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Fisiopatología de los injustos porqués. Armano González López
Fisiopatología de los injustos porqués
Armano González López
No hay dolor más grande que el resultante de invertir la línea de supervivencia en las subdivisiones de una misma rama del árbol genealógico. No es natural que un progenitor sobreviva a su vástago. Es una torpeza de la naturaleza.La injusticia de un dios menor que no amerita su trono, que se excusa con el libre albedrío y lo estocástico.
Y lo estocástico se vale de artificios, de lo darwiniano, para no sonrojarse del resultado, para expulsar esa culpa de la que nadie quiere ser padre, ni padrino.
Y se buscan responsables, incursos, histriones, para que carguen sobre los hombros de su conciencia con las etiologías, las razones y los fundamentos.
Y se presenta al tabaco como reo, a las atipias como conniventes de un proceso sin retroceso.
Giró la manilla y la puerta se abrió lo suficiente como para que la pequeña, su nieta, introdujera la cabeza. Una muralla de espeso humo las separaba.
Al otro lado, una señora maltratada por los años, con un cigarrillo entre los labios, dos lágrimas insumisas que resbalaban por su cara, siguiendo escrupulosamente las leyes de la gravedad.
El hueco de una madre, como el humo, se interponía entre ambas. Otra densa fumarada se la había llevado, tras una lucha atroz por vencer en la batalla y suplicar a un dios sordo e inflexible.
La tos sigue siendo protagonista perenne en aquella casa de mujeres. Amonestación y consejo que lucha contra la extinción. Las rutinas se adueñan de aquel anfiteatro en que los gladiadores se cubren con filtro y sin filtro.
Los pasos de la abuela eran cortos y lentos, comedidos, como su respiración trabajosa, consciente, forzada y piante, música desacorde que retrotraía a los últimos estertores de la que ejerció su rol de segunda generación.
La puerta se volvió a cerrar y la manilla giró nuevamente, tras esconderse aquella cabecita inocente con tirabuzones rubios y una senda por caminar cargada de maneras, tributos y lastres de sus amados ancestros.
Otras dos lágrimas, con el mismo puerto de partida y el mismo suelo en que arribar. Dos lágrimas que navegaban por aquella carita blanca. Otra niñita huérfana sin que la culpa encuentre culpable que la apadrine. Otra y otra y otra madre que acorta su vida sin tener a quien regalar el sobrante de años no vividos. Otra ausencia involuntaria sin que el escarmiento en cabeza ajena lo pueda remediar.