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El último paquete. Perla Valenzuela
El último paquete
Perla Valenzuela
No podía recordar nada de lo sucedido. De una forma u otra, su mente había decidido olvidar los sonidos y lo poco que recordaba de ese día. Fue todo tan rápido, que los recuerdos se agolpaban en su estropeada memoria.
Ese día, buscó la furgoneta de reparto e inició su jornada laboral como de costumbre. En total, cuarenta y dos paquetes para ser distribuidos antes de las 14:00 horas. Llevaba consigo el bocadillo de chistorra que tocaba los jueves y dos botellas de agua. Desde hacía algunos días, notaba que el apetito había disminuido y que un sabor metálico predominaba en su boca. Lo atribuía todo a los turnos extras que estaba realizando para reunir el dinero que debía enviar a su país.
Arrancó el motor del vehículo, se abrochó el cinturón de seguridad y se puso en marcha. Hoy le molestaba incluso el cinturón. Sentía una opresión en el pecho que asociaba al catarro que siempre presentaba para estas fechas. Sin embargo, la tos se había vuelto más molesta en las noches y le había despertado en dos ocasiones seguidas. A esto se sumaban las malas noches que había pasado su hija de 4 años, y aunque su mujer procuraba no despertarlo, ya lo hacían esos molestos síntomas de este extraño catarro. -Buenos días, señora, paquete de Amazon. ¿Me abre? -Sí, un momento por favor. -Cof, cof… -Aquí tiene. Cof, cof. Que tenga un buen día. -Gracias, igual.
Sentía el cuerpo destemplado, un dolor de cabeza que no había sentido jamás se apoderó de él. Miró la cabina de la furgoneta y los paquetes restantes le suponían dos horas más de reparto. No se veía capaz. La chistorra se había quedado ya fría, pero su cuerpo era incapaz de sentir hambre, solo tenía sed, pero incluso el agua ya le empezaba a provocar ganas de devolver.
Sin pensarlo dos veces, en el trayecto de la zona sur decidió desviarse y entrar directamente al aparcamiento de urgencias. Con las fuerzas que le quedaban, se dirigió al mostrador de admisión, presentó su documento de identidad y se desplomó.
En la tele de la sala de médicos se oía la voz del presidente del gobierno. -Buenas tardes, estimados compatriotas, en el día de hoy, acabo de comunicar al jefe del estado la celebración mañana de un consejo de ministros extraordinario para decretar el estado de alarma en todo nuestro País, en toda España, durante los próximos quince días...
Nadie miraba la tele. La atmósfera se tornaba lúgubre por momentos. Una de las auxiliares de enfermería reclamaba a la supervisora la dotación de mascarillas y trajes de protección.
En uno de los pasillos, se oye la conversación del pase de guardia de uno de los médicos a los compañeros que le relevaban. -Cama 7: es un varón de 54 años, neumonía bilateral grave, PAFI 130, intubación hace 12 horas. Pendiente del resultado para SARS-CoV2.
Continuaba dando el pase con algún caso similar en el que lo único que variaba eran las edades de los pacientes. -Buenos días, Tomás, ¿qué tal te encuentras hoy? -Ahí vamos, doctorita, creo que estoy un poco mejor, usted me dirá.
En cierta forma, haber pasado por aquella situación no había sido lo peor. En total, 135 días de ingreso. Su situación actual le agobiaba por momentos. Su mujer había fallecido, llevaba un año en el paro, y hacerse cargo de sus tres hijos siendo dependiente de lo que él llamaba “el aire que me da la vida´” le suponía todo un reto.
Las palabras de su médico a veces caían como piedras sobre su cabeza. Durante el año que estuvo con las pastillas que le ayudaban con la inflamación estuvo bien. Pero su médico le explicaba que había que dar un paso más porque sus pulmones se habían estancado. Le había enviado a otro centro donde le valorarían para cambiarle los pulmones. A veces, al andar por la calle le avergonzaba que la gente le viera con la máquina del oxígeno.
En los días en que la vida se le hacía cuesta arriba, se preguntaba por qué le habría tocado esto. Hacía preguntas y se decía a sí mismo que ese habría sido su último paquete y que aunque su mayor deseo era volver el tiempo atrás, la vida le tenía preparado esto.
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