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Mayo/Junio, 2019 No. 6
Nudo Gordiano DIRECTORIO Consejo Editorial Adrián Alcántara Solar Julio César Calleros Rodríguez Enrique Ocampo Osorno Julia Isabel Serrato Fonseca
Dirección Enrique Ocampo Osorno dirección@revistanudogordiano. com
Difusión Erasmo W. Neumann
Jefa de Diseño Editorial Mary Carmen Menchaca Maciel
Redes Sociales Claudia Monterrubio
Toluca, Estado de México, México. Nudo Gordiano, 2019. Todos los derechos reservados. Revista literaria de difusión bimestral contacto@revistanudogordiano.com Todas las imágenes y textos publicados en este número son propiedad de sus respectivos autores. Queda por tanto, prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos de esta publicación en cualquier medio sin el conocimiento expreso de los autores. Los comentarios u opiniones expresados en este número son responsabilidad de sus respectivos autores y no necesariamente presentan la postura oficial de Nudo Gordiano.
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Índice Cuentos la Espada Debe Sangrar Juan Pablo Goñi Capurro Expediente Esmeralda Audiel Gonzajuá Génesis Jesús Valdemar Pool Canul El Pequeño Mezquite Rocío Prieto Valdivia Ratas de Biblioteca Ernesto Tancovich
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Poemas la Lanza Poemas david González Inventar la noche Ariatna Gámez Soto Espejo de mano Evaluna Pereyra Eufrasio Kenopsia Rafael Aguirre Tiempos de aires Verdes
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Francisco José Casado Pérez
21 de diciembre en el barrio
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Adán Machuca
Reflejo Solitario Bélgica Barrón Extinción
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Suarlíin David Ramírez Cordova
Ensayos el Yugo Consideraciones biológicas de la responsabilidad legal
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Diego Alonso Rodríguez Méndez
Reseñas el Buey ¿Qué es la literatura? de Jean Paul Sartre Juan Rey Lucas
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Debe sangrar Juan Pablo Goñi Capurro
Debe sangrar. Debe sangrar, debe sangrar, debe sangrar. Me corto una vena y ya está. Una vena no, se me puede complicar si no corto la hemorragia, las enfermeras ponen una goma cuando te sacan sangre. Mejor me pincho la yema de un dedo, si no alcanza para mucho sigo con otro, tengo diez dedos. Veinte, puedo repetir con los del pie. Nadie muere desangrado por pincharse un dedo con una agujita. Es un requisito complicado para la gente como yo. A mí me hace mal ver sangre. Igual no necesito verla. Pincho y dejo que caiga en una tapita, en un medidor de los que vienen con los jarabes. Primero debo limpiar el medidor, no se debe contaminar la sangre con azúcar. La sangre es de sabor acre, la sangre es muerte; el azúcar es dulzura, es mariconada, es un panfleto para vender sesiones en un spa.
La chica del sexto da clase de dibujo para chicos en el centro cultural de la plaza, ella tiene que saber cuán rápido hay que utilizar la sangre antes que se seque y no sirva más. Temo que de todas formas no me servirá para mucho; mejor, lo bueno si breve, dos veces bueno. No lo han dicho en el taller pero es algo que ya sé desde hace mucho tiempo. Mi mamá me lo enseñó cuando yo tenía doce años, la tarde en que me encontró desconsolado midiéndome el pito. Debe sacudir. Aquí me lo han puesto más difícil. Con la sangre, la extraigo y la uso, pero ¿cómo hago para sacudir a alguien sin estar presente? Sacudir. Si hubiera dicho anestesiar, resultaría sencillo, bastaría con impregnar la superficie con cloroformo y utilizar tamaños pequeños y enrevesados. Lo obligaríamos a acercarse y entonces el cloroformo funcionaría de maravillas. Pero no ha dicho anestesiar, ni repugnar.
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Repugnar es simple, se utiliza el mismo método descripto pero en lugar de cloroformo se coloca una sustancia desagradable, algún compuesto con azufre de los que huelen a huevo podrido. Pero tampoco es repugnar, sacudir ha dicho. ¿Se habrá equivocado? Todos cometemos errores, él mismo lo ha dicho, ¿por qué no pudo cometerlo? No se me ocurre manera de sacudir sin estar yo allí moviéndole la silla al tipo que me haya tocado en suerte. Digo tipo porque no me veo con ellas, no, lo mío es muy áspero para los ojos femeninos. ¿Qué me preocupa el género si es lo mismo? No puedo sacudir a un hombre ni a una mujer sin estar yo allí, ¿cómo se consigue eso, con telepatía? Debe ganar por knock out. ¿Estamos escribiendo un cuento o estamos en una pelea de box? Que sangre, que sacudida, que knock out, el tío está describiendo una paliza. Y, obviamente, yo no soy el que está repartiendo las hostias. ¿Se habrá equivocado de lección el maestro? Hoy, para poder curarla, estos tíos dan clases de lo que sea, quizá creyó que estaba en un taller de box. Éramos dos varones entre quince mujeres pero hoy las mujeres boxean tanto o más que los hombres. Estoy delirando, por más colgado que sea un profe, en una biblioteca no se dan talleres de boxeo. Así que, a seguir con esto, que si no me sale un cuento será plata tirada la matrícula. Knock out. ¿A quién hay que noquear?, ¿al lector? ¿De eso se trata? ¿La sangre debe ser del lector o nuestra? ¿Me parece a mí o este hombre me ha dado vuelta las cosas? ¿Cómo hago para pegarle a un lector con la única ayuda de un pedazo de papel y un poco de tinta? Tinta combinada con sangre, que esa mezcla sí puedo lograrla. 7
Noquear, dar un golpe definitivo, dejar al lector grogui, sin conocimiento. Se me está ocurriendo un invento maravilloso, la cabina para el cuento perfecto. Una cabina pequeña, con un sillón muy cómodo, luz buena y hasta un atril para sostener el libro. El lector se sienta, se cierra la cabina. Le chorrea sangre en la cabeza a través de un tubo, la cabina se sacude cinco minutos y luego un brazo mecánico da un golpe en la mandíbula del lector mareado. Un invento cojonudo, debería patentarlo antes que me roben la idea. Vamos, ¿quién no querría leer un cuento que garantiza todas las condiciones que debe reunir el relato perfecto? Diga que debo escribir un cuento para someterlo al escrutinio de mis concienzudas compañeras de taller, que si no, largaba todo y me dedicaba a profundizar mi invento. A ver que más tenemos. Debe decir una cosa diferente a lo que dice. ¿Cómo?, ¿he oído mal? ¿Cien euros el puto cursillo para que me salgan con esto cuando ya creía tener cocinado el asunto de la sacudida? Imposible, lo escucho otra vez, nadie puede ser tan hijo de puta. Debe decir una cosa diferente a lo que dice. Y sí, lo dice así, suelto de cuerpo. Debió ser en la parte en que se apoyó contra los estantes de autores latinoamericanos y jugueteó con el cigarrillo electrónico. Apagado, que las niñas no se lo dejaron encender. De haberlo escuchado lo hubiera interrumpido, ahora no puedo, ¿qué gano discutiéndole al celular? Eso me ha pasado por llegar tarde y no conseguir una de las cuatro sillas disponibles; desde el baño no se oye casi nada, de no ser por la grabación, me perdería todo. Lo que no entiendo es como nadie le preguntó al respecto. Un supuesto docente dice que un cuento «debe decir una cosa diferente a lo que dice» ¿y nadie le discute? A ver, ¿cómo se hace para decir lo que no se dice? ¿Cómo lo digo, si no lo digo? Porque si lo digo, lo estoy diciendo, entonces no sirve porque debe decir lo que no se dice. Y si no lo digo, tampoco está bien, porque en ese caso no estoy diciendo nada y fallo a la primera parte del enunciado, el «debe decir». ¿Cómo se dice algo, diciendo otra cosa? Si yo pido un vino, me sirven un vino. Según este profesor, deberían darme sangría. O sidra. Y a mí no me gustan la sangría ni la sidra. 8
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Vaya si se ha complicado este asunto de la escritura. ¿Empiezo por la sangre o espero a ver si se conecta alguna del curso y me explica como se dice sin decir lo que se dice? El problema es que me lo explique sin explicármelo, para que así quede explicado lo que no se explica. Y que me vuelva loco intentando descifrar qué me explicó cuando no me lo estaba explicando. Ah, no, yo loco no me vuelvo. El próximo jueves voy tres horas antes para sentarme en primera fila; le sostendré al profesor el saco, la mochila y los apuntes, como le tocó a la rubia la primera clase, pero me voy a sacar las dudas. Por lo pronto, al deber. Eso es, voy a empezar con el relato.
