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Cirugía estética, el nuevo espejo de alma. Luis Alejandro Pérez de Llano Cosas que hacer con un paciente cuando está muerto. Luis Alejandro Pérez de
Cirugía estética, el nuevo espejo de alma
Luis Alejandro Pérez de Llano
Una velada perfecta. El marco, un gastrobar de moda que aun siendo accesible a un público amplio no había renunciado a la cocina de autor. La compañía… qué puedo decir de ella… nada más y nada menos que una G1. Hermosa, culta y con estilo, la pareja con la que cualquiera podría soñar. Una suerte inesperada para un “inclasificable” como yo. Aun así, me sentí impulsado a hablarle con franqueza después del brindis. –Querida, he disfrutado cada minuto de tu compañía durante este tiempo. Me he reído, me he emocionado, he aprendido y… (guiñé un ojo) hemos bailado en perfecta sincronía, tanto en vertical como en horizontal.
Ella esbozó una sonrisa traviesa. –Esto suena como la obertura de un oratorio que vendrá a continuación.
Aunque había estado dándole vueltas, la decisión ya estaba tomada. –Pues sí. He decidido pedirte las fotos de cuando eras más joven. Ya sé que yo soy un “inclasificable” y que carezco de autoridad moral para hacerlo, pero creo también que puede ser un acierto sincerarnos, especialmente cuando estamos pensando en convivir juntos.
Ella no pareció sorprenderse lo más mínimo. –Verás, estar contigo es lo mejor que me ha pasado en la vida hasta ahora. Te quiero y deseo tanto como tú dar ese siguiente paso. El hecho de que seas un “inclasificable” no ha sido obstáculo para que me enamorase de ti y en ningún momento he tenido la tentación de volverme atrás. Sabes que soy G1, y no por ello me siento superior. En realidad, nunca he creído mucho en todas estas cosas, pero si tú necesitas esas fotos, las tendrás.
Aún conmovido por su respuesta, mi pensamiento se volvió hacia el pasado reciente para repasar la cadena de acontecimientos que había desembocado en la necesidad de hacer esta extraña petición a mi pareja. Todo empezó con la publicación de un artículo médico que, en su momento, tuvo una amplia difusión y que todavía hoy puede ser consultado en la red (doi: 10.1016/j.celrep.2022.111257). Un grupo de investigadores, utilizando un algoritmo de reconocimiento facial, identificó parejas de personas con un
gran parecido. No había ningún tipo de parentesco ni relación entre esos individuos, pero, en muchos casos, eran como dos gotas de agua. Lo original del estudio fue descubrir que la similitud de los rostros se traducía en concordancia genética. Una especie de corroboración científica del dicho popular “La cara es el espejo del alma”. Este primer artículo fue el inicio de un boom en el desarrollo informático del reconocimiento facial y dio lugar a nuevas investigaciones que demostraron que los dobles no solo compartían genes, sino comportamientos individuales y sociales muy similares. Sería, en definitiva, como si existiese un número grande, pero no infinito, de posibles “moldes genéticos” o clústers, por utilizar el lenguaje técnico. Cada clúster, denominado mediante una letra y un número, contiene un número variable de individuos con semejanza genética y un análogo comportamiento vital. Por ejemplo, mi pareja es una G1, un grupo que se caracteriza por una supervivencia más allá de los 85 años en el 92% de los casos, un coeficiente intelectual medio de 125, una probabilidad muy baja de adicciones tóxicas (menos del 15%) y un alto porcentaje (> 75%) de éxito profesional. Yo, sin embargo, soy un “inclasificable”, un sujeto que no encaja dentro de ninguno de los clústeres identificados hasta la fecha. Esto, en sí mismo, no es ni bueno ni malo, pero la imposibilidad de hacer predicciones fiables de acuerdo con mis rasgos faciales me convierte en una persona incómoda por lo imprevisible. Las personas, en general, siempre hemos tenido una baja tolerancia para lo contingente, aspiramos a una seguridad que, en el fondo, no es más que ficción.
La identificación de los diferentes clústeres tuvo rápidas y graves implicaciones sociales. Dependiendo del grupo en el que cada persona quedase englobada, las posibilidades de acceder a un buen puesto de trabajo, de vivir en una determinada urbanización y aún de encontrar pareja se hicieron cada vez más restringidas. Los llamados “clústeres bajos” (por ejemplo, el D5 y el V3), quedaron paulatinamente confinados a las barriadas periféricas de las ciudades y destinados a los trabajos más penosos. Por supuesto, surgieron movimientos políticos y filosóficos de firme oposición a un sistema de castas que recuerda la distopía del Mundo Feliz de Huxley, pero sus esfuerzos resultaron inútiles. En último término, es casi imposible que un varón D5 llegue a conocer en persona a una mujer G1, ya que se mueven en ambientes muy diferentes. En la mayoría de los colegios privados ya sólo se aceptan alumnos de determinadas clases (salvo, por supuesto, que haya un cuantioso cheque por medio), y en los clubes y lugares de ocio también se fueron imponiendo limitaciones. Si por casualidad surgiese un vínculo romántico entre dos individuos tan dispares, tendría que sobrevivir a toda la oposición de la familia de la persona perteneciente al “clúster alto”.
Los individuos incluidos en los grupos más desfavorecidos (y que conseguían el suficiente dinero) reaccionaron acudiendo a la cirugía estética, que experimentó un avance rápido y paralelo a los sistemas de reconocimiento facial. No se hacían milagros, sólo se podía transformar el rostro de un “clúster bajo” para encajarlo en un “clúster alto” si había una posibilidad técnica, y la mayoría de las veces no era factible cumplir por completo la expectativa del cliente, pero casi siempre se podía ofrecer una mejora cualitativa. Con el tiempo se hizo prácticamente imposible distinguir quien se había operado de quien no, y esto explica el porqué de la petición de las fotografías de juventud de mi pareja que, por otra parte, también podían potencialmente ser creadas o modificadas por poderosos programas informáticos. Mi ventaja es tener un sobrino internacionalmente reconocido como genio de la informática. –Te voy a mandar unas fotos para que analices si son auténticas o están modificadas.
Recibí la respuesta en un par de días. –Ya está. ¿Quieres que te lo diga?
Reflexioné un instante. –No, prefiero que me mandes un correo con el informe de los resultados.
Y aquí estoy yo, ahora, frente a ese correo electrónico dudando si abrirlo o no. Si ella ha sido sincera, todo seguirá igual, salvo que yo habré manifestado desconfianza, algo que no puede ser considerado banal y que podría pesar en contra de nuestra relación. Si ella ha mentido o hecho trampa, me llevaría un disgusto, pero no me sentiría capaz de dejarla por ello. Al fin y al cabo, la quiero y a ella no le importó iniciar una relación con un “inclasificable”, algo excepcional y muy valioso para mí. Aunque, bien pensado, quizás ahí resida la causa de que yo haya actuado de una forma que cualquiera podría considerar estúpida. Para ella es sencillo obrar con generosidad desde su situación de superioridad social, pero quizás yo me sienta inseguro y en el fondo esté deseando que ella no sea realmente una G1... En cualquier caso, nada tengo que ganar mirando el análisis de mi sobrino, así que el dilema se reduce a si eliminar o mantener el mensaje en la bandeja de entrada. La primera opción me permitiría decirle con sinceridad que no he analizado sus fotos, demostrando una completa confianza en ella, la segunda me daría la posibilidad de consultar el informe llegado el caso. Me decido, y le doy a uno de los botones…