3 minute read

Mariama, resistente. Francisco Sanz Herrero

Mariama, resistente

Francisco Sanz Herrero

Cuando miro el mar, recuerdo los ojos de Mariama Nana, tan vivos, tan curiosos y tan azules. Mariama tenía 17 años cuando la conocí, o al menos eso me hacía creer. Venía de Ghana, de un pueblecito cerca del lago Volta llamado Bagamsi. Mariama se casó a los 13 años, pero pronto se quedó viuda, aunque para ella lo más triste fue perder el bebé que esperaba: ser madre, aunque viuda, le daba opciones para integrarse en su comunidad con las demás mujeres. Quizás por eso se marchó. O por cualquier promesa evanescente que contaban sobre Europa los vendedores de pescado salado. A Mariama no le gustaba hablar de su viaje de dos años a través de Burkina Faso, Mali, Argelia y Marruecos, de hecho, pensó muchas veces en desistir, pero a la vez se convencía de que cada día que pasaba estaba más cerca de su sueño. El hambre, las tres violaciones que sufrió y los trabajos más duros que le tocó realizar no eran lo peor, sino la incertidumbre de cuándo llegaría a su destino. Pero como le decía su abuela cuando volvían de recoger caracoles: “Ves, más lento o más despacio, todo llega”.

Mariama, a pesar de todo, se sentía aliviada estando en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Zapadores, en València… algunos le decían que había tenido suerte, que València era una ciudad cálida y bonita, y eso le hacía sentirse más feliz e ilusionada, aunque nunca la conocería.

La llamada a las cuatro de la madrugada por una hemoptisis me hizo acudir rápidamente a Urgencias. En el box de críticos había una chica delgada, africana, de entre 15 y 17 años, que no paraba de expulsar sangre por la boca. Aunque uno nunca se acostumbra, eso no fue lo que más me impresionó, sino cómo me clavó la mirada a la vez muda y vociferante pidiendo ayuda. Hacía mucho tiempo que no veíamos una tuberculosis como la de Mariama. Los residentes se pasaban las fotos de las radiografías como una rareza y su caso se comentaba en sesiones clínicas. El informe de la broncoscopia confirmaba, en rojo, toda esa extensión. Me costaba ver a Mariama como una radiografía en blanco y negro cuando lo que más notaba de ella eran sus ojos azules detrás de la

mascarilla que pedían y esperaban una buena cura. Al principio, Mariama se sentía como en un hotel de lujo, con una habitación para ella sola, con varias comidas al día y con personal médico y de enfermería que la visitaba y al menos le decía algunas palabras amables. Un día, Eva, la enfermera de la sala, le regaló dos muñecas que Mariama no dejaba de peinar: podría haber sido una buena peluquera. Sin duda, parecía que estaba tocando un poco su sueño. Los primeros días, durante el pase de visita hablábamos de su enfermedad, de sus síntomas, de cómo le sentaba el tratamiento y de qué planes estableceríamos cuando se fuera de alta. Durante las semanas siguientes, todo cambió. A peor. La fiebre persistía, seguía perdiendo peso, y volvió a aparecer sangre cuando expectoraba. Mariama notó en seguida mi preocupación. Las lesiones han progresado. La tuberculosis es resistente. La mascarilla de oxígeno ya no era suficiente. Y después, todo pasó muy rápido: noches de lectura de guías, solicitud de medicación especial, repetición de pruebas y más pruebas, discusiones, consultas…

Parece que el destino tenía fijado que nos viéramos otra vez a las cuatro de la mañana, esta vez, para ir a la UCI. Antes de intubarla, Mariama me volvió a mirar con esos ojos tan azules, ahora ya no suplicantes, sino confiados y esperanzados, que acompañé con un apretón de la mano que no tenía goteros ni vías.

A veces intento imaginar cómo hubiera sido la vida de Mariama si la hubiéramos tratado más precozmente, si hubiéramos tenido la medicación que nos faltaba. La imagino incluso anciana, seguro que con un poco de tos por aquellas secuelas pulmonares de la tuberculosis y con sus ojos azules vivos, sonriendo a sus nietos.

Cuando miro el mar, recuerdo los ojos de todas las Mariamas que han pasado y pasarán por mi vida y trataré de acariciar sus vidas para que consigan cumplir sus sueños.

This article is from: