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El monstruo gris. Pilar Martínez Gimeno

El monstruo gris

Pilar Martínez Gimeno

Inspiro profundamente…. Espiro el aire…

Inspiro nuevamente, siento que el oxígeno entra por mis orificios nasales y penetra en mí, como una luz, alimentando y purificando mis células, que se nutren a través de cada una de mis inhalaciones. Respiran, se oxigenan y mantienen mis funciones vitales, me mantienen viva.

Exhalo el aire y, con él, expulso el dióxido de carbono.

Y repito una y miles de veces.

He leído en alguna parte que inspiramos y espiramos entre cinco y seis litros de aire por minuto, y que, si lo contabilizamos por respiraciones, ¡realizamos unas 21.000 por día! Y después de cada inspiración, exhalamos dióxido de carbono (C02). O sea… ¡hacemos una aportación diaria al volumen de CO2 de la atmósfera similar a la que emite un coche al recorrer cinco kilómetros! ¡Somos agentes contaminantes ambientales también! Ya lo decía yo: “La raza humana se autodestruye a sí misma”.

Y enredada en estos pensamientos apocalípticos, sigo intentando respirar fuertemente, me propongo hacerlo una y otra vez. Mi saturación de oxígeno en sangre sigue baja, está en 90, y eso es malo, me dicen los que saben, pero el instinto de supervivencia me lleva a aferrarme a la vida.

Intento olvidarme de que una masa densa llena mis pulmones y presiona mi pecho, como si se tratara de un monstruo gris, gelatinoso, pegajoso e invasivo, que sube a un ritmo lento hasta llegar a la parte posterior de mi garganta congestionando mis senos nasales, llenando mi cabeza como si quisiera hacerla estallar, y de una tos persistente que quiere acabar conmigo.

Pero no le voy a dar ese gusto. Me repito una y otra vez que yo puedo más que el virus, que no sabe con quién se ha metido esta vez, que mi fuerza interior puede más que él o ella (ya no se si tiene sexo masculino o femenino, o es un híbrido, ¡qué sé yo! Lo cierto es que no es buen asunto, o lo que quiera ser… NO ES BUENO, y quiero expulsarlo de mí para siempre.

Sigo con mis gafas nasales alimentándome de oxígeno.

Mis venas frágiles soportando una vía que siempre amenaza con salirse, liberando en mi sangre suero con corticoides, jugando una mala pasada a mis glucemias, que se disparan y hacen cuadruplicar las dosis de insulina que mi organismo requiere.

La neumonía bilateral y un cansancio generalizado han transformado mi cuerpo en una sombra casi espectral. ¡Pero por dentro sigo siendo yo, la de siempre!

Esta vez aislada y debatiendo con mis propios pensamientos, que parecen Pepito Grillo, por un lado, machacando y aportando mensajes catastróficos, y por otra parte mi propia esencia luchadora, desafiante, auténtica, positiva y animosa que me invita a visualizar escenarios llenos de naturaleza pura, de vida plena, de un futuro rico en buenas experiencias.

Uno de los grandes temores en mi vida siempre fue “morir por falta de capacidad respiratoria”, un pensamiento recurrente que no ha dejado de golpear mi cabeza, y en estos momentos agravado aún más por el miedo a lo desconocido.

Inspiro y espiro.

Inspiro y espiro.

Desde mi nariz hasta los pulmones, todo mi sistema respiratorio ya se ha restablecido, después de un tiempo prolongado.

Inspiro y el oxígeno llega a todo mi organismo, oxigenando mi sangre, sintetizando los azúcares para obtener energía. Todos mis tejidos celulares parecen recuperados con el oxígeno necesario para realizar sus funciones.

Una vez más, David venció a Goliat.

Inspiro… pausa… espiro…

Y la vida vuelve a llenarse de colores, olores, perfumes y sabores. La naturaleza invade mi ser y mi autoestima se fortalece, porque he vencido al enemigo.

Sin embargo, la incertidumbre perdura en mí. ¿Regresará el monstruo gris algún día?

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