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Café con vistas al mar. Laura Martínez Fernández
Café con vistas al mar
Laura Martínez Fernández
Como cada tarde, hago el mismo camino hasta llegar al destino. Atravieso una arboleda y varias viviendas que ella llama «la maqueta» hasta llegar a su casa. Durante esos minutos fugaces de trayecto, pienso en la luz, los días grises, el tráfico, y en el tema de conversación que tendremos hoy.
Entro en su hogar, recorro el oscuro pasillo y llego hasta su habitación. Allí está esperando. Rodeada de cientos de bolas de cristal de nieve. Esos lugares del mundo que siempre soñó visitar. Me saluda al ritmo que le permite su ventilador mecánico con cada espiración. «¡Ho-la Pau-la!» Marimar tiene una enfermedad neurodegenerativa desde que tiene uso de memoria y el tiempo le ha hecho tener por acompañante una silla de ruedas y un respirador que nunca le han impedido meterse en todos los charcos. –¡Tengo noticias para ti Paula!
Ella siempre está actualizada gracias a su asistente. –¡Quieren hacerme una entrevista para comenzar un programa de radio!
El tiempo me ha enseñado que es una de esas personas que no tiene límites en la vida. –¿Y sobre qué trata ese programa? –pregunto entusiasmada. –Sobre «dis-capacidad». Me gustaría cambiar la perspectiva de mucha gente que ha perdido la esperanza, que piensan que hay muchas vidas que no merecen ser vividas. –Tú, Mar, eres una maestra de la asignatura de la vida –digo. –Me gustaría ser como ese diccionario al que acudimos para encontrar el significado de las cosas y poder trasmitir que, por muchos obstáculos que encuentres en tu camino, tú eres, con tu actitud, quien debe dar valor y sentido a tu vida.
Mar es de esas personas que te zarandea y te da una sacudida de arriba abajo nada más conocerla.
Me lavo las manos y agarro el tosedor, ese aparato sofisticado que le asiste en la limpieza de secreciones. Es hora de comenzar el tratamiento de fisioterapia. No ha sido una buena semana, ya que le han cambiado la cánula y tiene más secreciones de lo habitual. «¿Comenzamos?», pregunto. Ella asiente con un parpadeo, para dar el pistoletazo de
salida como si de una carrera de 100 metros lisos se tratase. Enciendo el dispositivo. Le observo unos segundos y veo cómo se hincha como un pez globo mientras que el clonus, una sucesión de contracciones musculares involuntarias, hace que sus extremidades comiencen a temblar y su cara se torna de un tono púrpura carmín. Marimar lo siente como si llegase un terremoto que le cortara la respiración, pero después de unos segundos cesa. –¿Crees que vas a poder con todo?
Con el todo me refería a sus múltiples tareas diarias, tratamientos y posibles contratiempos. –A veces no sabes lo que puedes hacer hasta que lo intentas –responde–. Trabajé en una agencia de noticias, y para mí era importante saber si era capaz de trabajar estando en esas circunstancias. Tan solo soy una chica con unas circunstancias distintas.
Esas «circunstancias» son que tiene el 90% del cuerpo paralizado, únicamente puede mover los músculos del cuello y de la cara. –Fue poco tiempo, pero muy positivo –continua–. En la vida todo suma. Por eso, no desaproveches ninguna ocasión para dejar huella en este mundo y sacar el potencial que tienes. –¡Desbordas actitud positiva!
Ella irradia ganas de vivir cada minuto y es difícil no contagiarse. –Nacemos para ser felices, no para ser perfectos –dice cuando recupera el aliento–. Me ha tocado vivir dificultades en el camino, he sentido los límites, las barreras... pero con la vida solo puedes hacer dos cosas, vivirla al máximo o tirarla a la basura.
Yo la miro fijamente y asiento silenciosa con la cabeza.
En un descanso, miro a mi derecha y, entre sondas y tubos, veo unos girasoles preservados, una acuarela con un faro y una marina de azules turquesas y verdes esmeraldas que me recuerda a una ventana hacia el exterior de un paisaje paradisíaco.
Después de terminar la terapia, comienza a llover y suena el teléfono. Recibe multitud de mensajes. Ha quedado esta semana con unos amigos de visita. De la cocina sale un aroma a café recién hecho. Ese olor que nos recuerda momentos del pasado y reuniones familiares eternas. Se acerca su padre con una taza humeante. –Siéntate y espera a que escampe para poder salir –dice.
Algunos días que no llevo un ritmo acelerado me quedo unos minutos más y terminamos con las largas conversiones. –¿Cómo han ido las demás terapias hoy? –pregunto.
Marimar tiene un grupo de profesionales que pasa por su casa cada día. Como dicen
sus padres, «Esta casa parece una embajada», o como dice entre carcajadas ella misma, «Tengo un harén de fisioterapeutas». Siempre está acompañada, y es una suerte tener a personas que regalan su tiempo y su cariño a que mejore física y personalmente. –Hoy tengo dolor en las lumbares y más contracturas en el cuello de la postura en la silla de ruedas, pero, ¿con quién me enfado, con el mundo entero? –Ojalá pudiera ponerme en tu piel por un momento –digo.
Hace tiempo decidió tener una actitud serena y tenaz ante la vida. –¡Esta es la cruz que me ha tocado vivir! Pero me quedo con lo sencillo de las cosas, lo invisible a los ojos.
Esa tarde me fui a casa con esa reflexión. Ahora hace algunos meses que no la veo. Sin darme cuenta, se convirtió en un tesoro en mi vida. Fue un rayo de luz que me enseñó a relativizar las cosas, buscar el equilibrio, y que arrojó consciencia de mantener los pies en la tierra, de esfuerzo, superación e insistencia, mucha insistencia. Ella decidió luchar por sus sueños.