En la próxima clase hablaremos de un punto fundamental, el inicio del cuento. Ah, bueno, ¿cómo voy a empezarlo si no sé cómo se inicia? ¿Arranco por la mitad del cuento, digamos cuando el boxeador lo tiene contra las cuerdas y prepara el golpe definitivo, y después espero a la otra clase para ver cómo lo empiezo? O lo puedo empezar con una gota de sangre, ese sería un inicio potente, ¿qué más potente que el autor desangrándose para construir una historia? ¿O la sangre va a la final, en el clímax? Creo que es hora de rendirse, no conseguiré una sola respuesta convincente, mucho menos un relato con tantas instrucciones contradictorias. Yo sabía que me tenía que anotar en el curso de bricolaje, así por lo menos quedaba bien con mis tías en las navidades.
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Expediente Esmeralda Audiel Gonzajuá, 21 años
Medianoche del 25 de febrero del año en curso: Una llamada. Las llamadas a medianoche nunca son de buen augurio. Amalia Lira levanta la bocina. La boca todavía le sabe a sueño. Del otro lado resuena una voz que carraspea. -Tenemos a la niña. Dígale al presidente que si la quiere volver a ver abandone el cargo… Sonido constante, como el corazón de un muerto. La habitación vacía; la niña no está. Bernardo Zagua, presidente municipal. Su hija secuestrada hace 48 horas. Aparentemente sustraída de su propia casa. Zagua no tiene escoltas, es modesto en ese sentido, y aparentemente no tiene oposición. ¿Para qué pedirle dejar el cargo? Algún politiquillo de poca monta quiere el camino libre a la mala, así se hacen las cosas en este pinche país, a la mala. 28 de febrero: Amalia y Bernardo lloran en el palacio de gobierno después de la junta con el jefe de la policía. No encuentran nada; ni un rastro. No han vuelto a llamar. Los informes periciales indican la violación de dos cerraduras que dan a la calle. La ventana del cuarto de la niña estaba abierta. Hacía calor aquella noche. 01 de marzo: José Luis Paniagua, jefe de la policía, 25 años de trayectoria: historial limpio. Sin hijos. Sentado en su cuarto que da a la avenida, pantalón de pijama y mangas de camisa. También hace calor esa noche. Traza la ruta de investigación que recorrerá el día siguiente. Llega 10
hasta las afueras de la ciudad en un paraje llamado La Esmeralda, conocida cantina y prostíbulo de mala muerte. 02 de marzo: Bernardo Zagua está a punto de dejar el cargo. Amalia llora. Gotas de sangre en la habitación de la niña; dos gotas con forma de corazón, quizá provocadas por un golpe contuso. Del otro lado de la ciudad alguien también está sangrando. En una cama muy sucia del otro lado de la ciudad. Paniagua ha recorrido toda la zona, la ha peinado a contrapelo, y no ha encontrado nada en ninguna parte. Ha dejado el uniforme descansar en la mesita de noche; es un civil encubierto. Entra a una cantina polvosa y lo reconocen. En la trastienda se escucha ruido. Paniagua ensimismado, triste, se traga el nudo en la garganta con un buche de cerveza. Piensa en la justicia ciega que se sostiene frágilmente sobre una balanza mal equilibrada. 12 de la madrugada del 15 de marzo del año en curso:
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Las averiguaciones no han avanzado. Zagua ha dejado el cargo pero nadie ha vuelto a llamar. Amalia sigue sin dormir por las noches. Zagua toma el teléfono que ha estado sonando como entre la nada. Informante anónimo. Pistas certeras. Una voz que carraspea. Sobre manila con fotos debajo de la puerta. Bernardo Zagua cuelga la bocina. Amalia llora. Aquí la justicia se hace por bala propia. 2 de la madrugada en casa de José Luis Paniagua: Sin dormir, trazando la misma ruta a La Esmeralda con el dedo índice. Suena la puerta, suena la muerte, abre… Dos disparos certeros en la frente. Un hilo de sangre traza la ruta hasta llegar, una vez más, a La Esmeralda. 08 de Julio del año en curso: Bernardo Zagua se ha separado de su mujer. Ambos se culpaban de la desaparición de la niña. La procuraduría general de justicia sigue el caso. Ha transcurrido un año. En una gaveta vieja descansan las fotos que provocaron la muerte de Paniagua. Sobre manila: Paniagua bebiendo una cerveza, en el fondo hay una hilera de prostitutas: la niña de Zagua a la izquierda. Zagua la reconoce bajo las capas de maquillaje y la peluca negra. ¿Cómo no va a reconocer un padre a su propia hija? 16 de marzo: Zagua se dirige a La Esmeralda. Lugar ausente. “Aquí no ha pasado nada”. Un montón de edificios chamuscados. Al crimen se lo tragó la tierra.
