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Siempreviva por Oswaldo Gutiérrez Esparza

por Osvaldo Gutiérrez Esparza.

Creo que ahora me he perdido. Sin duda ha sido así. Caminaba por un sendero terroso, lleno de zacate maltrecho y árboles brumosos. Llevaba un camino, eso lo recuerdo muy bien. Pero luego se me olvidó y tomé otro camino. Pero en resumidas cuentas, no recuerdo para dónde iba. A mi alrededor hay árboles, plantas, pequeños bichos que caminan lentamente arrastrando sus delicadas y diminutas patas sobre el suelo entre tierra, y pequeñas rocas que obstaculizaban los destinos de los bichos, cualesquiera que sean sus destinos.

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Mientras tanto, el aire soplaba, movía las hojas de los árboles y las pequeñas plantas del suelo. Algunas hojas caían, otras sólo parecían que estaban a punto de caer, y otros ni se inmutaban por los ventarrones. Pero lo que más me preocupaba, era el hecho de que me he perdido en el lugar donde algunas hojas caen y otras se mantienen. Me perdí en el lugar en que los bichos, sus destinos se ven frustrados por rocas diminutas que yo podría agarrar y tirar lejos. A parte de eso, me encuentro totalmente solo. No recuerdo si venía con alguien, si venía con mis amigos o familia. Tal vez con un tío, pero no estoy ciertamente seguro. ¡Oh, ya sé! ¡Venía con mi tía Catalina! No, aunque creo que no pudo haber sido ella. Hace ya varios años que no la veo. Pero lo que sí puedo ver, es cómo las hojas tardan un tiempo infinito en caer desde los altos árboles.

Recuerdo muy poco por dónde venía, recuerdo más o menos el ruido de un arroyo que fluía debajo de un puente que lucía bastante viejo. Se veía más viejo que la tierra que le cubría, más viejo que el agua que fluía violentamente, y más viejo que los árboles. Era un puente viejo, le faltaban pedazos.

Alguien podía caer desde ahí como las hojas que se deslizan sobre el viento de manera interminable, siendo arrastradas por esas corrientes de aire que todo parecen llevarse lejos, para no volver a ver lo que se llevó. Esos interminables viajes de las plantas y las hojas que se despiden del cálido suelo en el que habitaban. Me pregunto sobre esas hojas que caen constantemente; ¿qué pasaría si los árboles se quedan sin hojas para soltar?, ¿qué pasa si no vuelvo de dónde venía? Aunque, no sé de dónde venía. Pero lo que sí sé es que todos venimos de algún lugar.

Las hojas que caen de los árboles vienen de los árboles, los árboles que fuertes vienen de la tierra. Y todo viene de algún lugar. Pero yo, no recuerdo de dónde venía ni de dónde soy. Sólo sé que todo este tiempo me he venido preguntando en dónde estoy. Tal vez he olvidado que siempre he estado aquí.

—Sí, yo también me pregunto si siempre he estado aquí. Aunque, ya conozco la respuesta y nunca te la diré. Porque, aunque te la dijera, jamás la entenderías. Recuerda: el sol se pone siempre sobre ti y la luna también. Nunca sales, nunca corres, sólo observas cómo las cosas son cosas y las nubes navegan por el cielo. Como la espuma blanca sobre el agua salada. La vocecilla chillante parecía no venir de alguien cercano. Miré a mi alrededor pero no se divisaba a ninguna persona. Sin embargo, de nueva cuenta, esa extraña vocecilla pronunció con curiosidad:

—¿Por qué miras así a todos lados? ¿Acaso tienes miedo de lo que dije? —decía rítmicamente una pequeña boca que se movía en una planta del suelo justo a un lado de mí.

No podía creerlo, resultaba tan misteriosa y me causaba miedo. La planta que estaba a mi lado podía hablar y preguntarme cosas. No era como esas hojas que caían para quedar en el suelo por siempre a menos que el aire las moviera y las llevara a otros lugares. Esta planta parecía tener voz y ser una parlanchina.

Sus colores y forma le daban un aspecto bello y perfecto que se quedaba en mis pensamientos como algo que sé, que por nada olvidaría. Todos sus detalles, todas las curvas y líneas me parecían una pintura que volveré a encontrar en mis sueños al dormir.

