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4.1.1. La naturaleza diversa y transformable de las capacidades

Los supuestos que se vienen revisando implican modificar muchas de las ideas previas que han estado presentes en la forma de organizar los procesos de enseñanza y aprendizaje, pero quizá la más profunda y resistente es la concepción sobre las capacidades de los alumnos. ¿La capacidad intelectual es una o diversa? ¿Es estática o transformable?

El concepto de inteligencia ha estado ligado tradicionalmente al distinto grado de desarrollo individual de las capacidades lógico-matemática y lingüística. Sin embargo, desde la publicación de la Teoría de las inteligencias múltiples (Gardner, 1983), el concepto de inteligencia se ha transformado, y ha pasado de ser una medida estática a convertirse en un potencial dinámico. La inteligencia es, para Gardner, “un potencial biopsicológico que se activa dentro de un marco cultural para resolver problemas o crear productos que tienen sentido en ese entorno”.

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Al hablar de la inteligencia como potencial, Gardner cuestiona los test de inteligencia, puesto que entiende que un potencial puede expresarse o no, puede variar su grado de desarrollo, no tiene una medida fija, está abierto al contexto, evoluciona con la propia persona.

La teoría de Gardner aporta, además, una visión múltiple de la inteligencia, que se expresa de diversas formas y pasa a ser un concepto plural. Según Gardner, las inteligencias trabajan siempre en concierto. Cada persona tiene una combinación de inteligencias que va evolucionando y se amplía según se vaya activando o no.

La teoría de las inteligencias múltiples carece de respaldo científico, pero tiene el valor de enfatizar la diversidad de talentos que la escuela debe conocer y potenciar. Howard-Jones (2014) considera que

esta teoría sirve a los docentes como argumento positivo contra la educación basada en el coeficiente de inteligencia, pero explica que no hay evidencias científicas contrastadas de que exista un pequeño número de inteligencias relativamente independientes, y advierte del riesgo de reducir la amplia diversidad de diferencias individuales en los niveles neuronales y cognitivos a un número limitado de capacidades. También existe el riesgo de hacer una lectura innatista, asumiendo que esas inteligencias o capacidades son fijas o que, pasadas determinadas etapas del desarrollo, ya no son transformables. Una concepción estática iría en contra del principio de que todos los niños tienen capacidad de desarrollo, aunque unos necesiten más ayuda pedagógica que otros.

La neurociencia nos muestra que el cerebro es un órgano plástico que se modifica con la experiencia, es decir, se transforma en función de los estímulos que recibe. Esta plasticidad se mantiene durante toda la vida, aunque existen períodos en los que el aprendizaje es mucho más fácil y rápido. La evidencia empírica apoya, por tanto, una concepción dinámica y transformable de las capacidades, además de poner de manifiesto su diversidad.

El modelo de la inteligencia ejecutiva es más reciente y goza de mayor aceptación. En todo caso, es, ante todo, una teoría, que debe demostrar su valor resolviendo problemas que las otras teorías no resuelven, y permitiendo aplicaciones prácticas eficaces. José Antonio Marina publicó en 2015 una síntesis de esta teoría de la inteligencia ejecutiva en el Ceide (Centro de Estudios en Innovación y Dinámicas Educativas), de la Fundación SM:

– Definimos la inteligencia como la capacidad de dirigir el comportamiento para adaptarse al medio y para resolver problemas que surgen de la interacción organismo-entorno. Para ello, la inteligencia capta información y realiza acciones. – El cerebro humano lleva a cabo continuamente operaciones diversas que captan, interpretan, relacionan y guardan información. Una parte de esa información pasa al estado consciente, en forma de ideas, imágenes, sentimientos, deseos, etc. Llamamos inteligencia generadora o computacional a esa fuente de ocurrencias. A partir de esa información consciente, el sujeto puede controlar de forma más o menos efectiva su comportamiento y dirigir el funcionamiento de la inteligencia generadora. Esta capacidad de autogestionar el propio funcionamiento cerebral es lo que denominamos inteligencia ejecutiva. Así pues, la inteligencia humana opera en dos niveles: el nivel generador (no consciente) y el nivel ejecutivo (consciente). La autogestión se lleva a cabo mediante las llamadas funciones ejecutivas. – De la buena educación de ambos niveles y de su interacción emerge el talento. El talento es la inteligencia en acción. Por tanto, demuestra su talento la inteligencia que elige bien sus metas, que aplica los conocimientos adecuados, y que gestiona las emociones y activa los procesos necesarios para alcanzar dichas metas.

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