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Génesis Jesús Valdemar Pool Canul
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o podía precisar el origen de aquella frase. Frase como párrafo inicial de cuento o novela que furtivamente acudía a su cabeza en últimas fechas. Era difícil de ignorar: su estructura gramatical y sintáctica bien construidas, su ritmo, su contenido sugerente, la convertían en una melodía que su mente repasaba en los momentos solitarios y de silencio, que eran los más. En ocasiones, cuando se hallaba absorto en un pensamiento distinto, aquella frase como génesis de libro le asistía de forma abrupta, como una sensación de algo ya vivido pero, a diferencia del deja vú, no se trataba de una imagen concreta, sino de un fenómeno abstracto, narrativo, y le producía una sensación similar a cuando se tiene una palabra en la punta de la lengua, o en este caso en la punta de la mente, o del cerebro, si es que tal área encefálica existe. En vano pasaba días en vela intentando rastrear el origen de aquel extracto misterioso, y la ansiedad le hacía figurarse a sí mismo como un niño perdido en el bosque que encuentra una larga cuerda que discurre entre las dendritas de los árboles como una promesa de salvación y que, al tomar la cuerda y seguir todo su trayecto, encuentra que el cabo final termina en un paraje igual de confuso y espeso que aquel en el que inició el recorrido. No estaba seguro de que aquello se tratase de una idea, él creía que las ideas se gestaban en la mente de su creador, y él no se creía capaz de formular ni la mitad de lo que aquella hermosa frase expresaba, por lo que estaba convencido de que la recordaba de alguna de sus vivencias externas. Tal vez la había escuchado, o leído, y por alguna razón desconocida ahora se insinuaba en su mente, exigiendo atención. 12
Al no hallar respuesta en sus ejercicios introspectivos, decidió volcar sus esfuerzos, su búsqueda, en el exterior. Dado que el hombre hablaba poco y no tenía amigos, consideraba poco probable que la frase aquella la hubiese escuchado en alguna conversación, además de que su contenido literario poco tenía que ver con el habla cotidiana, y creía que lo más seguro era que una persona de su carácter, tan individual, la hubiese interiorizado a partir de una experiencia solitaria, como la lectura. Por ello consideró que un repaso de los ejemplares de su pequeña biblioteca sería un buen comienzo para hallar la página definitiva en la que se hallaran las líneas que en su mente repasaba y le parecían tan ajenas y a la vez tan familiares. En vano agotó los libros que poseía, mas encontró estimulante el tacto del papel y las historias que releyó que, lejos de desanimarse, decidió acometer la tarea con más ímpetu. Guiándose por los párrafos ya leídos, por los versos explorados, por los argumentos memorizados, su búsqueda en la lectura se hizo más profunda, ramificada, siguiendo un flujo de un autor a otro, de una vanguardia a la siguiente, de una época remota a otra, de un ejemplar a otro ejemplar.
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Y así consumió el tiempo, pasaba los días entre columnas de libros altas como torres de Babel, en lecturas ávidas y febriles de novelas y cuentos, de poemas y ensayos, en busca del ejemplar primigenio del que hubiera brotado aquel esbozo de frase que eternamente rumiaba cabeza adentro. Solo hasta transcurrido mucho tiempo, una tarde, el hombre tuvo una revelación que hizo que el amarillento tomo que leía resbalara de entre sus manos y cayera con un ruido sordo a la alfombra, y fue esto:
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es decir, que nunca encontraría la frase aquella como de inicio de cuento o novela en ninguna de sus lecturas, sino que esta le pertenecía solo a él, como en su momento los libros que tanto disfrutaba habían pertenecido solo a sus respectivos autores, a los que luego un impulso, otros le llamarían inspiración, otros, necesidad, les había impelido a plasmar en papel sus propias frases de inicio, continuación o final de cuento o de novela. En su caso fue inspiración, ahora el hombre era muy distinto de sí, sus lecturas le habían forjado y dado las herramientas y la seguridad para levantarse precipitado, tomar entonces pluma y tintero y comenzar a escribir. Con mano trémula escribió el párrafo que por tanto tiempo le había acuciado, que le pertenecía solo a él y que ahora, como otros tantos, compartiría con el mundo. Se sorprendió cuando a este le siguieron, de manera natural, otros párrafos de igual elegancia, que llenarían hojas enteras hasta conformar su propio ejemplar: un reflejo claro de su espíritu plasmado en papel. 13
EL PEQUEÑO MEZQUITE. Rocío Prieto Valdivia
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urante días estuvo ahí, afuera de casa. Tenía apenas unas ramitas verdes. Cuando lo vimos dudamos que creciera. Era invierno, llovía mucho, y el viento helado amenazaba en acabar con todo a su paso. En la noche se nos olvidó protegerlo. Llovía mucho. Tú te levantaste a meter los zapatos y yo a quitar la ropa del tendedero. Pero nunca nos acordamos del pobre mezquite. Lo imaginó gritando y muriéndose de frío. Pero la naturaleza sabia, cómo siempre, lo arropó con las ramas que cayeron de un pirul. Y logró pasar la noche. Vinieron los días secos por el frío que quemaba las hierbas, y el mezquite resistió días sin agua, apenas refrescándose con el fresco rocío de la mañana. Pasaron los meses, y en la mañana de primavera cuando me viste plantar esas ramas de flores, te acordaste del arbolillo. Seguía vivo, e hicimos un hoyo cercano al pino lo suficiente para que pudiera crecer, y dijiste que si lo lograba te sentarías a leer bajo su sombra. Creo que la tierra te retó a hacerlo. El mezquite ha crecido para todos lados; ahora mide casi lo mismo que tú: 1.65. Pero aún no te has sentado a leer como prometiste. Creo que sus ancestros te han robado esos momentos de tranquilidad; sin embargo el mezquite te sigue esperando. Reverdece cada primavera, aguantando los fríos inviernos, y ahí en el mismo lugar que tú le asignaras espera que cumplas tu promesa. 14
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Ratas de biblioteca Ernesto Tancovich —Cincuenta mil por un libro. Hay que ser idiota —dijo el alto. —Por un libro no. Por ese libro —replicó el pelado. El alto se encogió de hombros. —Un libro es un libro. Lo mismo da uno que otro. —No seas ignorante, —se impacientó el pelado—. Pensá. Una Biblia, por ejemplo. Los evangelistas las regalan. Pero ¿si fuese una Biblia dedicada de puño y letra por el propio Jesús? Esa valdría millones. —Si puede valer tanto, no veo por qué largarlo por cincuenta mil. Hagamos nosotros el negocio. —Nosotros no entendemos de libros ¿Acaso leíste alguno? El alto miró hacia arriba, donde más allá del parabrisas polvoriento el ramaje desnudo de los tilos se dibujaba sobre un cielo de negruras y simuló escupir. —Stup. —No hagas eso –dijo el pelado— Dios nos puede castigar. —Dios. Tu dios. Al diablo con tu puto dios —masculló el otro. El pelado, molesto, no contestó. Reclinados en las butacas delanteras de un destartalado Ford Fairlane vigilaban la casona del tal Howard. —Esperemos que no tarde –dijo el alto. Sacó un cigarrillo. Iba a darle fuego cuando el pelado manoteó el encendedor. —Lo vas a echar a perder. No debe vernos. —Me pone nervioso que no salga. —Ya saldrá. Todas las noches sale. Eso dijo el hombre. Aquel hombre. Un tipo inquietante. Cara alargada, orejas que sin ser puntiagudas, vistas desde cierto ángulo lo parecían. De pocas palabras, que dejaba ir entre dientes. Y largos silencios en que mordía el labio inferior llevándolo hacia atrás, como temiendo que alguna se le escapara. 15
—Me traen el libro y se van con los cincuenta —había dicho. —Descuide —fanfarroneó entonces el alto—. Somos especialistas. —No lo crean tan fácil —advirtió el hombre—. Otros han fracasado. Los cincuenta no van de regalo. Les dio anotados nombre del libro y autor, y un plano de la casa con la ubicación de la biblioteca. —Esta ordenada por autores. La A empieza arriba a la izquierda. Les entregó una cartera negra, con cierre relámpago. —En cuanto lo tengan, guárdenlo acá. Ni se les ocurra abrirlo. —¿Usted estuvo ahí adentro? —Estuve, sí. —Y no dijo más. —Veinticinco de los gordos —susurró el alto, entrecerrando los ojos—. Mi local propio. Ya tengo el nombre. Será el mismo del libro. Por cábala.
