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Sentimientos para compartir. Inmaculada Castillo Sánchez
Sentimientos para compartir
Inmaculada Castillo Sánchez
–Hola, ¿cómo te encuentras? –Bien. Estoy dejando de fumar, después de 10 años. Creo que ya no me sienta bien. –Pues me alegro. ¿Necesitas ayuda para dejar de fumar? –No, cuando fumo me duele el pecho y me cuesta respirar. Voy a hacer ejercicio, bicicleta, que me gusta salir con los amigos los domingos. –Buena decisión, papa.
Me puse muy contenta cuando mi padre tomó la decisión, pero al cabo de poco tiempo empezó a encontrarse peor y fuimos al médico.
No me lo pensaba, me sorprendió la noticia. Me enteré la primera de la familia que mi padre tenía cáncer de pulmón. Fue como un colapso, no podía ni respirar. Toda mi visión de la vida había cambiado. Sentimientos tristes, mi padre, mi referente durante la vida. Siempre sintiéndose orgulloso de mí, apoyándome en mis estudios. Y ahora, qué le podía ofrecer yo… Tenía miedo, no quería que sufriera. Él era una persona muy humilde, trabajadora y tierna con su familia. No se lo merecía, ¿por qué él? Pero yo, yo era “su queca”. Así me llamaba él, como cuando era niña, para siempre.
La última semana de su vida no sabía si tendría fuerzas para afrontar lo que se vendría. Si me destrozaría para siempre el dolor de perderlo. –Hija, me estoy muriendo, dijo mi padre sentado una tarde de agosto, con la camiseta llena de sudor.
Yo le acariciaba sus pies hinchados. No supe qué responder, tan solo le dije; –¿Quieres ver algún video de Joan Manuel Serrat, la canción Mediterráneo?
Él con la cabeza dijo que sí.
Durante la última semana, pasé cada día a verlo. Estuvimos un buen rato los dos en su habitación viendo videos que a él le gustaban. Él apoyaba su cabeza en mi hombro y yo en su habitación miraba el paisaje des de su cama. Ese último paisaje que estuvo contemplando durante tanto tiempo de inmovilidad. “Los cuarenta pinos”, así se llama
el pequeño bosque que se divisa desde su ventana. Luego pensé, esto será lo que le acompañe en su última visión. Y así sería.
El penúltimo día, se quiso despedir de su familia. Me habló de mi hermano, de mi madre, de cosas que dejaba en la casa, su coche, sus herramientas para el huerto. De mí no supo qué decir, me empezó a acariciar la cara, y yo me puse a llorar sin darme cuenta, después le dije: –Papa, tranquilo, yo estaré bien. Que sepas que te quiero mucho. Descansa en paz.
Y al día siguiente dejó de respirar. Yo estaba serena porque nos pudimos despedir. ¡Fue conmovedor!
Después de una lucha turbulenta, el final fue muy plácido. Tal y como él siempre quiso morir, en su habitación, con su familia.
En la ceremonia, mi respiración se aceleraba a cada momento, pero tuve el valor de escribir unas palabras y la fuerza para leerlas a toda la gente allí presente. Sentía lo que leía, mi corazón desbocado y los sollozos de los asistentes. Fue muy intenso, algo que recordaré toda mi vida. Lo evoco como algo bonito y valiente. Tenía la necesidad de expresar todos esos años tan amargos de su enfermedad y a la vez la fortaleza con que la afrontó.
Hoy hace 4 años de aquel día. Mis recuerdos siguen con él, con mi ángel que me consuela si estoy triste. Le echo tanto de menos, siempre me quedará su vacío. Tu padre, tu referente en la vida. ¿Quién si no va a quererte de manera incondicional? Siempre contigo.