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HomeHealthcare Inc. Luis Alejandro Pérez de Llano

HomeHealthcare Inc.

Luis Alejandro Pérez de Llano

Durante un tiempo, todo fue bien. Cumplíamos sobradamente todos los criterios que se supone definen una relación sana y productiva: intereses comunes, valores compartidos, diversión, buen sexo… un sobresaliente en cualquier test de revista de peluquería. Quizás haya sido el tiempo, que nunca suma, o el desgaste que inevitablemente aparece en las convivencias prolongadas, pero yo tengo la convicción absoluta de que un hecho concreto abrió una expansiva brecha en nuestra relación. Un hecho y una fecha, aquella en la que decidimos contratar HomeHealthcare. -Venga, Sergio. No es caro, todos nuestros amigos lo han instalado ya.

El programa no era una novedad, pero sí había supuesto un avance en la pujante industria de las aplicaciones de salud. Por lo demás, su funcionamiento era el habitual: un wearable, un cierto número de señales que se transmiten a una estación donde un algoritmo las analiza y finalmente las devuelve en una interfase que en este caso consistía en una pantalla de televisión instalada en el dormitorio a través de la cual una amable señorita llamada Cindy resumía el estado de tu salud. Un ejemplo: “Buenos días, Sergio. Tu tensión arterial es hoy 130/90, tu nivel de glucemia 120 mg/dl, tu colesterol en sangre alcanza los 210 mg/dl, has dormido un total de 6 horas y 12 minutos, de los que 41 han sido de sueño profundo, caminaste 4.753 pasos en las últimas 24 horas, el cortisol en plasma es de 13 mcg/dl y has ingerido 85 gramos de alcohol desde ayer. Tu índice de masa corporal es 25,3. Deberías esforzarte por mejorar tu dieta, caminar más y reducir el consumo de cerveza. Hoy hace un día fantástico, soleado y templado, disfrútalo”.

Debo confesar que la aplicación nunca me gustó. Por varios motivos. No me hace ninguna gracia que un algoritmo me diga lo que debo hacer, y nunca estuve seguro (a pesar de que la compañía lo garantizaba) de la completa confidencialidad de los datos. A pesar de todo, al principio fue objeto de bromas bienintencionadas. -Oye, Sergio, Cindy dice que ayer roncaste durante 47 minutos, menos mal que a mí me dice que tengo un sueño profundo… tienes suerte conmigo, cariño.

O bien: -¿¿Qué?? ¡Oye! ¿Has visto tus constantes hoy, Sergio? ¿Estás enfermo? -No te preocupes, reina. Ayer Koke durmió con el wearable. -Jajaja. Serás payaso…

Koke es nuestro perro. Tuvo la suerte de no padecer todas las actualizaciones que con asombrosa celeridad HomeHealthcare implantaba en la aplicación y que iban desde la medición del nivel de estrés mediante la concentración de catecolaminas en sangre hasta la intensidad de los orgasmos de Marta. Con todo, la iniciativa empresarial fue un éxito y su uso se generalizó con gran rapidez. Los parámetros de salud se hicieron motivo habitual de conversación entre amigos y no tardó en llegar el momento en que el bienestar físico se convirtió en un valioso activo que, como el dinero, establecía diferencias sociales. -Sergio, ¿puedo hablar un momento contigo? -Claro, jefe. Cuéntame.

Mi jefe es un tipo trabajador, agradable, y podría decir que íntegro. -Verás, es que no has compartido conmigo tus datos de HomeHealtchare… Ya sé que no es obligatorio, pero todos lo hacemos, y creo que su finalidad es buena. La empresa se preocupa por la salud de los empleados e incluso está dispuesta a ayudar a corregir todo lo que no esté bien. -Gracias, jefe. Lo pensaré. -Venga hombre, anímate. Eres un empleado modélico. No me gustaría ver cómo te quedas a un lado. Si te opones al progreso, te convertirás en un dinosaurio.

Marta era (y lo sigue siendo) una mujer alegre y de buen fondo. No dejó de serlo incluso cuando empezó a tomarse en serio todo lo relacionado con la aplicación de salud. Dietas, entrenadores personales, running y otras prácticas similares fueron ganando importancia en nuestras vidas. -Querido, ¿no crees que deberías hacer algo más por mejorar tu forma física?

Ella lo decía con su mejor sonrisa, pero el espejo del baño le daba la razón cada mañana, mi índice de masa corporal de 26 asomaba en forma de ondulantes michelines y las ojeras eran el testimonio visible de la mala higiene de sueño. Al mismo tiempo, debo reconocerlo, ella estaba cada día más radiante y atractiva, aunque a mí me habría gustado de cualquier manera. Lo intenté. Durante una temporada cambié mis hábitos de alimentación, me inscribí en un gimnasio… pero todo ello suponía un sacrificio. Lo mío es un sillón con un buen libro y una cerveza sobre la mesa. No tardé en abandonar.

El siguiente paso de la compañía (brillante desde su punto de vista) fue crear una red social para que todos los usuarios de HomeHealthcare pudiesen compartir sus experien-

cias, cómo habían corregido los pequeños desajustes que iban apareciendo, qué cambio físico, psicológico o incluso espiritual se había obrado en sus vidas… Se establecieron afinidades y se organizaron fiestas. Marta me insistió para ir a una de ellas. Fue un error, creo que en toda mi vida me sentí tan fuera de sitio. La gente tomaba bebidas biosaludables y reía comentando los progresos que había hecho en las últimas semanas. Mi mujer charlaba animadamente con un tipo alto y musculado. Quizás parezca una idiotez, pero no pude soportarlo, comprendí que hacía mejor pareja con él que conmigo, me marché sin avisar y me metí un par de whiskys de penalty. Estaba triste, sentía que todo esto había terminado con nuestra complicidad, que habíamos tomado caminos diferentes y que la separación no era más que una cuestión de tiempo. Además, me juzgué culpable por no haber podido acompañarla en su trayectoria, por no haber tenido la fuerza de voluntad necesaria para ello. No era más que una ruina precoz con sobrepeso y un nivel de colesterol peligrosamente alto. Llegué a casa de madrugada, borracho como una cuba. Marta me estaba esperando despierta. Farfullé una disculpa. -No sigas, cállate. Antes de decir nada, ¿no notas un cambio en la habitación?

Aún en el estado en que me encontraba fui capaz de comprobar que la pantalla por la que Cindy asomaba su imagen diariamente había desaparecido. Me quedé estupefacto. -Anda, idiota, ven aquí. Me importas más tú que un algoritmo… Además, no sé por qué le tenías tanta manía, calificaba mis orgasmos con muy buena nota y algo tendrás tú que ver con ello…

Nuestra vida siguió adelante sin Cindy. No puedo decir que la eche de menos, pero a veces, cuando veo a Marta consultar su móvil con tanta frecuencia, medir las calorías de cada comida o madrugar para ir al gimnasio, no puedo dejar de preguntarme si realmente se ha ido o si finalmente ganará el pulso.

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