Y abajo uno de esos carteles que se prenden y apagan: Copas, tapas y putas. Soltó una cascada de risitas chillonas. El pelado lo miró con curiosidad, como si acabara de conocerlo. Después quedó pensativo, la mirada perdida en el punto que reunía en haz las líneas de la calle. —Tengo vista una granja como a cien kilómetros de aquí —dijo por fin—. Ni lejos ni cerca de un pueblo donde nadie me conoce. Cerdos, pavos, gallinas, un maizal. Ya no me verán en esta ciudad piojosa. El alto dejó escapar un gruñido. —No, gracias —dijo—. De chico pasé mis años entre cerdos. Del centro no me mueven ni a guinche. No aguantaría quince minutos en el campo. El pelado volvió a dejar que el silencio se alargara. Parecía querer separar claramente sus palabras de las del otro. —Crecí en un piso donde el sol entraba apenas un rato a la mañana —recordó—. Y todo el tiempo ese olor de fritanga, pis y querosén. Todavía lo llevo pegado a la nariz. Quiero aire y luz. El movimiento de una sombra tras el ventanal los volvió a la actualidad. —El tipo ese, el loco. Esperemos que cumpla lo prometido — dijo el alto. 16
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—Pagará —dijo el pelado—. No es loco. Raro nada más. Shhh. Las ventanas de la casa se oscurecieron una a una. Hubo ruido de puertas, luego el de un motor. Segundos después las luces de un auto barrieron el parque, atravesaron la verja de hierro y se derramaron en la calle. La claridad, atenuada, llegó casi hasta donde los dos hombres acechaban. —Ahí sale. —Era hora. Una figura encorvada se recortó sobre la luz viva. La vieron abrir el portón, ir al auto, sacarlo a la calle, cerrar, volver. Sus movimientos eran trabajosos como si tuviese dolores repartidos por todo el cuerpo. El auto partió. Los hombres vieron huir hacia el fondo de la calle los dos focos rojos, hacerse uno solo, desaparecer. —Un viejo. Un viejo hecho mierda —observó el alto—. Fácil de reducir y hacerle soltar el libro sin tener que buscarlo nosotros. Hubiésemos entrado y salido por la puerta principal, como duques. —No seas bruto —se enojó el pelado. Este es un trabajo fino. Intelectual. El otro respondió con un eructo. —Vamos —apremió el pelado. El alto montó sobre las lanzas de la verja un cuero grueso. Tiraron por encima el bolso de las herramientas y saltaron al parque. Ante la ventana que el hombre de cara larga les había indicado, el alto introdujo la barreta entre la hoja y el marco. El cerrojo cedió con inesperada facilidad. —Viejo inútil. Ni cerrar bien una ventana —murmuró. Entraron. La luz de la linterna exploró el recinto. Alfombra circular con diseños que semejaban alguna clase de escritura, y en su centro, un sillón mecedora tapizado en terciopelo negro. El espejo que cubría la pared opuesta los mostró de cuerpo entero. El alto hizo un saludo burlón, vagamente militar. Al pelado lo asaltó el temor irracional de que su imagen quedara impresa allí para siempre. Las estanterías cubrían una pared y media. 17
—La A —dijo el pelado—. Busquemos la A. Sacó del bolsillo el papel con las anotaciones. —Es por acá. —Nunca pude aprender el alfabeto de memoria —dijo el alto—. Soy medio bruto para esas cosas. Se había instalado en el sillón, y meciéndose, dejaba que el otro hiciera. —Adorno, Ajmátova, Alcott… ahí está. Alhazred. Abdul Alhazred. La linterna enfocó un libro voluminoso, encuadernado en piel negra con letras de plata ya deslucida. Le indicó al alto que lo bajara. El alto, apartando los volúmenes que lo aprisionaban, lo retiró y le dio una palmada, haciendo volar una nubecita de polvo. —Cincuenta pavos esta basura. Todavía no lo puedo creer. El pelado presentó la boca de la cartera. —Guardalo. Terminemos de una vez con esto. —Pesadito, eh —dijo el alto. Se demoraba en darle vueltas. —No lo abras. El hombre dijo que no lo abriéramos. —El hombre dijo, el hombre dijo… —canturreó el alto. Retrocediendo un paso abrió el libro. —Qué mierda… –alcanzó a decir. La habitación había desaparecido, y la casa. También el poblado. De pronto se encontraron náufragos en una playa de arenas negras. Hacia donde debía estar el horizonte se extendía un mar de aguas cenagosas. En la superficie se adivinaban formas invertebradas, oscuras, arrastrándose con lentitud de nieblas. Un ronquido sibilante hería la oscuridad, apenas vulnerada por la luz de un sol o luna del diámetro de una moneda, y de ese rojo sombrío que toma el hierro candente al enfriarse. El alto, desconcertado, tuvo la sensación de haber sido trasladado a otro planeta. La percepción del pelado, en cambio, fue la de haber caído en otro tiempo, un pasado remoto en que el universo comenzaba a tomar forma, o un futuro igualmente lejano en que todo marchaba a la extinción. El auto, de regreso, se detuvo ante el portón. El resplandor de los faros traspasó las rejas, hizo verdear el césped y dio de lleno en la fachada. El conductor descendió y con movimientos seguros abrió el portón. Después de estacionar bajo la enramada fue a cerrar. Erguido, con andar resuelto, desanduvo el sendero y entró a la casa. 18
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Ya en la biblioteca encendió las luces. El espejo devolvió la imagen de un rostro alargado. El pelo aplastado ponía de resalto las orejas salientes, algo puntiagudas. En el piso yacían los dos cuerpos. La cara del pelado congelada en una máscara aterrada, la del alto en una expresión de asombro donde había empezado a pintarse el miedo. —Otro par de idiotas, —murmuró. Los dientes de arriba mordieron el labio inferior. La boca se estiró en un rictus que no llegaba a ser sonrisa. Corrió el sillón, recogió la alfombra. Quedó a la vista una puerta trampa, cuadrada. La retiró. En el fondo de la fosa algo se agitaba, susurrante. Hizo rodar los cuerpos, primero uno, luego el otro, dejándolos caer. Sonaron muy abajo como si golpearan sobre algo que no era líquido ni sólido. A cada golpe sucedió un rugido asordinado. —Buen provecho —murmuró. Volvió a clausurar la escotilla, la cubrió con la alfombra, repuso el sillón en su sitio, recogió el libro, que había caído boca abajo, y lo cerró sin mirar, ubicándolo en su hueco del estante, apretado entre Alcott, Louise May y Andersen, Hans Christian. Después se acomodó en el sillón, meciéndose, pensando. En la vida, en la muerte, en la precariedad de los sueños.