─¿Y bueno? ¿Te vas a quedar ahí todo el rato con la boca abierta? ¿A caso te parece extraño que una planta hable? Créeme, lo que está entre las estrellas y no alcanzas a ver lo es aún más. Una planta parlanchina y perfecta como yo es lo menos extraño que hay. Soy una siempreviva. Mi nombre lo dice, siempre estamos vivas. Tenemos formas muy definidas que el ojo humano lo empieza a ver todo confuso y se pierde en mis líneas. Tan sólo miraba cómo una boca diminuta sacaba palabras de no sé dónde. Pero sucedía. Me hablaba la planta del suelo, enterrada entre piedras y tierra.

— ¿Qué pasó? ¿Te perdiste? Oh, vaya. Todos se pierden por aquí. No te preocupes. No hay nada que temer cuando a todos les pasa lo mismo. ¿No crees?

—Pero yo no quiero perderme aquí, no pertenezco a este lugar extraño — contesté gritándole.

—Y yo no deseo ser una planta que habla con personas que le gritan. Pero mírame. Aquí estoy. ¿Crees que quiero ser una siempreviva? No.

Me gusta mi forma, me gustan mis líneas y confusión. Parece como si mis líneas estuvieran en todo lo que ves. Pero no quiero ser una planta. A veces tengo ese extraño sueño en el que… ¡Yo estoy perdido! No sé de dónde vengo ni a dónde voy.

Bueno, y si me sigues interrumpiendo creo que menos llegaremos al final de todo esto. Pero ahora que lo pienso, me encontraba perdida también hace tiempo. Andaba por ahí, luego por allá, y al final estoy aquí hablando contigo que también dices estar perdido. Todo es tan extraño, pero nunca tan extraño como lo que ni siquiera llegaremos a pensar o ver.

¡Nunca podré regresar a casa!

¡Ya cálmate! Tal vez no lo recuerdas y ésta es tu casa. Todo esto, todo árbol y arroyo que ves. Cada ave que vuela veloz, cada brisa que refresca y lluvia que humedece. Cada pequeño bicho que se arrastra, cada ninfa que se esconde entre arbustos esperando nunca ser descubierta, y obrar como lo ha venido haciendo desde siempre. Desde antes que tú y yo estuviéramos hablando, y que seguirá andante incluso cuando dejemos de hablar para siempre. Escondiese, esa ninfa que no se ve y se transforma en madera o agua. Siempre oculta a los ojos que desean entenderlo todo.

¿Qué? No sé de qué hablas.

─Bueno, tengo demasiados pensamientos. Cuando se vive en el bosque se observan cosas que es mejor no decírselas a nadie más porque resulta difícil que nos crean. Qué importa, sólo soy una siempreviva.

Estaba cansado. Tengo mucha hambre, y creo que hablar con la siempreviva sólo me ha dado más preguntas. A este paso me resultará más complicado saber a dónde voy. Tal vez si me pongo a pensar mucho sobre lo que venía haciendo pueda llegar a recordar un poco más.Pero cada vez que lo intento sólo recuerdo árboles y arroyos que fluyen como si desde el fondo algunas manos chapotearan. Es todo lo que recuerdo. Mientras tanto, soportar a esa siempreviva a toda costa. Me resulta extraño todo lo que ha sucedido hoy. No recuerdo que las plantas o las flores tuvieran voz. Siempre las había visto quietas, mudas, siempre expectantes a todo lo que pasa en el mundo y sin poder hacer nada al respecto. Siempre parte del flujo que todo se lleva. Aunque, como no recuerdo nada, puede que haya olvidado que las plantas tenían su voz. No lo sé, no tengo certeza de nada.

Se vuelve noche, la tarde avanza rápido sacando al sol del cielo. No quisiera pasar una noche bajo las estrellas que apenas y pueden iluminar a cada árbol y hoja que hay en toda esta arboleda. Lo mejor que puedo hacer es quedarme con la siempreviva a su lado, recostado en el suelo sin importar que me manche de tierra y lodo. Es todo para lo que aún me quedan algunas fuerzas, quedarme aquí, quieto e inmóvil observando todo lo que sucede. Estaré con la siempreviva hablando y eso me hará sentir menos solo. Pero antes, creo que debo disculparme por haberle gritado.

