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contra la política excluyente y polarizante Enrique Paz*

En la mayoría de las democracias, el ejercicio de gobierno tiene diferentes impactos en el desarrollo de los países y el bienestar de las personas. Las políticas públicas buscan mejorar las condiciones de vida de las personas, al menos, disminuir una situación de precariedad de ciertos sectores sociales. Por las circunstancias que rodean la acción gubernamental, desde el presupuestal hasta situaciones no previstas, los resultados de los gobiernos suelen ser poco satisfactorios para la población.

La falta de resultados es una de las causas del malestar que enfrenta cualquier gobierno democrático. Las expectativas con las que llega suelen desinflarse en los primeros días de gestión y, con ello, la falta de confianza de la ciudadanía hacia sus gobernantes.

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La situación empeora cuando la ausencia de resultados se acompaña de actos de corrupción o la negligencia gubernamental termina ahondando la situación que pretendía resolver. La gran ventaja de una democracia es que ante la incapacidad del gobierno en turno, la ciudadanía tiene el poder de cambiar el rumbo a través del voto y formar nuevos gobiernos. Las elecciones periódicas renuevan y mantienen la confianza (esperanza para algunos) de que el siguiente gobierno lo haga mejor que el anterior.

Sin embargo, las democracias actuales se enfrentan a amenazas de los nuevos populismos que llegan al poder por la vía democrática y el voto popular, y pretenden cerrar el paso dinamitando las instituciones que permiten canalizar las disputas políticas. La narrativa que impulsan desde el poder político es que ellos y solo ellos tienen la capacidad de materializar la voluntad de lo que denominan el “Pueblo”.

En esta tesitura y a menos de un año de que se realicen las elecciones presidenciales del 2024, lo que está en juego en México no solo son los resultados de un gobierno sino la viabilidad de la democracia en la que el voto libre de la ciudadanía tiene la capacidad de renovar al gobierno durante un periodo determinado. Más allá de que estemos o no de acuerdo con las políticas del gobierno federal, lo cierto es que ahora eso pasa a segundo plano frente al riesgo de continuidad de una visión excluyente de la política.

En términos de programa de gobierno y políticas impulsadas por el gobierno de López Obrador se puede evaluar el impacto que tienen los programas sociales en las finanzas públicas a mediano y largo plazo, aunque en términos de justicia social la discusión difícilmente se puede negar los derechos sociales a sectores en situación de vulnerabilidad como los adultos mayores, personas con discapacidad o jóvenes.

De igual forma, por más desastrosa que ha resultado la estrategia de pacificación y seguridad en cuanto a la pérdida de vidas y la paz en vastos territorios del país, se pueden debatir diferentes perspectivas, desde el uso total de la fuerza contra los agentes que generan la violencia (estrategia calderonista), hasta posturas como la actual que pretende resolver las “causas” de la violencia con programas sociales sin entender las dinámicas criminales que imperan en las diferentes regiones del país.

En la economía, la política energética, el medio ambiente o la infraestructura nacional se puede estar o no de acuerdo con la pretendida cuarta transformación. Pero el daño que este gobierno o movimiento están provocando a los cimientos sociales de una democracia en ciernes es aún peor que los pésimos resultados en muchas de las áreas de gobierno.

*Enrique Paz es politólogo y Maestro en Estudios Políticos y Sociales por la UNAM. Experto en asuntos legislativos, proceso electoral y partidos políticos. Consultor político y asesor en la Secretaría de Educación de la Ciudad de México. Fue coordinador de asesores del Grupo Parlamentario Nueva Alianza en la Cámara de Diputados en la LXII Legislatura. Consejero Electoral Distrital del entonces Instituto Federal Electoral (hoy INE) en los procesos electorales de 2000, 2003 y 2006. Participó como consultor político en campañas electorales de presidentes municipales y diputados federales. Ha sido profesor en los diplomados impartidos por el Instituto Ortega y Gasset en México en materia Educativa y Transparencia y Acceso a la Información.

@jepp_79

El gran problema al que se enfrenta la democracia mexicana es, además de la polarización política, la fractura social que se ha engendrado a partir de un discurso excluyente que ahonda las diferencias y desigualdades. Los detractores del obradorismo lo identifican a partir del discurso del odio contra quien piense diferente a López Obrador, mientras que los voceros del oficialismo defienden que el presidente sea quien denuncie a la “oligarquía que busca defender sus privilegios en contra de la miseria del Pueblo mexicano”.

Frente a esta situación, los parámetros de la elección presidencial van más allá de las clásicas y reiteradas promesas que hacen los candidatos o candidatas en una campaña electoral. Tampoco si quien se presente a las elecciones tiene la capacidad de cumplir el programa de gobierno con un gabinete sólido y preparado.

De lo que se trata la elección del 2024 es de elegir a quien frene la política de exclusión y polarización en los próximos 6 años. El acuerdo básico que se tradujo en una época de reformas políticas tendientes a fortalecer la institucionalidad democrática se debe refrendar nuevamente. Es cierto que la democracia mexicana antes del 2018 no era la panacea y que la élite política corrompida hasta le médula se había enclavado en estas instituciones, pero ello implica su implosión frente a la autocracia.

Se requiere renovar esas instituciones, todas, desde las electorales hasta las de transparencia, derechos humanos y las de fiscalización. Lo importante es refrendar el acuerdo de que esas instituciones son un dique frente a lo que hoy estamos viendo desde la presidencia: una visión unitaria que no rinde cuentas y fabrica su propia realidad a golpe de mentiras y manipulación de la verdad.

Ante estas circunstancias, resulta complicado que cualquier candidatura que provenga del oficialismo se pueda separar de esta forma de hacer política de la permanente confrontación. Quien sea elegida y ungida por el poder presidencial es porque va a mantener la narrativa y el discurso excluyente y polarizante. Por ello, cada una de las corcholatas imita en lo más que pueda el discurso y las formas de López Obrador. Desde Claudia Sheinbaum arengando a la gente en los mítines con la misma cadencia que el oriundo de Mascupana, o Marcelo con actos populares, mejor conocidos como "baños de pueblo", acercándose a la gente en su eventos públicos, dejándose abrazar y tocar para esconder la verdadera distancia que hay con la base del obradorismo.

Y no digamos del paisano tabasqueño, Adán López, que resulta una copia mal hecha del inquilino de Palacio Nacional en su videos en los que trata de mostrar su sabiduría popular sea de caminos, pueblos o garnachas gastronómicas. Con menos reflectores, pero en la misma línea, Ricardo Monreal, con sus cantaletas y reiteradas frases dedicadas a la divinidad y “ser supremo” que tanto gusta repetir al mesías tropical en sus homilías mañaneras.

2024 debe ser considerada más que una elección presidencial. Es la oportunidad de que la democracia mexicana -maltrecha e imperfecta- regrese a su cauce institucional. Porque de lo contrario, se le deja la puerta abierta de par en par a la autocracia perfecta.

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