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Poemas David González mi antena fluídica baja poemas de los cielos mi perra los destroza como bolsas de basura desparramadas palabras que nadie leerá pulsaciones no adaptables al medio han de perecer titánica labor la del perpetuarse. Goya no dibujaría los perros gordos del miedo ni nuestra pérfida ceguera, únicamente el poema parece intuirlo. Nazca Reciba los nutrientes necesarios para desarrollar su cerebro. Siéntase el perro de Pavlov antes de saber que existe algo llamado así. Tenga una familia disfuncional. Lea siempre cualquier cosa que caiga en sus manos. Lea poesía. Lea poesía desordenadamente. Lea poesía hasta pensar que no hay nada nuevo por decir. Piense en no volver a escribir, sienta la poesía rondar en la nuca. Conozca la incineración. Use las palabras como bayonetas. Tenga amigos y pierdalos. Sea genital. 22
Inventese una moral o un dios. Regocíjese en el barro y la altura. Indague en la intensidad. Inmolese. Siéntase morir. Resucite. Entiéndase uno más. Descifre el run run del viento. Rimbaud les dio colores yo construyo puentes sobre la ciénaga de los días monstruosos se descubren impúdicas conjugadas en las venas. Letra A abre sus piernas ofreciendo sexo. Letra E tridente equívoco del dudar . Letra I austera rectitud al subir la luz. Letra O sutil agujero negro al abrirse el diafragma. Letra U es una cicatriz en el cuello.
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Pequeños Dioses III
Ariatna Gámez Soto I Somos seres de noche envueltos en un manto de lluvia, para jugar entre las estrellas y ocultarnos al inventar los días que nunca existieron y crear historias bajo el plenilunio, mientras deshacemos el tiempo entre nuestros dedos y el color de los astros; el mismo que se nos graba en la piel. II Pequeños terremotos que estremecen mundos inexistentes: donde se abrazan los cuerpos, se abrasa la vida. Las pieles se funden en un ir y venir sin sentido. En huracanes formados con los dedos, las manos de los dioses sin tierra juegan a crear su destino.
La oscuridad nos une. Miramos un cielo abandonado que se abre ante nuestros ojos. Somos sombras entrelazadas: estamos fundidos. Al final las tinieblas siguen siendo tinieblas. Tautología ¿Qué quedará de mí en esta tierra vacía, refugio de almas –nido de víboras– en el purgatorio que se esconde en mi reflejo? Quedará solamente pavesa: los dedos que se funden en ésta carne, en estas pieles que transmutan: cuerpos ambivalentes; solamente el envoltorio de esta flor marchita: los despojos de lo que un día fui y los colmillos. He de permanecer en las aguas de una serpiente que se autofagia; de quedar insomne entre los venenos de esta vida, las voces fantasmas, los gritos que no dejarán de lacerarme.
Cempasúchil Me declaro fan de tu color muerte, de tu olor que abre las puertas a otros mundos. He quedado perdida entre esos pétalos a los que llamas pieles: laberintos de almas. En ti guardas la sustancia del sol, se almacena tu existencia que no es más que dualidad. Y con tu cuerpo teñido de pérdidas, vas más allá de todas las realidades. Odio que quienes te colocan en altares no lo hagan para admirar tu forma que a tu nombre lo utilicen como antónimo de vida y no como sinónimo de la luz en la tierra. Pagana En tu cuerpo encontré un hogar entre los callejones de tus arrugas y los laberintos que forman tus venas ahora repito tu nombre diosa agónica entre los murmullos ciegos que en la noche no se callan se llena una ciudad ausente enterrada en un mundo invisible Desaparecidas Dicen que las vieron corriendo, que amanecieron en otro estado, que su piel se volvió como la escarcha. Dicen que sus voces se apagaron como gritos ahogados en el río de una virgen que ya no existe.
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Combustión Las luces me envuelven en un fuego que arrastra mis cenizas. El aire me desvanece para poder regresar a mi condición de polvo. Eternidad Tus ojos fueron hechos para guardar el infinito. Juntan en ellos lo creado y lo intangible: universos distintos los habitan; astros en ellos acaban perdidos cayendo sin encontrar salida. Mantis No me devores, cómeme con calma… La obscuridad los va acercando hasta volverlos uno solo: alma con alma son una metamorfosis.
Cuando llegue por mí quiero esperarla sentada tomando el té, invitarle una taza para que tome su lugar y descanse un poco de su larga jornada. Quiero que charlemos sobre su largo andar; que escuche mi historia, quiero me tome sin prisas, que se relaje un poco, y al final irnos tomadas de la mano.
