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La pastilla roja. Juan Pablo Reig Mezquida

La pastilla roja

Juan Pablo Reig Mezquida

Yo soy Morfeo: “Si eliges la pastilla roja, te quedarás en el país de las Maravillas y yo te enseñaré hasta dónde llega la madriguera de conejos”. Matrix, 1999. Morfeo le propone a Neo salir de un mundo irreal, sometido a máquinas que le insertan en una realidad frustrante. Cuando salí del cine, sabía que había visto una genialidad.

Sí. Hoy yo soy Morfeo. Recibo en la consulta a Marta, desnutrida, con una capacidad pulmonar limitada, una tos que pone los pelos de punta, gérmenes con nombres raros en el esputo… toda la vida enferma. Una herencia caprichosa del azar. Una sentencia: fibrosis quística. “Seguro que la lotería no me toca, pero estos genes, sí. Delta F no-séqué”. Marta siempre sonríe. Es positiva cuando los demás no lo son y tiene un humor negro como si fuera cirujana. Si hubiéramos ido al mismo instituto, nos habríamos llevado bien.

Hace algunos años que viene sola a las visitas. Aunque su madre siempre la llama, incluso antes de salir de la revisión. Se cuida a su manera. Se fía de mí más que de Google. Cumple con el tratamiento salvo cuando sale de fiesta. A su edad, tiene que salir. Sólo quiere ser como las demás. “De las vitaminas me olvido muchos días, pero para ti no son importantes ¿verdad?”. Creo que nunca me ha hablado de usted. No tendría sentido. La veo con más frecuencia en consulta que a muchos de mis amigos fuera del hospital. Le he conocido dos novios y cinco tatuajes. “Algún día me tatuaré la fecha del trasplante”. Sabe que tiene su futuro escrito en la doble hélice de ADN. O eso pensábamos los que la habíamos tratado hasta ahora.

“Marta, nos han aprobado el fármaco. Si lo toleras bien y te lo tomas, te va a cambiar la vida.” Frunce el ceño, ladea un poco la cabeza sin creérselo del todo. Su vida es ésta. Tos, antibióticos, mucolíticos, fisioterapia respiratoria, una senda trazada desde la concepción. Pero elije la pastilla roja. Yo ya lo he visto en otros pacientes. Algunos lo notan más, otros menos, muchos son efusivos y te repiten que no se creían que algo así llegaría. Los hay que ponen freno a su alegría porque llevaban tiempo esperándolo. Ninguno se

ha arrepentido. A ella sé que le va a funcionar. Lo deseo. Como Morfeo, yo también quiero sacar de su realidad a mis pacientes. Para ellos, cien mililitros más de capacidad son una fiesta. Ganar tres kilos de peso, un esfuerzo, y llegar a los cuarenta sin oxígeno, una utopía. E-flow, Pari, Respironics… su Matrix particular.

Me suena el teléfono corporativo: “Doctor ha venido a consulta Marta. No tenía cita. Dice que quiere hablar con usted, que es importante”. La tengo que ver. ¿Habrá tenido una reacción grave? Sólo hace dos semanas que empezamos. Sería raro, pero… busco un hueco en consulta: “¡Esto es flipante! ¡¡No toso!! ¿Así es como respira la gente? ¡Bua! Solamente quería darte las gracias. ¡Es como si no estuviera enferma!”. Recuerdo a Neo cuando despierta en la nave preguntar: ¿así que esto es real? Mi susto inicial se convierte en ternura. Tengo ganas de ver sus pruebas funcionales. Tengo ganas de su salud, de su bien, de su futuro. Recuerdo algunos rostros que ya no están. Que no viven este cambio. Sus miradas. Sus historias. Sonrío: “Ahora tienes que empezar a volar”. Puede que el trasplante se aleje de ella. Quizá nunca más se trasplanten mis pacientes. Yo seguiré luchando con ellos para vencer a su Matrix particular. Alegrándome con sus alegrías. Dicen que eso es la vocación. Tal vez sean mis propios deseos de eternidad.

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