4 minute read
El improbable candidato rebelde Alberto
Mendoza*
Las candidaturas de Morena que buscan suceder a Andrés Manuel López Obrador insisten en la fidelidad máxima al líder y en la continuidad como mantra. Ser más obradorista que nadie para obtener el ansiado puesto. Incluso si se sospecha que las encuestas no son más que una manera de encubrir la verdadera decisión, la que surja del actual presidente de la República, los candidatos se han lanzado a cumplir con la escenificación requerida. Una campaña interna que, además de desafiar las reglas electorales y la capacidad de fiscalizar sus gastos, parece enfocada únicamente a que los encuestados identifiquen al más fiel seguidor de AMLO.
Advertisement
Cuando los únicos atributos que se busca proyectar son la mímesis con López Obrador, se pierde una gran oportunidad de hacer política democrática, más allá de un reality show de imitaciones. También para la comunicación política es una oportunidad perdida de construir posicionamientos y proyectos diferentes que puedan contrastarse en la arena pública, más allá de las animadversiones personales conocidas entre los contendientes.
El problema inicial con que se enfrentan es el conocimiento a nivel nacional. Elevar este dato y que su nombre este en el top of mind del encuestado es el primer objetivo. El segundo consiste en que se les relacione automáticamente con AMLO. Por tanto, parecen prescindibles cuestiones como la capacidad de gestión, de liderazgo, la trayectoria, las diferencias ideológicas o la ética de su comportamiento público.
Es un concurso de egos, donde no se pueden plantear verdaderos proyectos políticos o de contenido programático. Y ahí es donde entra la pregunta de la encuesta por la que pelea Marcelo Ebrard, según informó El País: “¿Usted a quién prefiere como presidente?”. Es conocido que las preguntas ejercen cierto determinismo sobre las respuestas. Y no es lo mismo comprobar quién es más conocido, o incluso más valorado, que quién debe ser el presidente. También es diferente averiguar cuestiones como quién representa mejor el obradorismo, o quién es más simpático que, de nuevo, decidirse por alguien para dirigir el país.
Ebrard busca la cuestión más directa posible, que apele a su perfil pragmático para evitar otras consideraciones más vaporosas que sirvan para justificar la designación de Claudia Sheinbaum. El excanciller necesita al menos que el dedazo presidencial sea evidente para poder exhibir un posible descontento, que sea respaldado por sus seguidores. Pero no al estilo de la pataleta de Ricardo Monreal en 2018, ante la imposición de Sheinbaum para la candidatura a la Ciudad de México, sino como el verdadero detonante de una ruptura.
En un ejercicio de política ficción, cabe preguntarse si existe la posibilidad de que un candidato surgido de Morena se desmarque claramente de ciertas acciones y políticas de este gobierno. De un aspirante que pudiera atreverse a disentir, a discrepar, a criticar y marcar distancias. De rechazar el autoritarismo, la opacidad, el militarismo, la destrucción del sistema de salud, el negacionismo ante los problemas medioam-
*Alberto Mendoza es periodista y consultor de comunicación y asuntos públicos. Licenciado por la Universidad Complutense, especialista en Información Internacional y con un Máster de Política Mediática. Cuenta con un posgrado en Dirección de Campañas Electorales por la Universidad Pontificia Comillas. Por más de 15 años ha desarrollado su carrera en medios, instituciones y campañas electorales de España y México. @AlbMendoza bientales, la confrontación con el feminismo o la inamovible desigualdad.
Este candidato sería tachado de traidor por el oficialismo, incluso si su discurso tratara con guante de seda a López Obrador. Pero esta acusación no dejaría de ser la prueba de haber conformado una alternativa, un proyecto con autonomía, ideas propias, diagnósticos y nuevas soluciones. Es decir, lo que se echa en falta de la oposición.
En esta improbable hipótesis, que cambiaría las reglas del juego de la sucesión, pero también el ritmo de una oposición sin filo, podría generar un movimiento electoral más transversal que los bloques actuales, y suponer un desafío serio a quien quedara retratado como un mero sucesor o sucesora sin personalidad propia, producto del dedazo y la obediencia.
Cabe preguntarse con qué elementos debería contar ese candidato rebelde y oficialista a la vez, además de con una plataforma partidista diferente a la coalición gobernante y a la alianza opositora. Para empezar, necesita atrevimiento para enfatizar su autonomía y su independencia, tanto para tomar decisiones, como para darse el lujo de tener principios y convicciones propias. Puede afirmar que la lealtad debe ser hacia las causas que valen la pena, hacia la gente, no hacia el gobierno.
Por ello, debería diferenciarse en temas clave, que ejerzan de fronteras polémicas y que den identidad de alternativa a su proyecto. Temas que abarquen desde cuestiones morales a enfoques prácticos, pero que dejen claro que puede desviarse del camino marcado por la burocracia de Morena. Estos mensajes pueden ser exitosos en los medios de comunicación contra los que arremete AMLO a diario. Aunque, lamentablemente, no tendrían eco en los ya destruidos por el Ejecutivo, como Notimex, ni en los medios públicos reducidos a mera propaganda oficial.
Otra gran oportunidad es la posibilidad de construir alianzas con otros actores políticos y de la sociedad civil. No al modo Sheinbaum, rescatando figuras controvertidas del PRI y usando el apoyo de otros grupos de dudosa reputación, sino con verdaderos movimientos sociales, plataformas de derechos humanos, víctimas, feministas, indígenas, de defensa de la transparencia y otras causas que le alejarían de la parte más oscura del gobierno actual.
Mientras el baile de disfraces de AMLO se basa en aspirantes que se escuchan a sí mismos hablar bien de sí mismos y del presidente, a la espera de que este dicte sentencia, hay una oportunidad para quien quiera escuchar a la ciudadanía. Atender las preocupaciones de los electores supone tener que renunciar a complacer todo el tiempo a quienes están en el poder y no han entregado los resultados esperados.
El liderazgo y la autonomía suman; en cambio, soñar, a la vez que se renuncia a un proyecto propio, no garantiza el éxito.