Mito Ya me canse de profesarle amor a lo que no tiene rostro, de intentar buscarme en otro reflejo y con mis manos encontrar a un Ser inexistente. Ya no quiero buscar Aquello entre las sombras, ni utilizar estos ojos humanos que solo ven lo que les conviene Me canse de buscar y no encontrarme… Puente cruza el amor como un puente... He atravesado el amor como se atraviesa un puente: a cada paso se vuelve más inestable que prefiero sentir el suave metal de un auto en mis entrañas a volver por el puente. 25
Espejo de mano Evaluna Pereyra Eufrasio Inhumano, amorfo, ese es mi reflejo. Un abismo se abre dentro de mis ojos, regalos de la noche, oscuros umbrales recorridos por la muerte. Cortante, frío, plano, ese es mi reflejo: expresión falaz, sonrisa sin dientes, máscara que no oculta un rostro, tapa del féretro de mi alma: aquí nunca hubo nada. Simétrico, perpetuo, ese es mi reflejo; que no tiene voz ni nombre, que una grieta lo atraviesa en el medio, que a fuerza de repetir movimientos, no existe. Inútil, vacuo, ese es mi reflejo, simplemente porque es mío.
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Rafael Aguirre Resplandecen de letras las ausencias periodos de luz en los que me ahogo y temo no salir a flote. Viejos edificios donde se acumula el tiempo y las ganas de escribir. Clausurado bajo tĂşneles en desuso. Floto en su hondura sin saber nadar por la ceguera de estas pĂĄginas que se despliegan incompletas. Estallan de sal todas las brechas y las nubes van tachonadas con la negrura de mis insomnios. Tinta que se arraiga en las venas.
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Tiempos Francisco Jo
sé Casado
de aires verdes
Pérez
Desde la cam a compartid a hemos visto acercarse tiempos de aires verdes , de ninfos bo sques, erran tes que han ven ido haciendo eco en plazas y c alles.
Voces de luc ha de llanto, de historias hoy no mas calladas. Vimos desd e los negros espejos los retratos a ndantes que tanto re picaban por quienes aún (no) dec iden, desconfían o están bajo amenaza. Vimos que a ún entre nos otros nos separab a la duda de nuestra p ropia postura . Corazón, dim e, estando a quí al desnu ¿qué hacer e do n el cierto ca so de cargar a c uestas otra a lma? Otro par de manos que s o s tener entre nuestr o abrazo, su d o r y destajo ¿Qué decir d el tiempo si el amor, p or este, no s e conmueve ? No digas na da, solo piensa: todo sacrific io conlleva a que el des tino respond a ecuánime así como el ante lo suce mundo ha fin dido; iquitado los ciertamente mitos del ha , ha terminad des, o la era de nue stros grande s padres.
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Siendo yo lo que sea, si d ecides que se qued e, que huyam os o que se vaya a otr as manos tengo un res ponsabilidad me vaya o te acompa ñe. Sin embargo , la opinión d e dos claudica aun que serenos y en conclave se decida. Digá moslo honestamen te, jurando justo sobre la cam a: la decisión s obre el cuerp o es unánime, ca rgar o rodar la cruz de piedra es deber de cada quién. Así que en la s calles o en desde una trinchera cada quien s iga lo que decida sin ser escoll o de la verde ventisca que cada ve z más se ave cina, oleaje que s eguirá arrem e tiendo haciendo de las piedras arena donde darán su pas o llantos, luch as e historias que huyamo s o que se vay a a otras ma nos que tanto tie mpo estuvie ron calladas.
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11:59 p.m.
(En mi cuarto) Embriagado, leyendo mis subrayados del “Wherther” Estoy a punto de destrozarme las sienes… (Afuera) Las calles como espejos Devuelven a la Luna trozos de su imagen por pequeños charcos Que no alejan a los gatos Que buscan beber Ellos aúllan, chiflan Yo salgo... MONT DE PIETÈ Mi muy manifestante Breton Querido, acá se te extraña más que mucho Tanto que (y sé que fue mucho antes que tú) Han erigido una casa de empeño por tus sueños… Y al que acudimos para desprendernos De lo poco que tenemos. REVISIÓN DE RUTINA
I
—¿Y qué chingados es la Poesía? —Es la mierda en el zapato Que limpias con el cálamo De un Ángel Caído... II
—¿Y a los cuántos pinches poemas Se le considera a uno poeta? —Al primero, Señor Oficial. Al primero Que sea bueno. UN CLÁSICO Poderos Caballero Es Don Dinero dice Don Quevedo. Poderosa Majestad Es la Impunidad dice la Autoridad.
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Bélgica Barrón I
Ventana plateada en la que me busco sin encontrarme me ahogo reflejada. Déjame desdoblarme y en tu superficie llana quedarme. II
Ventana plateada en aguas claras mi imagen liquido. Mi alma fluye en cascada, desgajado sonido aguas claras de mi imagen en líquido. III
Ventana plateada mi reflejo en dédalos escondes. Imagen mía ahogada en añicos respondes y en remolinos suspensos me hundes.
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IV
Plateada ventana lustrosa reverberas soledad y mi imagen profana. ¡Oh, diosa de frialdad! Recíbeme en tu quieta eternidad. V
Plateada ventana mi alma que en silencios rotos reflejas intenta escapar, liviana. Libre al viento la dejas que no me muero si brusca la alejas. VI
Ventana plateada me desangro en líquida infinitud. Muerte, constante amada huérfana esclavitud cúbreme en tu manto de plenitud.
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Suarlin Cordova Progreso, que en melifluos aromas enfrascas la selva perdida de los ancestros Civilización, que extraes la última gota de savia del corazón de un mundo subterráneo Futuro, que prescindes de mí, déjame guardar mi única memoria para así inventar mañana, que mi ayer era eterno. Yo que he vivido aquí, no existo Ni en el despertar apresurado de las balas Ni bajo los escombros de un terremoto eterno que adolece mi vulnerable existencia. En el acantilado de mi alma aún se escucha la caída de un río que ha quedado cautivo en el inmenso muro de concreto, Y en su fondo yace el cementerio del pueblo de hombres-mujeres-peces donde además duerme mi esperanza Como eco reproduzco el grito del saraguate El gorjeo de aves y árboles de aguacate Que escapan del aceite que les quema la piel destruye sus raíces, les corroe el hábitat, les devora los tejidos. En aquel día que removieron la última piedra del antiguo recinto perdí mi última memoria La hora que perforaron el primer yacimiento enmudeció la esperanza El segundo cuando el agua dejó de ser vital dejé de tener sed En el estrepitoso silencio del presente, sigo esperando las noches que se apagan solas, como veladoras que aguardan silenciosas, con un baile sensual que conoce su finitud y con rectitud se entrega resignada a extinguirse. 31
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Diego Alonso Rodriguez Méndez
lincuentes y cómo justificar la retribución que les imponemos?
U
Para continuar con el texto es necesario delimitarlo, si queremos hablar acerca de acciones y crímenes es más apropiado hablar de volición que de libre albedrío, también es necesario justificar por qué iniciamos dudando de la posibilidad de libertad humana, en resumidas cuentas, existen formas mediante las que una persona puede predecir los movimientos de otra mientras está conectada a una máquina que lee sus impulsos nerviosos, esto no parece descabellado si tenemos en cuenta que el movimiento voluntario de los miembros necesariamente tiene un componente cerebral que es captado por la máquina, sin embargo, la temporalidad es el aspecto interesante.
