Llevo varias horas haciendo cola y no estoy aburrido ni cansado. El proceso es fluido y ordenado. A pocos metros de la boletería escucho lamentos y frases destempladas. Distingo el panel luminoso que anuncia los sitios a donde uno puede dirigirse: Stand up, Platea y VIP. Frente a la vendedora no sé qué localidad adquirir. Un hombre canoso, elegante y de finos modales se aproxima y me escudriña con sapiencia. Le explico que por el apuro salí indocumentado y que desconozco el trámite. ─ Stand up ─ dice y me guiña un ojo, bondadosamente. Agradezco la indicación y recibo el boleto. Abandono el lugar y no sé qué hacer. Una jovencita sonriente se percata de mi desconcierto y me toma del brazo para conducirme hasta el almacén de ropa. Con gestos amables me alcanza la vestimenta que corresponde y aun así me siento tan perdido como al comienzo. La veo alejarse para ayudar a otros. Un caballero uniformado se da cuenta de mi confusión y me conduce a la zona de camerinos. Dos jóvenes me desnudan y guardan la ropa que llevo puesta. Me visten con cuidado y cuando estoy listo me señalan la ruta hacia Stand up. Los pasadizos están señalizados y es imposible perderse. En el camino hacia la fosa común encontré personas generosas que ayudaron a un cadáver NN, autopsiado y sin velorio. Llego y observo a mis compañeros. Me doy cuenta cómo se han acomodado para no incomodarse. Recibo la primera palada de tierra sobre mi mortaja y quedo en paz.
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