─ Perdón… por haberte gritado…en verdad lo siento. No… me sentía bien, estaba asustado.

Me encuentro perdido y no sé qué hacer.

─Lo entiendo perfectamente, créeme ─dijo mientras movía un poco de tierra a su alrededor.

¿Cómo es que lo entiendes? ─mencioné un poco intrigado.

Sólo lo sé.

─Bueno, por lo menos lograremos disfrutar de los últimos rayos de sol, de esta tarde tan extraña. Ver la luna y platicar hasta caer dormidos. Espero poder descansar un poco, y en la mañana seguir con el que se supone es mi camino de regreso o al menos recordar un poco. Sabes, planta, estoy segurísimo de que las plantas no hablan. Pero hoy en día las cosas tienen menos certeza. Puede ser que haya olvidado que las plantas hablan, olvidé tal vez las cosas más importantes de este mundo.

No te preocupes. Sé que es extraño todo. Tan sólo mira todas mis líneas, son tan hipnóticas que te hace ver laberintos donde se supone sólo hay plantas. Sabes, chico, quisiera navegar como aquellas últimas aves que se dirigen a sus nidos para encontrar calor durante la llegada de la noche fresca con sus estrellas, apaciguando el calor que la tarde dejó.

Sin embargo, aquí estamos sentados. Bueno, yo sólo estoy donde siempre he estado. Tú sí estás sentado. Y las aves seguían volando hacia un horizonte del que no se veía fin sino sólo colores que cambiaban.La oscuridad comenzaba a empujar lo que quedaba del sol hacia otro lado donde fuera más necesario. Los puntos blancos, las estrellas, parpadeaban desde el alto cielo negruzco. Una brisa revitalizadora hacía tambalear las hojas de los árboles más altos, sacudía mis cabellos castaños y erizaba la punta de los pelos de mis brazos. Las nubes oscuras, la luna oculta, las formas de los árboles más alejados que se confundían con extrañas de criaturas míticas de tiempos olvidados. La sombra de las ninfas que mantenían en regla la arboleda, los ojos brillantes de extraños seres de los que nada se sabía más que sus ojos brillaban entre los gruesos árboles en una noche fresca.

La humedad del suelo no cambiaba, se sentía igual desde la mañana. Eso no cambiaba, me tranquilizaba un poco a pesar de las cambiantes formas que la arboleda comenzaba a tomar. A pesar de los lejanos murmullos de los que nada puedo entender. Cada vez se volvía menos preciso de que se trataba todo, cada vez resultaba más difícil diferenciar las formas de las cosas.

Pensaba, tal vez, que era un sueño que apenas llegue la mañana, olvidaré con el calor del sol sobre mi piel y cabellos.

O tal vez todo tenía lugar. Las formas se volverían más extrañas conforme la noche se volviese más oscura y menos seguro de las cosas podría estar ya. Sólo podía reconfortarme con la voz de la siempreviva que me seguía el hilo de las cosas. Pasamos el resto de la noche hablando hasta caer dormidos, entre risas y palabras que sólo no terminaban.

Veíamos las luces estelares que se intensificaban junto a la luna llena de pozos que se distinguían muy bien desde este lado de la arboleda. Podía ver cómo esos puntos titilantes cambiaban de posición cuando una mirada tardía era lanzada. La luna se movía también, huyendo del sol que siempre le perseguiría. No pude más, la noche me hizo dormir y las estrellas me mirarían atentas mientras estuviera inmóvil.

Sentí el calor de una mañana nebulosa, el día era húmedo de nuevo. Sentía cómo mi cuerpo era calentado por la luz del sol que se escabullía desde el horizonte anaranjado mientras que las estrellas se despedían. Y entonces caí en cuenta de lo que sucedía. Desperté como una siempreviva de líneas confusas llena de laberintos. Tuve el sueño más extraño, un niño se perdía en esta arboleda.

Yo podía hablar con él y me respondía. Entonces, la mañana siguió con este sol que calentando la tierra me recordaba el único lugar que podré tener. En eso, el sonido de unos pasos apresurados se escuchó detrás de un arbusto que se movió. Y a lo lejos en el arroyo se distinguía una figura que se sumergía desvaneciéndose entre el agua.

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