Si no somos libres ¿cómo podemos justificar la ética?, si no somos autores de nuestras acciones ¿cómo se ve afectado nuestro sistema legal que se basa en la posibilidad de poder haber hecho las cosas de otra forma? ¿Cómo sustentar la culpabilidad de los de-
Si realizamos éste experimento podemos darnos cuenta de que dichas lecturas de actividad (en algunas partes del cerebro) son anteriores al deseo consciente del movimiento, es decir, primero el cerebro decide inconscientemente el movimiento, luego esta decisión se vuelve consciente y luego nos movemos, el hecho de que nos consideremos agentes de nuestras
no de los tópicos más debatidos en la historia del pensamiento es la condición de libertad que tienen los humanos. Ya sea oponiéndose a las fuerzas naturales, a otras voluntades, al preconocimiento de todo que tiene Dios, a la determinación cultural, psicológica, lingüística, etc. parece que siempre buscamos un espacio desde donde creernos libres y autónomos. Recientemente las ciencias también han entrado en el debate, la física con sus leyes deterministas y la neurociencia con el estudio del cerebro, nos parecen indicar que no hay lugar desde donde la acción o el pensamiento libres puedan provenir, lo que reaviva preguntas incómodas:
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acciones (en parte) se debe a que nuestro deseo consciente de movernos es anterior al movimiento y que la verdadera causa es inconsciente, dejando de lado las muchas críticas que se pueden hacer a dichos experimentos, ¿a dónde nos llevarían sus implicaciones? Lo primero que se viene a la cabeza es el caos, si nadie es responsable de sus acciones es fácil imaginar que las conducta de las personas cambiaría, se volverían más permisivas justificándose en su incapacidad para decidir, sin embargo esto no es del todo correcto, lo que muestra la investigación es que no somos libres de decidir nuestras acciones conscientemente, lo que no implica que en nuestra inconsciencia no hayamos podido actuar distinto, por otro lado, una persona no podría justificar un crimen alegando lo anterior debido a que ésa persona también es la parte inconsciente de su cerebro que decidió actuar criminalmente. Pero si no somos libres conscientemente entonces nuestra consciencia no es una fuerza causal que pueda cambiar las decisiones de nuestra inconsciencia, si aceptamos lo anterior, ¿de qué manera podemos sustentar éticamente lo “injusto”? si alguien no es libre entonces no puede ser culpable. Pasa ya en nuestros sistemas legales que algunas personas cuando tienen malfunciones mentales y ocasionan daño se las considera como “menos libres” y por lo tanto reciben un trato diferente (van al manicomio en vez de la cárcel), pero si no somos libres, ¿no entonces nos acercamos más a esta visión? los criminales parecen entonces más enfermos que maleantes, pero ¿cómo juzgar a alguien enfermo que por su falta de libertad no puede ser llamado culpable? claramente la definición legal de responsabilidad debe ser cambiada. Considerando lo anterior
es de vital importancia preguntarnos de dónde proviene aquella causa o conjunto de causas que determinan a cerebros a desarrollarse de cierta manera tal que elijan causar daño, lo cual es difícil de responder debido al número de variables involucradas, sin embargo, tenemos una buena idea de algunas cosas y contamos con distintos ejemplos, percatémonos que en ciertos países las tasas de criminalidad son tan bajas que las cárceles se cierran, que en otros los presos cuadruplican la población para la que el lugar fue diseñado, démonos cuenta que el cambio de un país a otro implica un cambio cultural, económico, de abundancia de oportunidades y recursos, tengamos en mente que no existen investigaciones que afirmen que se haya encontrado alguna instancia innata (genética por ejemplo) que determine o se correlacione con mayores índices delictivos por sí misma. Así, es posible sugerir que es el entorno lo que moldea el actuar del cerebro, por supuesto hay casos donde entornos parecidos tienen consecuencias completamente distintas, la lógica filosófica rigurosa podría señalar dicha inconsistencia dando pie de nuevo a una explicación basada en la libertad de decidir a pesar del entorno, sin embargo, recordemos que existen sistemas llamados caóticos en los que un pequeño cambio en su configuración puede decantarse en un enorme cambio con el tiempo, la cantidad de variables importantes, 35
la complejidad del cerebro y la imposibilidad de que dos personas tengan exactamente el mismo ambiente (y la misma genética, epigenética, proteómica, etc.) hacen lugar más que suficiente para dicho fenómeno. ¿Cómo se vería entonces un sistema legal donde nadie es “culpable” sino que todos son víctimas de su entorno? Si los criminales no son culpables ¿es necesario en principio actuar? ¿sobre qué base si no es la libertad podemos justificar el distanciamiento (encarcelación) de estos sujetos en aras de la protección de la sociedad? en este punto nos hará bien continuar con el ejemplo de los enfermos mentales, debido a que si bien no los consideramos culpables los seguimos excluyendo para evitar futuros daños, situación que es análoga a otras enfermedades peligrosas, en muchas de ellas es necesario confinar a las personas contagiadas a una cuarentena para evitar el contagio a otros individuos, las acciones no se realizan sobre el sujeto en retribución de haberse enfermado sino para salvaguardar la salud de las otras personas, este proceder es la propuesta que se deriva de la nueva visión determinista de la acción humana. A partir de esta perspectiva se derivan diversos temas, el tratamiento epidemiológico de los factores de riesgo poblacional, la importancia del entendimiento de la etiología de la enfermedad, el apoyo para su estudio y sus probables tratamientos, la definición y refinación de distintas sub-especies de enfermedad con sus descripciones, gravedad, diagnóstico, pronóstico de mejora y dependiendo de todo lo anterior se puede determinar la forma de acción, si la enfermedad es muy leve es probable que pueda tratarse y reinsertar al sujeto en la sociedad, si el mal es mayor y tiene malos pronósticos entonces probablemente se opte por su reclusión indefinida, sin embargo, existe otra dimensión que nace de todo este cambio de paradigma que resulta ser de mayor im-
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portancia que todo lo anterior, porque si el actuar de una persona está delimitado por el entorno en el que vive, y los entornos humanos son creación de la sociedad que lo sustenta (y de su interacción con otras sociedades) entonces la persona no es culpable, porque no pudo actuar de otra forma, pero las sociedades en su totalidad sí lo son porque ellas son las que crean las condiciones para la emergencia de dichas enfermedades, esto da paso a la visión de una “ingeniería de la creación de sociedades” que basada en el conocimiento epidemiológico de los factores de riesgo de esta enfermedad (y de cualquier otro aspecto del comportamiento determinado por el cerebro) pueda diseñarlas para prevenir su aparición. El autor considera que el sistema penal actual está sesgado, recluimos preferencialmente a personas de bajos ingresos y dejamos en libertad a corporaciones que explotan a sus trabajadores y dañan el ambiente, a políticos corruptos y a economistas que muchas veces tienen signos clínicos de psicopatologías (como la falta de empatía), la visión epidemiológica no fallaría en encontrar estos comportamientos como anómalos, se crearía una suerte de “enfermedad del criminal rico” para la cual no existirían defensas legales, ya que el sustento, como se dijo antes, se encuentra en el bienestar de la población en general, así, ésta visión además de ser más exacta y permitir la reinserción de los sujetos recuperados y diseño de sociedades para la prevención de la emergencia de la enfermedad, también parece ser más justa e independiente de la influencia política o la posibilidad de pagar buenas defensas, la enfermedad nos toca a todos.
