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Respirar. Víctor Esteban Sola

Respirar

Víctor Esteban Sola

Venancio Sánchez Benejama, anciano de 82 años, hombre adusto, de carácter hosco, huraño, permanentemente malhumorado. Es así desde que tiene uso de razón. Siendo un mozalbete, su madre ya se lo decía: Venancio, tienes el carácter de tu tío Melquíades. No guarda ningún recuerdo cariñoso de sus padres, y con su hermana Fuencisla, más joven que él, que sigue viviendo en Socuéllamos, no tiene ninguna relación. Con su cuñado y sus cuatro sobrinos, tampoco.

En el pueblo de San Juan, Alicante ya le conocen de sobra. Se instaló nada más jubilarse. Vive en la calle Pintor Manuel Baeza en un cuarto piso sin ascensor. Al principio, esto no suponía ningún problema. Actualmente es un martirio, por lo que procura que nada se le olvide, para bajar a la calle solo una vez, y los días que pueda librarse, ninguna.

Al principio de empezar a vivir en San Juan, los vecinos no daban crédito, no habían conocido a nadie igual. No contestaba los buenos días que le daba algún vecino al cruzarse con él por la escalera, sus hazañas iban de boca en boca. Cuando la panadera le preguntó: –¿Cómo le va, don Venancio? –Como me vaya o me deje de ir, no es algo de su incumbencia, lo suyo es despachar y punto –fue su amable respuesta.

La pobre Encarni se puso más roja que la grana y se apresuró a contarlo a todas las personas que pasaron ese día por la panadería.

Durante mucho tiempo, el cuarto izquierda estuvo deshabitado. Un día, no distinto de los demás, apareció un matrimonio joven, felices de empezar su andadura como pareja. La primera vez que se encontraron con Venancio, se mostraron muy simpáticos y encantados de ser sus vecinos de rellano. Venancio los miró con su expresión más dura y no les contestó.

Venancio se negaba a aceptar su estado físico. Se consideraba un hombre duro como la piedra, y no llegaba ni a arena del desierto. Tenía tantas goteras, que cualquier día

se ahogaría. A pesar de lo cual procuraba ir al médico lo menos posible. No podrán conmigo, decía para sus adentros. ¿Quién? La humanidad en su conjunto. Hasta que un día, el ahogo llegó dejándole desconcertado, asustado, con ganas reprimidas de pedir socorro. Venancio subía las escaleras y su vecina recién casada las bajaba. Se lo encontró cianótico, con los ojos desorbitados. Asustada, le preguntó: –¿Qué le pasa?

Venancio haciendo un esfuerzo le contestó: –No puedo respirar. –Voy a mi casa a llamar al Samu, no se mueva.

Cuando apareció el Samu, se hizo cargo de la situación y le trasladaron a la mayor brevedad al hospital. Cuando llegaron, había un equipo esperando la llegada de Venancio. El equipo estaba dirigido por una joven alta, delgada, rubia de ojos verdes. A Venancio, aunque no estaba para fijarse en nada, le pareció que era demasiado joven para ser doctora. Era dulce, amable y cariñosa. Venancio, que estaba muerto de miedo, dejó a un lado su mal carácter por primera vez en su vida.

El buen hacer de la joven doctora hizo que Venancio empezara poco a poco a sentirse mejor. Le visitaba con asiduidad y, cuando llegó con la noticia de que los resultados de todas las pruebas a las que le habían sometido daban resultados positivos y le iban a dar el alta, con lágrimas en los ojos y temblándole la voz le dijo. –Gracias.

La joven doctora no supo nunca del mal carácter de Venancio, para ella había sido un enfermo modelo.

Lo primero que hizo al llegar a su casa fue ir a darle las gracias a la vecina que le había salvado. Tímido, sin saber dónde meterse, cuando le ofrecieron que se quedara a cenar con ellos, contra todo pronóstico, aceptó.

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