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La superflua sociedad ama el tabaco. Carlos A. Rombolá
La superflua sociedad ama el tabaco
Carlos A. Rombolá
El día que por primera vez vi un pulmón, me impresionó su color: era negro mate con algunas manchas de tono rosado. Era distinto al color que muestran los libros. El corazón latía tan intensamente que parecía querer salir por la toracotomía. El profesor De La Torre señalaba con la punta de su pinza las distintas estructuras anatómicas y algunas zonas con enfisema, que, según él estaban muy marcadas. Yo, subido a un escalón de madera, podía ver la mayoría de sus indicaciones por encima del hombro de su ayudante, el doctor D’Agostino, que afortunadamente no era de gran estatura. De repente, el profesor preguntó a los alumnos con tono increpante: ¿Alguno de ustedes fuma? Ulises contestó afirmativamente con cierta timidez, aunque algo desafiante. Todos conocíamos la respuesta: “Sigue fumando, que así de negros quedarán tus pulmones”.
Era una clásica pregunta que el profesor hacía a los estudiantes cuando un pulmón tenía esa horrible coloración, con la intención de persuadirlos de que abandonen el tabaco y transmitan eso a sus futuros pacientes. Casi involuntariamente, pregunto lo mismo a los alumnos que pasan hoy en día por mi quirófano. Y es mayor el impacto, si previamente habían presenciado alguna cirugía de pacientes no fumadores, cuyos pulmones, al insuflarse, adquieren un color rosado intenso y homogéneo que contrasta con aquellos marcados con las improntas de nicotina y alquitrán.
Actualmente no hace falta ser alumno de medicina. Toda la población lo sabe. No debe existir ni una persona que ignore los efectos tóxicos del cigarrillo y que no sepa el daño que ocasiona a los pulmones principalmente... Fotos de pulmones negros también aparecen en algunas cajas de cigarrillos buscando un efecto disuasorio. Pero esto da igual. Los pulmones no se ven. Puedes seguir fumando hasta reventar, que nadie sabrá cuán negro estás por dentro.
Cada vez me resulta más curioso el comportamiento de fumar. Me cuesta entenderlo como un fenómeno social que por mera frivolidad roza con lo autodestructivo. Muchos intereses económicos y una falsa necesidad son razones que encantan a nuestra sociedad. Similar a otras tantas conductas de las cuales la humanidad se avergonzará en un futuro, espero que no demasiado lejano...
Al juzgar por cada caso individual, obviamente comprendo que cada fumador es una víctima. Pueden existir miles de razones para comenzar a inhalar humo durante la adolescencia o la juventud; y miles de razones que impiden dejarlo después. Inseguridad, rebeldía, modas, el querer aparentar o parecer interesante y otros asuntos psicológicos bien estudiados por los publicistas contratados por las tabacaleras. Los efectos químicos adictivos que esclavizan la voluntad de cada individuo también contribuyen con lo suyo.
Claramente, si fumar provocara manchas negras en la cara como las provoca en el pulmón, nadie fumaría. Sería horrible. Grotesco. Inaceptable para la sociedad. Por supuesto que nadie hubiese querido imitar a esos veteranos de guerra que volvían con un cigarrillo en la mano, ni mucho menos a las estrellas de Hollywood del siglo pasado que tras cada aventura encendían un cigarro como señal de éxito y exhalaban el humo con un placer manifiesto en su rostro. Ningún compañero del colegio o de la facultad con la cara salpicada de alquitrán hubiese podido convencer a otros de los beneficios del tabaco. Ni siquiera con todos los esfuerzos y artimañas de todos los medios publicitarios.
Pero todos tranquilos, que solo tiñe de negro al órgano vital imprescindible para respirar. Está bien escondido entre vasos sanguíneos también dañados por el tabaco. Lo destruye lentamente. Nadie lo ve. Solo lo ven en el quirófano, los cirujanos, enfermeros y sus alumnos mientras se extirpan los lóbulos pulmonares afectados por el enfisema y corroídos por el cáncer más mortal de todos. También lo notan los gobiernos, que deben destinar anualmente una ingente cantidad de dinero para diagnosticar, tratar o paliar todas las enfermedades directamente provocadas por este evitable mal.
Así de superfluos somos. Así nos va…
Pronto ha de cambiar.
Dedicado a tantos maestros que me han enseñado