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Juan Rey Lucas
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uando el designio existencial nos pone en el proyecto implacable de la escritura: ¿Cuáles son las luchas, responsabilidades, riesgos y contiendas que se debe adjudicar el trabajador de la pluma? Publicado en 1948, en este caso acapararemos la que sacó a la luz editorial Losada, traducido por Aurora Bernárdez. ¿Qué es la literatura? (Qu´est-ce que la littérature?). Rubricado por el filósofo, escritor, novelista, dramaturgo, activista político, articulista, y crítico literario Jean-Paul Sartre. El maese en un compendio de ensayos manifiesta la postura por la que el escritor debe adjudicarse en la historia de la tierra. El autor al hablar, por ende actúa, y al actuar ergo toda cosa nombrada por aquél ha cambiado, es decir, ha perdido su estado de absolución. Al dar manifestación del mundo, se hace revelación de este; siendo imposible que no transmute, ya que la observación del narrador será que lo esculpa o destruya el acontecimiento, o como diría el maestro francés, puede lograr lo que hace la eternidad: permutar el objeto en sí mismo. Esta delación se despliega no solamente a la materia, sino también a los demás: al otro. Entonces no es sólo el no ignorar al mundo; sino que nadie ante el orbe se infiera inmaculado. El contrato (in)existente con la vida es el compromiso en su arquitectura opuscular y nunca oscilando en la indolencia; sino exteriorizando con pundonor y solemnidad todo vicio, desdicha, debilidad y derrota; respaldado por una voluntad, y elección a la altura del oficio que se nos ha adjudica a todo individuo por el sólo hecho de transitar en este círculo de tierra. Cada una de nuestra apreciaciones esta en concomitancia con nociones sobre una sustantividad terrenal que nos advierte que nuestra subjetividad nos es traslucida.
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El hombre es el arcaduz por el cual las cosas son y a la vez proliferan: “…somos nosotros los que ponemos en relación este árbol con este trozo de cielo; gracias a nosotros, esa estrella muerta hace milenios, ese cuarto de luna y ese río se revelan en la unidad de un paisaje; es la velocidad de nuestro automóvil o nuestro avión lo que organiza las grandes masas terrestres; con cada uno de nuestros actos, el mundo nos revela un rostro nuevo” (p. 40). Existe un binomio que para Sartre, el narrador siempre pondrá abundar en ellos: el primero será que al escribir se formula mal la cuestión de a cuántas personas he de llegar con mi obra; sino más bien habrá que interpelarnos con qué pasaría si todo mi semejante tuviera acceso a mi realización. Es decir, tener en cuenta que en cada acto se encuentra el peso de la humanidad en nuestros hombros. Nuestro movimiento no sólo sería más sigiloso, sino más enérgico. Y el segundo: la obra trabajada para un novelista –pudiéndose extender a todo acto estético- nunca se dará ella en la imposición, sino siempre en un constante flujo, jamás objetivado. Siempre el artista verá todo aquello que le dio a la obra; nunca la pondrá en lo imperturbable, sino andará constante, fluctuante, perpetuamente forjable. El pensador francés nos advierte que por obviedad nunca se escribe para sí mismo. El hecho del libro tiene su consecuencia en el lector. Por lo que estos dos aconteceres para su función requieren de más de un existente. Y al lograrse la compaginación de los dos en el transcurso de la historia se da lo que denomina el maese como “la obra del
espíritu.” Ya que solo hay arte por y para los demás. A la acción del escritor nos dice Sartre se da también la cualidad del desprendimiento. Esta es una concordancia entre lector y autor: se confía en el otro, se cuenta con el otro, y se le conmina al otro. Los dos en su conjunción han tomado una decisión en su innata e insondable libertad. Una simbiosis que se incrementa en el andar del vínculo. Y todo lo que se desprenda de esta unificación llevarlo a las más altas esferas del pensamiento y el ánima. Manufacturación trascendental.
Cada producción del prosista es un resarcimiento de la universalidad tanto del cosmos como del ente. Y en cada una de ellas es manifestada esa integridad. Porque nos dice el oriundo de París que tal es el encauce del arte: la redención del mundo por medio de su evocación tal como es, teniendo su hontanar en la libertad humana. Ya que dirigiéndose a iguales no hay otro asunto que no sea la prioridad de los dos como la libertad. Porque sea cualquiera la manera en que el redactor haya llegado a este fin letristico, sean los pensamientos que se tengan. La literatura ha de impeler al escritor al área de combate. Ya que la actividad escribiente demanda su libertad. No interesando sea neófito o avezado nos dice Sartre, el escritor como tal queda involucrado: para bien y para mal. El maestro francés nos instruye que la escritura y lectura son dos caras de la misma moneda: tanto de la historia como de la libertad, pero que en ninguna de ellas se nos transmite en lo abstruso, ya que cada obra manifiesta una concreción de su albedrío y cronología, es decir, un mundo que les es en común a las dos entidades. Así el literato se diseña como un pugilista subversivo: “…el escritor proporciona a la sociedad una consciencia inquieta y, por ello, está en perpetuo antagonismo con las fuerzas conservadoras que mantienen el equilibrio que él procura romper.” (p. 60). Aunque también siempre se correrán los riesgos que las clases jerárquicas (o la burguesía como la denomina Sartre) le den funcionalidad panfletaria al polígrafo para provecho de sus propios fines. Empero sea la bandera que se abrace para el escritor, siempre habrá una demanda, una exigencia, un deseo por el que se hable. Incluso en el silencio se hablará. Aquel anhelo siempre por amor a convertirse, a realizarse. Ya que con lo único –y el todocon el que se cuenta, es el presente: “El escritor no tiene todavía del porvenir más que una noción confusa, pero sabe que esta hora que está viviendo y que huye es única, que le pertenece, que no es inferior en nada a las horas más magnificas de la Antigüedad, recordando que éstas como la de ahora, han comenzado por ser presentes; sabe que esta hora es su oportunidad, y que es preciso que no la pierda.” (p. 73).
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