagar el motel o incluso invitarlos a almorzar, así que aceptaban ser fotografiados por esa ayuda económica. Cuestión no menor, ya que la mayoría realizaba trabajos precarios en los alrededores de la plaza: vendedores ambulantes, cuidadores de autos, guardias, cajeros. Y aquellos que decidieron participar en las sesiones, eran clientes habituales que tenían un lazo más allá de lo sexual con el trabajador y que no les importaba ser expuestos. “En general eran personas solitarias, sin familia. Recuerdo que uno de ellos vendía banderitas para la visita del Papa Francisco, así que le preguntaba cómo iban las ventas y me contaba de su día y se relajaba conmigo. En esos momentos, que es cuando estamos de par a par, es cuando hago mis fotos”, explica Yovane, que de manera natural ha podido unir la fotografía con la psicología, profesión que no ejerce pero que de manera inconsciente influye en el íntimo acceso que logra con sus retratados. acercarme a ellas de cierta manera que provocara algo que no se hubiera visto antes. Después me dije que si hay minas, vamos donde los minos entonces, y además tenía que ver con mostrar a los clientes también. Porque siempre la mirada está puesta en el sujeto o sujeta que ejerce la prostitución, y yo decía: a ver, si el sexo se vive de a dos al menos. Luego me puse a pensar que la prostitución la tenemos asociada como algo nocturno, y las fotografías que uno ve son con flash, de noche, siempre con alcohol o drogas. Así que me dije: voy a tratar de hacer esto de otra manera.
Para hacer Tiempo de Vals Carla fue durante el
día a la Plaza de Armas de Santiago y se sentó en
CY : Primero había diferencias entre las trabajadoras extranjeras y las chilenas, porque acá son más fomeques y las colombianas o las dominicanas venían con vestimentas nuevas, todas muy guapetonas y voluptuosas. Les decían a los hombres: “Papito que yo le hago esto y esto otro”; y los dejaban calientes al tiro. Otra diferencia es que me atrevería a decir que la mayoría de las mujeres tenían relaciones heterosexuales, y los hombres con los que trabajé follaban con otros hombres, casi todos eran gays, pero había algunos que se declaraban heterosexuales y veían esto como un trabajo. Y lo otro es que no conocí a ninguna mujer que dijera que trabajaba desde el deseo, que estaba ahí porque le gusta follar, sino que lo hacían para enviar plata a sus familias en sus países. Mientras que algunos hombres me decían: “Me metí en esto porque tengo que comer, pero también porque me gusta el sexo”. Durante días Carla acompañó a varios trabajadores sexuales en sus rutinas diarias: ubicarse en la plaza,
descubrir a los clientes entre la multitud de personas, caminar con ellos rumbo a los moteles –legales y clandestinos– que se esconden entremedio de las oficinas del centro histórico de Santiago y entrar a las piezas con ellos. Pero antes de fotografiar a estas parejas, debía esperar en los pasillos mientras ellos tenían relaciones sexuales. En ese lugar, veía pasar a las personas que hacían la limpieza –mujeres principalmente–, que le preguntaban qué hacía afuera de la pieza, que por qué no entraba o si estar tras la puerta le generaba placer. De hecho los trabajadores sexuales también le preguntaban si hacía esto por placer.
–Pensaban que andaba detrás del follón, porque me contaban que algunos clientes hacían videos cuando tenían relaciones sexuales con ellos. Entonces les decía que eso era justamente lo que no quería, que mi intención era meterme en sus cabezas y ver qué les pasaba antes y después de follar. Pero eso les parecía que era muy raro. Y las personas que trabajan en los moteles encontraban que yo era una mina súper loca, obviamente, con un fetiche muy extraño.
MC : ¿Cuál es la reacción del público cuando ve estas fotografías en galerías y museos?
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CY : Este proyecto es muy personal y ha sido el Festival Image Singulières, en una sorpresa el alcance que está tomando. En Francia, se proyectaron las imágenes en un anfiteatro frente a unas 800 personas, que durante tres minutos estuvieron todas calladas viendo una pantalla gigante. Ahí me puse a llorar. También expuse con otras mujeres en una galería en París, y les llamaba la atención que una mujer retratara este mundo. Porque no hay que olvidar que en general el mundo ha sido retratado por los hombres y te aseguro que si un hombre heterosexual entra a los lugares que accedí yo, las fotos que él tome van a ser muy distintas a las mías.
MC : ¿Y qué te dicen en Chile?
CY : Me invitaron a Punta Arenas a hacer una proyección de fotografía y una charla con este tema en un lugar que se llama Casa La Porfía. Estuvo súper interesante porque salió harto en prensa, en radios y estuve en un matinal hablando de prostitución durante media hora. Llegó mucha gente y en estos encuentros trato de acercarme a las personas que no sean fotógrafos, amigos ni familia. Ahí llegó un papá, una mamá y un joven escolar. Me acerco y el padre me contó que antes de salir al trabajo me vio en el matinal y le había dicho a su pareja: “Tenemos que ir porque es la instancia de educar a nuestro hijo, para enseñarle que hay otros mundos y vea cómo se viven ciertas sexualidades”. Y ahí es cuando uno siente que el trabajo valió la pena.
CY : Ninguna (se ríe). Así que cuan- do lo haga te voy a llamar para contarte quién la compró, porque no sé quién va a querer tenerlas en su living. Igual estas fotos se alejan de la mirada morbosa, mi manera de tratarlos es que no se vean solo como trabajadores sexuales, sino que se vean como los seres humanos que son.
En 2018, cuando a Carla Yovane le avisaron que con las fotografías de Tiempo de Vals obtuvo el premio al mejor portafolio del FIFV y que tendría una muestra en Valparaíso, reservó una mesa grande en un restaurant de parrilladas en el Barrio Brasil de Santiago. Ahí se sentó a comer y compartir con algunos de los trabajadores sexuales que retrató. Les agradeció y entre medio de la carne, las papas, las ensaladas y las copas de vino repartidas por la mesa, Carla hizo circular una maqueta con sus imágenes, para que ellos escribieran sobre sus fotografías. No todos pudieron asistir ese día, así que a veces ella sale con esa maqueta y camina hacia la Plaza de Armas, buscándolos entre la multitud para que escriban algo. “Lo hago porque me gusta”, se lee en una de esas páginas.
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